viernes, 31 de diciembre de 2021

Balance

Escribo esto el último día del año 2021 con esa sensación de balance propia de estos momentos. Pero unos pensamientos me han llevado a otros y se me ha hecho un buen revoltijo en la cabeza, por lo que pretendo ir más allá, casi a un balance global de vida, cosa que juzgo muy apropiada, pues con sesenta y un años cumplidos ya puedo decir que cruzo la línea del ecuador y podría escribir el primero de los dos tomos de mis memorias.

Todo ha empezado ayer, día 30 de diciembre, cuando en la tele han anunciado "la buena noticia" de que en Valencia tenían 24 ºC, y hoy esperaban 25 ºC en Granada. Hace años mi abuelo contestaba al locutor cuando no estaba de acuerdo, pero yo ahora tengo Twitter y me suelo desahogar por esa vía:

(Nota de servicio público, por si os pasa lo mismo que a mí hasta que me he documentado: No se debe dejar espacio entre el cerito y la ce mayúscula, sino entre la cifra y el cerito. O sea: Lo he hecho bien en el párrafo anterior, pero no en el tuit).

Mis tuits, no sé por qué, tienen una repercusión que no consigo explicarme, y este ha suscitado muchas respuestas: La mayoría de aquiescencia, pero algunas también de crítica y de burla. Unos, los más, han dicho que están desconcertados con estas cosas, e incluso han manifestado que están viendo floraciones anacrónicas en sus jardines y huertos, pero otros me han llamado alarmista, aguafiestas, negativo y cascarrabias, que no quiero que la gente disfrute de la playa durante estas fiestas.

Entre estos últimos ha habido uno que me ha dicho que los yayos somos ridículos y estamos cagados de miedo con las paparruchas que nos meten. También que solo queremos que cunda el pánico y el terror infundado.

Pues bien: Ese último comentario suscita esta entrada. Porque he pensado sinceramente que ni tengo pánico ni quiero que se extienda. No creo que esté en juego la supervivencia de la humanidad ni nada parecido, pero sí pienso que habrá grandes problemas y catástrofes que harán muy dura la vida para ciertas poblaciones y ciertos grupos humanos. Los ha habido otras veces y siempre hemos sobrevivido como especie, aunque muchos individuos (a menudo millones) hayan caído por el camino.

Pero, sobre todo, esos pensamientos negros (o al menos grises muy oscuros) no los tengo para mí. No soy un yayo cagado de miedo egoísta. En los (espero que suficientes) años que me quedan de vida creo que no experimentaré cambios trágicos. Es posible que ni siquiera mis hijos los conozcan en su peor manifestación. En todo caso es algo que precisamente a los viejos es a quienes menos nos debería preocupar. Podríamos hacer el bestia y el besugo desaforadamente, darle a tope al acelerador y al termostato y decir con todo descaro aquello tan grosero de "para lo que me queda en el convento..."; así que si algunos jóvenes quieren playa pues allá ellos. Que lo disfruten y que con su pan se lo coman.

Es cierto que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, los viejos han sido, en general, pesimistas, y los jóvenes, también en general, despreocupados cuando no inconscientes. Pero repito que si intento ser cívico clasificando los desperdicios de mi casa o me preocupo por el cambio climático es con un afán ciceroniano, pensando en quienes vengan detrás y no en mí, que, al fin y al cabo, lo tengo todo resuelto.

Me miro el ombligo y creo que he vivido y vivo en el mejor de los tiempos y de los lugares posibles. Descendiente de agricultores sin apenas propiedades y de barberos, un siglo antes habría sido un iletrado, un siervo, un ignorante, un trabajador en condiciones muy duras y en un ambiente rural muy primitivo. Afortunadamente vine al mundo cuando al menos dos generaciones anteriores a la mía habían intentado prosperar, y llegué para encontrármelo todo hecho y arreglado. Y si naciera un siglo después... Uf, ya digo que un siglo después se adivinan muchos problemas en el horizonte.

Soy de las pocas generaciones españolas que no han vivido una guerra. Supongo que habrá habido más, pero al menos en la historia (que desconozco concienzudamente, y de ahí mi atrevimiento en decir esto) casi siempre ha habido tomate y terror. Mis padres lo sufrieron de niños y mis abuelos de adultos.

