viernes, 27 de octubre de 2017

Carne fresca

Es impresionante la fuerza, el talento y la capacidad de entusiasmo que tenéis los jóvenes. A veces dais hasta un poco de miedo. "Esta gente nos come. Nos come por los pies y no dejan de nosotros ni la coronilla", nos decimos los veteranos cuando os vemos salir de las escuelas.
A vuestra energía terrible unís vuestra preparación. Me pasma el dominio que los jóvenes arquitectos tenéis de las herramientas gráficas informáticas, la fluidez con la que habláis inglés y otros idiomas, el dominio de técnicas paralelas y complementarias a la arquitectura, como son la construcción de maquetas, el diseño gráfico, las animaciones y vídeos... Tenéis capacidad de sobra para quitarnos cualquier encargo con razón y con méritos.
Me dais mucho miedo, que lo sepáis.
Y sin embargo os veo trabajando gratis en estudios que no os merecen, regalando vuestros conocimientos, vuestras técnicas, vuestras horas de trabajo e incluso vuestras no-horas de sueño.
¿Por qué lo hacéis?


No lo termino de entender. Acabáis vuestra carrera y estáis deseando lanzaros a la profesión. Claro que sí. Pero en vez de buscar vuestros propios clientes preferís entrar a trabajar en un estudio ya consolidado, y mucho mejor si puede ser en el de un arquitecto de prestigio. Me parece muy bien. En principio se supone que cuanto mejor sea ese estudio más y mejores trabajos hará, y por lo tanto también ingresará más dinero y pagará mejor a su gente. Estupendo.

Ah, que al parecer eso no es exactamente así. Que al parecer muchos jóvenes trabajáis gratis por tener la oportunidad de aprender.
¿Y qué es lo que queréis aprender, que se trabaja gratis?
Sabéis de sobra. No necesitáis aprender. Y, desde luego, no tenéis que aprender a preparar cafés o a hacer fotocopias.
Y si os piden ya de entrada un nivel alto de 3D y os ponen a hacer renders como locos, ¿qué es exactamente lo que os enseñan?

Como os aprecio y os veo casi como un padre os voy a enseñar lo más importante, lo único que debéis saber para siempre: EL TRABAJO SE COBRA.
Eso es lo que diferencia a un profesional de un aficionado, y nosotros somos profesionales, coño. La arquitectura es un trabajo, y los trabajos son hechos por profesionales.

Por favor, copiádmelo cien veces con pluma de ganso y hermosa tinta roja de cochinilla, y también con la mejor caligrafía de la que seáis capaces:


Hala, por mí ya habéis aprendido todo lo que teníais que aprender. No olvidéis esto nunca. Y ahora a volar. Buena suerte.

martes, 24 de octubre de 2017

Yo confieso

Cuando yo estudiaba arquitectura en la ETSAM se decía, seguramente con mucho chauvinismo, que las dos mejores torres de toda Europa estaban en Madrid, y que las dos eran del mismo arquitecto: Sáenz de Oiza.
Primero había deslumbrado al mundo con sus exuberantes Torres Blancas (que sólo es una torre y que además es gris), y más de diez años después con el sobrio y elegante Banco de Bilbao.
Las dos torres son soberbias, magníficas, pero yo confieso...


De acuerdo, no son comparables. No se puede decir cuál es la mejor torre de las dos. Sí. Sí se puede decir. Claro que se puede decir. Los críticos de arquitectura que más respeto (que me perdonen los demás) dicen que es mejor, pero mucho mejor, el Banco de Bilbao, y les entiendo. Sé por qué lo dicen y estoy a punto de decir que tienen razón. Pero yo confieso...

