viernes, 20 de noviembre de 2020

El espacio trampa

A Nao Casanova (@NaoCasanova),
que nos contó esto en Twitter y que
cuenta muchísimas cosas interesantes.
Muchas gracias.


El día 11 de noviembre de 2020 Nao Casanova escribió este tuit:

No había oído hablar de un Eruv en mi vida, y me pareció una trampa bastante estúpida: ¿No creen los judíos que Yahveh es todopoderoso y omnisciente? ¿Y pretenden engañarlo con esa chorrada? No sé: No me cuadra. En mi escéptica sesera me llaman mucho la atención dos cosas: La primera es que alguien crea en un dios tan puñetero (con perdón) como para ser capaz de promulgar esos mandatos, capaz de prohibirte treinta y nueve cosas cotidianas en shabat (entre ellas atar poleas acanaladas, unir o separar dos hilos y transportar un objeto o a una persona de un lugar privado a uno público o viceversa), y la segunda es que piense que con un truco tan tonto como colocar un hilo delimitando un barrio lo va a engañar.

¿No creen que Yahveh es todopoderoso y omnisciente? ¿Y entonces cómo piensan que esa chorrada lo va a confundir? Estas cosas de las religiones siempre me han llamado la atención.


Pero, pasando por alto (que ya es pasar por alto) que ese mandato de no poder llevar ni un mechero, ni unas llaves, ni a un bebé en brazos cuando se entra a la sinagoga en shabat me resulta de todo punto incomprensible y no se me ocurre qué puede pretender Yahveh con ello, creo que -hecha la ley, hecha la trampa- una vez aceptada tal cosa está muy bien lo del Eruv: Es mucho más sutil y coherente de lo que parece a la primera. Con un hilo delimito un espacio, con una línea virtual señalo un lugar y lo hago mío. Mejor dicho: lo hago nuestro. Son todos los miembros de una comunidad judía quienes ceden parte de su privacidad al resto. Yo consiento en que mi casa quede dentro del Eruv y así te permito que entres y salgas de ella como tuya (simbólicamente, claro); y lo mismo haces tú con tu casa para que entre yo (simbólicamente, por supuesto). Y cada uno con la suya, y con la sinagoga, y con la calle, y con el parque.

Ese tonto hilo del Eruv tiene en sí toda la fuerza de la comunidad. No el hilo en sí como material, sino la delimitación que señala cuando se le tiende de poste a poste. (Es en cierto modo como lo de la princesa Dido fundando Cartago con una piel de buey).

Eruv en Seattle, WA, EE.UU.

Eruv en Nueva York, NY, EE.UU.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Arquitecto pedante, fracasado

Vaya unos días que llevo: Resulta que la penúltima entrada de este blog, la titulada "Todo tan mal", ha tenido un éxito inesperado e indeseado para mí.

Reconozco que me gusta que la gente lea mi blog, cómo no. Pero normalmente cada entrada la leéis unas ochocientas personas, a menudo mil, y algunas que tienen éxito llegan a dos mil o incluso más. Esta a la que me refiero va ya por más de treinta y una mil visitas, aunque afortunadamente el tsunami ya está terminando. Todo a partir de que alguien la resaltó en un sitio que se llama menéame, donde la leen muchísimas personas a quienes no les interesa especialmente este asunto, pero que opinan desaforadamente. Y ya lo creo que le dieron un buen meneo: Allí tiene cientos de comentarios que no he osado mirar, pero algunos se han tomado la molestia de venir aquí a hacerlos también, y me llaman la atención tanto los demasiado favorables y entusiastas como los muy denigrantes; en especial los que vuelven al eterno sonsonete de que los arquitectos (sobre todo yo) somos unos prepotentes, faltones, déspotas e incapaces de la menor empatía con los clientes que nos dan de comer.

