El otro día el diario EL PAÍS ha publicado una fotografía indignante, que muestra a dos diputados del PP de la Asamblea de Madrid, Bartolomé González e Isabel Redondo, jugando al Apalabrados durante el pleno en el que se debatía un tema tan importante (y sangrante) como la privatización de la gestión de la sanidad en la Comunidad de Madrid.
El hecho es tremendo. Demuestra lo que todos sabíamos: que pasan a tope de lo que allí se diga, de los argumentos que muestren unos a favor y otros en contra, y de las ulteriores implicaciones de la decisión que ellos tomen. ¿Qué decisión? Ya han sido convenientemente aleccionados de que al punto 1 han de votar sí, al 2 no, al 3 sí y al 4 sí. Mientras no se les olvide el orden de sus pulsaciones de botón (cosa que a veces también ha pasado), mientras recuerden la secuencia sí-no-sí-sí, pueden jugar al Apalabrados, hacer ganchillo, aprender sánscrito o rascarse las gónadas.
Pero un fotógrafo cabrito les ha pillado. Les ha pillado usando el aipad y el aifon que los ciudadanos les han regalado (porque los necesitan para trabajar). Les ha pillado en pleno colgandeo escrotal (sí, incluso a ella) y en pleno estamostanagustito.
¿Y qué ha pasado? ¿Se les ha caído el pelo? ¿Al menos les han impuesto alguna multa? Pues parece ser que no. Al menos todavía. El Partido lo está estudiando. Mientras tanto, los dos han corrido a pedir perdón. Naturalmente, lo han pedido en twitter, con el aipad y el aifon que les han regalado los mismos que les han de perdonar: el pueblo imbécil. Y además de pedir perdón usando esos mismos cacharros lo habrán hecho durante el punto cuatro del pleno, menudo tostón, pero sin olvidarse de pulsar el "sí" a su debido momento. Si pulsan el "sí" hacen lo que deben y cumplen lo que se espera de ellos. Por lo tanto que siga la bola.
Los dos dicen que no hay excusa, y es que no la hay. No cabría otra salida digna que abrirse el abdomen con una catana. "Catana": Seguro que conocen la palabra y la usan en Apalabrados. "Harakiri": Esa no vale, que no viene en el DRAE. Que sí, que no, que sí. A consultarlo on line (durante el debate del punto cuatro).
Pues resulta que harakiri no viene, pero haraquiri sí.
-¿Lo ves, listo?
Pues sí que viene, pero no se lo van a hacer. (El haraquiri). Ni siquiera van a dimitir. No fastidies, con lo a gustito que se está aquí. Vamos, ni que estuviéramos enfermos de la cabeza.
Pues con tanto sofoco y tanta discusión no se dan cuenta de que el pleno se ha terminado. Uy, qué tarde se ha hecho. Esto lleva dieta especial, ¿no? Pues yupi. El mundo es yupi yupi. La vida es muy potita.
Un "diputado base" de la Asamblea de Madrid cobra catorce pagas (sí, catorce) de 3.503,46 euros cada una (sí, 3.503,46). Eso si no son portavoces de partido ni de comisión, que lleva plus, y además tienen dietas por motivos varios.
Y se aburren. Se aburren muchísimo.
Son como niños: Sus actos no tienen responsabilidad. No pagan por sus errores. Piden perdón. Como los niños. Y se les perdona. Como los niños y como los futbolistas, viven en un universo paralelo de privilegios inimaginables, y cuando meten la pata piden perdón. Ya está.
A veces también tienen que poner carita de pena durante unos minutos para decir que comprenden perfectamente el sufrimiento de la población, pero que no pueden hacer otra cosa sino seguir recortando. Ya lo sienten, ya. Pero pasado el mal rato se van a jugar con los amiguitos. Y eso son solo los portavoces y los que tienen que dar la cara (que para eso cobran más). Los diputados de base no tienen que hacer nada de nada: Solo votar sí o no, según se les ordene. (Y si se confunden, se crea una comisión para hacer más distinguibles los botones, y se hace lo que sea, cueste lo que cueste, para que los diputados cumplan con su sacrosanto deber democrático).
Justo en el extremo opuesto estamos los demás, los que pagamos con creces no solo cada uno de nuestros errores, sino también los errores de los demás.
sábado, 29 de diciembre de 2012
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Sin traumas
Escucho en la radio que un grupo de padres guays, convenientemente asesorados por unos psicólogos también bastante guays, propugnan la sinceridad con los hijos. O sea, que ante la crisis económica hay que decirles que no pueden tener todo lo que quieran, y que han de sujetar sus apetencias al escribir la carta a Santa Claus y a los Reyes. (Incluso tal vez, oh, crueles hados, tengan que resignarse a escribir solo una carta, a los Reyes, como antiguamente). Los niños deben saber que la cosa está mal y que sus padres no son los Thyssen. Es preciso que asuman que no se puede conseguir todo, y que aprendan a vivir en la realidad y a aceptar sus circunstancias.
Pero, por supuesto, esa información básica hay que transmitírsela sin angustiarlos, para que no se traumaticen.
Cuando escucho cosas así me siento viejísimo. O medio tonto. Bueno, medio tonto me siento en pleno julio, cuando los telediarios nos dicen que hace mucho calor, que no nos atiborremos de polvorones tras correr como locos por la solanera a las tres de la tarde, que bebamos líquidos (jamás he bebido otra cosa) y que intentemos refrescarnos.
Con esto de la crisis y de la angustia que podemos causar a nuestros hijos me siento viejo, sí, ya digo, y hasta me da esa vena tan típicamente viejuna que consiste en presumir de viejo. "En mis tiempos..."
Es bastante patético cuando un viejo presume de viejo, aunque no tanto como cuando un cursi presume de cursi. En todo caso, y bien que lo siento, me han dado muchas ganas de narrar mis vejeces.
Mis padres vivieron la guerra. Después la cosa fue mejorando poco a poco, año a año, hasta el punto de que los Reyes Magos le traían a mi madre un duro (que mi abuela guardaba inmediatamente y que mi madre no volvía a ver) y una figurita de mazapán (un "mono" de mazapán, que se comía en un pispás, por si también se lo distraían).
Mi padre tuvo más suerte y sí recibía algún juguete.
Décadas después, yo fui un niño muy afortunado. A mí nunca me faltó de nada. Fui un niño sesentero; de los Chiripitifláuticos, de los zapatos Gorila, del ochocientos cincuenta, del Lalalá, de Toddy (¡regala paracaidistas!), del pantalón corto hasta los catorce años, del Superagente 86, de Betancort, Calpe-De Felipe-Sanchís, Pirri-Zoco, Amancio-Serena-Grosso-Velázquez-y-Gento, de cuando Star Trek se llamaba Viaje a las Estrellas, de El Cordobés, de Franz Johan (se decía Fran Yojan) y Herta Frankel (se decía Herta Fránkel), de Viaje al Fondo del Mar, con el Almirante Nelson, el Capitán Lee y el Seaview (cuya ortografía he tenido que confirmar ahora en google, porque toda la vida fue el Sibiu), de Bonanza, de los emparedados (porque si hubieran traducido los hamburgers de Pilón, el de Popeye, por hamburguesas nadie lo habría entendido), de la Mirinda, del disco sorpresa de Fundador (que resultaba ser de Karina o de Peret), de José Bódalo, del churro-mediamanga-mangotero, de Armstrong-Aldrin-y-Collins, de una serie de ciencia ficción con muñequitos animados que se titulaba Guardianes del Espacio (Thunderbirds), del fútbol de chapas, del ciclismo de chapas, de La Familia Monster, de los Juegos Reunidos Geyper, del sueldo de mi padre en un sobre, de ir al cole los sábados por la mañana y librar los jueves por la tarde, de los cigarrillos Antillana (que eran los que fumaba mi padre, y me mandaba a mí a comprarlos al estanco, sin recelo de nadie), del Pulgarcito y el Tío Vivo, de vacaciones en Alicante, en la pensión de Don Pedro, de la bola del mundo en escayola, de Madrid adoquinado, de las carbonerías y las vaquerías, de los mojicones, de Gila, de Tip y Coll... Lo dejo ahí, porque es un no parar.
Fui un niño feliz, supongo que como todos los niños, porque mi madre también me cuenta que fue muy feliz entre los bombardeos. Pero a mí, a diferencia de mi madre, no me faltó nunca de nada. (¿O acaso tampoco le faltó a ella nada de nada?). Nunca me faltó, pero tampoco me sobró nada. (¿O acaso a alguien le sobra algo?). Cada uno se adapta a lo que hay, y la vida sigue, y es un milagro y una maravilla.
Igual que a los niños, nuestros "padres" nos tienen que decir que la cosa está muy mal, pero, a diferencia de los niños, nosotros sí nos traumatizamos. Nos angustiamos porque vivimos siempre proyectando el futuro en vez de disfrutar el presente, de exprimir lo que el presente tenga de disfrutable.
Que la crisis va para largo es algo incuestionable, e incluso hay quien dice que esto es ya así y va a seguir así. Otros dicen que no, que va a empeorar bastante.
En todo caso, vamos a tener que restringir nuestros pedidos a los Reyes, y también a los clientes, jefes, políticos, banqueros, etc. Vamos a tener que apechugar, como si no lleváramos ya bastantes años apechugando.
Se nos han olvidado muchas cosas necesarias. Y, lo que es peor, a veces se nos olvida que tenemos algo inefable e imperdible, e inadulterable. Algo raro, sutil, que no debemos olvidar, y que, a falta de otra palabra más precisa, podríamos llamar dignidad.
Deberíamos acostumbrarnos a vivir con una feliz austeridad. (Ni sé qué estoy diciendo).
Por ejemplo: Es improbable que venga nadie a encargarme un proyecto, pero si eso ocurriera yo sé que ahora sabría hacer mejor arquitectura que antes. No me preguntéis por qué. Creo que todos hemos madurado un montón en estos últimos años, y hemos jerarquizado nuestros valores con mucha más sensatez que antes.
Para empezar, tenemos más tiempo, y estamos más atentos a las cosas que importan.
Al menos quiero creer eso.
Pero, por supuesto, esa información básica hay que transmitírsela sin angustiarlos, para que no se traumaticen.
Cuando escucho cosas así me siento viejísimo. O medio tonto. Bueno, medio tonto me siento en pleno julio, cuando los telediarios nos dicen que hace mucho calor, que no nos atiborremos de polvorones tras correr como locos por la solanera a las tres de la tarde, que bebamos líquidos (jamás he bebido otra cosa) y que intentemos refrescarnos.
Con esto de la crisis y de la angustia que podemos causar a nuestros hijos me siento viejo, sí, ya digo, y hasta me da esa vena tan típicamente viejuna que consiste en presumir de viejo. "En mis tiempos..."
Es bastante patético cuando un viejo presume de viejo, aunque no tanto como cuando un cursi presume de cursi. En todo caso, y bien que lo siento, me han dado muchas ganas de narrar mis vejeces.
Mis padres vivieron la guerra. Después la cosa fue mejorando poco a poco, año a año, hasta el punto de que los Reyes Magos le traían a mi madre un duro (que mi abuela guardaba inmediatamente y que mi madre no volvía a ver) y una figurita de mazapán (un "mono" de mazapán, que se comía en un pispás, por si también se lo distraían).
Mi padre tuvo más suerte y sí recibía algún juguete.
Décadas después, yo fui un niño muy afortunado. A mí nunca me faltó de nada. Fui un niño sesentero; de los Chiripitifláuticos, de los zapatos Gorila, del ochocientos cincuenta, del Lalalá, de Toddy (¡regala paracaidistas!), del pantalón corto hasta los catorce años, del Superagente 86, de Betancort, Calpe-De Felipe-Sanchís, Pirri-Zoco, Amancio-Serena-Grosso-Velázquez-y-Gento, de cuando Star Trek se llamaba Viaje a las Estrellas, de El Cordobés, de Franz Johan (se decía Fran Yojan) y Herta Frankel (se decía Herta Fránkel), de Viaje al Fondo del Mar, con el Almirante Nelson, el Capitán Lee y el Seaview (cuya ortografía he tenido que confirmar ahora en google, porque toda la vida fue el Sibiu), de Bonanza, de los emparedados (porque si hubieran traducido los hamburgers de Pilón, el de Popeye, por hamburguesas nadie lo habría entendido), de la Mirinda, del disco sorpresa de Fundador (que resultaba ser de Karina o de Peret), de José Bódalo, del churro-mediamanga-mangotero, de Armstrong-Aldrin-y-Collins, de una serie de ciencia ficción con muñequitos animados que se titulaba Guardianes del Espacio (Thunderbirds), del fútbol de chapas, del ciclismo de chapas, de La Familia Monster, de los Juegos Reunidos Geyper, del sueldo de mi padre en un sobre, de ir al cole los sábados por la mañana y librar los jueves por la tarde, de los cigarrillos Antillana (que eran los que fumaba mi padre, y me mandaba a mí a comprarlos al estanco, sin recelo de nadie), del Pulgarcito y el Tío Vivo, de vacaciones en Alicante, en la pensión de Don Pedro, de la bola del mundo en escayola, de Madrid adoquinado, de las carbonerías y las vaquerías, de los mojicones, de Gila, de Tip y Coll... Lo dejo ahí, porque es un no parar.
Fui un niño feliz, supongo que como todos los niños, porque mi madre también me cuenta que fue muy feliz entre los bombardeos. Pero a mí, a diferencia de mi madre, no me faltó nunca de nada. (¿O acaso tampoco le faltó a ella nada de nada?). Nunca me faltó, pero tampoco me sobró nada. (¿O acaso a alguien le sobra algo?). Cada uno se adapta a lo que hay, y la vida sigue, y es un milagro y una maravilla.
Igual que a los niños, nuestros "padres" nos tienen que decir que la cosa está muy mal, pero, a diferencia de los niños, nosotros sí nos traumatizamos. Nos angustiamos porque vivimos siempre proyectando el futuro en vez de disfrutar el presente, de exprimir lo que el presente tenga de disfrutable.
Que la crisis va para largo es algo incuestionable, e incluso hay quien dice que esto es ya así y va a seguir así. Otros dicen que no, que va a empeorar bastante.
En todo caso, vamos a tener que restringir nuestros pedidos a los Reyes, y también a los clientes, jefes, políticos, banqueros, etc. Vamos a tener que apechugar, como si no lleváramos ya bastantes años apechugando.
Se nos han olvidado muchas cosas necesarias. Y, lo que es peor, a veces se nos olvida que tenemos algo inefable e imperdible, e inadulterable. Algo raro, sutil, que no debemos olvidar, y que, a falta de otra palabra más precisa, podríamos llamar dignidad.
Deberíamos acostumbrarnos a vivir con una feliz austeridad. (Ni sé qué estoy diciendo).
Por ejemplo: Es improbable que venga nadie a encargarme un proyecto, pero si eso ocurriera yo sé que ahora sabría hacer mejor arquitectura que antes. No me preguntéis por qué. Creo que todos hemos madurado un montón en estos últimos años, y hemos jerarquizado nuestros valores con mucha más sensatez que antes.
Para empezar, tenemos más tiempo, y estamos más atentos a las cosas que importan.
Al menos quiero creer eso.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Venustas? Vaya lío (Va a ser que no)
En menudo berenjenal me he metido yo solito.
