lunes, 7 de enero de 2019

Esa tierra ordenada

A Peter y a David

El otro día mi amigo virtual Peter (@Speedmaster72) publicó en twitter, bajo la etiqueta #JuevesDeArquitectura -una etiqueta que honra y enriquece para placer y enseñanza de quienes le seguimos-, la magnífica casa que Corrales y Molezún le hicieron a Camilo José Cela.

A las cuatro fotos que la red del pajarillo permite poner como máximo, y que copio por aquí, les añadió este bellísimo texto del Premio Nobel:

Porque del amor del hombre con la tierra nace la casa, esa tierra ordenada en la que el hombre se guarece, cuando pinta en bastos, para seguir amándola(1).


Me parece lucidísimo llamar a la casa "tierra ordenada". Cuando pinta en bastos nos refugiamos en un micromundo que está ordenado, que es coherente, que no nos angustia ni nos aturde con sus contradicciones y sus dramas.
La casa nace del amor que le tenemos a la tierra, pero, a diferencia de esta, está ordenada y nos mantiene a salvo.
Amamos la tierra, pero la tierra a veces nos sacude -cuando pinta en bastos- y tenemos que guarecernos en su contrapunto ordenado: la casa. Y gracias a eso podemos seguir amando a la tierra, a la vida feroz, caótica, trágica y deliciosa.



En seguida se sumó David García-Asenjo (@dgllana) a la publicación tuitera de Peter y, con su habitual erudición, aportó los comentarios que hizo Cela sobre su casa en la revista Arquitectura nº 96, 1966, páginas 52-54. (Y puso el enlace, que os recomiendo leer: aquí).

Ilustración de Lorenzo Goñi, que aparece en la citada revista

Entresacó estos dos párrafos:

La casa que me hicieron Molezún y Corrales, y que se ha publicado en el número 94 de esta Revista, es lógica, muy lógica y habitable. Es lo único que necesitaba y es también algo que las casas no suelen  ser; las casas, con frecuencia, son lujosas o aparatosas, o bellas, o de éste o del otro estilo y, al final, todo suele acabar en pastiche (en falso lujo, en agobiador aparato, en convencional belleza, en réplica de un estilo que no la necesitaba). Sé de sobras que no es una empresa fácil el levantar una casa para un escritor y, menos aún, si este escritor es como yo soy: bárbaro, elemental y cabezota (y también, a ratos, sentimental, barroco y ecléctico). Molezún y Corrales acertaron y entre estas paredes me siento a gusto para vivir y cómodo para trabajar.
[...]
Eso es todo y, para mí, no poco; mejor dicho, más de aquello a lo que jamás -hasta que sucedió- hubiera aspirado. Mi casa es un gran taller y la consigna que di a los arquitectos -ni un solo centímetro cuadrado innecesario, ni una sola pieza falsa- la cumplieron con evidente fortuna. Es lástima que sean tan holgazanes y no se decidan a dibujarme los cuatro faroles exteriores que faltan. Las fachadas son de gres o de piedra, según por donde se mire; los pisos, de gres, y las paredes van dadas de cal. Por algunos sitios hay madera.


Una buena casa necesita un buen cliente, y Cela lo fue. Quería una casa lógica y habitable -qué envidia- y no le interesaba en absoluto que fuera lujosa, aparatosa, bella ni de ningún estilo. Qué tío. Este sí que sabía. Este quería una casa buena. Así da gusto.

La casa, que además de ser eso tenía que ser la oficina de la revista que Cela dirigía y además su estudio privado de escritor, es un gran taller para trabajar y un gran contenedor para vivir. Sin un solo centímetro cuadrado innecesario ni una sola pieza falsa.
Sí: Los torreones en esquina son tan bonitos... pero tan innecesarios... Ya digo, Cela quería una casa, una extraordinaria casa, y no ninguno de los bodrios que se suelen hacer, que solemos hacer todos, más pendientes del qué dirán que de estar a gusto.

