miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vargas Llosa, arquitecto

Estoy leyendo La Casa Verde. Es una novela muy compleja, con una estructura fascinante. Leí hace años Conversación en La Catedral, y tiene algo en común. La Ciudad y los Perros me pareció más sencilla. Otras, como El paraíso en la otra esquina, por ejemplo, son mucho más convencionales y fáciles.
Me centraré en La casa verde y en Conversación en La Catedral para hablar de las cualidades arquitectónicas vanguardistas de Don Mario.
(Acabo de caer en la cuenta de que, por pura casualidad, en los dos títulos hay arquitectura: casa y catedral. El primero es un burdel y el segundo un bar).
En ambas novelas se cruzan varias historias en varias épocas, pero eso no es evidente. Pongamos que un anciano contara cómo en su juventud mató a un hombre, y en el párrafo siguiente una mujer, apenas una niña, se está casando. Pues bien, cien páginas más adelante nos damos cuenta de que no sólo el anciano es mucho más joven que esa niña, sino que es su hijo, y que las dos historias que creíamos simultáneas tienen sesenta años de diferencia. Por ejemplo.
O también leemos, por ejemplo, que uno le está contando a otro cualquier episodio, y de repente ese episodio ocurre al mismo tiempo que la narración, y no es ya sólo un flashback, sino una mezcla, una ensalada espacio-temporal confusa de leer, pero riquísima.
Esta literatura enrevesada y difícil no es mero capricho. Es que así se puede reflejar mejor la realidad poliédrica y escurridiza. Cuesta trabajo leer y entender, pero la recompensa merece la pena, porque se logra algo que una narración lineal no podría conseguir nunca.
Un ejemplo palmario de esto es El Ruido y la Furia, de William Faulkner, maestro de Vargas Llosa, quien siempre lo ha reconocido como guía. Yo soy un lector todoterreno, pero estuve a punto de dejar El Ruido... Estaba lleno de trampas, escrito con muy mala leche. También soy cabezota y logré terminarla. Y mereció la pena porque me abrió un mundo narrativo complejísimo y riquísimo. (La peor, con diferencia, es la primera parte. El resto ya sale muy bien). Parece una novela escrita por pura crueldad de su autor, para fastidiar a los lectores. Pero creedme: No toda la literatura es... Iba a decir un nombre, pero ¿para qué?
Otras novelas de Vargas Llosa, como La Fiesta del Chivo, componen también varias historias con gran maestría y dinamismo, pero son más convencionales. La Fiesta... me parece una magnífica novela, pero yo quiero hablar de otra cosa.

Le he llamado arquitecto. La arquitectura es muchas cosas. Una buena novela bien compuesta en orden cronológico, y desarrollada con el esquema clásico de planteamiento-nudo-desenlace, es una sólida obra arquitectónica, bien cimentada, funcional y con hermosas fachadas. No se puede pedir más.
Pero yo quiero hablar de otra arquitectura: de la que vive entre los pliegues del espacio-tiempo, del Guggenheim de Wright, del Pabellón de Barcelona de Mies, de Ronchamp o del Hospital de Venecia del Corbu... de los experimentos de Van Doesburg, de El Lissitzky... de los felices disparates del Bauhaus y de los constructivistas rusos... Del amor por el puro espacio y por el puro tiempo, que no tienen nada de puros y que se mezclan y se hacen un lío.
Por favor, haceos un lío leyendo al Vargas más difícil y al Faulkner incomprensible. Merece la pena.

2 comentarios:

  1. Hola Jose Ramón:

    Años hace que (algunos amigos y el que suscribe) venimos comentado que acabaremos haciéndonos un gran lío.
    Desde que la Arquitectura se lee y las novelas se construyen pasa lo mismo que desde que inventaron el bidé y la hoya expres.

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  2. Está bien eso de que la arquitectura se lee y las novelas se construyen. Es verdad.
    Bueno, y ahora los comentaristas deportivos también "leen" los partidos.
    Es posible que estemos leyendo demasiado.

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