Muchas gracias por participar en este insensato juego que os propuse. Me habéis sorprendido gratísimamente por vuestra participación y vuestros comentarios. Os estoy muy agradecido a todos, de verdad.
Lo malo es que no sé qué pensar con los votos que habéis emitido. Me habéis dejado confuso y perplejo. No tenía ninguna idea preconcebida, pero sí que esperaba secretamente que estas dos obras se impusieran por sí mismas, que removieran algo en vuestro interior y vencieran elocuentemente. No ha sido así. Han ganado, pero por los pelos.
Cierro la votación y hago recuento con sesenta y nueve votos emitidos. Una pasada. En los últimos días el número de votos ha ido disminuyendo y ahora apenas se suma uno más de vez en cuando. Así que, para no dilatar más la solución (y mi mal trago), creo que ha llegado la hora. (Por otra parte, teníais la respuesta en google a golpe de clic). Os agradezco mucho la honradez y el espíritu deportivo con que habéis participado.
La posición correcta del cuadro de Mondrian es la número 2:
Se titula: Composición con rojo, azul y amarillo, y es del año 1929. Si clicáis la imagen la veréis en grande y de paso identificaréis la firma: P M 29, en el ángulo inferior izquierdo.
La posición correcta del grabado de Chillida es la número 3:
Es una xilografía del año 1969, y se titula Beltza I. Si clicáis veréis la firma y el número de este ejemplar.
Los 69 votos emitidos para la obra de Mondrian se han distribuido así:
Mondrian 1: 15 votos. 21,74 %
Mondrian 2: 22 votos. 31,88 % (Correcto)
Mondrian 3: 19 votos. 27,54 %
Mondrian 4: 10 votos. 14,49 %
Nulos y abstenciones: 3. 4,35 %
Ha gando el 2, sí, pero prácticamente empatado con el 3 y muy cerca del 1.
Los 69 votos emitidos para la obra de Chillida se han distribuido así:
Chillida 1: 14 votos. 20,29 %
Chillida 2: 16 votos. 23,19 %
Chillida 3: 21 votos. 30,43 % (Correcto)
Chillida 4: 16 votos: 23,19 %
Abstenciones: 2. 2,90 %
Ha ganado el 3, y, aunque ha tenido menos porcentaje que el Mondrian correcto, se separa más de los tres Chillidas incorrectos, que están más igualados entre sí.
El Chillida 3 le saca 5 votos de ventaja al 2 y al 4, y 7 votos al 1. Mientras que el Mondrian 2 solo le saca 3 votos al Mondrian 3.
Ha habido nueve votantes que han hecho pleno: Daniel CCAD, Gema, Jacobo, Anónimo, Julia, Marta, Antonio R(*), Anónimo y VOLUMEN arquitectura. Enhorabuena: Sois los que tenéis mejor criterio, más sensibilidad, etc... o bien los más tramposos. (Vale, vale. Perdón. Es broma. Me consta que todos lo habéis hecho honradamente).
(*) Antonio R ha dado dos votos a Mondrian, uno desde Reader y otro desde el blog. He estado a punto de considerar voto nulo, pero he anulado solo el de Reader, para que votara a través del blog en igualdad de condiciones con los demás. No obstante, su doble voto me deja perplejo, porque, como bien dice, el fondo de este blog, con la estantería de libros, perturba la percepción de las obras. No obstante, ha sido con esa perturbación como ha acertado.
También menciono expresamente a mi amigo Francis, a quien invité a participar sin acordarme de que es daltónico. Y falló en Mondrian... a la primera, aunque en una segunda opción (que no di por válida) acertó. Y a Chillida lo clavó. Eres un crack, Francis.
También menciono expresamente a A.S.N., que dice que Mondrian le aburre y no le gusta nada, y falla. Y dice que Chillida le encanta, y acierta. O sea, que algo hay. ¿Se necesita una preparación previa o, mejor, una predisposición? Puede ser.
Vale. ¿Y ahora qué digo yo?
Muchas gracias por participar en este insensato juego que os propuse. Me habéis sorprendido gratísimamente por vuestra participación y vuestros comentarios. Os estoy muy agradecido a todos, de verdad.
Lo malo es que no sé qué pensar con los votos que habéis emitido. Me habéis dejado confuso y perplejo. No tenía ninguna idea preconcebida, pero sí que esperaba secretamente que estas dos obras se impusieran por sí mismas, que removieran algo en vuestro interior y vencieran elocuentemente. No ha sido así. Han ganado, pero por los pelos.
Cierro la votación y hago recuento con sesenta y nueve votos emitidos. Una pasada. En los últimos días el número de votos ha ido disminuyendo y ahora apenas se suma uno más de vez en cuando. Así que, para no dilatar más la solución (y mi mal trago), creo que ha llegado la hora. (Por otra parte, teníais la respuesta en google a golpe de clic). Os agradezco mucho la honradez y el espíritu deportivo con que habéis participado.
La posición correcta del cuadro de Mondrian es la número 2:
Se titula: Composición con rojo, azul y amarillo, y es del año 1929. Si clicáis la imagen la veréis en grande y de paso identificaréis la firma: P M 29, en el ángulo inferior izquierdo.
La posición correcta del grabado de Chillida es la número 3:
Es una xilografía del año 1969, y se titula Beltza I. Si clicáis veréis la firma y el número de este ejemplar.
Los 69 votos emitidos para la obra de Mondrian se han distribuido así:
Mondrian 1: 15 votos. 21,74 %
Mondrian 2: 22 votos. 31,88 % (Correcto)
Mondrian 3: 19 votos. 27,54 %
Mondrian 4: 10 votos. 14,49 %
Nulos y abstenciones: 3. 4,35 %
Ha gando el 2, sí, pero prácticamente empatado con el 3 y muy cerca del 1.
Los 69 votos emitidos para la obra de Chillida se han distribuido así:
Chillida 1: 14 votos. 20,29 %
Chillida 2: 16 votos. 23,19 %
Chillida 3: 21 votos. 30,43 % (Correcto)
Chillida 4: 16 votos: 23,19 %
Abstenciones: 2. 2,90 %
Ha ganado el 3, y, aunque ha tenido menos porcentaje que el Mondrian correcto, se separa más de los tres Chillidas incorrectos, que están más igualados entre sí.
El Chillida 3 le saca 5 votos de ventaja al 2 y al 4, y 7 votos al 1. Mientras que el Mondrian 2 solo le saca 3 votos al Mondrian 3.
Ha habido nueve votantes que han hecho pleno: Daniel CCAD, Gema, Jacobo, Anónimo, Julia, Marta, Antonio R(*), Anónimo y VOLUMEN arquitectura. Enhorabuena: Sois los que tenéis mejor criterio, más sensibilidad, etc... o bien los más tramposos. (Vale, vale. Perdón. Es broma. Me consta que todos lo habéis hecho honradamente).
(*) Antonio R ha dado dos votos a Mondrian, uno desde Reader y otro desde el blog. He estado a punto de considerar voto nulo, pero he anulado solo el de Reader, para que votara a través del blog en igualdad de condiciones con los demás. No obstante, su doble voto me deja perplejo, porque, como bien dice, el fondo de este blog, con la estantería de libros, perturba la percepción de las obras. No obstante, ha sido con esa perturbación como ha acertado.
También menciono expresamente a mi amigo Francis, a quien invité a participar sin acordarme de que es daltónico. Y falló en Mondrian... a la primera, aunque en una segunda opción (que no di por válida) acertó. Y a Chillida lo clavó. Eres un crack, Francis.
También menciono expresamente a A.S.N., que dice que Mondrian le aburre y no le gusta nada, y falla. Y dice que Chillida le encanta, y acierta. O sea, que algo hay. ¿Se necesita una preparación previa o, mejor, una predisposición? Puede ser.
Vale. ¿Y ahora qué digo yo?
martes, 11 de diciembre de 2012
Venustas
Uno de los comentarios de la anterior entrada de este blog (entrada que, por cierto, ha sido muy leída y comentada), citaba los tres términos vitrubianos: Firmitas, utilitas y venustas.
Creo que la arquitectura del último siglo y medio (por poner un lapso) no puede ser juzgada por esos tres patrones. No se deja.
También creo que de la firmitas y de la utilitas podemos discutir, pero que de la venustas ya no hay quien se atreva ni a opinar siquiera.
Pero, sin embargo, la "belleza" es una condición de la arquitectura, una variable, una... no sé qué. El caso es que es muy importante. Creo.
¿Pero qué es la belleza? Y, sobre todo, ¿en qué consiste? Y, sobre todos los sobre todos, ¿cómo se consigue?
Creo que para Vitrubio, y para los artistas y críticos de muchos siglos después, la cosa era bastante fácil: La belleza se conseguía cuando se cumplían las normas. Había normas de proporción, medidas, composiciones, armonías, etc. Uno se estudiaba los tratados, aprendía con los ejemplos y ya sabía cómo ejercer el oficio de artista y obtener la belleza garantizada en cada obra que hiciera.
Pero, ¿qué pasa ahora, cuando ya no nos quedan códigos compositivos ni normas estéticas?
No tengo la menor idea.
Me gustaría que participárais en un experimento: Consiste en que miréis atentamente dos obras que os voy a mostrar en varias posiciones, y que me digáis cuál de las posiciones os parece más bella. A ver si por mayoría descubrimos cuál es la correcta. (O a ver si la más bella es la correcta o es otra).
Por favor: No busquéis las obras en los libros ni en google. No os documentéis. Solo dejaos llevar por vuestro instinto.
Las dos obras están firmadas. He borrado las firmas para no indicar la orientación "correcta". En ambos casos parto de una orientación inicial, que puede ser la buena o no, y la voy girando 90º cada vez.
La primera es un cuadro de Mondrian, un artista que, se supone, actuaba de un modo frío, cerebral, matemático (es mentira, pero se suele pensar que era así). La segunda es un aguafuerte de Chillida, que se supone que es mucho más intuitivo, cordial, espontáneo...
Por favor, participad y opinad. Decid cuál pensáis que es la versión correcta en cada caso.
No sé lo que va a salir, y me interesa mucho.
Por favor, dad vuestra opinión (con vuestro nombre o anónimamente), bien haciendo un comentario a esta entrada, o bien por correo electrónico a arquitectamoslocos@gmail.com
Creo que la arquitectura del último siglo y medio (por poner un lapso) no puede ser juzgada por esos tres patrones. No se deja.
También creo que de la firmitas y de la utilitas podemos discutir, pero que de la venustas ya no hay quien se atreva ni a opinar siquiera.
Pero, sin embargo, la "belleza" es una condición de la arquitectura, una variable, una... no sé qué. El caso es que es muy importante. Creo.
¿Pero qué es la belleza? Y, sobre todo, ¿en qué consiste? Y, sobre todos los sobre todos, ¿cómo se consigue?
Creo que para Vitrubio, y para los artistas y críticos de muchos siglos después, la cosa era bastante fácil: La belleza se conseguía cuando se cumplían las normas. Había normas de proporción, medidas, composiciones, armonías, etc. Uno se estudiaba los tratados, aprendía con los ejemplos y ya sabía cómo ejercer el oficio de artista y obtener la belleza garantizada en cada obra que hiciera.
Pero, ¿qué pasa ahora, cuando ya no nos quedan códigos compositivos ni normas estéticas?
No tengo la menor idea.
Me gustaría que participárais en un experimento: Consiste en que miréis atentamente dos obras que os voy a mostrar en varias posiciones, y que me digáis cuál de las posiciones os parece más bella. A ver si por mayoría descubrimos cuál es la correcta. (O a ver si la más bella es la correcta o es otra).
Por favor: No busquéis las obras en los libros ni en google. No os documentéis. Solo dejaos llevar por vuestro instinto.
Las dos obras están firmadas. He borrado las firmas para no indicar la orientación "correcta". En ambos casos parto de una orientación inicial, que puede ser la buena o no, y la voy girando 90º cada vez.
La primera es un cuadro de Mondrian, un artista que, se supone, actuaba de un modo frío, cerebral, matemático (es mentira, pero se suele pensar que era así). La segunda es un aguafuerte de Chillida, que se supone que es mucho más intuitivo, cordial, espontáneo...
Por favor, participad y opinad. Decid cuál pensáis que es la versión correcta en cada caso.
No sé lo que va a salir, y me interesa mucho.
Por favor, dad vuestra opinión (con vuestro nombre o anónimamente), bien haciendo un comentario a esta entrada, o bien por correo electrónico a arquitectamoslocos@gmail.com
lunes, 3 de diciembre de 2012
¿Zahas Hadides para qué?
Asisto aburrido, cansado, hastiado, a otra nueva "genialidad" de Zaha Hadid, y me pregunto: "¿Por qué?" "Para qué?".
Zaha Hadid, como todos los arquitectos divinos, arquitectos-marca, arquitectos-estrella, ya no es una arquitecta. Ni siquiera es una persona. No es hombre ni mujer. Es un ente, una corporación. Su estudio se llama Zaha Hadid Architects. Son muchos arquitectos Zahas Hadides. O ninguno. Allí ya no hay arquitecto. No hay arquitectura.
Veo esta foto
y me canso. No sé si son viviendas, oficinas, un hotel, un centro comercial... y me da lo mismo. Me da igual. Lo peor es que sospecho que a ella (o a ellos, o a ello) también le da igual. Ya le da igual todo.
Me aburro. Y me apeno. Hay trucos de photoshop que hacen esto con una foto, la espiralizan y la licúan, y parece que se está yendo por un desagüe. ¿Y? Creo que no es esta la función de la arquitectura. La arquitectura no es esta tontería, esta patochada zafia y sin ninguna gracia.
La forma es una de las armas más poderosas de la arquitectura, por supuesto, pero aqui veo un despliegue de armas que no tienen ninguna batalla que librar. Veo un desfile pomposo, no una batalla. Veo una procesión, no una victoria. En definitiva, son solo armas de fogueo.
Este tipo de obras pornográficas y groseras arramblan con todo. Todo está a su servicio. Ellas no están al servicio de nada ni de nadie. No sirven a nadie; no sirven para nada. ¿Que hay una antigua construcción en el entorno? Pues solo sirve si enmarca la obra de las Zahas Hadides. Si no es asi se tira. Importa un pito el lugar, la gente, las preexistencias, la historia del sitio... Todo. Solo importa la nueva obra vanidosa y autobombástica de las Zahas Hadides.
Hasta eso lo puedo entender: Hay obras tan maravillosas que crean una nueva realidad, y que son mejores que toda preexistencia, y que incluso hacen que la gente mejore. Muy bien. Hay obras señeras que marcan caminos y cambian incluso la historia. De acuerdo: Que todo se incline ante ellas. Gloria a ellas.
Pero es que esto es otra vez lo de siempre; más de lo mismo; pan con pan (por mucho que se empeñen en hacernos ver que es chocolate con chocolate).
Uno diría que el proceso es tan tonto como introducir variables más o menos aleatorias en un programa informático ad hoc que deforme el diseño original y que entregue un render distorsionado. (Ya puestos, daría igual que el ordenador sufriera un error fatal o un ataque de pánico y chafara y distorsionara todo el modelado. Nadie se daría cuenta, y se ejecutaría ese error informático).
