lunes, 29 de noviembre de 2021

Reconstruir

Hace unos días hablaba con unos amigos sobre la conveniencia o no de reconstruir las obras perdidas de la arquitectura.

¿Sería bueno reconstruir "La Pagoda" de Madrid o el Hotel Imperial de Tokio? Yo creo que no. Habría sido necesario haberlos preservado y defendido, pero una vez que dejaron de existir no tiene sentido volver a hacerlos. ¿Serían iguales? ¿Dirían lo mismo? Sin sus autores dirigiendo la obra, sin los clientes originales opinando e interviniendo, sin los métodos constructivos ni las demás circunstancias de su época sería imposible. Cada obra, como cada persona, es fruto de su circunstancia, y los clones póstumos no son la obra.

Sobre el pabellón alemán de la exposición de Barcelona de 1929 y su reconstrucción de 1986 han corrido ríos de tinta y miríadas de píxeles, y lo seguirán haciendo. La operación, nostálgica y evocadora, hermosa y reconfortante, nos alivia y nos anima, pero tiene mucho de discutible, algo de traidora y todo de imposible.

En otros sitios no se hacen reconstrucciones in situ de obras perdidas, sino meras réplicas injustificables y absurdas: En Zhengzhou (China) construyeron una de la iglesia de Notre Dame du Haut, de Ronchamp (Francia). Era igual pero al mismo tiempo no era ni parecida.

Tenemos más ejemplos de sitios pintorescos (en el peor sentido de la palabra), turísticos (en el peor sentido de la palabra) y simpáticos (en el peor sentido de la palabra):



El Parque de Europa, en Torrejón de Ardoz (Madrid)
El horror. El horror.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Chusma

No somos la chusma. Somos lo mejor y lo hacemos gratis.
Ernest Hemingway, Islas a la deriva(1)


Hace muchos años leí Islas a la deriva, de Hemingway, y me gustó. No la recuerdo muy bien, pero la frase que he puesto arriba no se me olvida. Esa escena me impresionó. Es al final (penúltima o antepenúltima página). El protagonista, Thomas Hudson, está en una situación muy difícil, tal vez definitiva, y se define: "No somos la chusma. Somos lo mejor y lo hacemos gratis". La frase me gustó muchísimo. Tiene orgullo, honradez, desfachatez y algo así como la conciencia limpia. (Me gustó tanto que ya digo que es prácticamente de lo único que me acuerdo de esa novela tantos años después).

Debía de estar muy tonto con esa frase porque, en pleno frenesí de un proyecto se la dije a Tomás, mi socio: "Somos lo mejor y lo hacemos gratis". Me miró con una expresión inolvidable. Creo que no hace falta que os la describa: Tenía, como siempre, toda la razón. Menos mal que trabajaba con él y que él tenía las ideas mucho más claras que yo. No somos estúpidos románticos ni soñadores melifluos: Somos profesionales y nuestro trabajo vale mucho. (Ah: Y vivimos de él).

Vuelve la frase a mi memoria porque acabo de ver algo que no debería haber visto y que me ha perturbado mucho: He tenido acceso a un proyecto de una vivienda redactado por un arquitecto de un pueblo cercano a quien conozco de referencia y de rebote. En su interior había (por error e indiscreción) la hoja de comunicación de encargo del arquitecto técnico a su colegio, con mención de sus honorarios como director de la ejecución de la obra y coordinador en materia de seguridad y salud.

El doble de esa cantidad me habría parecido aceptable con muchas objeciones: Baja, pero podría haberlo comprendido. Ojo: que estoy hablando del doble. Esto era la mitad.

¿Pero cómo es posible? ¿Pero dónde hemos ido a caer y cómo es que hemos caído tan bajo? La casa tiene garaje y piscina, y todo ello suma trescientos cincuenta metros cuadrados construidos. Es un verdadero casoplón, y el aparejador de la obra, el encargado de supervisar las certificaciones, velar porque sus clientes no paguen ni un céntimo más de lo justo, comprobar las calidades de los materiales y su correcta ejecución, y responsabilizarse (civil e incluso penalmente) de la seguridad de la obra, echándose a sus espaldas los accidentes que ocurran y los desperfectos de acabados, remates, piezas, etc., es quien menos va a cobrar de todos los que intervengan allí. Hasta el antenista, el instalador del wifi y el del videoportero van a cobrar más que él.

Este arquitecto técnico trabaja con el arquitecto; son equipo, y sé que el arquitecto va del mismo palo. No he visto sus honorarios, pero sé que también son ridículos. Menos que ridículos. Inconcebibles.

viernes, 12 de noviembre de 2021

675

Estoy trabajando en el estudio, voy a echar mano a mi calculadora y me doy cuenta de que no la tengo. Esta mañana la he echado a mi mochila y mi mochila está ahora en casa.

