viernes, 1 de octubre de 2010

y... West End Blues

Vamos, pues, a escuchar:




Empezamos con una entrada prodigiosa de la trompeta de Louis Armstrong, sorprendente, fuera de compás. Un prólogo de doce segundos improvisado, de una maestría pasmosa.
A partir de ahí ya entran todos y empieza a contar el tempo. Un tempo muy lento. Demasiado lento. Nada que ver con los blues corrientes de Nueva Orleáns. (Ya dijimos que éste era un blues corriente de Nueva Orleáns, hasta que lo interpretaron estos monstruos).

El primer estribillo lo hacen todos. Destaca ligeramente Armstrong, pero no es un solo, sino una labor de conjunto. Hay que ver cómo lo termina, enroscándose y prometiendo que va a pasar algo.
El siguiente estribillo es de trombón, muy suave y muy dulce (escuchad la levísima percusión: un leve címbalo y nada más).
El tercer estribillo es el clarinete, delicioso, al que complementa una locura de Armstrong scateando lo que sería exactamente una trompeta con sordina. (Escuchad: No es un tarareo. Es una trompeta apagada).
Luego viene una magistral interpolación de Earl Hines al piano. Es más o menos otro estribillo, el que le tocaba a él, pero no respeta la melodía, sino que improvisa, sube, baja, rodea, disuelve. A mí me va a dar algo.
Y ya, para rematarme, le toca el estribillo al jefe. Empieza respetando la melodía: Ta-ta-taaaaaaaaaa. Pero en esa nota larga (2:34, 2:35, 2:36, 2:37, 2:38, 2:39, 2:40, 2:41, 2:42, 2:43, 2:44, 2:45) se acaba el mundo, y justo entonces vuelve a renacer. Desde ese punto, 2:45, hasta 2:54, nueve segundos, está como haciéndonos creer que busca las llaves (dónde están, dónde las he puesto, a ver si están aquí), pero lo sabe de sobra, y nos lo dice en 2:55 y siguientes. Y con las llaves abre la puerta de yo qué sé. La puerta del paraíso o la del infierno, o la de quién sabe. Y en 2:58 deja la puerta abierta para que escuchemos a Earl Hines haciendo ¡cinco! llamadas (tin-tirurí, tin-tirurá, tin-tirurí, tin-tirurí, tin-tirurí) para que remate el jefe con una paz infinita, se incorporen todos en un acorde final y eche el cierre el percusionista (pic-poc).

Ya está.

No hay dos estribillos iguales, dos giros iguales. Todo progresa, dominando el tiempo, presentándose y desarrollándose.

Earl Hines comentaba el final: "No sabíamos cómo iba a ser el final. Cuando llegamos al final Louis me miró y yo hice lo primero que se me ocurrió, un pequeño trozo de un clásico que había hecho hacía mucho tiempo... entonces lo repetí cinco veces antes de que Louis hiciera una señal con la cabeza y todos empalmaron con el acorde final".
También cuenta que Armstrong y él se abrazaron, sorprendidos y felices de que hubiera salido tan bien.

That´s jazz.

2 comentarios:

  1. Gracias.
    Quiero mas!!.
    Despues de un dia tan complicado, leerte mientras escucho a Armstrong es una maravilla.
    Es mucho mas sublime y amable tu verso cuando trata de musica que de arquitectura. Me recuerdas al mejor Alejo Carpintier de "Concierto Barroco".

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  2. Eres el segundo que me lo dice.
    Me planteo seriamente cambiar este blog por "Musiqueamos locos?"
    (Tengo una espinita clavada, y es que en mi perfil verás entre mis músicos favoritos a The Largo, pero ahí me falla la base y no sé comentarlos adecuadamente. No obstante, me pondré a ello. A ver qué me sale).

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