No quiero regodearme en el dolor: Si os apetece, aquí al lado tenéis los comentarios a esa entrada en este blog, y si tenéis ya una curiosidad malsana podéis ir a ese sitio de éxitos y vanidades a leer muchos más y mucho más fuertes, según lo que me han contado. Pero tenéis que daros prisa, porque la vanitas vanitatis es tan fulgurante que igual que te suben a la cresta de la ola un día, al siguiente ya te han sumido en lo hondo del piélago y has desaparecido.

Este blog no tiene publicidad. No saco nada en limpio (ni en turbio) de que mis entradas se lean mucho o poco. Tan solo la vanidad, la maldita vanidad. Y cuando parece que tengo algún motivo para sacarla a pasear y gallearme con ella me calzan un guantazo que me tiran de espaldas, así que hay que ser tonto para seguir con este afán.

La vanidad o, como diría Cyrano, mon panache (que es muy bonito, porque más que a la vanidad se refiere a la dignidad: Sí, un tanto arrogante, pero ya que nos ponemos...). Aunque, en definitiva, tener vanidad por el éxito de una entrada que concluye precisamente en que soy un vanidoso y un prepotente no es que tenga mucha gracia.

Pensando en esto y burlándome de mí me he insultado con un "arquitecto pedante, fracasado" que me ha salido espontáneamente y me ha sonado bien, y es porque (luego me he dado cuenta) sin querer he hecho un endecasílabo. Y entre eso y que estoy pensando en Cyrano me he puesto poético y desvergonzado y me ha salido este soneto casi al vuelo. (Ya, ya sé que no tengo pudor. Podéis decirme lo que queráis):


Arquitecto pedante, fracasado,
burlador de quien te nutre y paga,
escoria sin razón, basura, plaga,
infame pintamonas desnortado.

No juzgues al cliente, so atontado.
No digas tú que al dibujar divaga.
¿Lloras porque tu habilidad no halaga?
¿Sufres porque sin ti lo ha dibujado?

Pues pégate una ducha de agua fría,
date un tripazo y espabila, tonto.
Intenta serle útil, no una arpía.

Parece que solo te preocupa el monto
y dices que eso que ha hecho es porquería.
Pues cámbiate ya el chip; cámbialo pronto.

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jueves, 5 de noviembre de 2020

El último mono

A Francis, que pasaba por ahí y sin
comerlo ni beberlo se ha encontrado
con esta entrada dedicada.
Y, naturalmente, a Karlos Garmendia.




Mi amigo Francis me ha mandado por WhatsApp el texto que pongo aquí debajo, capturado del periódico bilbaíno El Correo. Lo ha hecho porque le ha recordado a cosas que ya he contado otras veces.

(Si lo clicáis lo veréis más grande)

Le ha recordado concretamente lo que conté aquí. No debería repetir lo que ya dije (y menos después de haberos puesto el enlace a aquello, para que lo leáis si queréis), pero es que precisamente Carlos (¿o Karlos?)(1) Garmedia es amigo virtual mío de las redes y le sigo y le admiro desde hace tiempo. Primero lo admiré como fotógrafo (todas las fotos de esta entrada son suyas, y pueden verse, con otras cuantas más, en su web), y después, casi simultáneamente, por sus tremendas obras de arquitectura y por su formidable abuela.

Vi una reforma que hizo en una oficina de Bilbao que convirtió en vivienda y me quedé entusiasmado, y recuerdo perfectamente cuando me enseñó esta obra recién terminada y ya me maravilló. En ambos casos, muy audaces, no paraba de alabar a sus clientes. Parece que este no le ha pagado con la misma moneda.

(El dueño)

Carlos es un arquitecto brillante, lleno de talento y de valentía. Optimista, creativo, feliz. Creo que estas cualidades son buenas para todo el mundo, pero si eres arquitecto con más razón, porque siempre estás proponiendo cosas inciertas, dudosas, arriesgadas, y necesitas una enorme dosis de optimismo y de confianza para hacerlas realidad logrando el apoyo y concertando el entusiasmo de todos los demás, especialmente de los clientes.

