sábado, 24 de mayo de 2014

Libros para una tarde gris

Después de unos cuantos días soleados y coloridos, hoy hace una tarde gris, húmeda, tristona. Una tarde de perros, muy fea. Y yo también me siento raro, gris, tristón. Astenia primaveral y, como de costumbre, tristeza profesional. Hay veces en que uno se cansa ya de levantar la cabeza, de pelear contra molinos de viento o, peor, contra molinos inmateriales, imaginarios, delicuescentes.
Me intento analizar. Me pregunto qué me pasa y no sé responderme. Nada. Una tarde tonta, una tarde gris. "Una mala tarde la tiene cualquiera". Ganas de hacerme un ovillo, de desaparecer por un sumidero.
Mi madre siempre me ha contado (y yo lo recuerdo muy vagamente) que cuando yo tenía uno o dos años (venga, vale, tres o cuatro) y me daba una tristura, me abrazaba a una almohada o a un cojín, me metía un pulgar en la boca, que chupaba con fruición, y el otro pulgar lo metía en una esquina de la almohada o del cojín, que hundía y hundía.
Eso, al parecer, me producía un consuelo muy agradable. Y si sollozaba o hipaba en silencio, mejor. Me debía de quedar muy a gusto. Como digo, creo recordar esa sensación. No es el cabreo iracundo, la rabieta feroz. Es la pena suave, la nostalgia, la tristeza tonta en la que de algún modo uno se compadece de sí mismo con gusto morboso y se quiere mucho dentro de su pena.
No sé si me entendéis. Cada uno es como es, y no puedo pretender que seáis tan bobos y tan poco expeditivos como yo. Espero que no hayáis tenido nunca esa sensación que no conduce a nada ni sirve para nada.
El caso es que, si le quitamos el llanto y cierto grado de la sensación de desamparo, y dejamos ese sentimiento de tristeza en un grado muy menor, os confieso que a veces me sigue dando ese venazo. Pero ya no me agarro a un cojín, ni me chupo el dedo gordo: Me pongo a hojear libros.
Especialmente libros de arquitectura. (¡Qué frikis somos los arquitectos!). Amo la arquitectura, y eso me lleva a amar las películas en las que sale arquitectura, los sellos con arquitectura, las monedas, las canciones... todo. Y, naturalmente, sobre todo los libros.


Vistas parciales de las estanterías de mi estudio

Echo una ojeada a mis estanterías y me siento acompañado. Por supuesto que no me lanzo a por los ensayos, sino a por los libros que tienen buenas fotos. El consuelo ha de ser gráfico. Busco libros pornoarquitectónicos.
Mis libros de arquitectura no me hablan tanto de cómo trabajaba tal arquitecto o de cómo se desarrolló tal movimiento arquitectónico, como de cuándo los compré, qué me pasaba entonces, qué esperaba, etc. Mis libros de arquitectura me hablan de mí.
Algunos, entrañables, me recuerdan el poco dinero que yo tenía entonces. Cómo buscaba los más baratos, cómo esperaba meses hasta reunir el poco dinero que costaban y cómo los compraba finalmente, con esfuerzo, e inmediatamente con el arrepentimiento de haberme decidido por tal libro en vez de por tal otro. (Una sensación inacabable de haber elegido mal). Libros baratos (pero que entonces me parecían tan caros), que estudiaba y copiaba hasta exprimirlos.

Mis libros de la colección Paperback, de Gustavo Gili.
Primeros años 80. El primero de todos fue el de Mies.
(Lo tengo acribillado. Y el de Corbu también).

De vez en cuando, un lujo especial, un verdadero desmadre y despiporre con el que destrozaba todos mis ahorros condensados y destilados de la paga paterna, lo que después se traducía en pasar varios fines de semana paseando con mi novia para arriba y para abajo, o (ay, Señor) dejándome invitar por ella, que tenía aún menos paga que yo.

Dos libros de lujo (del lujo que me podía permitir yo entonces).

Los libros de arquitectura son caros. Tienen muchas ilustraciones (aunque todas las de los que llevo dichos hasta ahora son en blanco y negro) y las tiradas no son precisamente las de una novela best seller. Recuerdo preguntar precios de ciertos libros en Publicaciones de la ETSAM o en el puesto de Cristina y llevarme las manos a la cabeza preguntándome si habría alguien en el mundo capaz de comprarlos. (Los futbolistas entonces no ganaban tanto como ahora, y los grandes financieros no salían en la tele presumiendo de sus beneficios y restregándoselos a la plebe).

