A mi padre.
Algo que deberíamos repetirnos los arquitectos todos los días es que los edificios que hacemos están en la ciudad o en el paisaje, y que lo agradables que puedan ser depende de su capacidad de diluirse en su entorno, de "estar bien" allí.
Algo que deberíamos repetirnos los arquitectos todos los días es que los edificios que hacemos están en la ciudad o en el paisaje, y que lo agradables que puedan ser depende de su capacidad de diluirse en su entorno, de "estar bien" allí.
El edificio que diseñemos no va a salvar nunca a la humanidad, ni va a arreglar la calle en la que esté, ni va a darle sentido al entorno. Sí que puede, por el contrario, causar dolor o estropear el ambiente circundante.
Esto es bueno que nos lo digamos a menudo. Tenemos que ser conscientes de que los arquitectos no somos los protagonistas de la jugada ni los reyes del mambo. Somos -debemos ser- unos profesionales útiles que hagan discreta e inteligentemente su trabajo. Es que, de verdad, no sé qué nos hemos creído.
Vivimos en un entorno construido y estamos constantemente viendo edificios. Edificios anónimos. Edificios no muy buenos, pero en general aceptables siempre que no digan "aquí estoy yo". En ese caso, uf, qué jartibles.
La mayoría de nosotros somos capaces de hacer cosas decentes, bien pensadas, sensatas y agradables. Pero a veces se nos va la olla intentando hacer la obra maestra, el gran cacharro epatante. No somos capaces de reconocer nuestras limitaciones, y ahí metemos la pata hasta el fondo y obsequiamos al mundo con un nuevo bodrio. Y anda que no hay. Demasiados.
Los edificios son como las personas. Hay pocos realmente apasionantes. Con la mayoría ya nos vale (y nos vale muy bien) con que sean educados, respetuosos y correctos. Pero siempre están los zafios pesados que interrumpen cualquier conversación para decirnos que les han operado de la vesícula, y nos explican su operación y sus dolores y sus síntomas con pelos y señales, y nosotros estamos deseando que terminen y que se vayan o nos dejen escapar: Pues esos son los edificios con ringorrangos y jeribeques, los edificios que se creen importantes y lo eructan. Qué cansancio.
Vivimos en un entorno construido y estamos constantemente viendo edificios. Edificios anónimos. Edificios no muy buenos, pero en general aceptables siempre que no digan "aquí estoy yo". En ese caso, uf, qué jartibles.
La mayoría de nosotros somos capaces de hacer cosas decentes, bien pensadas, sensatas y agradables. Pero a veces se nos va la olla intentando hacer la obra maestra, el gran cacharro epatante. No somos capaces de reconocer nuestras limitaciones, y ahí metemos la pata hasta el fondo y obsequiamos al mundo con un nuevo bodrio. Y anda que no hay. Demasiados.
Los edificios son como las personas. Hay pocos realmente apasionantes. Con la mayoría ya nos vale (y nos vale muy bien) con que sean educados, respetuosos y correctos. Pero siempre están los zafios pesados que interrumpen cualquier conversación para decirnos que les han operado de la vesícula, y nos explican su operación y sus dolores y sus síntomas con pelos y señales, y nosotros estamos deseando que terminen y que se vayan o nos dejen escapar: Pues esos son los edificios con ringorrangos y jeribeques, los edificios que se creen importantes y lo eructan. Qué cansancio.
Madrid. Una calle cualquiera con edificios cualesquiera.
(Imagen anodina sacada del Google Street. Y sin embargo yo fui muy feliz ahí).
A este respecto, el otro día hablé de un cardenal rimbombante y hoy quiero hablar muy brevemente de mi padre, si soy capaz.
Mi padre fue un hombre honrado, serio, cordial, juicioso y cariñoso. Sí, era serio -y levantaba la ceja-, pero tenía un sentido del humor muy especial.
Mi padre era de la generación que pasó de vivir la guerra civil y la miseria en su infancia a descubrir la lavadora, la tele, el utilitario y las vacaciones en la playa. A mis hermanos y a mí nos inculcó el amor por la lectura y por el cine, y a ser honrados y decentes.
Jugaba mucho con nosotros. Nos hizo un campo de fútbol de chapas con unas porterías... qué porterías; y con un marcador...
Con todo esto quería decir que mi padre fue un hombre anónimo. Y además gustaba del anonimato. Y, sin embargo, era una persona muy inteligente, muy perfeccionista y muy manitas. Sabía arreglar cualquier cosa: La desarmaba, encontraba lo que no funcionaba y lo arreglaba como él creía que tenía que ir. Y casi siempre acertaba.
Mi padre hizo con tres compañeros de trabajo la primera tele que vio en su vida. Nos tocaba un mes en cada casa, mes en el que la familia agraciada tenía que acoger a las otras, que venían de visita cuando echaban Perry Mason. Fueron haciendo más teles hasta que finalmente tuvieron una cada uno. Y ya después, él solo, se las hizo a cada uno de mis tíos. Recuerdo la mesa del cuarto de estar llena de diodos, resistencias y condensadores, y el soldador de estaño humeando. Yo presumía mucho diciendo que eran "marca Hernández".
También hacía el belén de casa con un río de agua de verdad.
Muchos años después, cuando empecé a estudiar arquitectura, me hizo un tablero de dibujo reclinable y graduable usando una mesa vieja de cocina, con el que me hice toda la carrera e incluso mis primeros años de vida profesional.
