Después de la entrada anterior me he quedado con ganas de exponer algunos principios a tener en cuenta en los viajes de arquitectura. Quería hacer un decálogo, pero sólo me han salido nueve puntos. No se me ocurren más, y no quiero buscar el décimo a base de ser repetitivo o de añadir algo superfluo.
Vaya por delante que yo he viajado poco, pero creo que en ese poco he cometido todos los errores posibles, y por eso me atrevo a pediros que no los cometáis vosotros.
Allá van mis sugerencias.
1.- No seáis turistas. No hay nada más triste y vituperable que ser turista. El turista ya sabe de antemano lo que va a ver, y ya tiene previsto cómo va a reaccionar ante ello. El turista quiere ver muchas cosas, pero no quiere sorpresas: Se va a la otra punta del mundo pero quiere que le den de comer lo mismo que come en su casa.
El turista ya tiene subrayada en la guía y en el mapa los puntos en los que va a decir: ¡Ohhhhhh! ¡Ahhhhhh! ¡Halaaaaaa!
No seáis turistas. Sed viajeros. El viajero es transformado por el viaje. Crece con el viaje. El viajero se implica en el viaje, se deja jirones de piel en el viaje, quiere saber, va con la mente abierta y absorbe todo lo que ve, y aprovecha todas las ocasiones que se presentan fuera de programa.
El turista ya tiene subrayada en la guía y en el mapa los puntos en los que va a decir: ¡Ohhhhhh! ¡Ahhhhhh! ¡Halaaaaaa!
No seáis turistas. Sed viajeros. El viajero es transformado por el viaje. Crece con el viaje. El viajero se implica en el viaje, se deja jirones de piel en el viaje, quiere saber, va con la mente abierta y absorbe todo lo que ve, y aprovecha todas las ocasiones que se presentan fuera de programa.
Los turistas buscan estímulos precocinados y predigeridos. No tienen criterio, y desde
la estupidez y la incultura son capaces de lo peor. Un viajero haría esa foto con otra intención.
Estos turistas, al no tener ninguna, son (de forma involuntaria) profundamente inmorales y malvados.
No seáis turistas con la arquitectura, por favor.
(Fotografía de www.fotoshumor.com. A mí no me hace ninguna gracia)
2.- Planificad la visita. (O no, pero sed conscientes de ello). En casi todos los casos es mejor no planificar excesivamente, y, como ya he dicho, dejarse llevar, dejarse arrastrar. Pero si queréis ver Fallingwater, o Ronchamp, o la Villa Mairea, y vais a cruzar medio mundo para ello, conviene que sepáis si están abiertas al público, y en qué fechas, y a qué horas, y si hay que reservar, o incluso si se puede pagar la entrada previamente. Teniendo internet es imperdonable no hacer esto. (Cuando yo vi la casa Schröder no había internet, y fui a lo que saliera, pero hoy eso es un disparate).
Eso es si queréis ver alguna de estas obras míticas. Pero si lo que queréis es empaparos de los bloques de ladrillo de la Escuela de Ámsterdam o de los rascacielos de Chicago, no llevéis las cosas demasiado programadas. Sumergíos en el ambiente urbano, comprad un cucurucho de patatas fritas en un puesto ambulante y callejead. Y no perdáis detalle de lo que vaya surgiendo mientras tanto.
Eso es si queréis ver alguna de estas obras míticas. Pero si lo que queréis es empaparos de los bloques de ladrillo de la Escuela de Ámsterdam o de los rascacielos de Chicago, no llevéis las cosas demasiado programadas. Sumergíos en el ambiente urbano, comprad un cucurucho de patatas fritas en un puesto ambulante y callejead. Y no perdáis detalle de lo que vaya surgiendo mientras tanto.
3.- No hagáis fotos. A no ser que seáis amantes de la fotografía como medio de expresión, y ésta os interese en sí misma como actividad creativa, no hagáis fotos.
Yo entré en la Casa de la Cultura de Helsinki con la cámara pegada a la cara, disparando, disparando y disparando. Disparé tanto que me perdí la experiencia espacial porque me había impuesto unos deberes absurdos: Hacer un reportaje fotográfico del edificio.
¿Para qué?
En los libros hay fotos mil veces mejores que las que yo pueda hacer. Lo que tengo que hacer es disfrutar el momento, vivir el espacio. A la porra la cámara.
También hice dos carretes de treinta y seis diapositivas cada uno en el Guggenheim de Nueva York. Ahí están, muertos de risa. Teniendo en cuenta que entonces había que comprar la película y luego había que pagar el revelado (más barato en diapositivas que en papel), tenía que pensar si merecía la pena cada foto que disparaba. Y aun así hice setenta y dos fotografías.