jueves, 15 de mayo de 2014

Calatrava te la clava

Hay una web que se llama calatravatelaclava y que no fue creada precisamente por los mayores admiradores del arquitecto e ingeniero de fama mundial Santiago Calatrava.
En ella se cuentan cosas horribles sobre ese gran genio de la arquitectura moderna, y se le ofende sin fundamento alguno. O tal vez con fundamento, pero se le ofende, que es lo que cuenta.
En la portada de la web sale el arquitecto saludando a irreprochables políticos de su tierra natal, y ya tenemos un título insultante: "SANTIAGO CALATRAVA: Proyectos ruinosos y facturas sin IVA". Luego, si pasas el cursor por ese título se despliega un menú de atrocidades, abusos de quienes se creen que todo el monte es orégano y apelan a la libertad de expresión. (¿Libertad? No, amigos. Eso es libertinaje. Sucio libertinaje. Libertino libertinaje. ¿Cómo se os ocurre ofender así, hablando de obras que han costado un poquito más de lo presupuestado, que se han adjudicado sin concurso o de las que se desprenden trocitos sin importancia?).
Es que no vamos a aprender nunca. Es que el mensajero se obstina en llevar mensajes, y claro, natural: Va el rey y le corta la cabeza.
¿Es que no habéis oído nunca lo de "matar al mensajero"? ¿Entonces para qué transmitís mensajes? ¿Es que sois medio bobos?

Menos mal que finalmente han intervenido los jueces, han condenado a calatravatelaclava a cambiar de nombre (ojo, no a cerrar la página como tal, sino a cambiar de nombre el dominio web) y a pagarle al genio treinta mil euros.
Me alegro por el genio. Así le quedan ya treinta mil euros menos para pagar las numerosas consecuencias desagradables de sus obras (¿in?)marcesibles.
(Una pena, porque él pedía 600.000 € y los jueces lo han dejado en 30.000 €).

No he leído la sentencia, y pido por ello perdón a los jueces, porque tal vez cometa la imprudencia imperdonable de no ser ecuánime. (Lo cual me dolería muchísimo. Especialmente porque yo no tengo treinta mil euros). Tan sólo he leído los fragmentos y titulares que saca la prensa. Y lo que me extraña es que los jueces no señalan que lo que denuncia calatravatelaclava sea falso, sino que es ofensivo y daña la imagen del genio.

Hombre: Yo creo que si es verdad hay que decirlo, y si es mentira hay que cargarse esa página y castigar a sus autores. Pero si lo que dicen es cierto, entonces...
¡Calla, Satanás! ¡Vade retro!

He buscado distintas imágenes, pero me salían ofensivas, y yo no tengo 30.000 €.
Por otra parte, espero que este tono de verde no esté registrado y no sea propiedad
de nadie que me pida 30.000 €. ¡Qué difícil es tener un blog!

La culpa es de esta gente por andar mareando y por ir contando mentiras. Bueno, o verdades. Qué más da.
(Joder con los semiólogos postestructuralistas, que han hecho que ya nadie sepa distinguir la verdad de la mentira, o peor: que no haya verdad ni mentira; o peor: que a nadie le importen ya esas delicuescencias).

Espero que mi mujer no lea esta entrada, porque me estoy paseando por el filo de la navaja y no tengo treinta mil euros. Me harían un avío importante. Menuda risa. (Sobre todo ella, pobrecilla).
En todo caso, tengo una fe ciega en mi derecho a la libertad de expresión. Por lo menos a algunos sí se la conceden. (Sobre todo si son obispos). Claro, que a otros no.

Como conclusión, y a instancias de mi santa esposa, le ruego, señor juez, que relea atentamente esta entrada. Podrá comprobar que yo NO he escrito que Calatrava sea un mal arquitecto, TAMPOCO que se lleve los encargos de manera turbia, NI que sus obras se encarezcan de forma sospechosa. NO he escrito que sus obras se caigan a trozos, NI que se oxiden a pasos agigantados, NI que él se masturbe contemplándolas. NO he escrito ni esas cosas tan ofensivas ni ninguna otra. TAMPOCO he escrito que sea un corruptor de políticos. ¡Dios me libre!
También le ruego, señor juez, que solicite mi saldo a mi banco. Verá que no tengo treinta mil euros.


(Si te ha gustado esta entrada clica en el botón g+1 que hay aquí debajo. Si no te ha gustado y no lo clicas lo entiendo perfectamente. Pero entiéndeme tú a mí. Yo no tengo treinta mil euros).

