Cuando la Marquesa de la Casta Flor, mi distinguida cliente, me lo preguntó con algún resquemor y mala idea –dime, listo: ¿Qué es arquitectura?-, reconozco que así, al pronto, no supe qué contestarle.
Estábamos proyectando un palacio de verano en Los Montes cuando ella me exigió una loggia a la italiana, totalmente absurda e inútil en ese edificio. Entonces fue cuando le dije: “Señora, discúlpeme, pero eso no es arquitectura”. Y ella me replicó: “¿Ah, no? Pues dime, listo: ¿Qué es arquitectura?”
Me quedé descolocado. Se me vinieron a la mente varias definiciones, todas insuficientes. Le Corbusier dijo que la arquitectura era el sabio juego de los volúmenes bajo la luz. Él, que hizo una arquitectura tan sublime, definió sólo su aspecto superficial de objeto plástico, escultórico.
Mies van der Rohe dijo que la arquitectura consiste en colocar con esmero un ladrillo sobre otro. (En otra ocasión hablaré del esmero de Mies). Para mí, la condición es, como la del Corbu, también necesaria, pero tampoco suficiente. Mies reducía teóricamente la arquitectura a construcción, pero también él trascendía con sus gloriosas obras su imperfecta definición.
¡Vaya lío! ¡A ver cómo le explicaba satisfactoriamente el intríngulis a la marquesa!
Vitruvio, por su parte, daba tres condiciones para la buena arquitectura, que, así de memoria, creo que eran: firmitas, utilitas y venustas (solidez, utilidad y belleza). O a lo mejor eran bueno, bonito y barato, no recuerdo bien. La definición no está mal, pero el problema es saber qué narices es la venustas. (A mi cliente le parecía que la loggia tenía mucha; a mí, ninguna). En cualquier caso, la utilidad no es moco de pavo, (si lo pensamos bien, es esa utilidad la que diferencia a la arquitectura de las demás artes); y de esa utilidad sí que carecía, sin duda, la famosa loggia. ¿Pero entonces es censurable cualquier decoración? No, claro que no. Me temo que saliendo de un charco me había metido en otro.
Para escaquearme del problema y tranquilizar mi conciencia, acudí al Diccionario de la Real Academia, que es algo muy socorrido. “Arquitectura: Arte de proyectar y construir edificios”. “Arquitecto,ta: Persona que profesa o ejerce la arquitectura”. Pues sí que estamos bien.
Por si acaso, recordé la salida de pata de banco de no sé quién, si Marcel Duchamp, Tristan Tzara, Kurt Schwiters o uno de esos: Ante el desconcierto dadaísta acerca de qué era arte y qué no, el tautólogo cuyo nombre ahora no recuerdo dijo: “Arte es todo aquello que un artista dice que es arte”. Delicioso; pero ahora hay que preguntarse quién es artista; es decir, quién está capacitado para decirnos qué es arte.
Desarmado, carente de argumentos, le dije eso a la marquesa: “Arquitectura es lo que un arquitecto dice que es arquitectura”. Y yo, desde luego, soy arquitecto. (¿O no? ¿Basta con tener el título expedido por la universidad? Me estoy metiendo en otro charco).
Creo que perdí el primer asalto, porque la marquesa me contestó glosando a Paul Watercil sin conocerlo (mera casualidad). Me dijo: “Arquitectura es lo que el cliente dice que es arquitectura”. Y ella, por supuesto, es la cliente. Y el cliente siempre tiene razón. (¿O no?).
Prometo reflexionar más sobre el asunto y vencer a la escurridiza marquesa en el segundo asalto. Ya les contaré.
Ahora la absurda loggia mira a los Montes de Toledo proclamando el éxito de la definición de Watercil y de mi cliente.
Bueno, yo no diría que el resto de las artes carecen de utilidad. Aunque en la arquitectura ésta sea más evidente...
ResponderEliminarEs verdad, Gema. Sobre eso creo una cosa (a la que no sé dar forma y no expresaré bien): La utilidad de las artes las hace más artes, pero la utilidad de la arquitectura la hace menos arte. Lo digo muy mal. Hablo de dos tipos de utilidad y de dos tipos de arte. Lo grande de la arquitectura es no ser arte. Su maldición es que se la considere como tal.
ResponderEliminarA ver si algún día de estos encuentro la manera de expresarlo mejor. Empiezo blog y quiero contarlo todo de golpe, y me amontono. Tranquilidad (me digo).
La arquitectura hoy es disyuntiva,fragmentada y disociativa.
ResponderEliminarHacer arquitectura es la necesidad de descartar las categorías establecidas de significado e historias contextuales (incluso alusivas a los indicios y logros del movimiento moderno).
Podría valer la clasificación de arquitectura “posthumanista” para hacer hincapié en la dispersión del sujeto y en la fuerza de la regulación social, y en el efecto del descentramiento de la noción de forma arquitectónica unificada y coherente.
La arquitectura certifica la ruptura entre significante y significado, espacio y acción, forma y función.
Hoy presenciamos la desaparición de las teorías funcionalistas y de la función normativa de la arquitectura misma.