Perdonadme. Se me está yendo un poco la pinza, pero termino ya: Quiero decir que se puede y se debe combinar la habilidad profesional y el afán de hacer las cosas bien, la honradez, la pulcritud, la sensatez y la inteligencia con un "anonimato positivo". Hagamos cada uno las cosas bien y toda la humanidad será luminosa y bella.
Frente al cardenal que dije el otro día, que -a mi juicio- disimuló con impostada modestia una soberbia considerable, seamos -como mi padre- eficaces y buenos profesionales, tomémosnos las cosas en serio y hagámoslas lo mejor que podamos y sepamos.
Nada más que eso. Solo eso.
(Bueno, papá. Ya sé que no te habría gustado ni pizca que te sacara en el blog. Perdóname. Y además vaya mierda de homenaje que te he hecho. Es que me venías forzado, como segunda parte imprevista de una cosa que escribí el otro día. Ni siquiera te he dedicado una entrada ex profeso para ti solo.
Ya; ya sé que no te hacía gracia que hiciera el tonto. Confórmate con que no haya puesto una foto tuya ni nada de eso).
Mi buen amigo, !que difícil es eso que propones¡ Llevo unos cuantos años de profesión y bastantes edificios a mis espaldas y os aseguro que cada vez hago peor las cosas...No soy capaz de hacer un edificio bien, todos tienen algún fallo o problema y en cada obra cometo errores. Mi conclusión es la siguiente: nunca, repito, nunca se aprende. Cuando estás seguro de que nunca volverás a cometer determinado error, otro nuevo lo sustituye. Es, como el mito de Sísifo... y os aseguro que le pongo empeño.
ResponderEliminarDecididamente, nuestro oficio es muy complejo y una vida no basta para dominarlo.
Me pasa lo mismo.
EliminarCreo que intentar hacer las cosas bien y ser honrados (como lo eres tú; se nota por tus palabras) es lo único que podemos hacer.
Gran artículo, y gran padre el homenajeado. La genialidad no está reñida con el anonimato y la humildad, en contra de lo que piensan quienes buscan deslumbrar y solo consiguen la estridencia.
ResponderEliminarSabía que debía haber más gente que piense así, que bonito encontrarla. Gracias.
ResponderEliminarAllá donde esté tu padre, que reciba, con todo mi cariño, una bonita flor de cactus.
ResponderEliminarTu eres la proyección de tu padre,pero con estudios y con menos vergüenza para mostrar las miserias, que por otra parte son las mismas de todos.
ResponderEliminarTu padre en el fondo estaba muy orgulloso de tí porque vió que el esfuerzo en educar a un hijo se plasmo muy bien.
Enhorabuena Sr.Hernández por su obra!!
Muchas gracias a todos. De verdad. Me emocionáis.
ResponderEliminarNo he podido evitar emocionarme con tu post y tampoco el escribirte.
ResponderEliminarAyer me enteré de tu triste pérdida y quiero que sepas cuánto lo siento.
Recuerdo aquellas lejanas tardes de televisión en vuestra casa,un pequeño grupo de niños felices,sentados en vuestro salon disfrutando ilusionados con los programas infantiles.Cada ocasion de hacerlo era una gran fiesta para mis hermanos y para mí, ya que nosotros aun no teníamos televisión.
Que gran homenaje a tu padre y que bien le has descrito con tus palabras!
Realmente le recuerdo como cuentas, una persona aparentemente seria que,a los ojos de una niña, imponía con su presencia y su elegante porte.
Siempre me sentí bien acogida en vuestra casa, escenario de tantos momentos de juegos infantiles o tardes de meriendas.
Aun hoy, cuando voy a casa de mi padre,en más de una ocasión me sorprendo observando vuestra terraza,ahí en esa esquina y me vienen a la mente imagenes de dias alegres y risas compartidas.
Tienes razón,los edificios acogen y reflejan a quienes los habitan (o es al contrario?).
Una calle "cualquiera",un edificio hoy habitado en parte por nuevas personas que también escribirán con el tiempo su propia historia familiar.
Siendo el centro de nuestra niñez,nunca nos dejara indiferentes,seguirá siendo "nuestra casa",el hogar de nuestros recuerdos.
Gracias por traerme al presente aquellos momentos compartidos que forman parte de lo que hoy somos.
Hay en ti mucho de tu padre.
Debes estar orgulloso de ello.
Un abrazo para ti y tus hermanos.
Muchas gracias. Me has hecho saltar las lágrimas.
EliminarLeyendo tu comentario he visto a mi padre de joven y a nosotros de niños, he reparado en el paso del tiempo y de la vida y he pensado -vicio de arquitecto- cómo las personas nos vamos yendo y las casas permanecen. Lo has dicho tú, y hay una evocación muy "arquitectónica" en lo que dices. Las casas como escenario de la vida.
(Ya que hablamos de la tele, te contaré que cuando construían el edificio de la acera de enfrente de Vizconde de Matamala, alguna tarde veraniega los albañiles intentaban ver la corrida de toros en nuestra tele, y mi hermano y yo jugábamos en el cuarto de estar y les tapábamos la imagen sin darnos cuenta. Ellos nos decían que nos apartáramos, y mi madre, siempre tan prudente y tan atenta, nos obligaba a sentarnos durante ese rato para que ellos pudieran ver).
Muchas gracias por compararme con mi padre. Para mí eso es un honor.
Muchos besos a ti y a tu familia.