Yo iba a la escuela todos los días en el 12, que cruza el Paseo de la Castellana por delante del Museo de Ciencias Naturales, y entre los años 1978 y 1981 vi el Banco de Bilbao, un poco más allá, levantarse día a día. No me decía nada, y a fuerza de escuchar hablar de él en la escuela supe que era un edificio muy importante, pero la verdad es que no me terminaba de decir nada. Es demasiado seco, demasiado simple. (Si nos fijamos un poco más nos damos cuenta de que de simple no tiene nada, pero yo lo veía así).
De vuelta a casa el 12 giraba de María de Molina a Francisco Silvela muy cerca de Torres Blancas, pero no llegaba a verlas. Esas sí que me apasionaban. Con sus formas barrocas, complejas, macladas, con su riqueza escultórica, sus juegos de luces y sombras, sus curvas, sus secuencias de terrazas apiladas todas iguales pero de pronto una falla, cambia de sitio, desaparece de la serie. Series llenas de excepciones que las confirman, plantas desiguales, viviendas de tantos tipos diferentes. Todo tan complejo, todo tan difícil.
Y sin embargo el Banco de Bilbao es un tubo, un perfil extrusionado, un churro. Plof. Ya está.

La riqueza y complejidad formal de Torres Blancas y la (aparente) simplicidad del BBVA

Bueno, la cosa no es exactamente así.
Torres Blancas es un edificio magnífico, y no necesita que yo ni nadie lo defienda porque la complejidad formal, la sensualidad exuberante y la variación sobre un tema siempre son muy agradecidas.

Torres Blancas tuvo una larga gestación, durante la cual Oiza se dejó influir por variadas corrientes, estilos y arquitectos.

Laboriosos croquis buscando el camino.
Influencias de distintos arquitectos.

Vale; sí: Reconozco que el BBVA es "mejor" que Torres Blancas, más intelectual, más sofisticado, más elegante, más "limpio". Pero Torres Blancas... Ay, Torres Blancas.

jueves, 19 de octubre de 2017

El gusto combinatorio y el gusto acumulativo

Después de haber hablado de la catedral de la Almudena se me queda muy mal cuerpo porque veo que a casi toda la gente es eso lo que le gusta y me pregunto por qué. Intento entenderlo, pero no sé si sólo pienso tonterías.

Mis clientes (y supongo que los de los demás arquitectos, no voy a ser yo el único) salvo muy raras excepciones no han tenido ningún interés por la arquitectura. Tampoco tenían por qué. Casi todos se han querido hacer una casa lo más imponente y "respetable" posible dentro de sus posibilidades (y algunos por encima de ellas) y nada más. Tampoco habría que darle mayor importancia a esto. Que cada uno se haga su casa como quiera o pueda, ¿no? Los arquitectos nos ponemos muy tontos.
Casi todos mis clientes sólo han pensado en algo parecido a la arquitectura una vez en su vida: cuando se iban a hacer su casa. Venían a verme con un catálogo de elementos arquitectónicos en su mente; un catálogo muy reducido pero muy contundente, en el que estaban las formas bellas, dignas, decentes: arcos de ladrillo, chapados de piedra irregular, chapados de piedra regular (menos), columnas de granito de un orden incierto (normalmente recordando levemente el toscano), canecillos de hormigón imitando madera, salientes semihexagonales o semioctogonales en la planta del salón (y a veces en la del dormitorio principal), balaustradas de hormigón blanco y poco más.
Todos esos elementos forman parte de un inconsciente colectivo que ni siquiera se ama, en el que, ya digo, ni siquiera se piensa, pero por eso mismo se sobreentiende que es la base de la que hay que tirar sin un solo momento de duda.
Y, naturalmente, si cada elemento de esa lista tiene ya un prestigio incuestionable, cualquier combinación entre ellos tiene que tenerlo también, y cuanto más variedad combinativa haya pues mucho mejor. (Es lo que decíamos el otro día de la catedral de la Almudena).
Si todos los componentes son buenos cualquier combinación entre ellos tiene que ser buena necesariamente.