El resultado es que ninguno de los Zaha Hadid Architects sabe cómo narices construir eso, y precisamente el único mérito de todo ello sería saberlo construir.
Zaha Hadid, como todos los arquitectos divinos, arquitectos-marca, arquitectos-estrella, ya no es una arquitecta. Ni siquiera es una persona. No es hombre ni mujer. Es un ente, una corporación. Su estudio se llama Zaha Hadid Architects. Son muchos arquitectos Zahas Hadides. O ninguno. Allí ya no hay arquitecto. No hay arquitectura.
Veo esta foto
y me canso. No sé si son viviendas, oficinas, un hotel, un centro comercial... y me da lo mismo. Me da igual. Lo peor es que sospecho que a ella (o a ellos, o a ello) también le da igual. Ya le da igual todo.
Me aburro. Y me apeno. Hay trucos de photoshop que hacen esto con una foto, la espiralizan y la licúan, y parece que se está yendo por un desagüe. ¿Y? Creo que no es esta la función de la arquitectura. La arquitectura no es esta tontería, esta patochada zafia y sin ninguna gracia.
La forma es una de las armas más poderosas de la arquitectura, por supuesto, pero aqui veo un despliegue de armas que no tienen ninguna batalla que librar. Veo un desfile pomposo, no una batalla. Veo una procesión, no una victoria. En definitiva, son solo armas de fogueo.
Este tipo de obras pornográficas y groseras arramblan con todo. Todo está a su servicio. Ellas no están al servicio de nada ni de nadie. No sirven a nadie; no sirven para nada. ¿Que hay una antigua construcción en el entorno? Pues solo sirve si enmarca la obra de las Zahas Hadides. Si no es asi se tira. Importa un pito el lugar, la gente, las preexistencias, la historia del sitio... Todo. Solo importa la nueva obra vanidosa y autobombástica de las Zahas Hadides.
Hasta eso lo puedo entender: Hay obras tan maravillosas que crean una nueva realidad, y que son mejores que toda preexistencia, y que incluso hacen que la gente mejore. Muy bien. Hay obras señeras que marcan caminos y cambian incluso la historia. De acuerdo: Que todo se incline ante ellas. Gloria a ellas.
Pero es que esto es otra vez lo de siempre; más de lo mismo; pan con pan (por mucho que se empeñen en hacernos ver que es chocolate con chocolate).
Uno diría que el proceso es tan tonto como introducir variables más o menos aleatorias en un programa informático ad hoc que deforme el diseño original y que entregue un render distorsionado. (Ya puestos, daría igual que el ordenador sufriera un error fatal o un ataque de pánico y chafara y distorsionara todo el modelado. Nadie se daría cuenta, y se ejecutaría ese error informático).
El resultado es que ninguno de los Zaha Hadid Architects sabe cómo narices construir eso, y precisamente el único mérito de todo ello sería saberlo construir.
jueves, 29 de noviembre de 2012
Recordatorio: Sábado 1 de diciembre en Madrid
Os recuerdo que pasado mañana, sábado 1 de diciembre, hemos quedado a las 11 de la mañana en la puerta del Caixa Forum de Madrid, más o menos donde están las dos personas señaladas en esta foto:
Procuraré estar a menos diez, y creo que esperaremos a entrar, por cortesía, hasta y cinco o y diez, según los que estemos. Espero que seamos más de dos personas. Creo que sí, pero seamos los que seamos lo pasaremos bien viendo esas cosas tremendas llamadas Torres y Rascacielos.
Exposición Torres y Rascacielos. De Babel a Dubai, en el Caixa Forum de Madrid, hasta el 5 de enero. Si no la puedes ver el sábado con nosotros harías muy bien en ir a verla durante las navidades.
Procuraré estar a menos diez, y creo que esperaremos a entrar, por cortesía, hasta y cinco o y diez, según los que estemos. Espero que seamos más de dos personas. Creo que sí, pero seamos los que seamos lo pasaremos bien viendo esas cosas tremendas llamadas Torres y Rascacielos.
Exposición Torres y Rascacielos. De Babel a Dubai, en el Caixa Forum de Madrid, hasta el 5 de enero. Si no la puedes ver el sábado con nosotros harías muy bien en ir a verla durante las navidades.
viernes, 23 de noviembre de 2012
En clase de Juan Daniel Fullaondo (II)
El otro día os conté cómo medio enmendé mi horrible primer proyecto. Voy a explicaros la entrega.
Una vez pasada la segunda ronda de croquis, con el beneplácito (excesivo e inmerecido) de Fullaondo, me apliqué a dibujar ya en limpio las láminas que iba a presentar.
En un grupo de grafistas virtuosos mis láminas fueron pobretonas: línea de tinta sobre papel vegetal. Por lo menos estaban dibujadas con cuidado y limpieza.
El do de pecho lo daba con la hoja final: una perspectiva cónica dibujada a tinta china a mano alzada (mi mano alzada) sobre papel de croquis. Me pareció que en ese papel áspero y basto quedaba gracioso el dibujo, y que dar lápiz de color por delante y por detrás creaba un efecto de profundidad, debido a la diferencia de intensidad y nitidez entre ambas caras, por la turbiedad del papel. Hasta le metí rotuladores. Yo creía que el efecto final era como de "cuidadoso descuido" o de "yo es que soy así de directo", pero, recordado ahora, debió de ser como de alumno aventajado de taller ocupacional para mayores. Solo le faltaban los macarrones pegados y las bolitas de papel de plata. Pero lo peor era que, con todo, quedaba floja y tímida. Creo que si me hubiera pasado tres pueblos y hubiera hecho un megakitsch le habría entusiasmado. Pero era un "quiero y no puedo" muy soso.
Fullaondo vio una por una las láminas, celebrándolas. Alabó una axonométrica con la cubierta quitada y finalmente, ante la perspectiva chorra, no dijo nada. La apartó discretamente del resto de láminas, que ordenó, agrupó y dio por entregadas, y me la devolvió mientras me decía que apreciaba mucho mi evolución.
Se ha hablado demasiado del gesto de suprema elegancia del general Spinola ante Nassau en La Rendición de Breda, de Velázquez:
No fue menor la de mi profesor devolviéndome aquella lámina.
Aquella triste perspectiva, en definitiva, jamás había existido. Él no la había visto ni yo la había dibujado. Como, al contrario que en Misión Imposible, no se autodestruyó, la reduje a confetti y creo que me la comí.
Recuerdo también perfectamente el segundo ejercicio de aquel Nivel I, pero ya no os aburriré con más detalles. Sí que os tengo que decir que me sentía competente, que dibujaba cada vez mejor, que le echaba horas por un tubo, que aprendía cada vez más y que disfrutaba como un loco.
Juan Daniel Fullaondo está en la historia de la arquitectura española del siglo XX. (Lo que más valora todo el mundo de él -a mi parecer injustamente por lo incompleto- es su labor como crítico y su papel como director de la magnífica revista Nueva Forma). Para mí, una de sus mejores facetas fue la de profesor. A mí me salvó.
Qué fácil es examinar el trabajo de un alumno y restregarle por las narices todas sus carencias, sus torpezas, sus errores y sus ignorancias. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo que de verdad tiene mérito es ver en él lo que ni siquiera ve él mismo: Ver una posibilidad, un germen, un algo en potencia. Y, confiando ciegamente en ello, sacarlo a la luz. Hay que ser muy hábil, muy intuitivo, muy inteligente, muy paciente, pero, sobre todo, muy generoso.
Qué difícil es todo eso.
Una vez pasada la segunda ronda de croquis, con el beneplácito (excesivo e inmerecido) de Fullaondo, me apliqué a dibujar ya en limpio las láminas que iba a presentar.
En un grupo de grafistas virtuosos mis láminas fueron pobretonas: línea de tinta sobre papel vegetal. Por lo menos estaban dibujadas con cuidado y limpieza.
El do de pecho lo daba con la hoja final: una perspectiva cónica dibujada a tinta china a mano alzada (mi mano alzada) sobre papel de croquis. Me pareció que en ese papel áspero y basto quedaba gracioso el dibujo, y que dar lápiz de color por delante y por detrás creaba un efecto de profundidad, debido a la diferencia de intensidad y nitidez entre ambas caras, por la turbiedad del papel. Hasta le metí rotuladores. Yo creía que el efecto final era como de "cuidadoso descuido" o de "yo es que soy así de directo", pero, recordado ahora, debió de ser como de alumno aventajado de taller ocupacional para mayores. Solo le faltaban los macarrones pegados y las bolitas de papel de plata. Pero lo peor era que, con todo, quedaba floja y tímida. Creo que si me hubiera pasado tres pueblos y hubiera hecho un megakitsch le habría entusiasmado. Pero era un "quiero y no puedo" muy soso.
Fullaondo vio una por una las láminas, celebrándolas. Alabó una axonométrica con la cubierta quitada y finalmente, ante la perspectiva chorra, no dijo nada. La apartó discretamente del resto de láminas, que ordenó, agrupó y dio por entregadas, y me la devolvió mientras me decía que apreciaba mucho mi evolución.
Se ha hablado demasiado del gesto de suprema elegancia del general Spinola ante Nassau en La Rendición de Breda, de Velázquez:
No fue menor la de mi profesor devolviéndome aquella lámina.
Aquella triste perspectiva, en definitiva, jamás había existido. Él no la había visto ni yo la había dibujado. Como, al contrario que en Misión Imposible, no se autodestruyó, la reduje a confetti y creo que me la comí.
Recuerdo también perfectamente el segundo ejercicio de aquel Nivel I, pero ya no os aburriré con más detalles. Sí que os tengo que decir que me sentía competente, que dibujaba cada vez mejor, que le echaba horas por un tubo, que aprendía cada vez más y que disfrutaba como un loco.
Juan Daniel Fullaondo está en la historia de la arquitectura española del siglo XX. (Lo que más valora todo el mundo de él -a mi parecer injustamente por lo incompleto- es su labor como crítico y su papel como director de la magnífica revista Nueva Forma). Para mí, una de sus mejores facetas fue la de profesor. A mí me salvó.
Qué fácil es examinar el trabajo de un alumno y restregarle por las narices todas sus carencias, sus torpezas, sus errores y sus ignorancias. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo que de verdad tiene mérito es ver en él lo que ni siquiera ve él mismo: Ver una posibilidad, un germen, un algo en potencia. Y, confiando ciegamente en ello, sacarlo a la luz. Hay que ser muy hábil, muy intuitivo, muy inteligente, muy paciente, pero, sobre todo, muy generoso.
Qué difícil es todo eso.
viernes, 16 de noviembre de 2012
Quedada en el Caixa Forum, Madrid, 1 de diciembre
Hay una exposición magnífica en el Caixa Forum de Madrid, que se titula Torres y Rascacielos, y que estará hasta el 5 de enero.
El año pasado convoqué desde este blog una quedada para ver, en el mismo sitio, la exposición de Arquitectura Bolchevique y fue un éxito. (Un éxito relativo, como lo es todo en la vida: Yo, en mis más disparatadas fantasías, imaginaba una afluencia multitudinaria. Al final fuimos un selecto grupo de parientes y amigos y nos gustó mucho la experiencia).
Una de las asistentes a aquella quedada me ha sugerido que nos volvamos a ver ahora, y me ha hecho mucha ilusión que le apeteciera repetir la experiencia.
Así que os convoco, a todos los que queráis venir, el día 1 de diciembre, sábado, a las 11:00 h, en la puerta del Caixa Forum de Madrid, para ver juntos la exposición.
(La entrada es gratuita).
Nota importante.- No soy profesor. No llevo la voz cantante. No doy charlas. Me entusiasma la arquitectura y me gustaría ver la exposición con más gente a la que le entusiasme. Pero no esperéis que os enseñe algo ni nada parecido. Aprenderemos todos juntos y comentaremos todos lo que nos apetezca y lo que se nos ocurra.
(Si nos lo permite el vigilante: El año pasado en un momento dado nos llamó la atención porque estábamos demasiado entusiasmados. No fue para tanto. Nos portamos muy bien).
El año pasado convoqué desde este blog una quedada para ver, en el mismo sitio, la exposición de Arquitectura Bolchevique y fue un éxito. (Un éxito relativo, como lo es todo en la vida: Yo, en mis más disparatadas fantasías, imaginaba una afluencia multitudinaria. Al final fuimos un selecto grupo de parientes y amigos y nos gustó mucho la experiencia).
Una de las asistentes a aquella quedada me ha sugerido que nos volvamos a ver ahora, y me ha hecho mucha ilusión que le apeteciera repetir la experiencia.
Así que os convoco, a todos los que queráis venir, el día 1 de diciembre, sábado, a las 11:00 h, en la puerta del Caixa Forum de Madrid, para ver juntos la exposición.
(La entrada es gratuita).
Nota importante.- No soy profesor. No llevo la voz cantante. No doy charlas. Me entusiasma la arquitectura y me gustaría ver la exposición con más gente a la que le entusiasme. Pero no esperéis que os enseñe algo ni nada parecido. Aprenderemos todos juntos y comentaremos todos lo que nos apetezca y lo que se nos ocurra.
(Si nos lo permite el vigilante: El año pasado en un momento dado nos llamó la atención porque estábamos demasiado entusiasmados. No fue para tanto. Nos portamos muy bien).
lunes, 12 de noviembre de 2012
En clase de Juan Daniel Fullaondo (I)
Juan Daniel Fullaondo Errazu nació en Bilbao el 4 de marzo de 1936 y murió en Madrid el 26 de junio de 1994, domingo, con cincuenta y ocho años de edad. Ese día yo había salido en la tele por la mañana, y cuando mi amigo Juan Carlos Castillo Ochandiano me llamó por teléfono creí que era para felicitarme por ello y bromear un poco (porque había estado todo el tiempo muy arrinconado y apenas había salido por pantalla). Recuerdo perfectamente lo que me dijo: una frase como de película, que no se dice en la vida real.
-¿Estás sentado? Siéntate.
Pero me estoy desviando. No es eso.
He empezando por escribir los datos objetivos de su nacimiento y de su muerte, pero en esta entrada no voy a dar datos objetivos. Juan Daniel Fullaondo no tiene (aún) entrada en la wikipedia, y yo sería incapaz de redactarla. Sí que me atrevo a hablar de él a través de mis recuerdos.
Desde que murió, hace ya dieciocho años, creo que no ha pasado ni un solo día en que no haya pensado en él, siquiera un instante. Un gesto, un recuerdo, una palabra, una broma... Tanto marcó mi vida. Y, sin embargo, llevo ya 193 entradas en este blog y hasta ahora no he sido capaz de dedicarle una. No sé expresar todo lo que siento, y supongo que me enredaré en anécdotas secundarias, pero tengo que hacerlo.
Perdonad que hable de mí más que de él.
Yo era un buen estudiante en las asignaturas teóricas de la carrera de arquitectura, que me iba sacando por curso, pero tropezaba con las gráficas. Sin ninguna formación plástica previa, el Análisis de Formas de primero se me atragantó, y necesité ir a una academia (como alumno repetidor) para poder con él. Eso me desfasó, y llevaba las gráficas (columna vertebral de la carrera y eje de lo que es ser arquitecto) a rastras.
