lunes, 29 de enero de 2024

El desaforado y febril disparate de Fred Mamany

Hay espacios que nos hacen replantearnos nuestro concepto de arquitectura, nuestro criterio de belleza e incluso nuestras convicciones éticas y nuestras ganas de vivir.

Hay cosas que son insoportables. Por ejemplo este restaurante:

¿Podríais comer ahí, tranquilamente sentados, un trozo de carne asada sin tener sobre vuestra conciencia catorce asesinatos? ¿Podrías comer como si tal cosa, sin que se os alterara una docena de constantes vitales? Yo (y eso que soy muy comilón) no probaría bocado. Es más, me pondría a llorar desconsoladamente con un infinito sentimiento de desamparo y con la certeza de que nadie me quería y de que la vida no tenía sentido.

jueves, 18 de enero de 2024

Bonito (otra vez)

Me repito mucho. Ahora iba a ponerle a esta entrada el título "Bonito" y me ha dado la vaga sensación de que ya lo había usado. He buscado y sí: aquí. Por eso añado ahora "(otra vez)", y podría seguir con ("y las que hagan falta").

Ay, lo bonito; qué bonito.


Para empezar a aclarar los conceptos diré que no voy a hablar de pez teleósteo alguno, lo que deja la cuestión reducida a algo más bien "lindo, agraciado, de cierta proporción y belleza".

Los arquitectos, en general (yo diría que casi todos), odiamos la palabra "bonito" referida a la arquitectura porque no es un término que nos sirva para nada. ¿Qué es un edificio bonito, una ventana bonita, una bóveda bonita? Nada. Bonito no es un criterio arquitectónico ni un rango de valor. Por eso nos pone nerviosos que este adjetivo tenga tanto predicamento entre la población lega, y no digamos ya que nos pregunten si tal edificio nos parece bonito. A veces contestamos, un poco (bastante) indignados: "¡Este edificio no es bonito: es bueno!".

Eso, como digo, ya lo he contado y no quiero extenderme ni repetirme demasiado. Lo que pretendo contar ahora es que para todo hay alguna excepción, y para esto que acabo de decir, y que nos parece tan claro y tan evidente a (casi) todos los estirados arquitectos, está la del brillante Bernardo Angelini, del estudio zigzag arquitectura (con su socio David Casino).

jueves, 11 de enero de 2024

No se me ocurre nada

Hay veces (incluso bastantes) en que tengo dos o tres temas bulléndome en la cabeza para escribirlos aquí, e incluso empiezo un par de entradas a la vez, cuyos borradores se estorban y se dan codazos para ser publicados antes que el otro, pero de repente (serán las fiestas, será el año nuevo) me he quedado sin nada que decir. El tan temido momento ya apareció: Adiós al blog. Se me acabó la mecha.

Pero la vida nunca para y en mi estúpida rutina ayer mismo vinieron a verme unos clientes para pedirme que les hiciera el certificado final de obra de una pequeñísima y modestísima intervención que les he hecho. Así que os voy a contar esa insignificante aventura.

Hace unos años les hice el proyecto de su casa y les dirigí la obra. Es una casa que jamás publicaré aquí ni en las redes sociales ni en ningún otro sitio, porque temo la feroz (y seguramente justa) aversión de mis adorados compañeros de profesión y de los amantes de la arquitectura en general.

La casa que me encargaron fue una versión reducida y más pobre (pero con el mismo espíritu optimista) de esas mansiones salvajes, empalagosas y agobiantes que aparecen en la revista ¡HOLA!(1).

miércoles, 3 de enero de 2024

Tintinismos y otras filias

A mis ilustres compañeros Francisco
Gómez de Tejada
y Jaume Prat, porque
saben y están en el bando correcto. 


Estamos rodeados por grupos irreconciliables, fanáticos y terribles: concebollistas y sincebollistas, colacaístas y nesquikistas, paellistas y arrozconcosistas, solotildistas y solonotildistas... Se pertenece a uno o a otro con pasión y fiereza fundamentalistas, y, naturalmente, no solo con exclusión absoluta del otro, sino con la convencida negación de que en el otro pueda haber escondida ni siquiera alguna remota virtud.

Nos encanta pertenecer a un bando y restregárselo por la cara a los del otro, con la firme convicción de que están equivocados. Eso nos refuerza más en nuestra verdad. Ya lo he dicho: es puro fundamentalismo.

Yo me reconozco concebollista (perdón, Pumares), colacaísta ("hace grumos"; "pues que los haga"), arrozconcosista (la auténtica paella valenciana está de muerte, pero por aquí le ponemos chorizo y ohlàlà ohmygod) y empecé siendo solotildista pero me estoy quitando poco a poco (y eso es raro, porque uno pertenece irreductiblemente a un bando hasta su muerte).

Pero también hay grupos más tolerantes y enfrentamientos más amistosos, o al menos menos cruentos. De entre estos casos se me ocurre como el más claro y nítido el de los tintinistas y los asteriquistas.