Vamos a ver un ejemplo de la verdad de esa afirmación: Si las patatas, el chocolate, el aceite de oliva, la nata montada y las anchoas son buenas una combinación de todo ello tiene que ser buenísima.
Otro ejemplo de gusto combinativo: Vamos a fijarnos en cinco chicas y cinco chicos de los más bellos del mundo. De entre ellos vamos a afinar aún más y vamos a buscar los mejores rasgos: el mejor ojo izquierdo, el mejor ojo derecho, la mejor nariz, la mejor boca y la mejor barbilla. Obviamente, la combinación de estos elementos tan depurados tiene que producir una mujer bellísima:

Charlize Theron, Claudia Cardinale, Natalie Portman,
Kim Basinger y Gene Tierney

Y un hombre hermosísimo:

Hugh Jackman, Jon Hamm, Brad Pitt,
George Clooney y José Ramón Hernández

Uf, pues no sé. No termino de verlo claro. Creo que cualquiera de las mujeres y de los hombres seleccionados es bastante más guapo que las combinaciones resultantes. ¿Cómo lo veis vosotros?

sábado, 14 de octubre de 2017

Horno de pan (y 2)

El otro día me supo a poco lo que iba diciendo y me quedé con ganas de más. Por eso titulé la entrada con el número uno y prometí una segunda parte. Pero ahora ya se me ha ido el hilo de lo que iba diciendo.
Además en estos días le han dado un premio al horno de pan y ya se me ha cortado el rollo del todo.

¿Por qué somos así los arquitectos? ¿Por qué admiramos
y premiamos estos edificios que no gustan a la gente?

Sí que me gustaría seguir con mi afán didáctico e insistir un poco (muy por encima) en lo que decía el otro día.

Para empezar, deberíamos intentar comprender las complejas condiciones de partida que tiene este edificio: Está en el borde de una plataforma, ante un vertiginoso desnivel, y además tiene que arrodillarse ante el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, y no solo respetar, sino incluso acoger unos restos arqueológicos. Aparte de su complejo programa (auditorio, museo de tapices, museo de objetos suntuarios, museo de carruajes...) tiene que ser capaz de resolver la esquina más residual de la plaza que queda entre el palacio y la catedral. 


El acceso se hace por arriba, por la plaza, y desde ahí se va bajando, descendiendo por la cornisa famosa.
Ponedle además los camiones de abastecimiento, los recorridos, el transporte, la seguridad, la comodidad de accesos y estancias, etcétera, y tendréis un señor problema.

Obviamente, la cuestión de raíz, la matriz del proyecto, es hacer toda esa organización y toda esa relación de la manera más sencilla y eficaz posible. El problema, ya lo dijimos, es que el horno haga buen pan.
Luego, naturalmente, todo eso tiene que tener una forma, una imagen, una expresión plástica.




La expresión puede (y debe) ser discutible una vez visto el nivel de solución de las condiciones de partida antes dichas. ¿Es un acierto lo de las tiras verticales en fachada? Pues si no dejan pasar una luz uniforme y limpia serán un error, y si sí un acierto.
(A mí me parece, además de por su mera funcionalidad, que esa fachada ofrece una imagen neutra, como un zócalo o pedestal de piedra levemente labrada bajo la catedral).

¿Qué pasa si olvidamos todo esto y nos dejamos llevar solamente por la primera impresión que nos ofrece su fachada? Pues que entramos en el "me gusta" o "no me gusta", que ya vimos que es muy respetable en el interior de la intimidad de cada uno, pero cuando sale de ahí ya no merece especial respeto.
¿Nos gusta más con columnas jónicas? ¿Le ponemos unos arcos? Podríamos hacerlo: Tenemos todo el catálogo de formas arquitectónicas para usarlo según nuestro gusto, nuestro sacrosanto gusto personal. ¿Pero qué ganamos con ello?
(A una tía mía le entusiasmaban los bocadillos de bonito en escabeche bien espolvoreado de azúcar. De verdad. Los gustos personales son así).