En todo caso yo he tenido mucha suerte. Soy de la generación del desarrollismo, de la vespa y el seiscientos (mi padre se sacó el carnet de conducir teniendo yo ya unos nueve o diez años, y mi madre muy poco después, aunque apenas lo utilizó), de la televisión (mi padre hacía las de toda la familia), con los Chiripitifláuticos, Bonanza, Félix Rodríguez de la Fuente, Superagente 86 y años después el Un, dos, tres, con Kiko Ledgard.

martes, 28 de diciembre de 2021

El Quijote peludo

A lo mejor publicar esto un 28 de diciembre os hace pensar que es una broma y no os creéis nada, pero os aseguro que esta historia es real. Es tan real como pueden serlo las cosas reales, las manías de la gente, sus decisiones incomprensibles, sus rasgos morbosos de mal gusto y de sentimentalismo más kitsch y más siniestro.

(Si no os fiáis de mí os invito a navegar por internet y, sobre todo, a leer el artículo que enlazo en la nota final. Hay muchos testimonios de lo que sigue).

Le Corbusier tenía un perro al que llamó Pinceau (que podríamos traducir como "Pincel", "Brocha", o algo así, y que desde luego tiene relación con su pelaje).

Hay fotos en las que se le ve en actitud cariñosa con su perro, al que le tenía mucho cariño.



Aquí también está Yvonne, la esposa del arquitecto

Parece que hay un tipo bastante recurrente en la historia de la literatura que es el de "escritor con gato", y que no sé si implicará algún estilo o querencia en concreto. También podríamos establecer la de "arquitecto con perro", pero no es esta mi intención, al menos en este momento. Baste saber que Le Corbusier tenía perro y lo quería mucho.

De lo que va esta entrada es de que tal vez lo quería demasiado, o al menos de una forma desaforada.

Los perros viven bastante menos que las personas, y en este caso también fue así y el cariñoso Pinceau falleció el día 6 de noviembre de 1945. Père Corbu se sumió en la angustia y en la desesperación y no se resignó a separarse de él del todo y para siempre, así que se quedó con un recuerdo.

martes, 21 de diciembre de 2021

Pastelería y bellas artes

A M. Carmen Montolío Burgués,
seguidora generosa de Twitter, que
me ha hecho el regalo que cuento aquí.


No me atrevo a decirlo, pero creo que ya soy un influencer, o al menos un poquito influencer, una especie de influencer but not too. (En español decimos ma non troppo). Un influens minor, obviamente, pero que se está decantando hacia la especie influens gorronis, o algo así.

En definitiva: Soy un mierdecilla, poco más que un cero a la izquierda, pero me regalan cosas. A mí con eso me vale. Me planto ahí. Yo ya lo firmo.

Me encanta. Yo, que fui educado en la austeridad y que siempre he vivido de una manera comedida y ordenada, ahora me estoy convirtiendo en un caprichoso. Y todo es por las redes: Mis seguidores me miman y yo ya he perdido el pudor: Pido cosas. Y lo malo es que me las dan. Y a menudo aunque no las pida. ¿Qué locura es esta?

Me han mandado, así que yo recuerde a bote pronto, ejemplares de la revista Nueva Forma, tortas, aceite de oliva, bizcochos, una réplica de una placa de la casa Ennis, libros... yo qué sé. Un montón de regalos que no merezco y que no entiendo, pero que me hacen muy feliz(1).

Y todo porque soy un bocazas impúdico. La última ha sido porque alguien ha juntado dos tuits que he lanzado: uno al salir de mi exitosa revisión de oncología, en la que no solo me han dicho que lo tengo todo en su sitio y en correcto estado de revista, sino que además me han aflojado la cuerda citándome para dentro de cuatro meses y no de tres, y el otro sentado en el sofá de mi casa, comiendo frutas de Aragón, que me encantan a pesar del odio que suscita la fruta confitada en mucha gente.

Pues eso: que por un lado digo que qué suerte tengo de pasar mi revisión con éxito y por otro cuánto me gusta el dulce, y recibo un mensaje de una seguidora anunciándome el envío de una caja de la prestigiosa pastelería Fantoba, de Zaragoza, experta en estos cacharritos de fruta y chocolate, para que lo celebre a gusto.

