No hay mes en el que algún compañero (o algún colectivo de compañeros) no saque a la arena del debate la necesidad de que se impongan de nuevo las tarifas de honorarios de los arquitectos. Ante la debacle, el hundimiento inmisericorde de nuestras retribuciones, provocada por insensatos suicidas que apenas pretenden cobrar algo por su trabajo, la profesión clama por unas tarifas justas y equilibradas que sean obligatorias y que garanticen así que podamos afrontar decentemente nuestro trabajo, cubrir nuestros costes e incluso sacar algo en claro de esta profesión que, por otra parte, cada vez se va cargando más y más de obligaciones y de responsabilidades.
Entiendo perfectamente estos clamores, pero no les auguro ningún éxito y tampoco los comparto. No creo que tenga sentido imponer tarifas de honorarios. Pero cuidado, compañeros: No os abalancéis contra mí. Es solo mi opinión; mi desilusionada, desencantada y pesimista opinión. Y solo hablo por mí.
Yo manejé este cuadernito. Ahí estaban las tarifas que teníamos que cobrar como mínimo todos los arquitectos por cada uno de nuestros trabajos. Los colegios les cobraban a los clientes en nuestro nombre y luego nos daban nuestra parte. Era cómodo tener una estructura poderosa que velara por nuestros ingresos. Se decía que eso era una cosa anacrónica y muy paternalista y que la sociedad contemporánea y avanzada no podía permitirla, como si los profesionales fuéramos niños pequeños. Yo os aseguro que vivía muy a gusto bajo esa tutela.
El problema que veo es que se rompió el vidrio y ya no se puede arreglar. En estos años de lucha fratricida nos hemos desgarrado unos a otros, y, todos juntos, lo hemos tirado todo por la borda. Ahora tenemos muchísima más responsabilidad que antes, nuestros proyectos son inmensamente más voluminosos y trabajosos, y cobramos por todo ello bastante menos de la mitad que lo que cobrábamos entonces. Así están las cosas.
Se suponía que el sacrosanto mercado regularía nuestros precios y en seguida se llegaría a una situación de equilibrio, pero no ha sido así. Y yo creo que no ha sido así principalmente porque los arquitectos no somos mercado, sino póliza. Perdón, hablo por mí: Yo no soy mercado, sino póliza.
A ver si me explico: