lunes, 29 de febrero de 2016

De nuevo ARCO

Como todos los años llegó la hora de indignarnos: La feria ARCO (ARte COntemporáneo) ha abierto sus puertas en Madrid.
Pues muy bien.
Y, como todos los años, los medios de comunicación de masas han enviado a un becario para que se escandalice y nos escandalice a todos.


Cada año nos muestran varios engendros. Esta vez han sido tres. Uno es una pila de palets con su autor desnudo dentro. La presentadora de la tele nos dijo sonriendo que si adquiríamos la obra el artista no iba incluido.
Ay, qué bueno. Qué cosas tienen los artistas. Y los periodistas.
El segundo engendro es la venta de radiografías de los huesos de un artista. Tú compras una radiografía de un hueso y cinco años después de la muerte del artista te enviarán el hueso reproducido en ella. Impresionante.
Y el tercero son unas cajas de cartón desplegadas y enmarcadas. Pues qué bien.
Además, como de costumbre, también tenemos esta vez la simpática anécdota de que una limpiadora tiró una obra al contenedor de basura. Qué chusco y qué pintoresco es todo: Este año también la tiró.
Esto de que siempre, año tras año, una obra de arte acabe en el contenedor de la basura tiene que estar preparado. No puede ser que cada año nos cuenten lo mismo.
-¿Qué obra tenía que tirar esta vez, Doña Purificación?
-La "Alegoría crítica-sinóptica de la miseria".
-¿Lo quéééé?
-Los trozos esos masticados de sándwich que hay sobre la moqueta.
-Ah. Pues ahora mismo los tiro.
-Espera que llamemos a los periodistas, que estas cosas les gustan mucho.

La conclusión (obvia, consuetudinaria, cansina) es que:


jueves, 25 de febrero de 2016

Precariedad

Me acabo de enterar por la Demarcación de Lanzarote del Colegio Oficial Interinsular de Arquitectos de Canarias, @coacLZ, de que una sentencia de la Audiencia Provincial de Las Palmas de Gran Canaria extiende hasta los diez años la responsabilidad civil por humedades en un edificio, en contra de lo que establece clarísimamente la Ley Orgánica de la Edificación (LOE).
Se "argumenta" semejante atropello diciendo que la LOE señala plazos mínimos de responsabilidad, no máximos. (¿Einnnnnn?). No es verdad. No hay más que leer lo que dice. Pero para la lumbrera sentenciadora parece ser que si la ley que nos regula dice que la responsabilidad civil por tal deficiencia es, por ejemplo, de tres años, quiere decir que ese es su plazo mínimo, pero el máximo sigue siendo el tradicional y "alegal" plazo de diez años. No entiendo nada. Entonces si se produce una humedad en el primer año, o en el segundo, no es imputable porque aún no ha empezado el plazo de responsabilidad. (¿Plazos mínimos?).
Vaya mierda de jueces que nos toca padecer, de verdad. Vaya una castaña impresentable de gente que aplica los criterios que les da la gana sin querer entender nada. Qué puñetera injusticia, qué puta indefensión. Qué abuso.
El maldito, antiguo y obsoleto Código Civil marca una responsabilidad general de diez años sin entrar en detalle ni entender nada de las actuales divisiones del trabajo ni de los distintos agentes que intervienen. Tuvimos que conformarnos con esa legislación insuficiente hasta que llegó la muy esperada pero finalmente decepcionante Ley Orgánica de la Edificación, que al menos sirvió para aclarar los plazos de responsabilidad sobre distintos aspectos de las obras. Pues tampoco. Pues ahora resulta que para eso tampoco sirve.
Conozco numerosas sentencias en este sentido de achacar responsabilidad a los técnicos siempre y para siempre, y también por si acaso. Y, como en el mus, una porque sí y una porque no.
Ya está bien. Coño; ya está bien.

La citada LOE hizo además algo muy necesario: Exigir (por fin) a los promotores que contrataran un seguro decenal de daños, al menos para la estructura. Los arquitectos nos pusimos tan contentos. Pero en seguida se vio que no teníamos ningún motivo para estarlo.
El puñetero seguro decenal del promotor se siente con derecho a supervisar nuestro trabajo y nos pone unos tutores (OCT) que nos exigen que justifiquemos esto, lo otro y lo de más allá, y nos dan muchísima guerra. Pero si al final sale algo mal se escaquean, argumentan que no tienen autoridad ninguna, que todos los fallos son nuestros y repiten contra nosotros, los únicos y verdaderos responsables de siempre. Y el juez estima que el seguro del promotor es "de daños", pero no "de responsabilidad" porque el promotor no tiene "responsabilidad". Con lo cual pagamos nosotros como siempre.
(Y esos seguros decenales de los promotores se lo llevan calentito, cobrando las primas pero recuperando las indemnizaciones en el caso de haberlas adelantado).

Aparte de esto, los jueces quieren siempre que alguien responda por los desperfectos y pague los platos rotos. Y los promotores y constructores son entes abstractos que a esas alturas o ya han desaparecido o son insolventes, por lo que siempre pagamos los técnicos, que respondemos como personas físicas de carne y hueso, y respondemos con nuestras vidas y haciendas, y con nuestro honor, y con nuestra santa paciencia, y con nuestras risibles y maltrechas gónadas. Es una vieja historia. He visto ya varias veces (lo juro) al promotor de turno, perfectamente insolvente, llegar a los juzgados de la Plaza de Castilla (Madrid) con su cochazo (que además deja mal aparcado: que le pongan una multa si se atreven) mientras que el arquitecto llega en metro. Al final será el arquitecto quien lo pague todo.

Los técnicos lo pagan todo, siempre, y para siempre.
Estas son las reglas del juego desde siempre, pero al menos antes cobrábamos bastante bien por nuestro trabajo, lo que nos permitía tener muy buenos seguros. Ahora, con la precariedad, cada uno se apaña como puede o, sencillamente, no se apaña.
Y las responsabilidades siguen subiendo. Antes no teníamos que preocuparnos, por ejemplo, por la eficiencia energética, por la gestión de residuos ni por las ondas gravitacionales. Ahora son nuevos campos en los que puede pasar algo desagradable por lo que tengamos que pagar también.

Y tenemos que pagar por nuestros fallos y por los de los demás. Y por lo que no son fallos de nadie. Y por las eventualidades. Y por las decepciones. Y por los malos rollos. Y por todo. Y los plazos serán los que quiera el juez. Y tras nuestra muerte nuestros hijos seguirán pagando.

domingo, 14 de febrero de 2016

Homenajes fallidos.

Hace años que el Ayuntamiento de Aranjuez le dedicó al maestro Joaquín Rodrigo esta estatua:


Uno diría que se la hicieron en justa venganza por el dichoso concierto.
El caso es que mala no es. Vamos, que la cara se parece a la del retratado, cosa que en materia de estatuaria, sobre todo urbana, es casi lo único que sé decir con cierta seguridad.
Lo malo es la composición. ¿Por qué la cabeza asoma a través de un muro? ¿Por qué se humilla hacia abajo? Voy mucho a Aranjuez (me queda al lado de casa) y no puedo evitarlo: Cada vez que veo la estatua me recuerda a un cepo de castigo.


Faltaría que asomara una mano a cada lado de la cara.
(Tal vez el que no asomen sea una fina alusión a que se las han cortado metafóricamente para que deje de fastidiar con el pianito y con la guitarrita. Y con la batutita).
¿Por qué? ¿Qué les ha hecho este hombre?
Sí: Durante un tiempo le pusieron al reloj del ayuntamiento el comienzo del segundo movimiento, y saltaba a cada hora. A cada una de las veinticuatro horas del día. Y a los cuartos. Y a las medias. Era insufrible. En seguida, atendiendo -por una vez- las protestas vecinales, desactivaron la cajita de música por la noche, y al cabo de unos meses lo quitaron todo.
Pero ya entonces este monumento escultórico que os muestro llevaba años erigido.
Vamos, que no entiendo tanta saña con el maestro.
Para rematar la jugada, la acera de la calle de Las Infantas, delante del monumento, ha sido pavimentada con unas baldosas de piedra lisa (demasiado lisa) con los primeros compases del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez grabados en ellas. En estos días de lluvia esas baldosas resbalan.

¿Qué pasa con los monumentos? ¿Por qué esa saña para no dejar en paz ni al homenajeado ni a los sufridos ciudadanos? ¿Por qué es casi siempre una desgracia y una humillación ser objeto de homenaje? ¿Por qué las administraciones públicas que homenajean a los desamparados ciudadanos han de ser siempre tan terribles, tan ariscas, tan horteras, tan desaprensivas, tan cansinas? ¿Por qué no podemos homenajear a nuestra gente de una forma más culta, más inteligente y más discreta?
¡Por Dios!

(Nota.- Me acabo de dar cuenta de que en ese monumento el maestro Rodrigo también parece un trofeo de caza: Este músico es nuestro, parece decir el Ayuntamiento, y lo exhibe).


