jueves, 29 de marzo de 2018

Los clones

El periódico EL PAÍS ha publicado un reportaje en el que denuncia que la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha clonó un polideportivo y lo reprodujo más de cien veces sin que su autor lo supiera.


Por favor: Antes de seguir leyendo esta entrada leed el reportaje. Clicad aquí.

Sí. Me espero. Leedlo sin prisa.

¿Ya lo habéis leído? Pues sigamos.

El reportaje, que sobre ser de denuncia también es un poco de recochineo hacia los castellano-manchegos (sí, amigos: Don Quijote, los molinos, lo paletos que son los alcaldes...), es -a mi juicio- pésimo, y de un amarillismo y de una mala calidad periodística antológicos.
(¿Y lo de la burbuja inmobiliaria a qué viene?).

Si el autor del libelo se hubiera tomado la molestia de preguntar a los técnicos de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y de informarse bien (y de ser crítico con ellos; no quiero decir que les hiciera la ola) habría tenido bastante material para hacer un buen reportaje, muy interesante y aleccionador, de una de las actuaciones de las que más orgulloso se ha sentido durante años (y con razón) el gobierno de Castilla-La Mancha.

domingo, 25 de marzo de 2018

Merece la pena

Cuando un profano como yo se quiere poner filosófico sin estar formado en filosofía suele decir muchas perogrulladas y cursilerías pensando que está diciendo algo interesante.
Soy consciente de ello, pero aun así me atrevo a escribir sin pudor una sensación que he tenido muy intensamente. A ver si la sé explicar:
Siempre, desde niño, le he tenido mucho miedo a la muerte, un miedo angustioso. Ahora lo voy controlando un poco más, y solo aspiro a que, si ninguna enfermedad ni accidente se me cruzan antes, llegue el momento en que sea lo suficientemente viejo y equilibrado (y también cansado y lúcido) como para pensar en ella con serenidad y con paz, o tal vez para que ya me importe todo una porra.

Lo angustioso es pensar que la muerte termina con todas las posibilidades, con todas las opciones, y las aplasta con la losa de lo ya irrefutable e incorregible. Quiero decir, por ejemplo, que nunca me he tirado en paracaídas y creo que nunca se me ocurrirá hacerlo, pero es algo que está ahí, a mi disposición. Es una posibilidad abierta. ¿Quién me dice que tal vez algún día...? Tampoco conozco Uagadugú (Burkina Faso), ni he leído el Yajurveda (ni tampoco, ya puestos, Mis bodas reales), ni he asistido a una función de kabuki (ni al certamen internacional de tunas "Cazorla Pueblo"), ni he probado el caviar iraní (ni los saltamontes fritos). Pero todo eso está ahí, y tal vez el día menos pensado los disfrute o los sufra. ¿Quién sabe?
Cualquier día puedo empezar a estudiar ruso, o apuntarme a un club cicloturista, o comprarme un sombrero. ¿Por qué no? Todo es posible. Todo está disponible. Todo puede ocurrir.

Pero la muerte quita todas esas opciones, echa el cierre y acaba con los sueños de "tal vez algún día..." y de "ya veréis cuando yo..." No; ya nada. Esto fue lo que fue. Se acabó. Hasta aquí hemos llegado.
Libros que nunca leeré. Cosas que nunca haré. Películas que nunca veré. Países que no visitaré. Gente que no conoceré.

Perdonadme las perogrulladas y las tonterías, ya digo(1). Estoy soltando una obviedad tras otra, ya lo sé.

lunes, 19 de marzo de 2018

Arquitectura del siglo veintiuno

A Eduardo Almalé y a todos mis
amigos pisacharcos de twitter.

El otro día mi amigo tuitero Eduardo Almalé, siempre polémico y activo, dijo que hay consenso en que los tres grandes arquitectos del S. XX fueron Frank Lloyd Wright, Le Corbusier y Mies van der Rohe, y puso sobre la mesa la cuestión de quiénes serán los del S. XXI.

Algunos se atrevieron a proponer varias ternas y yo dije que estamos tan solo en 2018, y me pregunté qué terna habrían propuesto los arquitectos en 1918 para elegir a los más grandes del S. XX. Obviamente, ni Le Corbusier ni Mies habían hecho aún nada interesante, y Wright, aunque ya era conocido, no creo yo que suscitara por entonces los entusiasmos mayoritarios. Seguramente los arquitectos de la época habrían elegido a sus compañeros modernistas o neoclasicistas más rimbombantes, y habrían creído que esa iba a ser la arquitectura característica del siglo XX, sin tener la más vaga intuición de lo que iba a pasar.

En 1918 ya llevaba un año fundado De Stijl en Holanda, pero aún no era conocido ni había causado ningún efecto apreciable. La Bauhaus aún no existía. Los rusos estaban en plena revolución... ¿Quién podría imaginar lo que venía?

Me gustaría que terminara alguna vez este largo período manierista que vivimos en este ya tan largo fin de siglo, y que hubiera un nuevo florecimiento bajo algunas ideas que no soy capaz de intuir ni de imaginar, pero a menudo dudo de que eso vaya a ocurrir y más bien espero resignado que esta decadencia remate finalmente en un plof.

Como soy un pisacharcos y me gusta opinar más que a un cartero doblar una revista, en ese debate tuitero se me ocurrió decir a modo de boutade (pero no tan boutade) que tal vez el XXI sea el siglo de la esperada desaparición de la arquitectura.
No digo deseada. Digo esperada.
Y ahora me toca defender esa tontería que dije.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Defensa del asqueroso

Acabamos de tener noticia de que cinco mujeres han denunciado al gran arquitecto -sí, gran arquitecto- Richard Meier por acoso sexual.

Son cinco mujeres con distintas circunstancias, y denuncian separadamente cinco acciones diferentes en distintas épocas. Todo hace pensar, en principio, por lo tanto, que dicen la verdad. Incluso el estudio de Meier ya indemnizó a una de ellas y le pagó por su silencio parcial y ha pedido disculpas, farfullando tan solo (ay, qué vergüenza) que algunas cosas que las víctimas han dicho no fueron exactamente así. O sea. Ya te digo. Y el cerdo ha dicho que se toma seis meses de vacaciones para esconderse y esperar que pase el chaparrón.

Nos hemos quedado todos perplejos porque admirábamos al tío asqueroso.

Un cerdo, un abusador, un acosador, un cobarde, un mierda. Y un gran arquitecto.

Nos quedamos sin palabras, porque es algo horrible. Y además yo no le veo el sentido. No lo puedo entender. Se supone que un arquitecto brillante, con mucho talento, y bien plantado (ahora es un viejo hinchado, pero hay denuncias de hechos ocurridos hace treinta años), debería tener recursos, cultura, simpatía, atractivo y personalidad suficientes como para ligar limpiamente y para actuar como un hombre. Pero se ve que es más directo y más cómodo abusar del poder, de la posición. ¿Hay algo más asqueroso que el jefe acosando a una empleada y abusando de ella? ¿Qué piensa ese miserable que es una mujer? ¿Qué se imagina que es una mujer?

Qué bazofia. Qué prepotencia y qué atropello. ¿Cómo alguien tan sutil y tan sofisticado, puede pensar que una mujer es tan solo un objeto para su uso y disfrute? Y al revés: ¿Cómo alguien tan zafio, tan repugnante, tan plano, tan saco de carne, grasa y pus puede crear unas obras tan extraordinarias?

Me da asco solo pensarlo. Y qué ridículos los numeritos que al parecer se montaba. Qué patético monigote. Qué cerdo.

viernes, 9 de marzo de 2018

El vulgar Pritzker

A todos estos amigos cultos e inteligentes:
por lo que más adelante digo.


El otro día se ha concedido, como cada año, el premio Pritzker. Y una vez más hemos oído cómo lo llamaban "el Nobel de la arquitectura". Y un año más algunos (los más "listos") hemos sonreído con suficiencia.

Pero tengo que reconocer que el año pasado me gustó mucho que se lo dieran a RCR, y que este me he quedado boquiabierto porque jamás había oído hablar de Balkrishna Doshi.

En seguida nos informó en twitter el siempre avisado y erudito Rodrigo Almonacid de que ya en el Benevolo y en el Curtis (dos de las biblias sobre la historia de la arquitectura moderna) aparece Doshi desde ediciones antiguas. Cotejo las mías (soy un antiguo) y viene. Inmediatamente David García-Asenjo, otro joven sabio, nos instruye con este artículo y Ekain Jiménez busca y publica en twitter las fotos con las que ilustro esta entrada, y las acompaña de muy serios y justos (y elogiosos) comentarios a la trayectoria de este arquitecto desconocido minuciosamente por mí hasta ahora




Pero quien me ha animado a escribir esta entrada ha sido Jaume Prat con este artículo en el blog de la Fundación Arquia.
Me ha dejado con el culo al aire. A mí, que me he reído siempre con desdén, como tantos arquitectos, del premio y de su banalidad y de su frivolidad.