El ya citado David García-Asenjo(2) también suministró un fragmento de una entrevista muy interesante de Pablo Olalquiaga a Juan Huarte:

JH: Tanto Juan como yo teníamos mucha relación con Cela, de veraneo venía a casa a cenar o nosotros íbamos a su casa. Teníamos una relación de amistad grande. Entonces un día, nos planteó que había dejado sus finanzas y quería hacerse una casa. Nos encargó prácticamente el proyecto y la casa. Como Cela ya conocía también a Molezún, hablamos con él. Molezún y Corrales hicieron un proyecto muy inteligente porque, claro, Cela era un disparate de persona. (El proyecto) era para su casa, la oficina de Papeles de Iria Flavia, que era una revista que él tenía, y luego su oficina personal. Era una casa bastante compleja. Luego, por otro lado, Cela era un hombre que guardaba todo, que recortaba todo. Yo no tengo archivos. Cela guardaba todo y Ramón se dio cuenta de que tenían que hacer una cosa que permitiera que en la casa se fueran poniendo cosas. El proyecto fue muy bonito.
PO: He estado un par de veces en la casa y se conserva estupendamente.
JH: Recuerdo por ejemplo que el forjado era de casetones y lo dejaron tal cual. Cuando se acabó la casa, no recuerdo bien si le dijo algo Camilo (a Ramón), pero no me extrañaría nada que hubiera pensado: "coño, como somos pobres, estos me han hecho una casa pobre". Porque la casa era tosca, los casetones estaban en hormigón y supongo muchas paredes también tendrían el enfoscado. Porque se iban a empezar a llenar de cosas, como efectivamente en cuestión de nada sucedió.
PO: ¿Se quedó contento Cela con la casa?
JH: Yo creo que se quedó muy contento. El solar era grande, bastante grande, y lo llenó de cosas.


Desde luego Cela sabía dónde estaba y con quiénes. Y ese el primer principio para hacerse una buena casa: ponerse en manos de buenos arquitectos. El segundo, ya lo hemos visto antes, es explicarles claramente lo que necesitas y dejarles actuar.

Justo al revés de lo que hacemos casi todos casi siempre:
1). El cliente busca al arquitecto más barato, y a veces por ahorrarse unos pocos cientos de euros echa a perder su casa. (Ojo, que esto no es matemático: Alguna vez el más barato puede ser también el más conveniente y adecuado, pero habría que buscarlo por esto y no por aquello).
2). Precisamente le da igual un arquitecto que otro (y por eso solo busca el precio más bajo) porque él ya ha diseñado su casa, y la ha llenado de todo lo que Cela no quería en la suya.

Por eso salen las casas que salen, que arruinan nuestro paisaje y en vez de ser tierras ordenadas son agresiones que desordenan y envilecen la tierra.

Una casa es muchas cosas, porque vivir es muchas cosas. En realidad lo único que tiene que hacer una casa es no estorbar: Dejar que la familia coma, y ría, y discuta, y lea, y vea la tele, y duerma, y vea, y sienta. No llamar la atención con tonterías. Dejar a los amigos que se cuenten cosas, dejar a los amantes que gocen, dejar a los niños que correteen y jueguen, dejar a las cosas que la ocupen, dejar a las personas su espacio, dejar a los trastos que se lo disputen a las personas.


Esta foto es una atrocidad, y por eso esta casa es estupenda. Ya hemos visto cómo Cela se autorretrata como bárbaro, elemental y cabezota (y también a ratos como sentimental, barroco y ecléctico), y cómo quiere una casa que no lo moleste y que le deje vivir, y también hemos leído cómo Juan Huarte lo muestra como un coleccionista acaparador, pertinaz y diogénico. Por eso la casa es como la cámara del pirata: llena de cosas. Por eso los arquitectos le hacen un gran contenedor, para que él lo llene. Por eso le dejan los casetones vistos: porque ya los llenará también y porque no vale la pena gastar energías ni dinero en taparlos cuando se tienen tantos cachivaches que van a abrumar la vista, y tanta vida, y tantas experiencias, y tantos amigos, y tantas juergas, y tantas comilones, y tantos libros, y tantos tesoros, y tanta paz y tanta guerra.

