miércoles, 7 de julio de 2010

Sin ganas de rebelarnos

No entiendo por qué, con la que está cayendo, con la cantidad de dramas personales y colectivos que nos rodean, proliferan ahora en las televisiones los programas sobre ricachones. (Mejor dicho, sobre ricachonas).
Todo empezó con un interesante programa de La Sexta, ¿Quién vive ahí?, en el que algunas personas afortunadas nos enseñan sus magníficas casas. (Uno de ellos es mi amigo Luis Moreno).
En este programa se ven casas que están muy bien. En general son caras, pero la carestía no es su cualidad principal, ni, desde luego, el motivo por el que aparecen aquí. Cuenta más su originalidad y, sobre todo, el placer y la alegría que sienten sus habitantes. Chapó. Algunas de esas casas son "de arquitecto", de buen arquitecto. Otras no lo son, pero no por eso son de arquitectura más deleznable. Son de arquitecto sin título. En general me parecen muy interesantes. Hay algunos excesos y patinazos, pero tan sentidos y tan vividos que me parecen válidos, estupendos.
Pero de ahí la cosa ha degenerado, y, como en este mundo televisivo cuando un programa tiene más de cien espectadores en seguida lo copian, ahora hay programas de esos por todas partes. Ayer, en uno, creo que en Antena 3, vi cómo una reportera acudía a un lujosísimo piso del barrio de Chamberí de Madrid. El dueño, decorador, tenía la casa percudida de oteizas, palazuelos, almireces, armaduras, tapices, piedras, tapies, angelotes policromados, manolosvaldeses, campanas, etc. La reportera sólo sabía preguntar: "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". (Como dijo Machado, el necio confunde valor y precio).
La arquitectura (sus sucedáneos) tiene esa untuosa cualidad de oler a pasta, de barnizar a sus dueños con una dignidad pegajosa. Los arquitectos tenemos todavía ese sambenito glamuroso de que somos capaces de hacer ricos mausoleos amontonando el dinero de nuestros clientes. Los decoradores todavía nos ganan, pero estamos en ello.
A todo esto se une (y es a lo que iba) que nos restriegan que, en medio de la crisis, del paro y del pasmo, hay mucha gente que está podrida de passsstaaaa. Y nos quedamos viendo la tele, babeando, sin ganas de rebelarnos, sin preguntarnos nada, sin pensar y sin criticar.
Hay también un programa que se titula "mujeres ricas". Ninguna es una empresaria, ni una tiburona de las finanzas o del comercio. Son esposas de ricos. Sus maridos son los tiburones. Ellas no tienen nada que hacer, salvo ir de compras y pasar por el gimnasio y la clínica. Qué aburrimiento, qué vida de mierda. No nos ponen a sus maridos expropiando a una familia, embargando pisos, comprando y vendiendo opciones raras, de esas de muchas siglas y nombres en inglés. Ellos nos darían miedo. No. Los muy machistas de los programadores nos ponen a sus esposas idiotas, que nos dan asco y risa a partes iguales. Creo que el fin último de esos programas es que nos sintamos mejores que ellas y nos consolemos.
Y, sí, ellas también nos enseñan la estúpida arquitectura de sus casas horribles. En esas casas, todo cuesta mucho y nada vale nada.
Por favor, rebelaos.

2 comentarios:

  1. Pues yo hoy no me rebelo contra esas señoras ni contra sus tiburones porque amo a las personas. Me rebelo contra los que controlan y crían tiburones, me rebelo contra las instituciones y la utopía positivista, me rebelo contra el discurso enmascarado y los telediarios, me rebelo contra los que se rebelan por lo que tienen, dicen que tienen o presumen los que salen como monigotes en este teatro mundial.
    Me rebelo también contra los que son verdes, rojos o azules y no entreverados, me rebelo contra la no contradicción y no contra las e-videncias. Me rebelo contra la superchería y amo a los que leen el mundo con las manos.
    Amo lo digital, lo analógico, los big-bangs y la basura.
    Amo el calentamiento global y el deshielo de los casquetes, amo a mi padre y a mi madre, a mi gato y a mis chicas.
    No me dan pena estas ricas ni sus tiburones ni la periodista que pregunta cuánto cuestan las cosas.
    Tampoco me da pena el sistema porque tiene solución: una bomba en el culo de los sistemáticos y a tomar por culo.
    Amo a la Selección y la selección.
    Amo el vacío, por lo menos delimita.
    No existe estúpida arquitectura ni casas horribles, sino desenfocados.
    La amalgama de gilipolleces es un hecho y probablemente una consecuencia del estado del bienestar.
    ¿Quién tiene la culpa?
    Probablemente yo.

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  2. Serrozar: No es mi intención contestar a cada comentarista, pero caigo en la cuenta de que lo he hecho con todos menos contigo. A tu primer comentario no contesté, y me parece tan feo contestar (que es como querer tener siempre la razón y la última palabra) como no hacerlo (que es como pasar de ti, o despreciarte, o no querer tenerte en cuenta). Así que voy.
    Sabes que me gusta el orden mental y que suelo buscar en todo un criterio de juicio, lo que me lleva a subirme al púlpito a la menor ocasión.
    Generalmente intento discernir entre el blanco y el negro, e intento preferir lo uno a lo otro, y alabar lo uno y denostar lo otro.
    Tú, por el contrario, amas lo blanco y lo negro, la mezcla, y eres feliz en medio del desorden. El desorden te estimula y te enriquece. Tú sumas donde yo resto, y agrupas donde yo separo. Creo que yo echo de menos el afán de rigor del movimiento moderno, mientras que tú disfrutas en la contradicción post-moderna.
    Yo odio el libro "Aprendiendo de las Vegas", de Venturi, Scott Brown e Izenour, y a ti te gusta mucho. Creo que en Las Vegas no hay nada que aprender, porque todo es kitsch, vicio y horterada, mientras que tú piensas como los autores: que es un lugar estimulante, en el que hay hallazgos muy interesantes y enriquecedores.
    Lo que quiero decir con todo esto es que te necesito. Te necesito para discutir. Me pones las pilas.
    Gracias.

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