"¿Pero yo qué he hecho?" "No me lo merezco", decimos cuando nos cae una bofetada inesperada e injusta. Sin embargo, lo que es una maravilla es recibir de una manera igualmente inesperada e injusta no una bofetada, sino un beso, un piropo, un regalo. Qué enorme placer es recibir algo bueno que se merece, pero qué placer muchísimo mayor es recibirlo cuando no se merece. Qué feroz alegría disfrutar de una injusticia que te beneficia. Vivan esas arbitrariedades. Vengan dulces, que aquí estoy yo agradecido y emocionado

mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente.
Y ríase la gente.

Con esa emoción he ido a ver la web de tan prestigiosa pastelería y lo que he leído en ella me ha terminado de enamorar:


En 1660 «LA MOLINA» preparaba el chocolate para la Infanta María Teresa de España y Luis XIV, rey de Francia.
Antonin Carême (1784-1833) fue el más grande de los cocinautores, rey de cocineros y cocinero de reyes, arquitecto, pastelero y un extraordinario grafómano. Inventor del vol-au-vent, cocinero de Talleyrand, del Zar Alejandro, del barón de Rothschild…

La pastelería Fantoba ilustra a la perfección esta frase de Antonin Carême: «Las bellas artes son cinco, a saber: la pintura, la escultura, la poesía, la música y la arquitectura, la cual tiene como rama principalísima la pastelería». Lástima que el ilustre cocinero muriera 33 años antes de 1856, año de su fundación, porque, de no ser así, con seguridad Carême mismo hubiera hablado de Fantoba.


¿Pero qué maravilla es esta? ¿Pero quién fue este cocinero-arquitecto francés llamado Antonin Carême que vivió a finales del siglo XVIII y a principios del XIX y que dijo que la arquitectura tiene como rama principalísima la pastelería?

A mí, desde luego, ya me ha ganado para siempre, y desde ahora mismo lo añado a mi altarcito particular de grandes personajes de la humanidad.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Malas notas

A mi compañero y amigo Ignacio Vicente-Sandoval, como sólido
y brillante docente que es, comprometido con que la enseñanza de
la arquitectura tenga sentido (y también, ya de paso, porque fue un
excelente maquetista en el estudio de Richard Rogers). 


Ha muerto Richard Rogers(1), uno de los más brillantes arquitectos de las últimas décadas. Y todos, naturalmente, nos hemos puesto a glosar y celebrar sus magníficas obras. Pero alguien, muy oportuno, ha sacado un interesante documento: sus penosas calificaciones del cuarto curso de arquitectura:

Solo aprobó una asignatura (services, que sería algo así como "instalaciones"). En el informe que acompañaba a esas notas se decía que el chico tenía un genuino interés y sentimiento por la arquitectura, pero no estaba intelectualmente equipado para canalizarlos, y también que tenía un método de trabajo caótico y un juicio crítico inarticulado. Vamos, que sus profesores tenían lo que viene llamándose "ojo clínico". Y, claro, de ahí muchos tuiteros han inferido que la enseñanza es y ha sido siempre un desastre y nos han pedido a los docentes que nos lo miremos (o que dimitamos, o que nos demos un tripazo).

Bien: Aparte de que siempre es conveniente hacer examen de conciencia y de que me aterroriza ser injusto con alguien (llevo tres días pasándolo mal por una corrección que le hice a una alumna, e incluso le he escrito un correo para intentar puntualizar y suavizar algo), creo que no se puede achacar a fallos del sistema lo que pueden ser problemas de adaptación, de velocidad de maduración, de adiestramiento en rutinas, etc.

Rogers era disléxico, si bien en cuarto curso de arquitectura ya debía estar más o menos adiestrado en torear estas cosas. Pero, en efecto, hay gente que se desenvuelve muy bien durante sus estudios y que luego no tiene una gran carrera profesional, o científica, o artística, y otra a la que la etapa académica se le hace una árida, insoportable y dificilísima cuesta arriba, que salen de la facultad de perfil y por la puerta chica, pero que luego explotan con todo su brillo y su fulgor en el "mundo real", que es el que importa.

Creo que quienes deducen de las malas notas de Richard Rogers que el sistema falla, que siempre ha fallado y que los profesores somos nefastos seguro que aciertan en algún caso (ojalá no en demasiados), pero no deberían generalizar. A veces se hace el razonamiento al revés, y hay quien llega a considerar que fallar en las pruebas escolares es garantía de ser bueno. Según eso yo soy un magnífico pintor y un músico genial.