En tercero teníamos Elementos de Composición, la asignatura que por fin preparaba para Proyectos, y un profesor infame de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo a punto de convencerme para que dejara la carrera. Viendo mis patosidades me preguntó por mis otras asignaturas, las teóricas, y, como le dije que iban muy bien, me animó a hacer alguna ingeniería y a abandonar mi desaforado intento de ser arquitecto. Me lo dijo con tono comprensivo, casi con cariño. Creí que me lo decía por mi bien, y recuerdo perfectamente cómo se lo conté a mi padre, saltándoseme las lágrimas.
(Décadas después supe que esta charlita era una táctica suya habitual, porque algún compañero, hablando de aquel mismo profesor, me contó que le había dicho lo mismo que a mí).
Yo estaba muy acomplejado. Era muy malo. No sabía cómo afrontar los ejercicios que nos ponían y no hacía más que torpezas tristes y anodinas. Suspendí Elementos. Al año siguiente conseguí salir del trance de mala manera, con otro profesor, a trompicones, con un cinco pelado y muy cutremente. Cuando en cuarto curso tuve que buscar grupo para cursar Proyectos I, un compañero me habló del de Fullaondo.
¡Fullaondo! ¡Ni que estuviera loco! Era fama que en su grupo se hacían locuras y virguerías brillantes. Era el más divertido, pero solo apto para geniecillos explosivos y juguetones. No. Yo era un estudiante gris y concienzudo, y buscaba un profesor de esos que te miran con escalímetro el descansillo de la escalera. No podía ni soñar con la efervescencia de los fullaonditos. Pero mi amigo, que no era nada brillante, había terminado Nivel I con un aprobadillo, pero lo había pasado francamente bien y había aprendido mucho. Así que me animé.
-¿Estás sentado? Siéntate.
Pero me estoy desviando. No es eso.
He empezando por escribir los datos objetivos de su nacimiento y de su muerte, pero en esta entrada no voy a dar datos objetivos. Juan Daniel Fullaondo no tiene (aún) entrada en la wikipedia, y yo sería incapaz de redactarla. Sí que me atrevo a hablar de él a través de mis recuerdos.
Dibujo de Luis García Gil
Desde que murió, hace ya dieciocho años, creo que no ha pasado ni un solo día en que no haya pensado en él, siquiera un instante. Un gesto, un recuerdo, una palabra, una broma... Tanto marcó mi vida. Y, sin embargo, llevo ya 193 entradas en este blog y hasta ahora no he sido capaz de dedicarle una. No sé expresar todo lo que siento, y supongo que me enredaré en anécdotas secundarias, pero tengo que hacerlo.
Perdonad que hable de mí más que de él.
Yo era un buen estudiante en las asignaturas teóricas de la carrera de arquitectura, que me iba sacando por curso, pero tropezaba con las gráficas. Sin ninguna formación plástica previa, el Análisis de Formas de primero se me atragantó, y necesité ir a una academia (como alumno repetidor) para poder con él. Eso me desfasó, y llevaba las gráficas (columna vertebral de la carrera y eje de lo que es ser arquitecto) a rastras.
En tercero teníamos Elementos de Composición, la asignatura que por fin preparaba para Proyectos, y un profesor infame de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo a punto de convencerme para que dejara la carrera. Viendo mis patosidades me preguntó por mis otras asignaturas, las teóricas, y, como le dije que iban muy bien, me animó a hacer alguna ingeniería y a abandonar mi desaforado intento de ser arquitecto. Me lo dijo con tono comprensivo, casi con cariño. Creí que me lo decía por mi bien, y recuerdo perfectamente cómo se lo conté a mi padre, saltándoseme las lágrimas.
(Décadas después supe que esta charlita era una táctica suya habitual, porque algún compañero, hablando de aquel mismo profesor, me contó que le había dicho lo mismo que a mí).
Yo estaba muy acomplejado. Era muy malo. No sabía cómo afrontar los ejercicios que nos ponían y no hacía más que torpezas tristes y anodinas. Suspendí Elementos. Al año siguiente conseguí salir del trance de mala manera, con otro profesor, a trompicones, con un cinco pelado y muy cutremente. Cuando en cuarto curso tuve que buscar grupo para cursar Proyectos I, un compañero me habló del de Fullaondo.
¡Fullaondo! ¡Ni que estuviera loco! Era fama que en su grupo se hacían locuras y virguerías brillantes. Era el más divertido, pero solo apto para geniecillos explosivos y juguetones. No. Yo era un estudiante gris y concienzudo, y buscaba un profesor de esos que te miran con escalímetro el descansillo de la escalera. No podía ni soñar con la efervescencia de los fullaonditos. Pero mi amigo, que no era nada brillante, había terminado Nivel I con un aprobadillo, pero lo había pasado francamente bien y había aprendido mucho. Así que me animé.
miércoles, 31 de octubre de 2012
Navarro Baldeweg en la Juan March
Ayer, 30 de octubre, hubo una interesante charla de Juan Navarro Baldeweg en la Fundación Juan March de Madrid. Se tituló Autobiografía Intelectual. Le acompañó el historiador y crítico Francisco Calvo Serraller.
Este blog me mandó como corresponsal a la velada, pero con la cicatería que caracteriza a su administrador y editor, no me proveyó de aparatos de grabación, ni siquiera de una libreta y un boli. (No digo ya una moleskine y un montblanc: Un simple bloc con Homer Simpson en la portada y un bolígrafo de Repuestos Peláez me habrían valido).
Digo esto porque los argumentos de Navarro Baldeweg son sutiles, incluso evanescentes, y hay que tener cuidado y referirlos con precisión. Yo apenas diré de memoria las tres ideas de partida que dijo al principio de su discurso, y de las que sale todo lo demás. Esas ideas las diré tal como las entendí, simplificando y caricaturizando como suelo hacer; lo cual, si habitualmente es injusto, en este caso es especialmente desafortunado, porque Navarro hila muy fino.
Dijo que, puesto que se trataba de su Autobiografía Intelectual, hablaría de los temas que siempre le han obsesionado, y de cómo fueron surgiendo y transformándose a lo largo de su vida, y que de arquitectura hablaría, por tanto, muy poco. (Pero, tal como defiende este blog, estuvo hablando de arquitectura todo el tiempo, porque todo es arquitectura).
Proyectó en la pantalla el cuadro La Cagigona, del pintor cántabro Agustín de Riancho.
Y nos contó un episodio de cuando él tenía unos cuatro años de edad:
Estaba veraneando con su familia, y se internó en un bosque de robles, buscando y recogiendo bellotas, con las que hacía figuras y juguetitos. (Quiero pensar que no se perdió solo en el bosque, sino que tan solo se separó un poco de sus padres).
Con las bellotas en las manos, uniéndolas, relacionándolas, pensándolas, etc, se ensimismó. Se abstrajo de tal manera que durante un rato no sabía dónde estaba, o no le importaba, o, en definitiva, no estaba en ningún sitio. (Tal vez, seguro, sus padres le estaban viendo todo el tiempo, pero él estaba disuelto en el ambiente, fundido con la naturaleza, perdido en sí mismo y en el espacio unitario).
De prontó escuchó su nombre. Sus padres le llamaban y él se oyó llamar. De repente había oscurecido. De repente se había roto la unidad. Tuvo clara y vívida conciencia de que por una parte estaba él (despertó del hechizo, le llamaban, se sintió a sí mismo individualizado, sintió su cuerpo, tuvo nítida consciencia de sí) y por otra parte estaba lo otro (el bosque de robles, la oscuridad, el espacio, "el mundo").
Dijo que aún sentía ese momento y esa sensación, y que el arte, y en definitiva toda su trayectoria, era un intento de recuperar esa fusión con el mundo, ese ensimismamiento en la naturaleza, esa integración que borra los límites propios y la propia conciencia.
Eso explica todo su afán disperso, sus variadas actividades, sus instalaciones, sus displays, su arquitectura y su pensamiento: El arte como necesidad de disolución del yo en lo otro.
Después puso en la pantalla la acuarela Casting 'A Rise', de Winslow Homer.
Y nos habló de su relación con la naturaleza, de la pesca, de que su madre pescó hasta muy mayor... Y de que en esta acuarela el pescador está lanzando el hilo (que da una sacudida como un latigazo en el centro del cuadro).
Nos dijo que uno lanza el hilo y espera a que un pez pique, y que entonces el pescador siente que hay otra vida al otro extremo del hilo, y se siente unido y comunicado con ella.
Un pescador en un extremo de la caña, y un pez al otro extremo. Una vibración de vida a cada lado, y una unión inefable.
Y nos dijo que sentía que el arte era justo eso: Lanzar la caña, lanzar la obra, lanzar las preguntas... esperando sentir lo que hay al otro lado. (También aquí el arte se ve como lo que sirve para unir el yo con lo otro).
Hay en esta visión un afán de trascendentalismo y de metafísica. El arte sirve para conocer la naturaleza y para interactuar con ella. Sirve para comprender el universo.
Este blog me mandó como corresponsal a la velada, pero con la cicatería que caracteriza a su administrador y editor, no me proveyó de aparatos de grabación, ni siquiera de una libreta y un boli. (No digo ya una moleskine y un montblanc: Un simple bloc con Homer Simpson en la portada y un bolígrafo de Repuestos Peláez me habrían valido).
Digo esto porque los argumentos de Navarro Baldeweg son sutiles, incluso evanescentes, y hay que tener cuidado y referirlos con precisión. Yo apenas diré de memoria las tres ideas de partida que dijo al principio de su discurso, y de las que sale todo lo demás. Esas ideas las diré tal como las entendí, simplificando y caricaturizando como suelo hacer; lo cual, si habitualmente es injusto, en este caso es especialmente desafortunado, porque Navarro hila muy fino.
Dijo que, puesto que se trataba de su Autobiografía Intelectual, hablaría de los temas que siempre le han obsesionado, y de cómo fueron surgiendo y transformándose a lo largo de su vida, y que de arquitectura hablaría, por tanto, muy poco. (Pero, tal como defiende este blog, estuvo hablando de arquitectura todo el tiempo, porque todo es arquitectura).
Proyectó en la pantalla el cuadro La Cagigona, del pintor cántabro Agustín de Riancho.
Y nos contó un episodio de cuando él tenía unos cuatro años de edad:
Estaba veraneando con su familia, y se internó en un bosque de robles, buscando y recogiendo bellotas, con las que hacía figuras y juguetitos. (Quiero pensar que no se perdió solo en el bosque, sino que tan solo se separó un poco de sus padres).
Con las bellotas en las manos, uniéndolas, relacionándolas, pensándolas, etc, se ensimismó. Se abstrajo de tal manera que durante un rato no sabía dónde estaba, o no le importaba, o, en definitiva, no estaba en ningún sitio. (Tal vez, seguro, sus padres le estaban viendo todo el tiempo, pero él estaba disuelto en el ambiente, fundido con la naturaleza, perdido en sí mismo y en el espacio unitario).
De prontó escuchó su nombre. Sus padres le llamaban y él se oyó llamar. De repente había oscurecido. De repente se había roto la unidad. Tuvo clara y vívida conciencia de que por una parte estaba él (despertó del hechizo, le llamaban, se sintió a sí mismo individualizado, sintió su cuerpo, tuvo nítida consciencia de sí) y por otra parte estaba lo otro (el bosque de robles, la oscuridad, el espacio, "el mundo").
Dijo que aún sentía ese momento y esa sensación, y que el arte, y en definitiva toda su trayectoria, era un intento de recuperar esa fusión con el mundo, ese ensimismamiento en la naturaleza, esa integración que borra los límites propios y la propia conciencia.
Eso explica todo su afán disperso, sus variadas actividades, sus instalaciones, sus displays, su arquitectura y su pensamiento: El arte como necesidad de disolución del yo en lo otro.
Después puso en la pantalla la acuarela Casting 'A Rise', de Winslow Homer.
Y nos habló de su relación con la naturaleza, de la pesca, de que su madre pescó hasta muy mayor... Y de que en esta acuarela el pescador está lanzando el hilo (que da una sacudida como un latigazo en el centro del cuadro).
Nos dijo que uno lanza el hilo y espera a que un pez pique, y que entonces el pescador siente que hay otra vida al otro extremo del hilo, y se siente unido y comunicado con ella.
Un pescador en un extremo de la caña, y un pez al otro extremo. Una vibración de vida a cada lado, y una unión inefable.
Y nos dijo que sentía que el arte era justo eso: Lanzar la caña, lanzar la obra, lanzar las preguntas... esperando sentir lo que hay al otro lado. (También aquí el arte se ve como lo que sirve para unir el yo con lo otro).
Hay en esta visión un afán de trascendentalismo y de metafísica. El arte sirve para conocer la naturaleza y para interactuar con ella. Sirve para comprender el universo.
lunes, 29 de octubre de 2012
Pasión por la arquitectura
Como ya anuncié en este blog, la semana pasada, dentro de los actos de la V Semana de la Arquitectura, tuvo lugar el tradicional "Arquitectos 30", en el que intervine.
"Actuó" primero el estudio de arquitectura y diseño Despacho Coupé, que nos mostró sus obras. Constaté una vez más que la arquitectura se hace gratis. Es decir: que el trabajo que se pone en ello, las horas y horas que se emplean en perfeccionar el meticuloso diseño, no tienen nada que ver con la envergadura del encargo ni con los honorarios que se perciben por ello. Uno se envicia a trabajar y no repara en nada más.
Después me tocó a mí, y conté casi exactamente lo que ya dije el otro día, mostrando la foto de los tres lectores en medio del desastre y hablando de la pasión por la arquitectura. Aunque dije lo mismo que ya había escrito en el blog no me sentí repetitivo ni cansino, sino que disfruté de la sensación de hablar con pasión y de la de ser escuchado también con pasión. Sentí que había comunicación, y que un tema en principio tan triste (qué estamos haciendo en medio de este páramo) servía para proclamar nuestra emoción. Me sentí muy bien, y, sin ánimo de presumir, el público también se sintió muy a gusto conmigo. (Lo veía en sus caras, y luego me lo dijeron). No lo digo por presumir (bueno, quizá, tal vez un poquitín), sino porque siento que estamos muy unidos en esto, y que nos entendemos muy bien.
Luego habló Emilio Sánchez Bonilla, que mostró algunas de sus obras y proyectos y también habló del ser arquitecto y del oficio de la arquitectura.
Los últimos en hablar fueron dos miembros de n'UNDO, que propusieron otra manera de hacer arquitectura, a base de reutilizar lo ya construido, y de minimizar o incluso desmantelar lo construido inútil, excesivo o mal planteado. El problema no es si tal edificio es bonito, sino si es necesario. Ni que decir tiene que con la que tenemos encima su planteamiento provocativo y lúcido nos interesó a todos.
Al terminar las exposiciones de los ponentes surgió el debate entre todos los asistentes, y ocurrió de una manera muy natural y agradable. A la mesa que preside la sala habíamos ido saliendo por turno, y al terminar nos habíamos vuelto a sentar entre los asistentes, de manera que al comenzar el debate no había nadie "presidiendo" la reunión, sino que hablábamos de butaca en butaca, girándonos si hacía falta para vernos las caras. Esto parecerá una tontería, pero fue todo muy espontáneo y agradable. Los más cañeros, naturalmente, eran los n'UNDO, pero tampoco acapararon el protagonismo, y estuvo muy bien que dialogáramos totalmente desinhibidos sobre la arquitectura con puntos de vista muy diferentes, pero que sintonizaban.
