En pleno casco de una histórica ciudad castellana inauguraron hace bastantes años un edificio muy importante, diseñado por uno de los arquitectos españoles vivos más prestigiosos (si no el que más).
Hubo mucho bombo y platillo, y también mucha polémica, porque no hay ciudad histórica castellana en la que cualquier edificación contemporánea que se salga de lo de siempre, por respetuosa y comedida que sea, no la genere. Además, toda la normativa, el plan especial del casco, las normas y filtros de la comisión de patrimonio, etc., hacen casi imposible que se construya otra cosa que no sea una enésima imitación de la arquitectura de los siglos gloriosos.
Pero esta fue una de las raras veces en que se consiguió. Un gran edificio singular desafiante de los gustos, usos y costumbres de los pobladores del heroico casco antiguo. Para muchos una auténtica provocación, y para otros una necesaria entrada de aire fresco y una sacudida de tanta paletería.
Yo, como soy un osado, oso no tenerle demasiado aprecio a ese edificio, aunque tiene cosas muy meritorias. Pero no quiero hablar de eso; no pretendo hacer una fina crítica arquitectónica, sino enseñaros esta foto que tomé yo mismo:
Se trata de la escalera del parking de tan notable y postmoderno edificio. Las ciudades históricas castellanas (y no castellanas) tienen, junto con la citada característica de repudiar la arquitectura contemporánea, la de no tener apenas acomodo para los automóviles, y el mayor éxito de este considerable y contundente edificio es tener en sus niveles inferiores un enorme aparcamiento público que soluciona la papeleta a tanta gente que accede en coche. De modo que esa escalera puede ser uno de los monumentos más visitados de la ciudad(1).
El edificio salva un gran desnivel y el aparcamiento se desarrolla hábilmente en varias plantas, accediendo por la cota más baja y subiendo varios niveles en una suave hélice por la que no te das ni cuenta de que estás en una rampa, ya que la forman las plantas enteras, muy levemente inclinadas. Una vez que dejas tu coche tomas un ascensor y apareces en el nivel superior, en la calle, directamente en el cogollo del centro histórico. Estupendo.
Pero ya los ascensores están como en un rincón cutre, y si además están estropeados (como pasa a veces, por ejemplo el día que tomé esa foto) tienes que subir por esas escaleras impresentables, absolutamente inadmisibles en cualquier obra de ínfima categoría, así que no digamos en un edificio público representativo producto de uno de los más grandes arquitectos.
¿Qué ha pasado? La escalera tiene charcos, y o bien le faltan las huellas y las tabicas o bien necesita un repaso y una regularización a esa base de hormigón basto, sin rematar ni nivelar. Los tubos de instalaciones, metálicos en plan industrial, quedan vistos, y los cerramientos del hueco son de bloque de hormigón barato y sin revestir. Y no se trata de brutalismo ni de arte povera, sino lisa y llanamente de obra sin terminar, de chapuza y de cutrez imperdonable.
Las que sí están terminadas son las barandillas, de barrotes horizontales escalables y prohibidas (ahora) por peligrosas, aunque esta obra es anterior al CTE.
No sé cómo se puede tolerar algo así. No sé cómo se puede echar el resto y los millones en una obra tan llamativa y dejar esa parte tan tremendamente mal. Y pasan las décadas y no la terminan ni la arreglan.
Llevo mucho tiempo pensando en esa escalera llena de charcos y mugre y he llegado a una conclusión (provisional, como todas las mías): El casco urbano, como digo, está poblado por edificios "gloriosos" de los siglos XII a XVI (más o menos) camuflados entre una gran mayoría de otros muy posteriores pero que imitan sus estilos. De pronto, entre ellos irrumpe este y altera todas las convenciones. Para poder llevarlo a cabo hubo que hacer infinitas negociaciones y concesiones, y estoy seguro de que una de ellas fue homenajear a uno de los grandes símbolos históricos y literarios de aquellas veneradas épocas: la picaresca.
Leemos con placer las penurias de los hidalgos empobrecidos, que, ayunos y hambrientos, poseedores apenas de un coscurro de pan duro, lo deshacían en su pechera y salían a la calle dando el pego de que habían comido despreocupada y opíparamente incluso desparramando comida sobre sí, y también, poseedores de harapos agujereados y desgarrados, hacían lo imposible, incluso vendiendo lo poco que tenían, por conseguir una buena capa con la que taparlos y hacer creer que iban bien vestidos del todo, de modo que a un jubón roto y deshecho le ponían un buen cuello y unos buenos puños, que eran lo único que enseñaban fuera de la capa. (Y si solo podían conseguir un puño la otra mano iba siempre dentro escondida). Igualmente iban sin calzas y solo se preocupaban de hacerse unos bordes tobilleros, como si las llevaran completas.
Pues así este edificio muestra materiales nobles e incluso elementos superfluos en lo que asoma al glorioso casco urbano, mientras que lo que tiene oculto es impresentable, roto, sucio, percudido y miserable.
Esta es una forma de entender la arquitectura y (se supone) hay que respetarla porque es la que se impone en todas partes. Gasto ostentoso en lo que sea de ostentar, y miseria en lo íntimo. Así vamos por la vida. Así nos creemos que somos algo.
Dios tambien esta en los no-lugares?
ResponderEliminarUn poco más de promenadismo no vendría mal, aunque, ¿no son estas cosaa las que parecen recordarle al edificio: tu también eres mortal?
Hola, gracias por tus publicaciones. Tengo curiosidad por saber si se trata del edificio que está en la Plaza del Mercado Grande de Ávila.
ResponderEliminarGracias, Marisa. No quiero dar ninguna pista porque tampoco quiero señalar a nadie en particular ni "buscar culpables". Por lo tanto perdóname por no aclararte tu duda.
EliminarUn cordial saludo y muchas gracias por tu interés.