mencionó en Facebook.
Los tres jóvenes talentosos dieron la campanada cuando ganaron uno de los concursos de arquitectura más importantes de la segunda mitad del siglo XX: el Centro Georges Pompidou en el centro histórico de París. Tocaron el cielo y, de rebote, el infierno.
El cielo porque saltaron al estrellato y a la fama mundial de la noche a la mañana, y el infierno porque en medio de los edificios góticos y al lado de la isla del Sena diseñaron un edificio de metal y vidrio con las tripas por fuera. Decir escándalo es muy poco. Fue la ignominia, la maldición, el anatema.
De repente todos los ciudadanos del mundo interesados más o menos vagamente por la arquitectura (y menos o más por el petardeo) conocieron el proyecto, y tuvieron una opinión muy rotunda sobre él.
Parecía que el mundo se hundía ante semejante salvajada, y sin embargo también existía la certeza de que esta era una gran obra.
La gestión de todo el proceso ante las diferentes autoridades fue terrible y laboriosísima, y de los tres arquitectos el único que sabía francés era Gianfranco, así que él llevó el peso de tantísimas negociaciones ante tantísimos informes y requerimientos. Por lo tanto puede decirse que durante el proceso de la pre-construcción y de la construcción del edificio (y también en toda la gestión con la comunicación y la coordinación con todos los intervinientes, con la prensa, con la opinión pública...) él fue el arquitecto más importante de los tres.
Al final todo salió bien y aquí los vemos a los tres tan contentos subiendo por la famosa escalera-gusano panorámica del Pompidou ya terminado:
¿Eh? ¿Cómo? Solo están dos. ¿Qué ha pasado con Gianfranco Franchini?
Gianfranco desapareció. Desapareció hasta tal punto que en casi todas las publicaciones solo se menciona a Piano y a Rogers como autores del proyecto, y quienes citan al tercer hombre parece que se refieren a un ayudante muy subalterno, y no a uno de los autores con el mismo peso que los otros dos.
Y no: detrás de esto no hay ninguna sucia traición, ninguna lucha de egos ni ninguna bajeza. Los dos "vencedores" no eliminaron al "perdedor" de las glorias de la fama. Fue Franchini quien no quiso.
Como ya hemos dicho, tan grande como el desconcierto mundial ante este monstruo fue finalmente el éxito y el reconocimiento. El mundo se rindió a los pies de los autores y las oportunidades de gloria fueron infinitas. De las trayectorias de Renzo Piano y de Richard Rogers a partir de ese momento no hay que decir nada. Todo el mundo las conoce. ¿Pero qué pasó con Gianfranco Franchini?
Lo que pasó fue que vio el panorama internacional, el éxito, la fama, los proyectos importantísimos, el triunfo, se asomó a todo eso,
miró aquel fantástico circo, se imaginó a sí mismo dentro de él,
y no quiso pertenecer a aquello.
Así que se dio la vuelta y se fue.
Discreto y silencioso se retiró.
Sin pedir nada. Sin querer nada. Sin llamar la atención.
Él no era de allí. Sobraba allí. Tenía que hacer su propia vida, buscar su camino.
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Conocía los emplazamientos, los tenía vividos. Sabía los problemas y las circunstancias, y conocía a sus clientes y a sus usuarios. No era hoy un teatro de ópera en una ciudad americana y mañana un museo en una asiática. Eran edificios en su ciudad, en su entorno vivido y querido.
No fue ninguna especie de héroe. No se sacrificó en nada. Al revés: hizo lo que quería y vivió muy a gusto y muy feliz así. Ganó dinero, disfrutó de la vida y ejerció su profesión con gran placer.
Seguramente fue el más sabio de los tres, aunque esto nunca se sabe.
No conocía la historia de Franchini, y me ha encantado. Me declaró admirador de las personas que hacen lo que les gusta cuando les gusta y como les gusta. Es el caso que comentas de Faemino, por ejemplo, y supongo sin saberlo a ciencia cierta que el de Erice. Personas que viven de su vocación sin importarles otra cosa. Bellísima entrada
ResponderEliminarBonita historia, para muchos, y también me incluyo, la felicidad hay que buscarla en el día a día
ResponderEliminarQue historia tan bonita. Un buen ejemplo de vida ...
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