Lo que decía el otro día: Ahora que no tenemos arquitectura que llevarnos a la boca, llenémonos la boca con ella.
Va a haber más charlas, más citas, más reuniones. Me preguntaron si me apetecería colaborar. Eso ni se pregunta: Yo me apunto a un bombardeo.
"Actuó" primero el estudio de arquitectura y diseño Despacho Coupé, que nos mostró sus obras. Constaté una vez más que la arquitectura se hace gratis. Es decir: que el trabajo que se pone en ello, las horas y horas que se emplean en perfeccionar el meticuloso diseño, no tienen nada que ver con la envergadura del encargo ni con los honorarios que se perciben por ello. Uno se envicia a trabajar y no repara en nada más.
Después me tocó a mí, y conté casi exactamente lo que ya dije el otro día, mostrando la foto de los tres lectores en medio del desastre y hablando de la pasión por la arquitectura. Aunque dije lo mismo que ya había escrito en el blog no me sentí repetitivo ni cansino, sino que disfruté de la sensación de hablar con pasión y de la de ser escuchado también con pasión. Sentí que había comunicación, y que un tema en principio tan triste (qué estamos haciendo en medio de este páramo) servía para proclamar nuestra emoción. Me sentí muy bien, y, sin ánimo de presumir, el público también se sintió muy a gusto conmigo. (Lo veía en sus caras, y luego me lo dijeron). No lo digo por presumir (bueno, quizá, tal vez un poquitín), sino porque siento que estamos muy unidos en esto, y que nos entendemos muy bien.
Luego habló Emilio Sánchez Bonilla, que mostró algunas de sus obras y proyectos y también habló del ser arquitecto y del oficio de la arquitectura.
Los últimos en hablar fueron dos miembros de n'UNDO, que propusieron otra manera de hacer arquitectura, a base de reutilizar lo ya construido, y de minimizar o incluso desmantelar lo construido inútil, excesivo o mal planteado. El problema no es si tal edificio es bonito, sino si es necesario. Ni que decir tiene que con la que tenemos encima su planteamiento provocativo y lúcido nos interesó a todos.
Al terminar las exposiciones de los ponentes surgió el debate entre todos los asistentes, y ocurrió de una manera muy natural y agradable. A la mesa que preside la sala habíamos ido saliendo por turno, y al terminar nos habíamos vuelto a sentar entre los asistentes, de manera que al comenzar el debate no había nadie "presidiendo" la reunión, sino que hablábamos de butaca en butaca, girándonos si hacía falta para vernos las caras. Esto parecerá una tontería, pero fue todo muy espontáneo y agradable. Los más cañeros, naturalmente, eran los n'UNDO, pero tampoco acapararon el protagonismo, y estuvo muy bien que dialogáramos totalmente desinhibidos sobre la arquitectura con puntos de vista muy diferentes, pero que sintonizaban.
Lo que decía el otro día: Ahora que no tenemos arquitectura que llevarnos a la boca, llenémonos la boca con ella.
Va a haber más charlas, más citas, más reuniones. Me preguntaron si me apetecería colaborar. Eso ni se pregunta: Yo me apunto a un bombardeo.
domingo, 21 de octubre de 2012
Premio Dardos
Este blog mío no hace más que darme alegrías, y la última ha sido la de recibir el Premio Dardos.
Este premio reconoce la dedicación, la creatividad y el esfuerzo de mantener un blog. (No se lo digáis a nadie, no sea que me lo quiten, pero para mí no supone ningún esfuerzo. Es, por el contrario, una necesidad y un verdadero placer y privilegio ponerme a contar mis chorradas y teneros a vosotros. Muchas gracias; y guardadme el secreto).
Este premio lo conceden compañeros blogueros, y eso es aún más emocionante. Personas a las que no conozco "desvirtualmente" (o sea, en el "mundo 1.0"), pero que en el "mundo 2.0" se han convertido en grandes amigos y maestros míos.
Les agradezco sincera y muy afectuosamente a (por orden alfabético):
Acafeole (dígase o escríbase también A café olé, acafeolé o Elena Acafeolé). Mi guía en muchos de los recovecos tan inciertos para mí de este mundo virtual. Activísima en twitter, siempre positiva, y con un blog muy poético, muy bien escrito y muy inteligente. Hay que leerlo y seguirlo.
CCAD Blog del arquitecto Daniel Moyano. Un blog muy profesional, muy lúcido y muy activo, al que hay que seguir y del que siempre se aprende.
DG Arquitecto Valencia Blog del arquitecto Daniel González López, un profesional en la brega diaria y enamorado de la arquitectura. Un blog que va de lo más cotidiano, práctico y a ras de suelo hasta lo más sublime y emocionante. Con los pies en el suelo, pero con la mirada en las estrellas.
Al aceptar el premio tengo que hacer tres cosas:
1.- Poner el logo del premio. (Lo he hecho, lo primero de todo, y con mucho gusto).
2.- Agradecer a quienes me han elegido. (Lo acabo de hacer, pero no porque fuera obligatorio, sino por puro placer y elemental gratitud).
3.- Y lo peor: Elegir a quién doy mis Premios Dardo (y no porque no sea un verdadero placer mencionar a quienes menciono, sino por los que me dejo).
viernes, 12 de octubre de 2012
En medio del desastre
El próximo lunes 22 de octubre, entre las seis y las nueve de la tarde-noche, se celebra un acto en la Demarcación de Toledo del COACM. Se titula Arquitectos 30-30 e intervengo yo, con otros compañeros.
Sí. Es ya una tradición en Toledo que jóvenes arquitectos cuenten sus experiencias. Lo de 30-30 en principio quería decir que arquitectos de hasta 30 años hablaran durante 30 minutos. A pesar de todo, parece ser que lo de la edad no es imprescindible, y me han dejado entrar. Por otra parte los logos ya estaban hechos y además "Arquitectos 52-30" no quedaba bien. Así que paso como joven arquitecto, ya veis. Me estoy tiñendo el pelo y poniéndome botox, pero lo mejor va a ser que se presente mi hijo Diego por mí. Tenemos diez días para ensayar la charla.
Se trata de hablar, ya sea para mostrar alguna obra reciente o, sobre todo en estos tiempos, contar experiencias alternativas que puedan servir de guía o de reflexión para otros compañeros.
Yo voy a hablar de este blog. (Bueno, y de más cosas, pero en relación con esto).
Me dijeron que estupendo, que era muy interesante que les explicara a mis compañeros mis experiencias en el mundo 2.0: Cómo va la cosa en Facebook, en Linkedin, en Twitter... Cómo hacerse un blog, una página web... Todo encaminado a que un posible cliente nos localice y nos conozca. Todo encaminado a crearnos una imagen pública y a "posicionarnos" (mátame, camión) en la red.
Es un tema muy interesante, pero no es mi tema.
Tengo blog, tengo perfil en Twitter, en Facebook y en Linkedin, y todo ello es solo para dar la brasa y ser un bocazas. No me sirve para nada práctico (para que me encarguen un proyecto o me contrate una empresa), sino solo para algo práctico (para no morirme, para poder sentir algún respeto por mí mismo, para reírme y para ser persona).
No puedo seguir hablando de esto sin poner antes una foto:
Está tomada en la Holland House de Londres en septiembre de 1940, el día siguiente a un bombardeo de la Luftwaffe.
Esas tres personas no están rapiñando libros. (A lo mejor al final se llevaron alguno a casa. Yo lo habría hecho, aunque solo fuera para salvarlos). No están poseídos por el espíritu de la guerra, del sálvese quien pueda. No. Son lectores. Son ciudadanos cívicos (valga la redundancia). Al menos durante esos minutos no están en la guerra, sino en el mundo civilizado de la cultura. El del fondo tiene un libro en las manos y lo lee con atención, otro está pasando el dedo por los lomos de varios, tal vez a punto de sacar uno, y el de la derecha aún está explorando los títulos. Están en paz, en absoluta paz.
No sucumben al pánico ni al latrocinio. Están en una actitud inconcebible en ese ambiente, y por eso la foto es tan impresionante.
Así me siento yo con este blog.
Sí. Es ya una tradición en Toledo que jóvenes arquitectos cuenten sus experiencias. Lo de 30-30 en principio quería decir que arquitectos de hasta 30 años hablaran durante 30 minutos. A pesar de todo, parece ser que lo de la edad no es imprescindible, y me han dejado entrar. Por otra parte los logos ya estaban hechos y además "Arquitectos 52-30" no quedaba bien. Así que paso como joven arquitecto, ya veis. Me estoy tiñendo el pelo y poniéndome botox, pero lo mejor va a ser que se presente mi hijo Diego por mí. Tenemos diez días para ensayar la charla.
Se trata de hablar, ya sea para mostrar alguna obra reciente o, sobre todo en estos tiempos, contar experiencias alternativas que puedan servir de guía o de reflexión para otros compañeros.
Yo voy a hablar de este blog. (Bueno, y de más cosas, pero en relación con esto).
Me dijeron que estupendo, que era muy interesante que les explicara a mis compañeros mis experiencias en el mundo 2.0: Cómo va la cosa en Facebook, en Linkedin, en Twitter... Cómo hacerse un blog, una página web... Todo encaminado a que un posible cliente nos localice y nos conozca. Todo encaminado a crearnos una imagen pública y a "posicionarnos" (mátame, camión) en la red.
Es un tema muy interesante, pero no es mi tema.
Tengo blog, tengo perfil en Twitter, en Facebook y en Linkedin, y todo ello es solo para dar la brasa y ser un bocazas. No me sirve para nada práctico (para que me encarguen un proyecto o me contrate una empresa), sino solo para algo práctico (para no morirme, para poder sentir algún respeto por mí mismo, para reírme y para ser persona).
No puedo seguir hablando de esto sin poner antes una foto:
Está tomada en la Holland House de Londres en septiembre de 1940, el día siguiente a un bombardeo de la Luftwaffe.
Esas tres personas no están rapiñando libros. (A lo mejor al final se llevaron alguno a casa. Yo lo habría hecho, aunque solo fuera para salvarlos). No están poseídos por el espíritu de la guerra, del sálvese quien pueda. No. Son lectores. Son ciudadanos cívicos (valga la redundancia). Al menos durante esos minutos no están en la guerra, sino en el mundo civilizado de la cultura. El del fondo tiene un libro en las manos y lo lee con atención, otro está pasando el dedo por los lomos de varios, tal vez a punto de sacar uno, y el de la derecha aún está explorando los títulos. Están en paz, en absoluta paz.
No sucumben al pánico ni al latrocinio. Están en una actitud inconcebible en ese ambiente, y por eso la foto es tan impresionante.
Así me siento yo con este blog.
miércoles, 10 de octubre de 2012
Una casa de Frank Lloyd Raíz
¿Os suena esta casa?
Sale en una película muy famosa.
Vamos a verla más de cerca (de todas formas, si clicáis las imágenes las veréis más grandes):
Creo que sí, que ya la habréis reconocido.
Sale en una película que se iba a llamar El Hombre en la Nariz de Lincoln. De verdad. Lo juro. (Sí, vuelvo a hablar de otra película con Lincoln en el título). Durante el rodaje tenía un título en borrador, un título falso, de mentira, que no gustaba a nadie: North by Northwest. Al final se quedó con ese. En España se tituló Con la Muerte en los Talones.
La primera vez que la vi (soy tan mayor que la vi en un cine; en un cine de pueblo al que llegaban las películas con años de retraso, pero aun así) no me gustó. No me pareció nada creíble (y no lo es en absoluto) y, sobre todo, siempre me han repateado los malos de Tintin, que le atrapan, se lo llevan a una casa, le atan a una silla, dejan un grifo goteando y se van, dejándole solo, con la estúpida pretensión de que la gota vaya haciendo subir muy lentamente el nivel de un vaso, que cuando llegue a cierto punto hará caer una vela, que quemará una cuerda que... que al final Tintin se escapa. Tío, pégale cuatro tiros y ya está. Pasa exactamente lo mismo en la primera de Indiana Jones, cuando le agarran y le meten en el foso de las serpientes, y le dejan que se apañe. Pues se apaña. Claro que se apaña. ¿Por qué no le habéis metido cuatro tiros, so tontos?
No me gusta que los malos sean tan estúpidos, y lo de la avioneta sobre el maizal es de escándalo. ¿Queréis saber qué habría hecho yo con Cary Grant desde la avioneta? Y muchas otras cosas. Una cadena de despropósitos.
Pero volví a verla, y volví a verla, y volví a verla, y cada vez me gusta más. El cine crea iconos y mitos, y lo de la avioneta sobre el maizal es las dos cosas. (¿Qué serie de dibujos animados no la ha parodiado? Esa es la prueba de que la escena ha entrado en el imaginario colectivo).
Y esta película no tiene solo esa escena. Tiene muchísimas. (Por ejemplo, me entusiasma la subasta, con las pujas disparatadas de Cary Grant).
Bueno, me he ido completamente de lo que quería contar. Y no quiero suprimir esta digresión (lo que comenté el otro día sobre quitar lo que sobra. ¿Quién se atreve? Yo no puedo).
Retomemos el hilo: La casa tiene un aire wrightiano muy claro. Pero conozco bien la obra de Frank Lloyd Wright y esta casa no me suena. (¿Y a vosotros?).
Podría ser obra de cualquier arquitecto wrightiano: tanto de los alegres muchachos de Taliesin como de algún ex discípulo independizado de la comunidad pero siempre dependiente del estilo.
¿Está la vivienda en el Monte Rushmore, como aparece en la película? ¿Su arquitecto es realmente Frank Lloyd Wright? ¿Hacemos una quedada para ir a verla?
Pues va a ser que no. La casa no está ni en el Monte Rushmore ni en ningún sitio porque nunca existió. No es una obra de Frank Lloyd Wright, sino de Frank Lloyd Raíz.
A lo largo de toda la película salen unos cuantos ambientes arquitectónicos muy representativos y muy "vistosos". De alguna forma sirven para caracterizar a los sofisticados personajes, y están elegidos con mimo y mucha intención. La guinda de todos ellos tenía que ser la casa del malo.
Sale en una película muy famosa.
Vamos a verla más de cerca (de todas formas, si clicáis las imágenes las veréis más grandes):
Creo que sí, que ya la habréis reconocido.
Sale en una película que se iba a llamar El Hombre en la Nariz de Lincoln. De verdad. Lo juro. (Sí, vuelvo a hablar de otra película con Lincoln en el título). Durante el rodaje tenía un título en borrador, un título falso, de mentira, que no gustaba a nadie: North by Northwest. Al final se quedó con ese. En España se tituló Con la Muerte en los Talones.
La primera vez que la vi (soy tan mayor que la vi en un cine; en un cine de pueblo al que llegaban las películas con años de retraso, pero aun así) no me gustó. No me pareció nada creíble (y no lo es en absoluto) y, sobre todo, siempre me han repateado los malos de Tintin, que le atrapan, se lo llevan a una casa, le atan a una silla, dejan un grifo goteando y se van, dejándole solo, con la estúpida pretensión de que la gota vaya haciendo subir muy lentamente el nivel de un vaso, que cuando llegue a cierto punto hará caer una vela, que quemará una cuerda que... que al final Tintin se escapa. Tío, pégale cuatro tiros y ya está. Pasa exactamente lo mismo en la primera de Indiana Jones, cuando le agarran y le meten en el foso de las serpientes, y le dejan que se apañe. Pues se apaña. Claro que se apaña. ¿Por qué no le habéis metido cuatro tiros, so tontos?
