En estos tiempos de zozobra, de turbiedad y de inquietud te escribo esta carta para manifestarte todo mi apoyo y toda mi admiración, que raya en pura envidia (sanísima, eso sí).
Eres un ejemplo para todos: una mujer de voz dulce e incluso meliflua, pero de convicciones firmes; una persona elegante, atractiva, activa y eficiente; una emprendedora; una luchadora optimista, que no le teme a los recovecos de la vida.
No puedo evitar verte como una suerte de monja seglar, como una santa guerrera, una Juana de Arco, una adelantada y una Arya Stark dispuesta a todo por salvar a su familia, a sus huestes y a su reino.
Has sido arquitecta antes de ser arquitecta, una profesional eficacísima que ha pergeñado imaginativas figuras administrativas y legales, una emprendedora, una gran creativa más allá de la supuesta (y tan reducida, y tan manida) creatividad de los arquitectos.
Según ha contado el Pepe de Los Pepes, que fue tu catedrático de proyectos, eras una alumna ejemplar, incluso brillante, y a mí no me extraña: No hay más que verte. Te imagino en clase, atenta, trabajadora, afable, educada... Un ejemplo para todo el alumnado, siempre tan disperso y despistado, tan patán. Tú no; tú ibas a lo tuyo con una claridad de ideas y una determinación pasmosas.