No me explico el motivo, pero este blog es leído por gente de bastantes países, lo que me llena de satisfacción. Gracias a eso he conocido a compañeros de todo el mundo, que me mandan correos y comentarios. En general son cosas simpáticas, pero últimamente he recibido un testimonio sobrecogedor. No me llega la camisa al cuerpo, pero, no me preguntéis por qué, lo voy a compartir aquí con vosotros.
No revelaré la identidad del arquitecto que me cuenta su experiencia, ni tampoco su nacionalidad. Ya digo que me lee gente de muchos países. Pero la mayor parte de mis lectores son españoles y sé que no van a entender la historia que sigue porque todo eso que nuestro confidente nos cuenta es inconcebible para un español. A mí al menos me ha resultado incomprensible, pero estoy convencido de que es cierto.
Como también sé que varios servicios de inteligencia leen y analizan este blog, he "traducido" a mi forma de hablar lo que dice mi interlocutor para que no se note su nacionalidad, y también, por la misma razón, he cambiado los nombres de organismos, asociaciones, disposiciones legales, etcétera, inventándome otros similares. Todo esto es Top Secret y he de ser prudente.
Hecho esto, disfrazada así su voz, le dejo ya a él la palabra:
Primera parte: El problema
Soy arquitecto desde hace muchos años, a veces pienso que demasiados. No hago grandes edificios. Casi todo lo que he hecho en mi vida han sido viviendas individuales en pueblos, y es de este tipo de proyectos de los que puedo hablar. Cuando yo empezaba a trabajar uno de estos tenía del orden de quince planos y cincuenta páginas, escritas entonces con máquina de escribir en lo que podría ser un tipo doce y a doble espacio. El proyecto explicaba todo lo que tenía que explicar y las casas se construían siguiéndolo sin mayores problemas.
Pero poco a poco en mi país fue creciendo el afán normativo, y se fueron añadiendo cada vez más disposiciones y obligaciones que el arquitecto tenía que reflejar y satisfacer en su proyecto.
Por ejemplo, una comisión decidió que no se podían tolerar tantos accidentes laborales en las obras de construcción y salió una ley exigiendo que los proyectos estudiaran las medidas de seguridad a implantar en la obra. Algo bastante sensato. Pero acto seguido se siguió legislando sobre el asunto y engordándolo y complicándolo hasta tener que rellenar tal cantidad de datos, cada vez más innecesarios y confusos, y adjuntar tal cantidad de gráficos, diagramas y tablas que ya solo eso exige más trabajo que proyectar el edificio. Es tan laborioso y embarullado que lo importante queda difuminado por lo accesorio y el documento no resulta útil. Acaban siendo unas colecciones de plantillas tipo que se rellenan sin más y se adjuntan al proyecto. Y todo va muy bien siempre y cuando no haya un accidente.
Después hubo que calcular cuántos cascotes se iban a producir en la obra, y estimar cómo deshacerse de ellos. También hubo que suministrar un manual de control de calidad de materiales y equipos, un manual de instrucciones del edificio, un manual de mantenimiento, un manual de comportamiento ante situaciones de emergencia (este último es muy gracioso: si tu casa se está quemando te pones a buscar el proyecto por los cajones, finalmente lo encuentras, hojeas frenéticamente sus cientos de páginas hasta que das con el manual de emergencia, allí buscas el subcapítulo de incendio, y finalmente lees que tienes que salir pitando sin demora).
Y a todo esto se seguían y se siguen aprobando y modificando normas constantemente.
Entre leyes, normas, disposiciones, órdenes, premáticas, decretos, proclamas y planes y entre nacionales, estatales, comarcales, provinciales, municipales y zonales puede haber unos mil doscientos textos legales que incidan sobre un proyecto cualquiera de arquitectura, y cada uno de ellos tiene una media de sesenta y tres artículos o puntos, con lo que un arquitecto ha de conocer y aplicar unas setenta y cinco mil seiscientas gilipolleces que no son estrictamente de su profesión (quiero decir que se las tiene que saber además de saber calcular una estructura, por ejemplo). Y hay que decir que, como es obvio, muchas de ellas se contradicen.