No me gusta que los malos sean tan estúpidos, y lo de la avioneta sobre el maizal es de escándalo. ¿Queréis saber qué habría hecho yo con Cary Grant desde la avioneta? Y muchas otras cosas. Una cadena de despropósitos.
Pero volví a verla, y volví a verla, y volví a verla, y cada vez me gusta más. El cine crea iconos y mitos, y lo de la avioneta sobre el maizal es las dos cosas. (¿Qué serie de dibujos animados no la ha parodiado? Esa es la prueba de que la escena ha entrado en el imaginario colectivo).
Y esta película no tiene solo esa escena. Tiene muchísimas. (Por ejemplo, me entusiasma la subasta, con las pujas disparatadas de Cary Grant).
Bueno, me he ido completamente de lo que quería contar. Y no quiero suprimir esta digresión (lo que comenté el otro día sobre quitar lo que sobra. ¿Quién se atreve? Yo no puedo).
Retomemos el hilo: La casa tiene un aire wrightiano muy claro. Pero conozco bien la obra de Frank Lloyd Wright y esta casa no me suena. (¿Y a vosotros?).
Podría ser obra de cualquier arquitecto wrightiano: tanto de los alegres muchachos de Taliesin como de algún ex discípulo independizado de la comunidad pero siempre dependiente del estilo.
¿Está la vivienda en el Monte Rushmore, como aparece en la película? ¿Su arquitecto es realmente Frank Lloyd Wright? ¿Hacemos una quedada para ir a verla?
Pues va a ser que no. La casa no está ni en el Monte Rushmore ni en ningún sitio porque nunca existió. No es una obra de Frank Lloyd Wright, sino de Frank Lloyd Raíz.
Captura de pantalla de la serie de televisión Mad Men
facilitada por la eximia twittera @unbreakmypants
(Seguidla. Es un buen consejo que me agradeceréis)
Loor al subtitulador, y al corrector automático, que ha puesto hasta la tilde.
(La línea anterior es fruto de mi ignorancia, como de costumbre.
No la suprimo para que quede ahí, para mi oprobio.
Leed, por favor, el comentario de Adrián García Buey).
Loor al subtitulador, y al corrector automático, que ha puesto hasta la tilde.
(La línea anterior es fruto de mi ignorancia, como de costumbre.
No la suprimo para que quede ahí, para mi oprobio.
Leed, por favor, el comentario de Adrián García Buey).
A lo largo de toda la película salen unos cuantos ambientes arquitectónicos muy representativos y muy "vistosos". De alguna forma sirven para caracterizar a los sofisticados personajes, y están elegidos con mimo y mucha intención. La guinda de todos ellos tenía que ser la casa del malo.
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domingo, 7 de octubre de 2012
La choricera de Segovia
Hace poco dediqué una entrada de este blog a Curro Inza, y apenas mencioné su obra maestra. Lo hice voluntariamente para poder dedicarle una entrada a ella sola, que se la merece.
Se trata de la Fábrica de Embutidos Postigo, El Acueducto, Campofrío... Ha tenido muchos nombres, según han ido vendiéndose o absorbiéndose las empresas cárnicas que la explotaban, pero en Segovia todo el mundo la ha conocido siempre como "La Choricera", y así prefiero llamarla yo aquí.
Tras problemas económicos cada vez más serios, fue cerrada finalmente en 2009. Por otra parte, leo que se la pretende proteger y honrar como merece. No sé en qué situación se hallará ahora mismo. Ojalá, incluso con esta horrible crisis que padecemos, sea capaz de resurgir.
El proyecto es de 1963. Lo hicieron Inza y Heliodoro Dols, arquitecto a quien, confieso, no conocía, y cuyo enlace apresurado acabo de poner. (Prometo estudiar sus obras con atención). Al parecer, en la dirección de la obra no estuvo Dols. La obra se terminó en 1966. Está a la entrada de Segovia, a la izquierda viniendo desde San Rafael.
Lo conté la otra vez, pero lo repito. Yo nunca había oído hablar de Curro Inza, y fue en un documental de la 2 (los famosos documentales de la 2) donde vi la cubierta ondulada, exagerada, dispartada del edificio y pensé que había visto pocos más feos en mi vida, pero no podía cambiar de canal ni apartar la vista de todo aquello. Era fascinante.
La garita del vigilante de la entrada, el vestíbulo, la escalera... Todo tan desproporcionado, tan cabezón, tan fuerte, tan tremendo. Ese raro gusto expresionista, qué sé yo: expresionista castellano, orgánico-brutalista. Lo que queráis. Como una imagen de ciencia ficción dura y terrible. Seca, desasosegadora, árida.
Inza y Dols son absolutamente funcionalistas en sus explicaciones de por qué hicieron las cosas así. O sea, escudan su expresionismo diciendo que no es (solo) un capricho, sino que todo responde a un programa (muy complejo) y a una utilidad.
Es cierto, pero ese programa y esas funciones no exigían obligatoriamente esas formas, en absoluto, sino que estas eran unas de tantas (de tantísimas) que podían servir. El caso, en resumen, es que sirven perfectamente, y que cuando un arquitecto responde correctamente a las solicitaciones funcionales hay que dejarle que se dé una alegría. Se la ha ganado.
(Toda la arquitectura, sea del estilo que sea y tenga los principios formales que tenga, tiene que resolver las funciones, y esta obra las resuelve. Así que misión cumplida. De hecho, los problemas que han desembocado en su cierre no han tenido nada que ver con su funcionamiento como edificación e instalación, que durante más de cuarenta años ha dado cumplida respuesta a lo que se le pidió. Fue ampliada una década después, pero la obra original siguió funcionando perfectamente).
Por ejemplo, la torre de seis plantas es el secadero de embutidos. Está orientada a los vientos dominantes y cumple todo lo que tenía que cumplir. ¿Pero tenía que ser así?
Se trata de la Fábrica de Embutidos Postigo, El Acueducto, Campofrío... Ha tenido muchos nombres, según han ido vendiéndose o absorbiéndose las empresas cárnicas que la explotaban, pero en Segovia todo el mundo la ha conocido siempre como "La Choricera", y así prefiero llamarla yo aquí.
Tras problemas económicos cada vez más serios, fue cerrada finalmente en 2009. Por otra parte, leo que se la pretende proteger y honrar como merece. No sé en qué situación se hallará ahora mismo. Ojalá, incluso con esta horrible crisis que padecemos, sea capaz de resurgir.
El proyecto es de 1963. Lo hicieron Inza y Heliodoro Dols, arquitecto a quien, confieso, no conocía, y cuyo enlace apresurado acabo de poner. (Prometo estudiar sus obras con atención). Al parecer, en la dirección de la obra no estuvo Dols. La obra se terminó en 1966. Está a la entrada de Segovia, a la izquierda viniendo desde San Rafael.
Lo conté la otra vez, pero lo repito. Yo nunca había oído hablar de Curro Inza, y fue en un documental de la 2 (los famosos documentales de la 2) donde vi la cubierta ondulada, exagerada, dispartada del edificio y pensé que había visto pocos más feos en mi vida, pero no podía cambiar de canal ni apartar la vista de todo aquello. Era fascinante.
La garita del vigilante de la entrada, el vestíbulo, la escalera... Todo tan desproporcionado, tan cabezón, tan fuerte, tan tremendo. Ese raro gusto expresionista, qué sé yo: expresionista castellano, orgánico-brutalista. Lo que queráis. Como una imagen de ciencia ficción dura y terrible. Seca, desasosegadora, árida.
Es cierto, pero ese programa y esas funciones no exigían obligatoriamente esas formas, en absoluto, sino que estas eran unas de tantas (de tantísimas) que podían servir. El caso, en resumen, es que sirven perfectamente, y que cuando un arquitecto responde correctamente a las solicitaciones funcionales hay que dejarle que se dé una alegría. Se la ha ganado.
(Toda la arquitectura, sea del estilo que sea y tenga los principios formales que tenga, tiene que resolver las funciones, y esta obra las resuelve. Así que misión cumplida. De hecho, los problemas que han desembocado en su cierre no han tenido nada que ver con su funcionamiento como edificación e instalación, que durante más de cuarenta años ha dado cumplida respuesta a lo que se le pidió. Fue ampliada una década después, pero la obra original siguió funcionando perfectamente).
Por ejemplo, la torre de seis plantas es el secadero de embutidos. Está orientada a los vientos dominantes y cumple todo lo que tenía que cumplir. ¿Pero tenía que ser así?
sábado, 29 de septiembre de 2012
Quitar para ganar: ¿Quién se atreve?
Billy Wilder contaba que para la escena final de la película Perdición (Double Indemnity, 1944) construyeron una réplica exacta de la cámara de gas de la prisión de San Quintín (una cámara de gas histórica: la primera de los Estados Unidos). No habían obtenido permiso para filmar en la auténtica, así que tuvieron que copiarla en el estudio chapa por chapa y remache por remache, sin reparar en gastos.
La escena era muy buena: El asesino (pero aun así digno de lástima y de comprensión, y casi de simpatía), encarnado magistralmente por Fred MacMurray, a punto de ser ejecutado, mira a su amigo y compañero Edward G. Robinson, que le ha descubierto y entregado, y que está al otro lado, al lado de la ley, al lado de los buenos (pero nos cae peor).
Las dos miradas lo dicen todo: Mac Murray muestra arrepentimiento, respeto y, a pesar de todo, cariño por su amigo. Robinson, incorruptible, tenaz y férreo, le mira con ojos duros, y con esa boca fina y horizontal, de pez feroz, incluso cruel. Las dos miradas de despedida cierran la película. Fin.
(Ah, ¿que no habéis visto la película? ¿En qué estáis pensando? Corred, insensatos. Meteos entre los ojos y las orejas esa barbaridad de película, esa maravilla que -aunque lo pueda parecer- no os he destripado).
Cuando, una vez montada, Billy Wilder la vio, se dio cuenta de que esa escena magnífica no aportaba nada a la historia, y la suprimió. Se habían gastado un dineral en ella, y además, como he dicho, estaba magistralmente interpretada y realizada. Era estupenda y transmitía una intensa emoción.
Pero en realidad ya había quedado todo claro con la confesión del asesino (sigo sin destripar nada). Ya estaba todo dicho. No había que añadir nada más. Qué risa, con el dinero que se habían gastado los productores, con el talento que habían demostrado todos, desde los decoradores a los actores. (Los productores se aguantaron porque Billy Wilder era una fuente inagotable de beneficios, y confiaban en su instinto para contar historias y, por lo tanto, para llenarles a ellos la caja).
Estoy de acuerdo con Billy Wilder. He visto varias veces la película y nunca he echado nada de menos. No le falta nada o, lo que es lo mismo, si tuviera esa escena final le sobraría y sería peor película.
¿Y si yo hubiera hecho esa escena sería capaz de suprimirla? ¿No me daría mucha pena? Seguro que más de un director mataría por haberla filmado, y sin embargo el que la filmó la desechó.
Otro ejemplo:
Veamos este magnífico aguafuerte de Rembrandt:
Es un trabajo delicado, complejo, muy rico. (Clicad la imagen para verla más grande y apreciar sus detalles).
Sin embargo, Rembrandt no estaba satisfecho y siguió trabajando la plancha. Buscaba el efecto de luz que ya se muestra desde el principio, pero quería acusarlo, exacerbarlo. Quería reflejar ese estado terrible y lleno de desesperación que describen los evangelios, con las tinieblas adueñándose de todo y el cielo abriéndose literalmente. Hizo varios cambios. Puso y quitó personajes y lo dejó estar,
Pero años después volvió furiosamente sobre la plancha y dejó la estampa así:
Cámara de gas de la prisión de San Quintín. La auténtica
La escena era muy buena: El asesino (pero aun así digno de lástima y de comprensión, y casi de simpatía), encarnado magistralmente por Fred MacMurray, a punto de ser ejecutado, mira a su amigo y compañero Edward G. Robinson, que le ha descubierto y entregado, y que está al otro lado, al lado de la ley, al lado de los buenos (pero nos cae peor).
Las dos miradas lo dicen todo: Mac Murray muestra arrepentimiento, respeto y, a pesar de todo, cariño por su amigo. Robinson, incorruptible, tenaz y férreo, le mira con ojos duros, y con esa boca fina y horizontal, de pez feroz, incluso cruel. Las dos miradas de despedida cierran la película. Fin.
(Ah, ¿que no habéis visto la película? ¿En qué estáis pensando? Corred, insensatos. Meteos entre los ojos y las orejas esa barbaridad de película, esa maravilla que -aunque lo pueda parecer- no os he destripado).
Escena de Perdición (Double Indemnity) suprimida por Billy Wilder
Cuando, una vez montada, Billy Wilder la vio, se dio cuenta de que esa escena magnífica no aportaba nada a la historia, y la suprimió. Se habían gastado un dineral en ella, y además, como he dicho, estaba magistralmente interpretada y realizada. Era estupenda y transmitía una intensa emoción.
Pero en realidad ya había quedado todo claro con la confesión del asesino (sigo sin destripar nada). Ya estaba todo dicho. No había que añadir nada más. Qué risa, con el dinero que se habían gastado los productores, con el talento que habían demostrado todos, desde los decoradores a los actores. (Los productores se aguantaron porque Billy Wilder era una fuente inagotable de beneficios, y confiaban en su instinto para contar historias y, por lo tanto, para llenarles a ellos la caja).
Estoy de acuerdo con Billy Wilder. He visto varias veces la película y nunca he echado nada de menos. No le falta nada o, lo que es lo mismo, si tuviera esa escena final le sobraría y sería peor película.
¿Y si yo hubiera hecho esa escena sería capaz de suprimirla? ¿No me daría mucha pena? Seguro que más de un director mataría por haberla filmado, y sin embargo el que la filmó la desechó.
Otro ejemplo:
Veamos este magnífico aguafuerte de Rembrandt:
Rembrandt. Las tres cruces. Estado I
Es un trabajo delicado, complejo, muy rico. (Clicad la imagen para verla más grande y apreciar sus detalles).
Sin embargo, Rembrandt no estaba satisfecho y siguió trabajando la plancha. Buscaba el efecto de luz que ya se muestra desde el principio, pero quería acusarlo, exacerbarlo. Quería reflejar ese estado terrible y lleno de desesperación que describen los evangelios, con las tinieblas adueñándose de todo y el cielo abriéndose literalmente. Hizo varios cambios. Puso y quitó personajes y lo dejó estar,
Pero años después volvió furiosamente sobre la plancha y dejó la estampa así:
Rembrandt. Las tres cruces. Estado IV
jueves, 20 de septiembre de 2012
Arquitectos e Ingenieros (¿Prometheus y Alien?)
El otro día vi esta foto en la página de Vaumm en Facebook:
Y me quedé pasmado. Lo primero que se me ocurrió fue: "Arquitectos, arquitectos, ¡qué listos nos creemos, y naufragamos ante un grifo!" "Toma ya". "A ver si aprendemos".