Los estudios académicos están pensados para dar una formación estándar a unos alumnos estándar, y a veces fallan con los muy geniales o con los muy no-geniales. Pero he tenido la oportunidad de poder asomarme un poco a la trastienda de quienes organizan los programas, las asignaturas, los créditos y las pruebas, y no hacen más que pensar e imaginar cómo pueden ser útiles. Cada uno desde nuestro puesto estamos dándole vueltas y vueltas a cómo exponer y proponer, cómo entusiasmar, cómo evaluar, de qué forma obtener los mejores resultados ayudando a la madurez y a la plenitud de los estudiantes.

Richard Rogers, como tantos grandísimos artistas, técnicos, filósofos y científicos, demostró que el sistema educativo a veces no se adapta a las personalidades "especiales" y "desequilibrantes", pero también supo hacer el esfuerzo de tragar ricino, pasar por el aro y salir -aparentemente- con una formación endeble y cogida con alfileres, con un título de mírame y no me toques, pero lo suficiente como para empezar a hacer lo que quería y podía, para crear y para asociarse con gente brillante que también tenía esa formación incipiente e incompleta que no sirve para solucionarte la vida, ni mucho menos, sino para ayudarte a formular preguntas y a tener dudas. Y luego, a partir de ahí, ojalá tengas suerte.



Añadido en frío al día siguiente: 20-12-2021
Lo que queda escrito más arriba no excluye la posibilidad de que los tutores tuvieran razón. Todos hemos conocido la obra de Rogers... después de haber salido de la escuela con su título bajo el brazo. A quien no hemos conocido es al Richard Rogers que cursaba penosamente el cuarto curso de la carrera de arquitectura suspendiéndolo casi todo.
Es obvio que tarde o temprano terminó por aprobar. A ver si fue eso. A ver si verdaderamente tenía muy buenas cualidades natas pero desordenadas y poco maduradas, y los estudios (y sus profesores) lo ayudaron a centrar y orientar sus aptitudes.
A ver si al final los estudios de arquitectura le sirvieron para algo.


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(1).- En el nombre de Richard Rogers he enlazado un estupendo artículo de Anatxu Zabalbeascoa que os pido que leáis.

jueves, 9 de diciembre de 2021

El verdadero lujo

Los flamantes arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, lanzados a la carrera del éxito, de quienes casi todos sus compañeros hablan (hablamos) muy bien por su "apenas hacer nada" y últimos ganadores del premio Pritzker, tienen exposición en el Museo ICO hasta el 16 de enero.

La he visto hace un par de y yo solo y hace unos días con mi compañero y sin embargo amigo Ekain Jiménez, que me ha enriquecido lo que vi antes y me ha suscitado una o dos reflexiones que intentaré exponer a continuación.

Empecé a oír hablar de ellos con el ya famoso comentario de: "Reforman sin destruir, y haciendo lo mínimo". Muy conscientes de la huella del carbono y del nefasto impacto de la arquitectura reconstructora (a menudo tan destructora), han abordado enormes proyectos de rehabilitación arquitectónica, urbana y social sin demoler lo que había, sino añadiéndole algún elemento o algún gesto que, siendo relativamente modestos, han revitalizado y cambiado de una forma muy importante lo preexistente.

La exposición comienza por la planta baja y hace el recorrido de siempre, terminando arriba, pero esta vez ha habido algo especial que merece la pena comentar.

Empieza con láminas, y láminas, y láminas impresas y pegadas en las paredes (y dibujadas para la ocasión), que muestran su trayectoria profesional en un montón de proyectos. En todas prevalece el mismo código: Un fondo blanco para el "espacio programado" y un fondo azul claro para el "espacio libre". La cosa tiene algo de truco: Viene a significar que lo blanco es lo que responde a "intervención arquitectónica" y "cumplimiento de programa" y lo azul claro es "la propina". (Pero en algunos proyectos de reformas de edificios públicos no es exactamente lo mismo, ya que lo blanco son zonas más tocadas, más intervenidas, y lo azul las más dejadas como estaban).

En todo caso es clara su voluntad de mostrar qué poco hacen, y cuánto renta ese poco.