Por mí,
por todos mis compañeros,
y por mí el primero.
El amour fou tiene una dosis de obsesión y de fascinación que no se puede resolver, que sabes que te va a matar y dejas que te mate.
El amour fou es un amor destructivo, es un amor malo, feo, sucio, pero apasionante, necesario, vital y mortal.
En un buen amor los amantes crecen, se construyen mutuamente, se ayudan, se apoyan. En el amour fou se destruyen, se destrozan, se humillan, se hunden.
Bendito sea el buen amor, ¡pero ay de quien no haya vivido jamás un amor loco!
Bendito sea el buen amor, ¡pero ay de quien no haya vivido jamás un amor loco!
Egon Schiele, El abrazo (Pareja de amantes II), 1917
En este blog siempre estamos proclamando nuestro amor por la arquitectura (y por otras cosas de la vida, pero siempre damos vueltas en torno a la arquitectura). Pues bien, hoy toca dedicar la entrada al amour fou por la arquitectura.
Amour fou por la arquitectura es ver Blade Runner y emocionarte al descubrir que sale la casa Ennis, o dar un salto al ver el Pabellón de Barcelona en un anuncio de la tele, o ahora, al enterarte de que le han dado el Cervantes a Juan Goytisolo, recordar que hace más de treinta años leíste Señas de Identidad, de la que no recuerdas absolutamente nada, salvo que mencionaba de pasada a Le Corbusier. Amour fou es ir al dentista y descubrir que la lámpara de la sala de espera es de Fulano (arquitecto), o que esa silla es de Mengano (arquitecto). Amour fou es pararte en una esquina porque te ha gustado un detalle, o andar por la calle mirando hacia arriba o hacia atrás, mirando antes un voladizo que a una chica guapa. Amour fou es pensar que la arquitectura puede salvar al mundo, cuando, para empezar, a ti te está matando.
Creo que tanto yo como la mayor parte de quienes leéis este blog estamos enamorados de la arquitectura. Pero siento deciros que no es un amor bueno. No estamos enamorados: Estamos obsesionados, absorbidos, encoñados, empollados, salidos, locos, zumbados, desquiciados, tronados por la arquitectura.
Oskar Kokoschka, Autorretrato con Alma Mahler, 1913
Nuestro amor por la arquitectura haría las delicias de un guionista de culebrones o de un novelista decimonónico. Es una pasión disparatada.
Ella no es buena, amigos. Nos mira desde allí arriba, inalcanzable, y se ríe de nosotros. Por ella nos humillamos y nos sometemos, pero jamás se entrega. Lo perdemos todo, como Sinuhé, y ella se burla y nos desprecia.
Francis Bacon, Dos figuras, 1953
(Por eso admiramos tanto a los grandes: Porque ellos sí la sedujeron. Y nos morimos de envidia, pero al mismo tiempo les dedicamos una encendida sonrisa: "¡Bien hecho, Frankie!" "Chapeau, Père Corbu!" "¡Ole tus huevos, Alvar!" Porque ellos sí que pudieron con la altiva y despectiva dama).