Homo sum, humani nihil a me alienum puto.
(Terencio)
El dramaturgo romano
Publio Terencio Africano lo escribió en su obra
Heautontimorumenos (toma ya): "Soy hombre: Nada humano me es ajeno". Cierto: Somos personas, y aunque no practiquemos la avaricia, la corrupción, el tenis o la numismática (yo sí) podemos llegar a imaginar esas pasiones. Podemos hacer un esfuerzo de abstracción y entender qué es torear, qué es pescar en alta mar, qué es retarse a florete... Nada humano nos es ajeno porque somos capaces de entender a las personas.
Podemos comprender cualquier vicio o debilidad humana aunque nos repugne éticamente, y podemos comprender a quien los sufre o disfruta.
En este tipo de cosas la juventud suele ser más contundente, pero a medida que vamos cumpliendo años vamos ablandando nuestras barreras y, tal vez por puro aburrimiento, ya nada nos sorprende y nos volvemos cada vez más tolerantes. De modo que podríamos retocar un poco la cita y decir: "Senex sum, humani nihil a me alienum puto". También porque uno ya ha visto de todo varias veces y ya no siente nada nuevo, sino que cada barbaridad que le cuentan es para él una repetición más; lo de siempre.
La última es la de un ex futbolista y ex presidente de club de fútbol, empresario tramposo, estafador, defraudador, y esto, y lo otro, y lo de más allá.
Vamos a ver; que quede claro: Me repugna todo eso, pero lo entiendo. El vicio del dinero. El ansia. El goce de hacerse rico por el camino más corto. La tentación de disfrutar de todas las cosas buenas de la vida... Lo entiendo.
Y, sobre todo, el orgasmo de hacerse esta casa:
¿Quién se resistiría a una cosa así? Es el paraíso.
Un policía baja por la escalera exterior y otro va a entrar por la puerta de abajo. Tienen la cara pixelada, pero no para que no los conozcamos (¿qué de malo están haciendo como para que no se les deba identificar?), sino para que no se les note la cara de envidia, la mueca babeante. Eso sí sería contraproducente, porque nos mostraría que las fuerzas del orden admiran al estafador y la moraleja ética no sería verosímil.
Clicad la foto, por favor, para verla más grande.
Lo primero, enternecedor, es que es de esas edificaciones que tienen fachada-rostro, como la famosa iglesia del pollito. En este caso es un rostro con la boca como torcida de paralís, pero muy grande y sonriente. Y unos ojos pizpiretos y alegres, con vidrieras de colores.
¿Y los triglifos y metopas de los aleros? ¿Y las guarniciones de piedra falsa de los huecos de fachada? ¿Y los picatostes de piedra falsa en la esquina? (Una sí y la otra no: Una oda a la antisimetría moderna y al diseño de vanguardia). ¿Y las tejas azules? Yo confieso que por esas tejas azules vendería los clubes de segunda B que se me pusieran por delante, compraría defensas y representaría delanteros y los dejaría con el culo al aire, y haría diez pufos en Hacienda y otros diez en las arcas de mi club. Esa casa. E-SA-CA-SA.
Ah, esas tejas azules. Ah, esos aleros. Ah, esas piedras de guarripléis. Ah, ese pedazo de casa. E-SE-PE-DA-ZO-DE-CA-SA.
Estafar, sí, estafar. ¿A qué se arriesga uno, a la cárcel? Pues es un riesgo asumible por el placer de repantigarse en un sofá de cuero en el salón de esa casa (sabe Dios qué decoración tendrá) con un cubata en la mano.
Que sí, que ya sé que está mal. Que no lo defiendo. Pero es que esa casa... Esa casa... E-SA-CA-SA...
(NOTA.- Lo de este sinvergüenza es comparable a lo de todos los sinvergüenzas que a diario nos pasan por delante de las narices en la tele y en la prensa: Los mismos yates, las mismas prostitutas, la misma elegancia, las mismas casas... Por otra parte, uno ve la saga de
El Padrino y ve un estilo y un nivel muy pobre, muy lacónico e incluso austero.
El Padrino jamás podrá alcanzar todo lo que vemos a diario. Y es que, claro, la ficción no puede ni aproximarse a la realidad).
Addenda 4-2-2018. El comentario de Igor nos brinda un extraordinario documento. Como el enlace no se puede clicar os pongo aquí la foto que dice.
(¿Es para comprender a este hombre o no es para comprenderlo? El emperador
Adriano se debió de sentir más o menos así en su
villa de Tívoli).