Escribo esto el último día del año 2021 con esa sensación de balance propia de estos momentos. Pero unos pensamientos me han llevado a otros y se me ha hecho un buen revoltijo en la cabeza, por lo que pretendo ir más allá, casi a un balance global de vida, cosa que juzgo muy apropiada, pues con sesenta y un años cumplidos ya puedo decir que cruzo la línea del ecuador y podría escribir el primero de los dos tomos de mis memorias.
Todo ha empezado ayer, día 30 de diciembre, cuando en la tele han anunciado "la buena noticia" de que en Valencia tenían 24 ºC, y hoy esperaban 25 ºC en Granada. Hace años mi abuelo contestaba al locutor cuando no estaba de acuerdo, pero yo ahora tengo Twitter y me suelo desahogar por esa vía:
(Nota de servicio público, por si os pasa lo mismo que a mí hasta que me he documentado: No se debe dejar espacio entre el cerito y la ce mayúscula, sino entre la cifra y el cerito. O sea: Lo he hecho bien en el párrafo anterior, pero no en el tuit).
Mis tuits, no sé por qué, tienen una repercusión que no consigo explicarme, y este ha suscitado muchas respuestas: La mayoría de aquiescencia, pero algunas también de crítica y de burla. Unos, los más, han dicho que están desconcertados con estas cosas, e incluso han manifestado que están viendo floraciones anacrónicas en sus jardines y huertos, pero otros me han llamado alarmista, aguafiestas, negativo y cascarrabias, que no quiero que la gente disfrute de la playa durante estas fiestas.
Entre estos últimos ha habido uno que me ha dicho que los yayos somos ridículos y estamos cagados de miedo con las paparruchas que nos meten. También que solo queremos que cunda el pánico y el terror infundado.
Pues bien: Ese último comentario suscita esta entrada. Porque he pensado sinceramente que ni tengo pánico ni quiero que se extienda. No creo que esté en juego la supervivencia de la humanidad ni nada parecido, pero sí pienso que habrá grandes problemas y catástrofes que harán muy dura la vida para ciertas poblaciones y ciertos grupos humanos. Los ha habido otras veces y siempre hemos sobrevivido como especie, aunque muchos individuos (a menudo millones) hayan caído por el camino.
Pero, sobre todo, esos pensamientos negros (o al menos grises muy oscuros) no los tengo para mí. No soy un yayo cagado de miedo egoísta. En los (espero que suficientes) años que me quedan de vida creo que no experimentaré cambios trágicos. Es posible que ni siquiera mis hijos los conozcan en su peor manifestación. En todo caso es algo que precisamente a los viejos es a quienes menos nos debería preocupar. Podríamos hacer el bestia y el besugo desaforadamente, darle a tope al acelerador y al termostato y decir con todo descaro aquello tan grosero de "para lo que me queda en el convento..."; así que si algunos jóvenes quieren playa pues allá ellos. Que lo disfruten y que con su pan se lo coman.
Es cierto que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, los viejos han sido, en general, pesimistas, y los jóvenes, también en general, despreocupados cuando no inconscientes. Pero repito que si intento ser cívico clasificando los desperdicios de mi casa o me preocupo por el cambio climático es con un afán ciceroniano, pensando en quienes vengan detrás y no en mí, que, al fin y al cabo, lo tengo todo resuelto.
Me miro el ombligo y creo que he vivido y vivo en el mejor de los tiempos y de los lugares posibles. Descendiente de agricultores sin apenas propiedades y de barberos, un siglo antes habría sido un iletrado, un siervo, un ignorante, un trabajador en condiciones muy duras y en un ambiente rural muy primitivo. Afortunadamente vine al mundo cuando al menos dos generaciones anteriores a la mía habían intentado prosperar, y llegué para encontrármelo todo hecho y arreglado. Y si naciera un siglo después... Uf, ya digo que un siglo después se adivinan muchos problemas en el horizonte.
Soy de las pocas generaciones españolas que no han vivido una guerra. Supongo que habrá habido más, pero al menos en la historia (que desconozco concienzudamente, y de ahí mi atrevimiento en decir esto) casi siempre ha habido tomate y terror. Mis padres lo sufrieron de niños y mis abuelos de adultos.
En todo caso yo he tenido mucha suerte. Soy de la generación del desarrollismo, de la vespa y el seiscientos (mi padre se sacó el carnet de conducir teniendo yo ya unos nueve o diez años, y mi madre muy poco después, aunque apenas lo utilizó), de la televisión (mi padre hacía las de toda la familia), con los Chiripitifláuticos, Bonanza, Félix Rodríguez de la Fuente, Superagente 86 y años después el Un, dos, tres, con Kiko Ledgard.