Aparte de que el premio de marras haya acertado muchas veces a ser concedido a arquitectos magistrales y de que se haya equivocado (a mi juicio) otras muchas, es cierto que por un día la arquitectura sale en todos los noticiarios de la tele, en todos los periódicos y en todas las emisoras de radio, y, por un día, parece incluso una actividad decente y estimable, y los arquitectos, así, en general y como colectivo, parecemos seres dignos de respeto y aun de aprecio.

miércoles, 7 de marzo de 2018

De fama mundial

Perdón, perdón, perdón.

Acabo de publicar esta entrada indignándome por un supuesto concurso de arquitectura para diseñar las marquesinas de autobús de Bilbao que no es tal, sino un concurso de fabricación de esas marquesinas.

Una vez que me lo han dicho me he quedado rojo de vergüenza.

Lo que he escrito no tiene corrección posible, ni matización (y eso que tenía un par de frases ingeniosas).

Lo siento mucho. Lo único que puedo hacer es borrar esta entrada.

Dejo aquí este testimonio de mi poco rigor.

Perdonadme quienes seguís este blog, pero ya digo que no tenía forma de arreglar lo que había escrito.

(Vaya cagada).

viernes, 2 de marzo de 2018

Arte en venta

(A Mapila)

La galería Guillermo de Osma, de Madrid, expone (y vende) hasta el día 25 de marzo una interesante muestra de la obra en papel de Le Corbusier. También tiene algún mueble.
En estos días de furor por la feria ARCO, donde, como cada año, todos los medios de comunicación muestran entre indignación y cachondeo por los precios de ciertas mamarrachadas, me acerco a ver los dibujos del Corbu con la pringosidad morbosa de saber que si tuviera el capital necesario los podría comprar. No sé cómo decirlo, pero eso le da un toque pornográfico a mi visita, que no puede ser tan desinteresada como la que haría a un museo, sino muy venal y guarrona. Vamos, como si fuera al carrefour.
Tengo pensado entrar como un señor, dar una primera pasada ligera y preguntar después los precios con aplomo. (Nunca están a la vista; en eso hay aún una especie de distancia pudorosa respecto a los productos exhibidos en el mencionado centro comercial).

Sí, tengo pensado comportarme con gran dignidad, que me tomen por un coleccionista, pero no puedo empezar peor, o cagarla más temprano. En Madrid llueve sin parar y accedo a la galería con el plumas empapado y además con una bolsa de plástico (¡una bolsa de plástico!) que chorrea. No hay perchas, ni repisas, ni nada, así que dejo discretamente mis cosas mojadas en el suelo, en un rincón. La empleada de la galería viene corriendo porque he apoyado ligeramente la bolsa en una especie de cajonera de madera (de la galería, no del Corbu) que se va a estropear con la humedad.
Me deshago en excusas y empiezo a ver las obras del Corbu como el gañán impresentable que siempre he sido. (Hay gente que transmite ligereza y elegancia, y otros que somos patosos sin descanso).

Le Corbusier es un pintor estimable, pero siempre me pregunto si su obra plástica sería tan apreciada si no se apoyara en su inmensa fama como arquitecto.
También me pregunto si sus ingresos como artista plástico eran importantes respecto a los que tenía como arquitecto y, una cosa que se debería contar siempre en las biografías, qué patrimonio alcanzó a poseer en vida. (Vamos, que si ganaba bien).

Como ahora la calidad artística parece que consiste exclusivamente en los precios de las obras, voy a hacer un somero análisis de esta exposición desde ese punto de vista.

Se exponen veintidós obras en papel, dos sillones y una mesa. (El catálogo presenta también un conjunto de catre, mesa y estanterías que no he visto. Me doy cuenta ahora. Tal vez estaban en otra habitación y no he reparado en ello).

Después de dar la primera pasada pregunto -en voz muy baja y aplomada- los precios de los números 12 y 16, y me sacan de un cajón la lista metida en una funda de polipropileno. La examino cuidadosamente y me doy una segunda vuelta con ella en la mano.
Los precios van desde 24.000 € a 225.000 € (IVA incluido). La gran mayoría no llegan a los 100.000 €.
Me congratula mi buen ojo, porque uno de los dos que he elegido, el nº 12, es el segundo más caro de la muestra. Pero también es de los más grandes, y eso es evidente: En general los más caros son los mayores. Lo interesante sería elegir el más caro intrínsecamente, es decir, el de mayor precio por centímetro cuadrado.

(El más barato de la lista, Nacimiento de Minotauro, 24.000 €, ni está expuesto ni aparece en el catálogo. Pues vaya).

Me paro ante el nº 15 porque me gusta mucho: Taureau, 1952. Es un boceto con lápices y tinta sobre papel. Firmado. 21 x 33 cm2 (prácticamente un A4). 33.000 €. 47,62 €/cm2.

Le Corbusier, Taureau, 1952