Hace tiempo ya hablé aquí de la sorpresa que me produjo encontrar cerca de mi pueblo una urbanización cuyas calles tenían nombres de arquitectos ilustres.
El otro día, yo creo que por autoescandalizarme y hacerme daño gratuitamente, quise pasear virtualmente por la calle de Alvar Aalto utilizando el Google Street y vi cosas como esta:
Es la calle de Alvar Aalto esquina con la calle de Sáenz de Oiza en Illescas (Toledo). A esa casa se entra por la calle del navarro, pero la foto está tomada desde la del finlandés. (Curioso encuentro el de ambos maestros).
Puse en twitter esta misma captura de pantalla, acompañándola de una maldición grosera que no voy a repetir aquí, principalmente porque este blog lo lee mi director espiritual y el twitter no; así que allí me permito exabruptar con soltura.
Sí diré que esa maldición grosera que solté fue compartida e incluso aplaudida por algunos, pero un compañero me la afeó muchísimo, lo que me movió a querer darle explicaciones. Lo que pasa es que twitter es un muy buen sitio para tirar la piedra, pero no tanto para pedir excusas o matizar argumentos, por aquello de su brevedad. Por eso me lanzo a escribir esta entrada.
Empezaré diciendo que mi grosería no iba dirigida contra el arquitecto firmante de esa bazofia ni contra nadie en particular. Estaba en plural e iba dirigida a todos. Era (o quería ser) como la maldición que lanza George Taylor al final de El Planeta de los Simios. "Yo os maldigo a todos".
Yo os maldigo a todos. [...]. Os maldigo.
Y me maldigo a mí mismo, pues confesé allí, y vuelvo a confesar aquí, que he hecho casas peores que la de la foto. (Lo que pasa es que ni en la calle de Alvar Aalto ni en la de Sáenz de Oiza).