Pues imaginaos ahora en el mundo digital, con la gratuidad de las fotos. Podemos hacer miles. Nos decimos que ya seleccionaremos en casa y borraremos muchas. Mentira. Acumulamos basura en discos duros. Y lo peor es que habremos perdido la oportunidad (tal vez única en nuestra vida) de ver el edificio, de experimentarlo y de sentirlo sin obligaciones ni tareas absurdas: Sólo disfrutar.
Si acaso, haced un par de fotos de recuerdo, en plan "esta la hice yo" o "yo estuve aquí", y punto. También podéis fotografiar algún detalle curioso o gracioso que os haga tilín, pero nada más. La promenade architecturale de la Villa Saboya ya está fotografiada de maravilla, y a vosotros no os va a salir mejor. Lo que tenéis que hacer es promenadear a gusto y dejaros de fotos.
En la cúpula de Florencia hay un punto, en lo alto del tambor, justo antes de empezar a subir la cúpula propiamente dicha, en el que uno se asoma al interior del templo y siente un vértigo doble: hacia abajo (no lo parece, pero uno ya está bastante alto) y hacia arriba. Ese vértigo cóncavo hacia arriba es una sensación indescriptible. ¿Quién puede fotografiarla? Yo no tomé ni una foto: ¿Para qué?
Yo entré en la Casa de la Cultura de Helsinki con la cámara pegada a la cara, disparando, disparando y disparando. Disparé tanto que me perdí la experiencia espacial porque me había impuesto unos deberes absurdos: Hacer un reportaje fotográfico del edificio.
¿Para qué?
En los libros hay fotos mil veces mejores que las que yo pueda hacer. Lo que tengo que hacer es disfrutar el momento, vivir el espacio. A la porra la cámara.
También hice dos carretes de treinta y seis diapositivas cada uno en el Guggenheim de Nueva York. Ahí están, muertos de risa. Teniendo en cuenta que entonces había que comprar la película y luego había que pagar el revelado (más barato en diapositivas que en papel), tenía que pensar si merecía la pena cada foto que disparaba. Y aun así hice setenta y dos fotografías.
Pues imaginaos ahora en el mundo digital, con la gratuidad de las fotos. Podemos hacer miles. Nos decimos que ya seleccionaremos en casa y borraremos muchas. Mentira. Acumulamos basura en discos duros. Y lo peor es que habremos perdido la oportunidad (tal vez única en nuestra vida) de ver el edificio, de experimentarlo y de sentirlo sin obligaciones ni tareas absurdas: Sólo disfrutar.
Si acaso, haced un par de fotos de recuerdo, en plan "esta la hice yo" o "yo estuve aquí", y punto. También podéis fotografiar algún detalle curioso o gracioso que os haga tilín, pero nada más. La promenade architecturale de la Villa Saboya ya está fotografiada de maravilla, y a vosotros no os va a salir mejor. Lo que tenéis que hacer es promenadear a gusto y dejaros de fotos.
En la cúpula de Florencia hay un punto, en lo alto del tambor, justo antes de empezar a subir la cúpula propiamente dicha, en el que uno se asoma al interior del templo y siente un vértigo doble: hacia abajo (no lo parece, pero uno ya está bastante alto) y hacia arriba. Ese vértigo cóncavo hacia arriba es una sensación indescriptible. ¿Quién puede fotografiarla? Yo no tomé ni una foto: ¿Para qué?
4.- Dibujad. El dibujo tampoco puede estorbaros de disfrutar la arquitectura, y tampoco debéis imponeroslo como obligación ni como castigo. Vivid el edificio, disfrutad, estad atentos. Y, si acaso tenéis tiempo y ganas, haced algún dibujo. Es mucho mejor que tomar fotos.
El acto de dibujar (incluso si no lo hacéis muy bien) os obligará a intentar entender, a captar, a prestar atención, a ver relaciones, a descubrir cosas.
No hace falta que hagáis dibujos primorosos ni virtuosos, sino meros apuntes, meras notas de trabajo y de observación. Trabajo de campo. Toma de datos.
Podéis dibujar un ambiente general, intentando captar la sensación espacial, o bien detalles de estructura, de carpintería, de lo que sea que necesitéis descubrir.
El acto de dibujar (incluso si no lo hacéis muy bien) os obligará a intentar entender, a captar, a prestar atención, a ver relaciones, a descubrir cosas.
No hace falta que hagáis dibujos primorosos ni virtuosos, sino meros apuntes, meras notas de trabajo y de observación. Trabajo de campo. Toma de datos.
Podéis dibujar un ambiente general, intentando captar la sensación espacial, o bien detalles de estructura, de carpintería, de lo que sea que necesitéis descubrir.