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lunes, 8 de febrero de 2016

El gran pulpo

Sabemos que en un oscuro tiempo remoto, cuando Le Corbusier se llamaba Charles Édouard y era suizo, grababa los dorsos de las cajas de los relojes de bolsillo(*). Su maestro de entonces, l'Eplattenier, pintor naturalista que le enseñó historia del arte y le abrió los ojos al mundo exterior, le vaticinó que llegaría a ser arquitecto.
Y llegó a arquitecto, naturalmente. Hizo algunos chalés suizos que, por mucho que Colin Rowe quisiera ver algo en ellos, sólo tienen el interés biográfico de que quien hizo aquello era un joven paleto que quería ser arquitecto y que por entonces se llamaba Charles Édouard y ni soñaba con llegar a ser Le Corbusier algún día.


El joven había recibido una formación muy escasa, pero tenía una inteligencia muy despierta y un instinto certero, y era más listo que los ratones coloraos. Las pillaba al vuelo, y en seguida se dio cuenta de que su tierra natal le ahogaba y de que como arquitecto de pueblo no iba a llegar a nada. Y se fue a París. Quería estar en el ojo del huracán, codearse con lo que fuera que había allí.
Se sumergió con avidez en la vanguardia como se podría haber sumergido en cualquier otra cosa: en lo que hubiera de mayor excelencia. La vanguardia artística era lo más de lo más en una sociedad que era lo más de lo más. Es decir: los más cultos y modernos de entre la gente más culta y más moderna estaban enfrascados en el arte de vanguardia, y él se metió allí de cabeza. Y destacó en ese mundo. Dentro del Movimiento Moderno llegó a ser el más moderno de todos los arquitectos, su sumo pontífice, su capitoste.
Glosar su ingente labor en la vanguardia de la arquitectura rebasa la capacidad de este blog. Sus consecuciones iluminan a la humanidad. Le Corbusier no es sólo uno de los más grandes arquitectos del siglo XX: es uno de los más grandes de toda la Historia de la Humanidad.
Como arquitecto insertado en las vanguardias artísticas del siglo XX su obra icónica, su fetiche, es la Villa Saboya, en Poissy (Francia).



En esa época realizó las obras más canónicas del Movimiento Moderno. Acuñó el famoso eslogan "la casa es una máquina de habitar" y también sus famosos "cinco puntos de la arquitectura".
Sin embargo yo sostengo que la Villa Saboya (como el resto de su obra) no es funcionalista en absoluto. Basta estudiar la planta de la vivienda para apreciar la tosca distribución, las circulaciones confusas y la relación incómoda entre las diferentes piezas. Por otra parte, sistematiza las ventanas sin importar la orientación de cada fachada ni los usos de las distintas piezas. Monta la vivienda sobre pilotes sin demasiada justificación (la del recorrido del coche y el acceso al garaje, con ese parcelón, no me parece suficiente). La remata con un solarium que ni tiene en cuenta el soleamiento ni puede funcionar adecuadamente. (¿Alguien tomó el sol ahí alguna vez?). Y cierra el patio terraza con una falsa fachada que tampoco se justifica ni funcional ni racionalmente.
Pero todo ello tiene una riqueza plástica innegable.
Porque Le Corbusier es, ante todo, un artista plástico.
La escalera de "semicaracol" que arranca desde abajo en un tubo-sacacorchos es fascinante, la doble circulación (innecesaria) en la que desemboca esa escalera da un riquísimo juego de espacios. La salida a la terraza y su recorrido hasta la cubierta es delicioso. La falsa fachada de la terraza enmarca la vista desde dentro hacia el paisaje, y desde fuera cierra el paralelepípedo. Y el muro curvo del solarium es como una vela que hace avanzar al barco varado en la hierba.
Ninguna de esas decisiones es funcionalista ni racionalista. Todas ellas son plásticas; hacen un bellísimo objeto, y, sobre todo, cualifican unos espacios muy apetecibles y excitantes. Porque para Le Corbusier, como para todos los arquitectos verdaderamente grandes, la arquitectura es, antes que nada, espacio.
(Y el espacio ni es "sitio" ni es "volumen", sino muchas otras cosas. Cosas logradas por esa insensata circulación ambigua y confusa, esa disfuncional tumbona de gresite entre el baño y el dormitorio, esa rampa promenadesca y todo lo demás).
Le Corbusier escribía y hablaba de soleamiento, de ventilación, de orientación, de distribución... También hablaba de modulación y seriación...