En un famoso artículo para la revista Zodiac, titulado "Platforms and Plateaus" ("Plataformas y Mesetas"), Jörn Utzon hablaba de la gran impresión que le produjeron los templos mayas, sobre todo por la forma en que surgían de un terreno "preparado". En medio del caos de la selva, donde es inconcebible construir nada, se hacía un claro, se preparaba un terreno, se explanaba, se elevaba y se creaba un "sitio", un "lugar" arquitectónico, del que la construcción surgía como algo propio.
Hablaba del plano horizontal del suelo, que se separa del terreno natural y constituye un plano elevado desde el que se otea, desde el que se domina el lugar, desde el que se apodera uno del espacio, y consideraba que esa operación de preparar un "suelo" era la primera operación arquitectónica.
Utzon ilustró ese artículo con unos dibujos muy sencillos, que se han hecho célebres:
En ellos vemos una constante: Hay un suelo muy firme, una plataforma, una base sólida, y encima hay algo etéreo, volador, ingrávido. (En el último dibujo el plano de base me parece el mar, que no es nada sólido; pero también podría ser una extensa llanura. En todo caso, perspectivamente funciona como un plano firme, sobre el que vuelan las nubes).
Lo que diré a continuación no tiene ya nada que ver con lo que escribió Utzon, pero lo digo igualmente: Yo veo en esos dibujos una metáfora de la profesión de arquitecto (y de la actitud intelectual y vital de todas las personas), y es que soñamos, pero necesitamos una base sólida para soñar. Los arquitectos no podemos soñar vaguedades. Tenemos "los pies en el suelo", como se suele decir. Calculamos, medimos, valoramos opciones, encajamos el programa, estudiamos los costes, etc. Pero todo eso no nos lleva a buscar soluciones directas ni obvias, sino que, una vez que estamos bien anclados en el suelo y bien firmes, nos ponemos a divagar, a soñar, a elucubrar.
Se me ocurre eso: que una buena obra de arquitectura tiene que hacerse con los pies en el suelo, pero con la cabeza a pájaros.
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