vez a Eduardo y a Santiago.
Mis mejores amigos me han regañado mucho por la última entrada: Nevermore. Me dicen que lo que digo no es verdad, que juego a hacerme la víctima, que esta profesión me ha dado muchas alegrías y muchos éxitos, que he dado servicio a muchos clientes satisfechos, que he creado una red de afectos y que no tengo ningún derecho a hacerme la víctima ni a intentar dar penita.
Bueno, vale; si lo dicen ellos, que tienen un criterio probado y aquilatado, será verdad, pero os aseguro que no fue un relato triste ni quise dar penita. Al revés: Estaba contento y muy tranquilo al asumir mi realidad, y dispuesto a disfrutar mi apagamiento profesional.
Y justo entonces, estando así, me llega un motivo de celebración e incluso de envanecimiento. Estoy más contento que unas castañuelas, y lo voy a contar, si queréis, para compensar lo del otro día.
-No, nada de eso. Si lo del otro día mencionaba de alguna manera el fracaso, era un fracaso muy liviano, así que ahora, del mismo modo, toca hablar de un éxito modestísimo. Esa es mi escala para mal y para bien.
Bueno, pues se trata de que he recibido un correo de Millán Garrido, un arquitecto fiel lector de este blog que me dice que comenta pocas veces, pero que lo lee siempre, y también que ahora anda de paseo por Helsinki y se ha acordado de mí y de ¿Arquitectamos locos? Me cuenta una historia y me adjunta cuatro fotos:
Son de la sala de estar de la casa de Alvar Aalto, y van de más lejos a más cerca, en una especie de travelling.
En la que acabo de poner (clicad para verla más grande) se ve el ambiente general de la sala, con un piano en el centro. En primer plano vemos el famoso vaso o jarrón (depende de la altura de la versión) Savoy. Hay alfombras y muebles suyos, y a la derecha una litografía enmarcada del Modulor de Le Corbusier. Sobre el piano hay un retrato de la primera esposa de Alvar, Aino. Al fondo hay una pequeña minisala separada de este espacio por un tabique corredero de madera.
No nos hemos dado cuenta, pero al fondo a la derecha, más allá de la chimenea, hay una pequeña repisa. Vamos a fijarnos en ella:
Vemos que en realidad son tres baldas, dos en la línea superior y una inferior, ancladas a la pared gracias a unas piezas triangulares de madera con los vértices redondeados. Sobre ellas hay una de aquellas deliciosas piezas de los experimentos con madera, una foto enmarcada de Alvar Aalto con su segunda esposa, Elissa, y algunos pequeños objetos. Con un poco de imaginación podríamos decir que uno de ellos podría ser...
Nos acercamos un poco más y ¡sí! ¡Es!
¡Un par de castañuelas que conocemos bien! ¡Las castañuelas que Alvar Aalto compró en Madrid!
Seguramente no lo recordaréis, pero Millán Garrido lo recuerda perfectamente y se lo ha contado a los dos guías que enseñan la casa. Y lo recuerda porque lo leyó en este blog.
La entrada es nada menos que de marzo de 2012, hace ya la friolera de doce años, y se titula "Un finlandés en El Escorial (y II)". Si no queréis (re)leerla os la resumo muy deprisa: Cuando Alvar Aalto se volvía de Madrid a su casa quiso comprar souvenirs para su familia y, guiado por el arquitecto español Fernando Chueca Goitia, fue a la prestigiosa Casa de Linares (desaparecida hace ya muchos años), donde compró, entre otras cosas, unas castañuelas.
Instintivamente eligió las más caras con diferencia, de profesional. El amable vendedor (amable, sí, pero contraproducente con la empresa; espero que el jefe no se enterase) le hizo notar que como recuerdo para turistas tenían varias bastante buenas y mucho más baratas, y que, no siendo un verdadero virtuoso, no iba a notar la diferencia.
Aalto se sintió lleno de orgullo: De castañuelas no tenía ni idea, pero de madera sabía un montón. El haber elegido espontáneamente ese par le demostraba que sí sabía, que sí conocía, y fue imposible convencerlo de que se gastara menos dinero en otras.
Y mirad por dónde, por qué bendita chiripa, al final las hemos visto. Setenta y dos años y pico después ahí siguen: en la casa de Alvar Aalto que visitan y admiran arquitectos de todo el mundo, uno de los cuales las ve y les cuenta a los guías esta historia sobre la alta exigencia y el exquisito gusto del maestro, que conoce porque la leyó en un blog (este, que sí que crea de verdad una red de afectos) hace doce años.
Y luego digo que lo que hago no vale para nada. Jeje. Espero que a partir de ahora los guías de la casa cuenten la historia de las castañuelas de Madrid.
Yo no sé a vosotros, pero a mí me ha parecido buenísimo, una especie de epílogo que cierra el ciclo narrativo, una guinda fantástica. Y me gusta especialmente que haya pasado tanto tiempo y el eco haya seguido latente.
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Nota.- Es un momento necesario para recordar que en aquellos dos artículos del año 2012 sobre la visita de Alvar Aalto a España me ayudaron mucho Eduardo Delgado Orusco y Santiago de Molina. Sumo ahora a Millán Garrido y les agradezco enormemente a los tres esta historia que acaba tan bien y tan redonda.
Algo excitado por la visita a esa casa que, a pesar de tantas veces analizada y escudriñada en fotos, nunca se acaba, cuando vi las castañuelas sentí un chispazo de alegría. Recordé aquella historia tan interesante y divertida y pude verificarla al menos parte. Ya no era una mera historieta; al menos para mí, ahora era verdad.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias de nuevo, Millán.
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