Perdonadme que vuelva a sacar el tema del que ya he escrito en varias ocasiones, pero es que vuelve a estar ahí delante, y seguirá saliendo una otra vez, y volverá a haber los mismos comentarios y las mismas indignaciones. (Y yo volveré a decir lo mismo, poco más o menos).
Esta vez es que un artista ha pegado una banana a la pared con cinta americana.
Pues muy bien. Pues vale. Bueno. ¿Y qué? ¿Os ha molestado? ¿Os ha perjudicado en algo? ¿Os ha insultado? Ah, que ha insultado vuestra inteligencia, y eso sí que no vais a tolerarlo.
En mi opinión, el único problema que hay, y que es lo que da sentido tanto a la obra como a la noticia, es que LO HA VENDIDO POR 120.000 DÓLARES. Ahí está la gracia. Si no lo hubiera vendido no le habría parecido mal a nadie, pero tampoco habría llamado la atención. Todos hacemos tonterías parecidas o incluso peores, pero la diferencia es que nuestras idioteces no nos hacen ricos.
Por lo tanto, si me permitís un análisis, yo diría dos cosas: La primera es que lo que caracteriza a esa obra de arte es que la puede hacer cualquiera. Exacto. Ese es el quid: "Eso lo hago yo". Precisamente. Esa es su razón de ser y su justificación. A todos nos parece un mundo pintar Las Meninas o esculpir el David, y por eso respetamos y veneramos esas obras, y las admiramos con toda nuestra capacidad de admirar. Pero pegar una banana en la pared lo hace cualquiera. Eso es. Y el que lo haga cualquiera es, precisamente, su mejor cualidad. (En realidad es su única cualidad).
Y la segunda es que esa chorrada se pone a la venta por un precio astronómico ¡y se vende!
Pues creo que no hay más que hablar. El paradigma del arte ha cambiado, y en esta sociedad y en este momento lo único que cuenta es la venta. Fijaos en la noticia que han publicado todos los medios: La mera existencia de esta obra de arte va íntimamente asociada a su precio. Sin este, aquella no tiene sentido. En ninguna reseña se soslaya el precio. Es imposible hablar de la ocurrencia de la banana sin decirlo, porque la obra de arte consiste en la tasación. ¿Por qué ciento veinte mil dólares en vez de uno con veinte, o de un millón doscientos mil? El precio es más importante que la obra. El precio es lo único que cuenta. El precio justifica la obra. El precio ES la obra.
Cuando lo leí pensé inmediatamente que lo único sensato que podría hacer un coleccionista, un rico amante del arte, sería comprar la banana y comérsela. (Entre otras cosas porque ahí pegada no puede durar mucho sin pudrirse). Esa sería la completitud de la obra de arte: Un artista tiene una idea provocativa que consiste en fijar una banana a la pared con cinta adhesiva; esa idea se enriquece al ponerle a la chorrada un precio disparatado. Hasta ahí lo que puede hacer el autor y su galería; pero la action queda incompleta; tan solo está planteada.
Entonces llega la segunda parte (obra abierta, participación del receptor, etc), que consiste en que un coleccionista con una ingente cantidad de dinero disponible para gilipolleces (los hay) compra la obra, la saca de su contexto como objeto expuesto y venerable y se la come.
Se rompen así dos veces las estructuras semánticas. Se produce dos veces la ansiada fisión: En un primer camino, de ida, provocador, el artista saca la banana de su campo semántico de fruta alimenticia y la eleva al sagrado altar de la exposición artística. Así la descarga de su significado original y la carga de uno nuevo inesperado y dignísimo de "obra de arte". Pero después el comprador, en el camino de vuelta, la despega de la pared, la pela y se la come, restituyendo así su primer significado.
Me parece fantástico.
Me parece fantástico.
¿Qué ha ocurrido en todo el proceso de sacralización y desacralización? Nada. Solo han ocurrido ciento veinte mil dólares.