Carlos Garmendia trabaja con Álvaro Cordero Iturregui, a quien no conozco, pero no es justo que no lo mencione. Ambos se meten en unos proyectazos que le dejan a uno sin aliento.

En esta ocasión se enfrentaron a la ardua tarea de meterle mano a una muy pequeña iglesia (muy poco más que una ermita) en ruinas, en el municipio de Sopuerta (Vizcaya). Fue construida a finales del siglo XVI y reformada y ampliada en el siglo XVIII. Cuando ellos llegaron allí no tenía tejado (bueno, sí lo tenía, pero todo caído en el suelo), estaba abandonada y sus muros se encontraban en una situación muy inestable. El edificio estaba desacralizado y completamente arruinado, y a su nuevo propietario le sedujo la idea de convertirlo en una vivienda de fin de semana y vacaciones.

Aquí hay que decir que bravo por el propietario, que olé por su visión -no a todo el mundo se le ocurriría hacerse una casa en las ruinas de una iglesia; da un poquito de repelús-, que Carlos siempre ha valorado y agradecido, y llamó a su amigo para que le hiciera el proyecto.

Por supuesto, en una cosa tan especial la colaboración entre arquitecto y cliente es fundamental, la confianza ha de ser ciega y el trabajo conjunto y muy fluido, pero cabe preguntarse qué habría logrado este ingrato sin Carlos. Dice que todo es suyo: "jefe de obra, planos, pisos, escaleras..." Ya, claro que sí, majete. Y añade: "Se me fueron ocurriendo a mí sobre la marcha". Los cojones.


-¡Hernández! ¡Esa boquita!
-Perdona, cariño. Me he cegado.
-¡Pues no se ciegue!

domingo, 1 de noviembre de 2020

Todo tan mal

Como continuación de la última entrada voy a contaros una de tantas situaciones ridículas y estúpidas por las que he pasado en mi impresentable trayectoria profesional y que aún me deja la boca amarga y la cara de tonto. (Modifico cualquier detalle que pudiera hacer sospechar a mis lectores más cercanos -o incluso a los protagonistas, si llegaran a leer esto- a quién me estoy refiriendo. Por otra parte, como ya conté la otra vez, podría ser cualquiera. Creo que esta historia la hemos sufrido todos muchas veces).

Esta vez me llamó un matrimonio y quedamos en un bar-restaurante al lado de la parcela que habían comprado y en la que se querían construir una casa. Me invitaron a la cerveza que me tomé mientras él sacaba con amor unos papeles, los ponía sobre la mesa y me los explicaba.

Estaban grapados y metidos en una subcarpeta de cartulina, muy ordenados y formando un dossier. (Todo, aunque demencial, estaba hecho con mucha meticulosidad. Eran una pareja de oficinistas aplicados y se les notaba).

El marido me dijo claramente, para empezar, que estaban pidiendo presupuesto a tres arquitectos (incluido yo), y que se decantarían por el más barato. La carpeta era para mí: Les habían dado otras iguales a los otros dos. (Yo era el último).

En ese momento debería haber apurado la cerveza, haber cogido un puñado de almendras, haberme levantado, haberles dado las gracias por la invitación y haberme ido, pero estaba visto que todos estábamos haciendo lo que no debíamos, y aguanté por el ansia de recibir el encargo. Así que acepté participar en un concurso de honorarios.

