Me repito mucho. Ahora iba a ponerle a esta entrada el título "Bonito" y me ha dado la vaga sensación de que ya lo había usado. He buscado y sí: aquí. Por eso añado ahora "(otra vez)", y podría seguir con ("y las que hagan falta").
Ay, lo bonito; qué bonito.
Para empezar a aclarar los conceptos diré que no voy a hablar de pez teleósteo alguno, lo que deja la cuestión reducida a algo más bien "lindo, agraciado, de cierta proporción y belleza".
Los arquitectos, en general (yo diría que casi todos), odiamos la palabra "bonito" referida a la arquitectura porque no es un término que nos sirva para nada. ¿Qué es un edificio bonito, una ventana bonita, una bóveda bonita? Nada. Bonito no es un criterio arquitectónico ni un rango de valor. Por eso nos pone nerviosos que este adjetivo tenga tanto predicamento entre la población lega, y no digamos ya que nos pregunten si tal edificio nos parece bonito. A veces contestamos, un poco (bastante) indignados: "¡Este edificio no es bonito: es bueno!".
Eso, como digo, ya lo he contado y no quiero extenderme ni repetirme demasiado. Lo que pretendo contar ahora es que para todo hay alguna excepción, y para esto que acabo de decir, y que nos parece tan claro y tan evidente a (casi) todos los estirados arquitectos, está la del brillante Bernardo Angelini, del estudio zigzag arquitectura (con su socio David Casino).
Bernardo y yo somos compañeros en la URJC, y aunque nunca he dado una asignatura con él sí que hemos compartido varias sesiones de jury: Consisten en que, para darle una visión más amplia al alumnado y que no esté siempre a expensas de los juicios e ideas de sus profesores habituales, de vez en cuando se invita a otros (docentes o no) a una especie de corrección que tiene mucho de festiva, o, por lo menos, de atípica, en la que los invitados ajenos a la clase opinan sin conocer cuál ha sido el desarrollo diario y laborioso de cada proyecto, sino que encaran el resultado final con la mente "en blanco" y comentan aspectos que tal vez no se dijeron durante el proceso y que en ese momento estallan como un pez en un charco y generan cortocircuitos muy interesantes.
(Hay que decir urgentemente que nadie resulta herido en tal show, sino que todo es muy enriquecedor para todo el mundo y no tiene nada de dramático en el sentido de "me juego la asignatura por las cosas tan raras que me está diciendo este extraño personaje", sino, por el contrario, es más bien una ocasión de lucimiento y de celebración).
Por cuestiones operativas las clases de proyectos se suelen dar por dos docentes. Pues bien: en tales sesiones alguna vez Bernardo & Partner me han invitado con más colegas, alguna vez nosotros a él y a más, y alguna otra hemos sido invitados los dos (siempre con más: esto, como digo, es una fiesta). Y, a lo que voy, le he visto a menudo en acción.
Una cosa que siempre me resulta muy agradable es ver a grandes arquitectos llenos de talento que, ante las incipientes propuestas voluntariosas e imaginativas, con dotes atractivas, pero, obviamente (y según los cursos) con poca madurez y alguna (o bastante) torpeza, reaccionan de una manera muy positiva, animosa y constructiva, celebrando los aciertos y señalando los errores (a veces garrafales, como no podía ser menos) de una manera que infunde ánimo y ganas de corregirlos y mejorarlos. Y hacen crecer el proyecto y, sobre todo, conducen a su artífice a aprender de una manera natural y muy optimista.
Y otra cosa que me emociona es compartir escena con arquitectos verdaderamente grandes y ver lo cercanos y cálidos que son, sin estirarse ni alardear de nada. Y Bernardo es de las personas más cercanas y amables que conozco, siempre con la sonrisa en la boca y con las frases adecuadas para hablar de arquitectura como lo hacen quienes la conocen de cerca, y con ello son capaces de convocarla a brotar en el pensamiento de quienes estamos a su lado. ¿Hay mejor cualidad para ser un gran profesor?
Yo, que soy aplicado, normativo, circunspecto, ortodoxo y aburridísimo, pensé que Bernardo se había equivocado, que el adjetivo maléfico se le había escapado, e hice como que no lo había oído. Vamos, que lo perdoné.
Pero es que al cabo de un rato, con otro proyecto, volvió a decirlo: BONITO. ¡Pero, tío, Bernardo, por favor! ¡Pero, jo, tío! Esta vez me iba a costar más no tenérselo en cuenta y olvidarlo. ¡BONITO dos veces y en cuestión de minutos!
Y en otro jury se lo volví a escuchar dos o tres veces más. "¡Ay, Señor -me dije-. Bernardo es un caso perdido; una ruina!"
Bien, pues ya a estas alturas he de resignarme a asumir que el calificativo BONITO forma parte habitual de su repertorio léxico. También asumo cada vez más su bonhomía y su talento.
Así que no me queda más remedio que apearme de una de mis convicciones más acendradas (con lo que cuesta eso), quitarme el hábito de inquisidor y repetir desde mi mediocridad -tal vez en voz medio baja y medio vergonzante; tal vez mascullando un poco y casi mordiéndome la lengua- que el adjetivo "bonito" no tiene que estar prohibido obligatoriamente en arquitectura, puesto que lo emplea alguien que sabe tanto de ella y a quien le brota por todos sus poros. Y, sobre todo, alguien que la celebra con tal luminosidad en cada gesto.
Qué bonito.
Recuerdo que en las clases de la asignatura de Proyectos, ningún profesor calificaba un determinado edificio de "bonito", ladeaban la cabeza y decían: "arquitectura interesante", lo recuerdo particularmente de Moneo.
ResponderEliminarSalud
Jejejeje. Eso es lo que deben decir los arquitectos "comilfó".
EliminarQuerido josé Ramón, aunque ya nos vimos y te adelanté un pequeño agradecimiento en persona el otro día, no quería dejar de responder aquí a tan especial y entretenido relato. Me ha encantado la historia, tu reflexión y el modo en el que lo cuentas. Me tuviste con el corazón en un puño hasta el final..jajaja!
ResponderEliminarY, sobre todo, muchas gracias por hacerme partícipe y valorar nuestro trabajo.
Nos vemos en la próxima quedada, ya sea una sesión crítica, una reunión de asociados, o mejor aún: un karaoke. Será un placer vernos.
Gracias y un gran abrazo!
Bernardo