Y pensé en la eterna polémica entre nosotros y los ingenieros.
Los arquitectos solemos dejar los problemas a medio resolver, casi siempre porque los planteamos mal, mientras que estos avionacos son perfectos. En su diseño no hay un solo error.
Nuestro problema es que los arquitectos podemos diseñar hoy una plaza de toros, sin haber hecho antes ninguna y sin tener ni idea de qué necesita, y cuando ya empezamos a conocer el tema nos toca hacer un cine. Y así no se puede. Siempre estamos debutando.
En este mundo superespecializado el arquitecto sigue siendo un "humanista"; es decir, un aprendiz de todo y un maestro de nada, y no puede competir con ningún experto. Mientras que un ingeniero lleva toda su vida estudiando e intentando perfeccionar los flaps ante las entradas en pérdida, un arquitecto se plantearía qué es un avión, cómo puede volar, qué sentido tiene el vuelo, etc, y todo lo más hará un disparatado dibujo a lo Leonardo da Vinci (uno de los mayores artistas de la historia, y probablemente el peor inventor), y diría alborozado: "¡Mira, se me acaba de ocurrir! Es un helicoide para trepar por el aire. ¿Lo quieres probar?" "¿Quién, yooooo? Ni harto de vino. Ni loco de la cabeza".
Sí, amigos, así somos los arquitectos. Siempre queriendo inventar la pólvora sin saber ni cómo es exactamente una explosión.
Claro, que también estoy harto de ver proyectos de naves industriales por ingenieros. (Hacen tres rayitas paralelas inclinadas en cada ventana porque, según ellos, eso representa el vidrio. Y cosas así. A veces uno diría que les da igual ocho que ochenta).
Estoy generalizando. Lo sé. Y voy a estropearlo aún más con una comparación.
Y me quedé pasmado. Lo primero que se me ocurrió fue: "Arquitectos, arquitectos, ¡qué listos nos creemos, y naufragamos ante un grifo!" "Toma ya". "A ver si aprendemos".
Y pensé en la eterna polémica entre nosotros y los ingenieros.
Los arquitectos solemos dejar los problemas a medio resolver, casi siempre porque los planteamos mal, mientras que estos avionacos son perfectos. En su diseño no hay un solo error.
Nuestro problema es que los arquitectos podemos diseñar hoy una plaza de toros, sin haber hecho antes ninguna y sin tener ni idea de qué necesita, y cuando ya empezamos a conocer el tema nos toca hacer un cine. Y así no se puede. Siempre estamos debutando.
En este mundo superespecializado el arquitecto sigue siendo un "humanista"; es decir, un aprendiz de todo y un maestro de nada, y no puede competir con ningún experto. Mientras que un ingeniero lleva toda su vida estudiando e intentando perfeccionar los flaps ante las entradas en pérdida, un arquitecto se plantearía qué es un avión, cómo puede volar, qué sentido tiene el vuelo, etc, y todo lo más hará un disparatado dibujo a lo Leonardo da Vinci (uno de los mayores artistas de la historia, y probablemente el peor inventor), y diría alborozado: "¡Mira, se me acaba de ocurrir! Es un helicoide para trepar por el aire. ¿Lo quieres probar?" "¿Quién, yooooo? Ni harto de vino. Ni loco de la cabeza".
Sí, amigos, así somos los arquitectos. Siempre queriendo inventar la pólvora sin saber ni cómo es exactamente una explosión.
Claro, que también estoy harto de ver proyectos de naves industriales por ingenieros. (Hacen tres rayitas paralelas inclinadas en cada ventana porque, según ellos, eso representa el vidrio. Y cosas así. A veces uno diría que les da igual ocho que ochenta).
Estoy generalizando. Lo sé. Y voy a estropearlo aún más con una comparación.
lunes, 10 de septiembre de 2012
Cine idiota, mundo idiota
Por fin vi Prometheus. Sí. Me lo habían advertido. Lo sabía. Pero al fin fui a verla. "Es una mera sucesión muy pretenciosa de videoclips". "Pues bueno. Al menos veremos imágenes impactantes. Total, por nueve veinte que cuesta la entrada..."
Pues sí, Prometheus es eso. Se presenta como un precedente parcial de Alien, y la comparación es inevitable.
Prometo una futura entrada en mi blog sobre el tema, porque es muy aleccionador constatar cómo se puede mejorar una obra maestra hasta convertirla en un excremento. (Iba a poner "caca", pero después de bajar 17 puestos en el ranking de blogs acabo de subir dos, y no es cosa de volver a estropearlo). Creo que podemos hacer un elemental paralelismo entre Alien/Prometheus e Ingenieros/Arquitectos, en favor de los primeros, y también a cuento de que los arquitectos deberíamos morirnos todos de una vez y sin hacer mucho ruido (que es lo que parece que se impone), porque no servimos a nadie para nada.
Iré a ello otro día, espero que pronto. Era lo que pensaba hacer ahora, pero no puedo.
No puedo hacer lo que quería porque, antes de inocularnos el pretencioso bodrio, nos han proyectado unos cuantos trailers de lo que se nos viene encima, que es como una especie de advertencia para los idiotas que aún pretendemos ir al cine de vez en cuando en vez de quedarnos en casa viendo por enésima vez nuestras amadas películas de siempre.
(¿Paramount lleva quince días poniendo los tres padrinos seguidos y tú vienes al cine? Pues toma).
De entre los trailers, uno: Abraham Lincoln, el célebre y querido presidente a quien, por cierto, gracias al cine, hemos apreciado todos los humanos, fue, antes y por encima de presidente de los Estados Unidos de América, un cazador de vampiros. Sí. ¿Cómo te quedas?
Tiene un hacha, y en unos mareantes planos picados-contrapicados (pim-pam-pim-pam) como para que Eisenstein y Hitchcock se arrepientan de haber nacido, le echa un ungüento. Al parecer ese ungüento sirve para que el hacha sea eficaz contra los vampiros. En el tráiler no queda claro.
En una sucesión de planos feroces, mareantes, terroríficos, vemos al que creíamos pacífico caballero asestar tales golpes a los vampiros que uno se pone instintivamente a favor de ellos. Pobrecillos.
Es un Lincoln joven, muy anterior al inicio de su carrera política, que uno se pregunta para qué la inició; si es que a lo mejor los del Partido Demócrata eran todos vampiros, y él se vio obligado a liderar el Partido Republicano. Y seguramente los sudistas resultaron ser zombies o algo así. Esto no lo sé, y si para saberlo tengo que ver la película me temo que nunca lo sabré. Ni me entretendré en imaginarlo: No hay nada, por imbécil que se me pudiera ocurrir, que no se viera superado por la mente enferma de esta gentuza.
Yo estaba boquiabierto viendo el tráiler. No daba crédito. Miré un momento a mi mujer, y por la cara de compasión que me puso me di cuenta de que yo la debía de tener de desesperación y angustia. Me apretó cariñosamente el brazo y me eché a llorar.
Así que cuando empezó Prometheus yo ya ni sabía lo que veía.
El cine siempre ha buscado que la gente vaya. Todos los grandes que hoy veneramos eran, antes que nada, unos llenadores de salas de cine. Esa era su única misión. Y así sigue siendo. El cine de hoy quiere ofrecer algo que no se pueda ver bien en la pantalla de un ordenador, y por eso ya no solo se hacen efectos especiales para que choquen tres naves espaciales y te tiemble hasta el píloro, sino que si aparece un señor leyendo en el salón de su casa la cámara le agobia y nos agobia con zooms, travellings, vibraciones de cámara en hombro, etc, y el montaje nos lo muestra rápidamente de frente, de lado, de espaldas, etc.: y el sonido hace uuuaasssshhhh, porque sí, porque la mierdecilla de altavoces de tu ordenador no pueden reproducir ese efecto. El mero hecho de leer tranquilamente en casa es un festival espacio-temporal que nos marea.
Además, el cine, más que nunca, es solo para adolescentes. Y parece ser que eso significa coeficiente intelectual dos coma cuatro.
¿Quién fue Abraham Lincoln? ¡Qué más da! Pregúntale tú ahora a cualquier joven (lo sabe, no lo sabe) quién fue... quien sea. Qué más da. Nadie sabe nada y a nadie le importa.
Pues sí, Prometheus es eso. Se presenta como un precedente parcial de Alien, y la comparación es inevitable.
Prometo una futura entrada en mi blog sobre el tema, porque es muy aleccionador constatar cómo se puede mejorar una obra maestra hasta convertirla en un excremento. (Iba a poner "caca", pero después de bajar 17 puestos en el ranking de blogs acabo de subir dos, y no es cosa de volver a estropearlo). Creo que podemos hacer un elemental paralelismo entre Alien/Prometheus e Ingenieros/Arquitectos, en favor de los primeros, y también a cuento de que los arquitectos deberíamos morirnos todos de una vez y sin hacer mucho ruido (que es lo que parece que se impone), porque no servimos a nadie para nada.
Iré a ello otro día, espero que pronto. Era lo que pensaba hacer ahora, pero no puedo.
No puedo hacer lo que quería porque, antes de inocularnos el pretencioso bodrio, nos han proyectado unos cuantos trailers de lo que se nos viene encima, que es como una especie de advertencia para los idiotas que aún pretendemos ir al cine de vez en cuando en vez de quedarnos en casa viendo por enésima vez nuestras amadas películas de siempre.
(¿Paramount lleva quince días poniendo los tres padrinos seguidos y tú vienes al cine? Pues toma).
De entre los trailers, uno: Abraham Lincoln, el célebre y querido presidente a quien, por cierto, gracias al cine, hemos apreciado todos los humanos, fue, antes y por encima de presidente de los Estados Unidos de América, un cazador de vampiros. Sí. ¿Cómo te quedas?
Tiene un hacha, y en unos mareantes planos picados-contrapicados (pim-pam-pim-pam) como para que Eisenstein y Hitchcock se arrepientan de haber nacido, le echa un ungüento. Al parecer ese ungüento sirve para que el hacha sea eficaz contra los vampiros. En el tráiler no queda claro.
En una sucesión de planos feroces, mareantes, terroríficos, vemos al que creíamos pacífico caballero asestar tales golpes a los vampiros que uno se pone instintivamente a favor de ellos. Pobrecillos.
Es un Lincoln joven, muy anterior al inicio de su carrera política, que uno se pregunta para qué la inició; si es que a lo mejor los del Partido Demócrata eran todos vampiros, y él se vio obligado a liderar el Partido Republicano. Y seguramente los sudistas resultaron ser zombies o algo así. Esto no lo sé, y si para saberlo tengo que ver la película me temo que nunca lo sabré. Ni me entretendré en imaginarlo: No hay nada, por imbécil que se me pudiera ocurrir, que no se viera superado por la mente enferma de esta gentuza.
Yo estaba boquiabierto viendo el tráiler. No daba crédito. Miré un momento a mi mujer, y por la cara de compasión que me puso me di cuenta de que yo la debía de tener de desesperación y angustia. Me apretó cariñosamente el brazo y me eché a llorar.
Así que cuando empezó Prometheus yo ya ni sabía lo que veía.
El cine siempre ha buscado que la gente vaya. Todos los grandes que hoy veneramos eran, antes que nada, unos llenadores de salas de cine. Esa era su única misión. Y así sigue siendo. El cine de hoy quiere ofrecer algo que no se pueda ver bien en la pantalla de un ordenador, y por eso ya no solo se hacen efectos especiales para que choquen tres naves espaciales y te tiemble hasta el píloro, sino que si aparece un señor leyendo en el salón de su casa la cámara le agobia y nos agobia con zooms, travellings, vibraciones de cámara en hombro, etc, y el montaje nos lo muestra rápidamente de frente, de lado, de espaldas, etc.: y el sonido hace uuuaasssshhhh, porque sí, porque la mierdecilla de altavoces de tu ordenador no pueden reproducir ese efecto. El mero hecho de leer tranquilamente en casa es un festival espacio-temporal que nos marea.
Además, el cine, más que nunca, es solo para adolescentes. Y parece ser que eso significa coeficiente intelectual dos coma cuatro.
¿Quién fue Abraham Lincoln? ¡Qué más da! Pregúntale tú ahora a cualquier joven (lo sabe, no lo sabe) quién fue... quien sea. Qué más da. Nadie sabe nada y a nadie le importa.
jueves, 6 de septiembre de 2012
El mejor arquitecto es el arquitecto muerto.
Hoy está un poco agitado el twitter porque Esperanza Aguirre, la Presidente de la Comunidad de Madrid, en una visita a Valdequemada(*) se ha quedado sorprendida por el edificio del ayuntamiento.
-¿Esa cosa qué es?
El alcalde, baboso y viscoso, pelota hasta reptar, le contesta que "esa cosa" es el ayuntamiento, y añade -como escandalizándose del sindiós que es este caótico mundo- que tiene premios de arquitectura y todo. (Ya ves tú).
La cosa sigue, y la presidente acaba diciendo, como atribuyendo este chascarrillo a un allegado suyo que es muy burro, que odia a los arquitectos, y que habría que matarlos porque sus obras les sobreviven: El autor se muere y su cosa ahí se queda. Añade que menos mal que la crisis ha terminado con todo esto y ahora estamos parados.
El alcalde, servil ya hasta comerse el polvo de la calle, echa más leña al fuego: "Pues no ha visto lo que han hecho con la iglesia".
El ayuntamiento en cuestión es obra de unos grandes arquitectos, Paredes y Pedrosa. Y es lo que pasa con los buenos, que hacen una arquitectura poco asequible para los espíritus simples.
¿Qué tenemos los arquitectos? ¿Por qué nos gustan esas cosas que no le gustan a la gente? No lo sé. (O sí). A veces parece que vivimos en un mundo cerrado, que solo nos entendemos a nosotros mismos. No lo sé. (O sí).
Pero, por otra parte, tampoco es cosa de que nos tiremos piedras a nosotros mismos, ejercicio que nos gusta tanto. A lo mejor también tenemos que decir que hay gente especialmente bruta, y no solo por desearnos la muerte.
Esta señora fue Ministra de Cultura, y como tal presidió el jurado del concurso de la ampliación del Museo del Prado. El fallo, lamentable y vergonzoso, dejó el premio desierto y concedió dos primeros accesits, ex-aequo, al estudio madrileño de Alberto Martínez Castillo y Beatriz Matos Castaño y al suizo de Jean Pierre Durig y Philippe Rämi. Cuando le preguntaron por este fallo tan decepcionante, que dejaba el asunto sin resolver, Esperanza Aguirre pergeñó rápidamente la solución: Habría que hablar con ambos estudios para que se pusieran de acuerdo y, juntos, hicieran una solución intermedia entre sus dos propuestas.
Quien tal cosa dijo ni sabe lo que es la arquitectura ni lo que es el trabajo en equipo, ni lo que es el respeto por el trabajo ajeno.
Digamos, por caricaturizar, que uno planteara un rascacielos y el otro un edificio enterrado. ¿Cuál es la solución intermedia?
Yo sé cuáles son las soluciones arquitectónicas que quiere la dirigente de la Comunidad Autónoma de Madrid: Canecillos de madera, tejados de teja, relojes con agujas historiadas de forja, portones de madera con clavos cabezones de hierro, jabalcones de fundición, rosetones de piedra. Lo sé. Lo sé de sobra. Sé perfectamente cómo hacer un ayuntamiento que le guste a Doña Esperanza. Es muy fácil, y queda bien con todo el mundo.