Ella apenas hablaba. Él se explayó mostrándome las primeras páginas, en las que habían insertado una colección de imágenes sacadas de aquí y de allá de cosas que les gustaban. Detalles neoclásicos a porrillo, pero con alguna inserción extraña como barandillas de pletinas de acero inoxidable o cocinas con isla. Era una colección de golpes dados a lo loco, de palos de ciego, de trivialidades y de vacuidades. ¿Qué tenían que ver esas imágenes con un hogar? ¿Qué tenían que ver con sus vidas? Nada. Eran unas imágenes estándar de revistas de decoración y de catálogos, que habían examinado exhaustivamente y habían escaneado. Eran trozos de decorados, de artificios, de no-lugares, de tierras de nadie. No eran casas. No eran sitios para vivir. Y, además, como siempre, eran una colección de aspiraciones frustradas, de tío Paco con la rebaja, de imitaciones, de quiero y no puedo.

Leches, si tenéis las santas gónadas de decantaros por el neoclasicismo ponedme fotos de cosas de Juan de Villanueva, de Karl Friedrich Schinkel, de John Soane, pero no de ese salón de Casayjardín con esa chimenea leroymerlinesa.

Pero aguanté. Estaba dispuesto a lo que fuera. Estaba abierto a cualquier cosa con tal de hacer ese proyecto. (Hay algo curioso en mi profesión. No sé si les pasará a mis compañeros, pero a mí hasta cierto punto me ha salvado. Y es que aunque el proyecto me parezca una lástima y una nueva ocasión perdida para la arquitectura, hay un momento en que estoy dibujando con el autocad, concentrado al máximo, y abro una puerta hacia donde la tengo que abrir, o coloco un armario empotrado en el mejor rincón, aprovechando perfectamente la mocheta que hace el tiro de la chimenea, o pongo la ducha en su sitio. Y de la misma manera calculo la estructura y disfruto porque el armado de las vigas es muy sensato y las cosas funcionan bien. Es el puro placer de hacer un proyecto, y luego pasa lo mismo dirigiendo la obra, aunque sea la de un pseudopalacete paleto: Veo que la cimentación está correctamente ejecutada, o que el solado está muy bien puesto y disfruto).
-Me encanta hacer edificios cutres.
-Querrás decir edificios buenos.
-Uf, eso ya debe de ser la leche. 

Tras el calentamiento estilístico de motores entramos en harina: Apareció la planta baja. Y qué planta baja. Era la típica planta baja que te hace cuestionarte por qué estudiaste arquitectura, por qué te dedicas a esta profesión, por qué has nacido.

Planta baja. Fragmento

Era simétrica, y había caído en todas las trampas de la simetría. No la quiero describir demasiado. Tampoco entonces dije apenas nada. Tan solo que la rampa del garaje rompía toda la composición, a lo que me contestaron: "Ya, pero hay que hacer una rampa para el coche", cosa que era absolutamente razonable.

También les pregunté qué era ese rectángulo que habían dibujado detrás de las únicas seis huellas que se veían de una escalera imperial, y me dijeron que el aseo. ¿El aseo ahí? Sí. Lo habían visto en muchos ejemplos: Se aprovechaba el espacio bajo el tiro de la escalera. Yo pensé en Sissi Emperatriz bajando ceremoniosamente con un vestido blanco de larga cola, y a Francisco José saliendo mientras tanto del uvedoblecé, agachado (porque seis peldaños no dan para más) y abotonándose la bragueta. No le vi el glamour ni a esa escena ni a la escalera.

Les pregunté si no había escalera para bajar al sótano, y me dijeron, poniendo cara de extrañeza ante mi estulticia, que sí, que naturalmente, que era esa misma. "Las escaleras suben y bajan varias plantas: Es lo normal" (sólo le falto añadir: "imbécil"). Se suponía que la línea que habían dibujado para marcar el primer peldaño que subía a la planta alta era la misma que la del último que venía desde el sótano. En el dossier no me habían puesto ninguna foto de ninguna escalera como esta:

(aparte de que a ver dónde ponemos entonces a defecar al emperador), pero decidí no hacer más preguntas. Se trataba solamente de dar un presupuesto de honorarios. En caso de ser el elegido ya intentaría paliar en algo todos esos despropósitos.