Me apaño con la calculadora del teléfono; es mucho peor y me vale para un momento, pero no para estar mucho tiempo trabajando con ella. Es desesperante.

Valoro la pereza de subir a casa a por mi calculadora y la de seguir con la del teléfono y no sé cuál es peor. Entonces me viene a la cabeza que en el estudio hay otra calculadora que no he usado nunca y que lleva once años sin que nadie lo haga.

"Estará buena", me digo. "La pila se habrá descompuesto y todo".

Era la calculadora de Adeli, mi brazo derecho en el estudio. Cuando cerramos me traje a casa lo que pude. Ofrecimos material a quien lo quisiera, incluso tiramos cosas que no podíamos traernos, pero los pequeños objetos sí que nos los trajimos a casa mi socio (Tomás) y yo. No sé por qué no se quedó Adeli su calculadora como recuerdo. Seguramente ni se la ofrecimos, y desde luego ella era incapaz de tomar nada que no fuera suyo. (O tal vez no quiso quedársela. En aquellos días aciagos del cierre todo recuerdo era un mal recuerdo).

Yo me traje tres mesas, cinco sillas, estanterías, cuatro cajoneras, dos vitrinas, tres ordenadores, el plotter, la fotocopiadora y material de todo tipo. Cosas tan tontas como mi caja de compases desaparecieron. Seguramente fueron al contenedor de basura en un arranque irreflexivo. (También tiramos revistas que ahora echo de menos: Fueron días de desalojar el estudio con desesperación, con saña, y de no saber dónde meter tantas cosas ni, sobre todo, tampoco quererlas).

En la que fue la cajonera de Adeli hay también un escalímetro, una grapadora y alguna cosa similar que no he tocado en estos once años. Y su calculadora.

La encendí y funcionaba. ¡Qué barbaridad de pilas! Apareció el cero y también el simbolito de la memoria. Pulsé la tecla MR y salió en la pantalla el número 675.


Me quedé impresionado y le tomé una foto para subirla a Twitter: La calculadora llevaba once años apagada y atesorando esa cifra en su memoria.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Un dineral

En este mundillo nuestro de la arquitectura parece que siempre nos estamos mirando el ombligo y hablando de nuestras cosas, que no le interesan a nadie más. Esta semana el bombazo (o uno de los bombazos) ha sido el diseño de una residencia de estudiantes para la Universidad de California, Santa Bárbara (UCSB).

Y es que tal diseño lo ha hecho un multimillonario de 97 años que no tiene ni idea de arquitectura pero a quien le hace ilusión diseñar. (Vamos, como un cliente cualquiera).

El insigne benefactor (porque, obviamente, va a construir y regalar esa residencia que ha diseñado) se llama Charlie Munger, y tiene un alto historial de acciones filantrópicas y de otras con las que se ha enriquecido más allá de lo concebible. Se ve que va alternando las unas con las otras.

Por aquello de retornar parte de su inmensa fortuna a la sociedad, pretende agasajar a la universidad con una fastuosa residencia para casi cuatro mil quinientos estudiantes(1).

Planta tipo de habitaciones

Una maravilla que ha emocionado a los miembros del patronato de la universidad. Entre ellos había un arquitecto, que se indignó mucho haciéndoles notar a sus compañeros de institución que las habitaciones no tenían ventanas y que todo aquello era una ratonera que no cumplía las normas de habitabilidad, de salubridad ni de evacuación en caso de emergencia.

Pero sus compañeros no le escuchaban, y solo hablaban con fascinación del acto generoso del millonario, y hacían cuentas de cuánto se podía cobrar a cada estudiante por el alojamiento. Multiplicaban por cuatro mil quinientos y se entusiasmaban. Sí: se habló también de un porcentaje de alumnos becados, pero aun así los ingresos eran considerables, y además el servicio que se ofrecía era buenísimo.

La residencia ofrecía no solo esos dormitorios infectos, sino grandes salas de recepción, trabajo y reunión, biblioteca, cafetería... De todo, y todo ello renderizado sin escatimar.



Hay que reconocer que un render a última hora de la tarde, con el cielo violeta y las luces ya encendidas, y además enmarcado por unos árboles frondosos, derrite a cualquiera, y este comité babeaba sin escuchar al pesado del arquitecto, que no hacía más que molestar.

El susodicho no se podía creer que sus compañeros no repararan en tantas cosas tan obvias. Siguió argumentando sin que nadie le hiciera caso y terminó amenazando con su dimisión. Le dijeron que sí, que muy bien, que estupendo, y que cerrara la puerta al salir.