Permitidme, por terminar de embarullarlo todo, copiar otra hermosa glosa de la casa entendida como hogar y como patria. Esta es de Francisco Umbral, amigo y en cierto sentido discípulo de Cela. No tiene nada que ver con la evocación del maestro, pero es digna de venir aquí acompañando al follón que trato de decir:

La casa, mi casa, el vacío encallado, el barco bacaladero en que nos hemos quedado para siempre. Porque vives otras casas, las amueblas, las habitas y algo te dice que no son tu casa. Entras y sales de ellas. Pero un día encuentras la casa, tu casa, la que te esperaba, ésa que teje en seguida en torno a ti su silencio, sus sombras, su polvo, su tiempo, y de la que ya no vas a salir nunca, a la que volverás siempre. La casa que empieza a cerrarse como una tumba en torno de ti. Cómo se adensa la casa, navío encallado, carabela varada, buque fantasma en los mares del Norte, orientada siempre hacia el Norte, efectivamente, con frío y sombra. La casa, las paredes, los cuadros, mis retratos, los libros, el rumor de la nevera, hielo sagrado del hogar, motor de la vida, hélice polar del barco helado, telas de la costumbre, vidrios del día, cerámica del pasado, maderas de la constancia.Viaja la casa, no se está quieta, en realidad, un día da su proa a soles vivos y otro día a mares del cielo, oscuros y perdidos. Adónde va la casa, adónde nos lleva, tan lenta, desplazándose cuando dormimos, entregada a qué corrientes submarinas, la casa. Nos vive ella a nosotros, se nutre de nuestra presencia, engrosa sus paredes, modela sus lechos, nos habla con su boca de fuego, en la chimenea, nos cuenta el tiempo en relojes, es la bodega altísima de un barco que va por el cielo y somos la tripulación oscura, los fogoneros de ese submarino astral, pero eso sólo de vez en cuando, porque diariamente crece, se cierra, va pareciéndose a nosotros mismos, flor de cemento y música en que vivimos, libando muerte, y ese cabeceo de planta o de barco que tiene a veces.
¿Adónde va la casa?(3)



NOTAS.

(1).- Camilo José Cela, nota editorial, Papeles de Son Armadans, Madrid/Palma de Mallorca, año VI, tomo XXIII, núm LXIX bis (dic 1961), Antología poética de los oficios de la construcción.
Esta era una de las citas favoritas de Sáenz de Oiza, que tenía la costumbre de hacer fichas mecanoscritas con textos literarios que le emocionaban y le hacían reflexionar sobre la arquitectura.
En la edición facsímil publicada de esas fichas el texto está copiado con exactitud, pero cuando lo repetía de viva voz solía desviarse ligeramente. Alguien a su vez se lo copió de oído y ahora es mucho más fácil encontrar por ahí lo siguiente: "Fruto del amor del hombre con la Tierra nace la casa, esa tierra ordenada en la que el hombre se guarece cuando la tierra tiembla -cuando pintan bastos- para seguir amándola".
Los cambios no son muy grandes, excepto que Cela no menciona que la tierra tiemble.

(2).- Empieza a ser una costumbre que David suministre material útil, selecto y recóndito a este blog. Al final me va a obligar a que le dé el 20% de los ingresos por publicidad.
En este caso me ha suministrado el enlace (aquí) a la tesis doctoral de Pablo Olalquiaga en la que aparece esta entrevista.

(3).- Francisco Umbral, Mortal y rosa, Destino, Barcelona, 1975. (En el ejemplar que tengo yo, Cátedra/Destino, Madrid, 1995, este fragmento está en las páginas 103-104).

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