Pero no merece la pena seguir intentando buscar ejemplos cuando tenemos uno perfecto justo al lado.

lunes, 9 de octubre de 2017

La Ola

Jorge Oteiza. La Ola. 1998. MACBA, Barcelona.
Aluminio patinado y pintura de poliuretano.
4,15 m x 3,40 m x 7,70 m

Grabé tu nombre en mi barca. Me hice por ti marinero
para cruzar los mares surcando los deseos.
Fui tan feliz en tus brazos, fui tan feliz en tu puerto
que el corazón quedó preso de tu cuerpo y de tu piel.


Como una ola tu amor llegó a mi vida;
como una ola de fuego y de caricias,
de espuma blanca y rumor de caracolas;
como una ola.

Grabé tu nombre en mi barca.

Y yo quedé prendida a tu tormenta;
perdí el timón sin darme apenas cuenta.
Como una ola: Tu amor creció
como una ola.


Bajé del cielo una estrella en el hueco de mis manos
y la prendí a tu cuello cuando te dije "te amo".
Pero al mirarte a los ojos vi una luz de desencanto;
me avergoncé de mi estrella y llorando me dormí.

Como una ola tu amor llegó a mi vida;
como una ola de fuerza desmedida.
Sentí en mis labios tus labios de amapola
como una ola.

Y me escapé contigo mar adentro
sin escuchar las voces en el viento.
Como una ola se fue tu amor;
como una ola.
                                                  José Luis Armenteros y Pablo Herrero



NOTA.- Las fotografías del estado actual de La Ola están obtenidas del blog Tot Barcelona.

martes, 3 de octubre de 2017

Mi patria

Estos días estamos todos muy excitados con esto de la patria. Yo, lo confieso, estoy bastante desorientado e incluso triste. Dije un par de patochadas de las mías en twitter y me han caído tortas de los unos y de los otros. Me han llamado golfo, ignorante, simple... incluso muchacho. (Bueno, a mi edad lo de muchacho es un piropo). La culpa es mía por decir patochadas en twitter, pero lo que quiero decir es que... ni sé lo que quiero decir.
Vamos, que todo esto me ha puesto muy triste. Supongo que como a muchos de vosotros.

Se me ocurre aquello de que el patriotismo es el último refugio de los canallas, o de que hay tontos tan tontos que no tienen nada de que presumir y entonces presumen del lugar en que han nacido por casualidad. O también aquello de que amar la propia tierra es de bien nacidos, pero proclamar que es mejor que otras sólo porque uno nació en ella es de idiotas y de miserables.

Vamos, que con todo esto me siento un poco apátrida. En todo caso, por ver algo, sí veo con nitidez y con nostalgia que en definitiva, como dijo aquel, la patria de cada uno es su infancia.

Siento un profundo patriotismo por sitios que ya no existen, como la puentecilla del prao de Seseña o la explanada en la que jugábamos al fútbol en Madrid bajo el puente de Ventas. También añoro el callejón de las Brujas, el camino de Valdecabañas, la era de Carlitos...

Mis patrias han desaparecido, y para las que siguen existiendo, como el parque de la Fuente del Berro, quien ha desaparecido he sido yo, y hace ya muchas décadas.

Mi patria era mi casa de Sancho Dávila, mi casa de Seseña y la casa de mi tía Celia y de mi tío Carlos. También otras casas en otros sitios. También las de mis amigos. Y la piscina de mi prima Carmina. Y la del Canario.


Mi patria eran el fútbol de chapas y las carreras ciclistas de chapas en el parque. Y los cromos de futbolistas. Mi patria era Astérix, pero más Obélix. Y Locomotoro. Y El Coyote. Y Mortadelo y Filemón. Y el sheriff King. Un poco más tarde fueron los Beatles y Simón y Garfúnkel (sí, con tildes). Y los guateques en el "salón" de mi primo Carlos o en el corral de mi amigo Antonio.

Mi patria eran las croquetas de escabeche de mi madre y la paella con dados de patatas fritas de mi tía Celia. Mi patria eran las veinticinco pesetas para repartir entre tres que nos daba mi abuelo. (Abuelo, que esto no es divisible).