viernes, 9 de mayo de 2014

Basílicas, templos y duros comentarios

Me estáis acostumbrando muy mal con vuestros amables comentarios, que muchas veces llegan incluso a elogiosos. Me estáis acostumbrando tan mal que cuando llega alguno crítico no lo entiendo.
Tengo el típico buenrollismo de "encajo muy bien las críticas", y tal. Pero cuando me llega una me sale el "no me ha entendido", "es que no era eso lo que yo quería decir", etc. Ya, claro, lo de siempre. Lo de "yo soy muy demócrata, pero como alguien me contradiga me lo cargo". Ya, claro. Muy bonito.
Pues sí. Lo último es que, en muy poco tiempo, he recibido tres ácidos comentarios sobre una entrada mía de hace más de dos años, y que en su día fue muy bien acogida: "Otra charla de Oiza: Mies vs Aalto". (Incluso está entre las más leídas de este blog, como podéis comprobar en el listado de la columna de la derecha).
Pues después de unos cuantos elogios a esa entrada tengo dos comentarios muy recientes que dicen que ese texto sólo expresa una opinión personal (de Oiza, que yo encontré acertadísima cuando la escuché, y por eso la conté) y que no hago un estudio previo real sobre los dos arquitectos comparados. (Hombre: Hacer un estudio previo de Mies van der Rohe y de Alvar Aalto antes de contar la charla de Oiza es hacer varias tesis doctorales, y esto no es más que un blog, y yo no soy más que un bocazas).
Pero no ha sido aquí, en el blog, sino en twitter donde he recibido la puntilla: Una tuitera dice sobre esa entrada: "El peor artículo de Arquitectura de toda la historia. ¡Hay que estudiar más, señores!". Tela: El peor de toda la historia. Jopelines, qué bajona.
¿El plural "señores" incluye a Oiza? Porque mi artículo era tan solo la glosa de su charla. Pues no: Al parecer no lo incluye. Otro tuitero le contestó para defenderme (se lo agradezco mucho), y ella insistió, diciendo esta vez que yo me limitaba a reproducir lo que oí, sin aportar nada. En eso tiene razón. Releo el texto y veo que lo único que dije de mi cosecha fue el final: La comparación entre las iglesias de Alvar Aalto y de Mies van der Rohe.
Así que, como purga y penitencia, me propongo desarrollar (mínimamente: Esto es sólo un blog, y un blog muy personal) la idea del templo como casa de Dios y la del templo como asamblea de los fieles. Y en esto no copio a Oiza.

Mies van der Rohe: Capilla de St. Saviour, IIT, Chicago.
Alvar Aalto: Iglesia del centro parroquial de Riola, Italia.

Aalto hace una iglesia muy agradable, muy acogedora, mientras que Mies hace una iglesia muy fría. La de Mies es geometría, pura abstracción. Es la casa donde vive un dios racional y conceptual, un ser absoluto y trascendente. Y vive allí. Allí sólo puede vivir un ser sobrenatural.
La iglesia de Aalto es, por el contrario, el espacio en el que los seres humanos -dubitativos, imperfectos, torpes- le buscan.
Aalto, con su iglesia, ayuda a los fieles a que estén tranquilos, plácidos, y puedan elevar sus pensamientos y sus sentimientos. A Mies, en la suya, le da igual cómo estén los fieles: Dios está a gusto. O, mejor dicho, Dios está en su sitio. Y eso es lo que cuenta.
Aalto proyecta para los hombres, y Mies para Dios.

miércoles, 7 de mayo de 2014

And the winner is...

Acabamos de enterarnos de que el frepstiguioso Premio Príncipe de Asturias de las Artes ha recaído en el frepstiguioso arquitecto Frank Gehry.
Creo que Gehry es un arquitecto que empezó haciendo cosas muy interesantes y que, como todos los arquitectos-estrella, ha terminado banalizándose y autocopiándose. Vamos, lo normal.
Pero esto ahora no viene al caso.
Pienso en la supuesta utilidad social que puede tener tal competición de egos. Y en el papel (un tanto desangelado) del "arquitecto ganador". También me interesaría saber con qué criterios se hacen esas cosas. Hombre, está claro que prima la relevancia social y el forofismo antes que cualquier otra cosa. (Pero eso pasa en este premio, en el Nobel y en todos).
Puestos ahí, en la palestra, con sus virtudes al aire, para ver a quién se escoge como vencedor, dan un poquito de grima.

Uno de esos concursos más o menos culturales que hace Tele 5.
(El presentador parece que ya ha elegido ganador).

En RNE han dado la noticia, y han dicho que Gehry se suma a la lista de arquitectos que han ganado el Príncipe de Asturias, como Niemeyer, Moneo o Foster. No pretendía ser una lista exhaustiva: El locutor los ha citado como a vuelapluma. Se le ha olvidado Calatrava (supongo que voluntariamente) y Oiza (supongo que ni lo conoce).
Lo primero que he pensado es en lo ensordecedor que era el silencio del nombre del valenciano, y en lo desubicado que estaba el navarro en esa lista de glamurosos.
Lo segundo que he pensado es en cómo se podría estructurar y articular el discurso de la arquitectura contemporánea ensartando estas figuras como cuentas de un collar: Niemeyer-Oiza-Calatrava-Foster-Moneo-Gehry (por orden de concesión del premio). Un poco caótico, ¿no?
Si vemos la lista completa también nos parece caótica, y no entendemos nada. O sí. Entendemos que esto es otra cosa. Y que no podemos pretender que sea lo que no es.
Contamos, para empezar, con que en estos premios los españoles llevan un plus. Naturalmente. De seis arquitectos mundiales tres son españoles. ¡Nos ha fastidiado! ¡Que inventen los Premios Príncipe de Beukelaer si quieren premiar a arquitecos beukelaerenses!
La composición del jurado, y la meliflua redacción del acta nos hacen pensar (una vez más) en el discurso automático y en las cabezas vacías. (No lo digo en el sentido de que los miembros del jurado sean bobos -por el contrario, son enormemente listos- sino en que, al parecer, la arquitectura no les interesa especialmente, y en que es un tremendo marrón explicar algo que no tiene fuste, y la cabeza se les queda horra de ideas ante el compromiso de a ver qué coño dicen).