Hay, ya digo, un debate interesante sobre cuál es el papel de los arquitectos en la sociedad, sobre para qué servimos, y podemos hacer una autocrítica profunda sobre la misión de la arquitectura. Podemos debatir muchos asuntos, ya digo. Pero con Doña Espe no merece la pena. Con Doña Espe bastante tenemos con seguir vivos, y eso que la crisis, gracias a Dios, nos tiene acochinados.
Con Doña Espe no merece la pena nada.
¡Mátame, camión!
(*).- Nota. Una amable seguidora del blog me dice que el pueblo no es Valdequemada, sino Valdemaqueda. Perdón; qué fallo más tonto.
-¿Esa cosa qué es?
El alcalde, baboso y viscoso, pelota hasta reptar, le contesta que "esa cosa" es el ayuntamiento, y añade -como escandalizándose del sindiós que es este caótico mundo- que tiene premios de arquitectura y todo. (Ya ves tú).
La cosa sigue, y la presidente acaba diciendo, como atribuyendo este chascarrillo a un allegado suyo que es muy burro, que odia a los arquitectos, y que habría que matarlos porque sus obras les sobreviven: El autor se muere y su cosa ahí se queda. Añade que menos mal que la crisis ha terminado con todo esto y ahora estamos parados.
El alcalde, servil ya hasta comerse el polvo de la calle, echa más leña al fuego: "Pues no ha visto lo que han hecho con la iglesia".
El ayuntamiento en cuestión es obra de unos grandes arquitectos, Paredes y Pedrosa. Y es lo que pasa con los buenos, que hacen una arquitectura poco asequible para los espíritus simples.
¿Qué tenemos los arquitectos? ¿Por qué nos gustan esas cosas que no le gustan a la gente? No lo sé. (O sí). A veces parece que vivimos en un mundo cerrado, que solo nos entendemos a nosotros mismos. No lo sé. (O sí).
Pero, por otra parte, tampoco es cosa de que nos tiremos piedras a nosotros mismos, ejercicio que nos gusta tanto. A lo mejor también tenemos que decir que hay gente especialmente bruta, y no solo por desearnos la muerte.
Esta señora fue Ministra de Cultura, y como tal presidió el jurado del concurso de la ampliación del Museo del Prado. El fallo, lamentable y vergonzoso, dejó el premio desierto y concedió dos primeros accesits, ex-aequo, al estudio madrileño de Alberto Martínez Castillo y Beatriz Matos Castaño y al suizo de Jean Pierre Durig y Philippe Rämi. Cuando le preguntaron por este fallo tan decepcionante, que dejaba el asunto sin resolver, Esperanza Aguirre pergeñó rápidamente la solución: Habría que hablar con ambos estudios para que se pusieran de acuerdo y, juntos, hicieran una solución intermedia entre sus dos propuestas.
Quien tal cosa dijo ni sabe lo que es la arquitectura ni lo que es el trabajo en equipo, ni lo que es el respeto por el trabajo ajeno.
Digamos, por caricaturizar, que uno planteara un rascacielos y el otro un edificio enterrado. ¿Cuál es la solución intermedia?
Yo sé cuáles son las soluciones arquitectónicas que quiere la dirigente de la Comunidad Autónoma de Madrid: Canecillos de madera, tejados de teja, relojes con agujas historiadas de forja, portones de madera con clavos cabezones de hierro, jabalcones de fundición, rosetones de piedra. Lo sé. Lo sé de sobra. Sé perfectamente cómo hacer un ayuntamiento que le guste a Doña Esperanza. Es muy fácil, y queda bien con todo el mundo.
Hay, ya digo, un debate interesante sobre cuál es el papel de los arquitectos en la sociedad, sobre para qué servimos, y podemos hacer una autocrítica profunda sobre la misión de la arquitectura. Podemos debatir muchos asuntos, ya digo. Pero con Doña Espe no merece la pena. Con Doña Espe bastante tenemos con seguir vivos, y eso que la crisis, gracias a Dios, nos tiene acochinados.
Con Doña Espe no merece la pena nada.
¡Mátame, camión!
(*).- Nota. Una amable seguidora del blog me dice que el pueblo no es Valdequemada, sino Valdemaqueda. Perdón; qué fallo más tonto.
sábado, 1 de septiembre de 2012
Entrevistas más acá: Carlo Scarpa
Hacía tiempo que le insistía a Doña Leucemís Cacatuídae López de Berruguete (alias Sita Chloe) para que me brindara el privilegio de entrevistar a otro arquitecto. No sé por qué me daba largas y se desentendía: Con el dineral que me iba a cobrar debería haber estado más que dispuesta. (Yo, por mi parte, no le pensaba regatear sus honorarios, porque la otra vez el blog batió records, y estuve nominado a los premios Blogosfera Desespera y todo).
Un buen día la encontré más accesible y le propuse el nombre de un glorioso arquitecto (que no nombraré). No pudo ser porque estaba castigado y no le dejaban venir. Luego otro (de resaca), luego otro (liado con una admiradora), y al final fue Carlo Scarpa.
Este sí. Este estaba disponible. Vamos, demasiado disponible. Tanto que se presentó en el acto. Otra vez igual: Como había sido mi cuarta opción no había preparado la entrevista, y al ser todo tan rápido, apenas pude pensar en nada.
-¿Versión doblada? -me preguntó Doña Leucemis.
-Sí, por favor -le contesté. Me avergüenzo mucho de mi pertinaz monoglosia, y más ahora que me estoy internacionalizando.
La cara de la Sita Chloe se fue difuminando y en su lugar fue materializándose la de Scarpa. Apareció tan contento, con su sombrerito de turista y todo, y con sus gafotas redondas. Muy pinturero él.
La cara y el sombrero eran suyos, pero las manos que sostenían la bola de cristal seguían siendo las de la Sita Chloe, lo que le daba un aspecto monstruoso e inquietante.
La pícara expresión del maestro, con esos ojillos pequeños y maliciosos como de... como de..., siempre me ha recordado al Conde Draco de Barrio Sésamo. (Bueno, vale; pues a mí siempre me lo pareció).
Esta bien, dejémosnos de tonterías, que así no me van a dar nunca el Blogosfera Desespera. Iba diciendo que su pícara carilla sonriente me hizo un gesto como de complicidad. Le di las buenas tardes, la bienvenida y le manifesté mi admiración.
CARLO SCARPA.- Sí, sí. Admiración. Ya he visto que he sido plato de cuarta mesa.
(Su voz era la de Torrebruno. ¿Por qué me pasarán estas cosas? ¿Por qué elige la Sita Chloe estos dobladores?)
(No podía seguir; no podía. Torrebruno me traía demasiados recuerdos: Sus chistes, que solo le hacían gracia a mi abuelo Vicente, que los repetía ene veces; sus canciones (Tigres, leones, todos quieren ser los campeones); sus amores otoñales (o invernales) con Yola Berrocal, y, el colmo, que fuera mi cuñado Toni, que por entonces era auxiliar de clínica en Madrid, quien lavara y arreglara su cuerpo para el último viaje. Eran demasiados estímulos).
(Por otra parte, Scarpa tenía los ojillos pequeños, pero muy expresivos y picarones, como Torrebruno, y movía las manos "a la italiana", como cualquier mal actor que quiera hacerse el italiano. Como Torrebruno.
"Concéntrate. Olvídate de Torrebruno", me decía a mí mismo. "Es que encima se llamaba Rocco", me contestaba. "¡A lo tuyo!", me regañaba, "Pregunta algo inteligente, leches").
ARQUITECTAMOS LOCOS?- Signore Scarpa -soy monógloto, pero no tanto como para no poder decir signore-, es usted uno de los mayores diseñadores...
CS.- Arquitecto. ¿También me vas a negar tú el título?
AL?- Es cierto. En Italia se lo estuvieron negando toda la vida...
CS.- Porque no había estudiado la carrera. Ya ves tú.
AL?- ...y se lo dieron a título póstumo en cuanto se murió.
CS.- Cabrones. Cuando ya no les podía hacer la competencia.
AL?- Fue un detalle bonito, aunque, sí, algo sarcástico.
CS.- Es una tontería. Yo, como todos, colaboraba con arquitectos, ingenieros... El asunto de la firma era solo una pequeña humillación. Nada más.
AL?- Hemos hablado de su muerte y, perdóneme, pero necesito que me aclare una cosa.
CS.- ¡Ya estamos con lo de mi muerte!
AL?- Escribí un relato...
CS.- ¡Ya estamos con lo de tus relatos! ¡Eres como Umbral!
AL?- ¿Conoce usted a Francisco Umbral?
CS.- ¿Que si le conozco? ¡Pues anda que no nos da el coñazo allí con lo de sus libros, sus libros, sus libros!
AL?- De acuerdo. Perdone. El caso es que quise documentarme sobre su muerte, y hay un secretismo muy grande. En todos los libros se dice que murió usted en Sendai (Japón) a consecuencia de un ridículo accidente, de un estúpido accidente, etc, pero nadie dice qué pasó. Leí todo lo que cayó en mis manos, busqué por internet, escribí a su Fundación (que ni me contestó).
CS.- Y al final pusiste lo que te dio la gana. Te lo inventaste todo.
AL?- No. De verdad que leí que usted había muerto al resbalar en la escalinata del templo Toshogu, y me pareció muy hermoso. Escribí un cuento en el que un espíritu celoso le ponía la zancadilla. Pero cuando estaba todo el libro terminado leí otra versión (que creo que es más cierta), en la que usted se cayó por las escaleras, sí, pero por las mecánicas de un centro comercial. Mucho más prosaico. ¿Cuál es la versión correcta?
CS.- ¿Y qué más da?
AL?- Entonces es la del centro comercial.
CS.- Cuando los libros hablan de un "estúpido accidente" es que verdaderamente fue un "estúpido accidente". Dejémoslo así.
AL?- Vale. O sea, que me quedaré sin saberlo aunque le tenga a usted aquí delante.
CS.- A otra cosa. mariposa.
Un buen día la encontré más accesible y le propuse el nombre de un glorioso arquitecto (que no nombraré). No pudo ser porque estaba castigado y no le dejaban venir. Luego otro (de resaca), luego otro (liado con una admiradora), y al final fue Carlo Scarpa.
Este sí. Este estaba disponible. Vamos, demasiado disponible. Tanto que se presentó en el acto. Otra vez igual: Como había sido mi cuarta opción no había preparado la entrevista, y al ser todo tan rápido, apenas pude pensar en nada.
-¿Versión doblada? -me preguntó Doña Leucemis.
-Sí, por favor -le contesté. Me avergüenzo mucho de mi pertinaz monoglosia, y más ahora que me estoy internacionalizando.
La cara de la Sita Chloe se fue difuminando y en su lugar fue materializándose la de Scarpa. Apareció tan contento, con su sombrerito de turista y todo, y con sus gafotas redondas. Muy pinturero él.
La cara y el sombrero eran suyos, pero las manos que sostenían la bola de cristal seguían siendo las de la Sita Chloe, lo que le daba un aspecto monstruoso e inquietante.
La pícara expresión del maestro, con esos ojillos pequeños y maliciosos como de... como de..., siempre me ha recordado al Conde Draco de Barrio Sésamo. (Bueno, vale; pues a mí siempre me lo pareció).
Esta bien, dejémosnos de tonterías, que así no me van a dar nunca el Blogosfera Desespera. Iba diciendo que su pícara carilla sonriente me hizo un gesto como de complicidad. Le di las buenas tardes, la bienvenida y le manifesté mi admiración.
CARLO SCARPA.- Sí, sí. Admiración. Ya he visto que he sido plato de cuarta mesa.
(Su voz era la de Torrebruno. ¿Por qué me pasarán estas cosas? ¿Por qué elige la Sita Chloe estos dobladores?)
(No podía seguir; no podía. Torrebruno me traía demasiados recuerdos: Sus chistes, que solo le hacían gracia a mi abuelo Vicente, que los repetía ene veces; sus canciones (Tigres, leones, todos quieren ser los campeones); sus amores otoñales (o invernales) con Yola Berrocal, y, el colmo, que fuera mi cuñado Toni, que por entonces era auxiliar de clínica en Madrid, quien lavara y arreglara su cuerpo para el último viaje. Eran demasiados estímulos).
(Por otra parte, Scarpa tenía los ojillos pequeños, pero muy expresivos y picarones, como Torrebruno, y movía las manos "a la italiana", como cualquier mal actor que quiera hacerse el italiano. Como Torrebruno.
"Concéntrate. Olvídate de Torrebruno", me decía a mí mismo. "Es que encima se llamaba Rocco", me contestaba. "¡A lo tuyo!", me regañaba, "Pregunta algo inteligente, leches").
ARQUITECTAMOS LOCOS?- Signore Scarpa -soy monógloto, pero no tanto como para no poder decir signore-, es usted uno de los mayores diseñadores...
CS.- Arquitecto. ¿También me vas a negar tú el título?
AL?- Es cierto. En Italia se lo estuvieron negando toda la vida...
CS.- Porque no había estudiado la carrera. Ya ves tú.
AL?- ...y se lo dieron a título póstumo en cuanto se murió.
CS.- Cabrones. Cuando ya no les podía hacer la competencia.
AL?- Fue un detalle bonito, aunque, sí, algo sarcástico.
CS.- Es una tontería. Yo, como todos, colaboraba con arquitectos, ingenieros... El asunto de la firma era solo una pequeña humillación. Nada más.
AL?- Hemos hablado de su muerte y, perdóneme, pero necesito que me aclare una cosa.
CS.- ¡Ya estamos con lo de mi muerte!
AL?- Escribí un relato...
CS.- ¡Ya estamos con lo de tus relatos! ¡Eres como Umbral!
AL?- ¿Conoce usted a Francisco Umbral?
CS.- ¿Que si le conozco? ¡Pues anda que no nos da el coñazo allí con lo de sus libros, sus libros, sus libros!
AL?- De acuerdo. Perdone. El caso es que quise documentarme sobre su muerte, y hay un secretismo muy grande. En todos los libros se dice que murió usted en Sendai (Japón) a consecuencia de un ridículo accidente, de un estúpido accidente, etc, pero nadie dice qué pasó. Leí todo lo que cayó en mis manos, busqué por internet, escribí a su Fundación (que ni me contestó).
CS.- Y al final pusiste lo que te dio la gana. Te lo inventaste todo.
AL?- No. De verdad que leí que usted había muerto al resbalar en la escalinata del templo Toshogu, y me pareció muy hermoso. Escribí un cuento en el que un espíritu celoso le ponía la zancadilla. Pero cuando estaba todo el libro terminado leí otra versión (que creo que es más cierta), en la que usted se cayó por las escaleras, sí, pero por las mecánicas de un centro comercial. Mucho más prosaico. ¿Cuál es la versión correcta?
CS.- ¿Y qué más da?
AL?- Entonces es la del centro comercial.
CS.- Cuando los libros hablan de un "estúpido accidente" es que verdaderamente fue un "estúpido accidente". Dejémoslo así.
AL?- Vale. O sea, que me quedaré sin saberlo aunque le tenga a usted aquí delante.
CS.- A otra cosa. mariposa.
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