lunes, 25 de abril de 2022

Aquel trueno

El otro día el perfil de instagram officialnormanfoster ha publicado esta foto:

Y me ha dado mucha envidia. ¿Os cuento por qué? Creo que es fácil, pero aun así os lo voy a decir. Lo primero es que está trabajando en su casa. Tiene un enorme estudio en Londres (y en más sitios, claro) en el que trabajan cientos de personas, pero él está trabajando en casa. Lo segundo es que menuda casa tiene que tener, a la vista de lo poco que se atisba. ¿Habéis visto esa pradera al fondo, y esos árboles? Tanto espacio, tanta luz, tanta blancura. Lo tercero es la camisa rosa: Recién lavada y recién planchada; fresca, cómoda, ligera. No es la camisa, claro; hasta ahí llego (es a lo único que llego); es la ausencia de metro, de autobús, de prisa, de sofoco, de sudores camachiles. Veo (creo ver) que se ha levantado, ha hecho algo de deporte ligero, se ha duchado, ha desayunado una tostada con mermelada de arándanos, un zumo de naranja y un café con leche y se ha quedado tan a gusto. Yo no estoy así ni en vacaciones. Yo salgo de la ducha y ya estoy más sucio y más sudoroso que él. Lo cuarto es que está trabajando con una paz envidiable, sin teléfono, sin correo electrónico, sin molestias de ninguna clase. Lo quinto es que está trabajando en algo muy bonito y gustoso: coloreando delicadamente un dibujo, y no contestando a un requerimiento o algo así. Y lo sexto, y corolario de todo lo anterior, es que no está trabajando.

Está coloreando, sin salirse de las rayas, una perspectiva de la parte inferior de un edificio. Alguien la ha dibujado en cad y la ha ploteado, y el jefe la colorea con lápices. Un trabajo perfectamente inútil.

Quien le lleva el instagram ha insistido y nos ha mostrado la escena desde el otro lado:

Pues bueno, pues vale. Estupendo. Miradle qué aplicadito y qué mono.

Norman Foster está desde hace muchos años en un plan de 

Se hace fotos en su unicornio gigante flotante, o esquiando, o conduciendo coches de lujo, o lo que sea. Siempre algo más allá de cualquier sueño humano. Pero esto de dibujar en casa, que es con mucho lo más asequible para todos, se me antoja lo más sacachorrero: "Hala, hala, trabajad, que yo estoy aquí tan a gusto con mis cositas".

Y eso precisamente es lo peor de todo: Él está ahí con sus cositas mientras un montón de gente trabaja en un proyecto en el que él, alejado en su casa, coloreando con sus lápices, no participa en absoluto.

martes, 19 de abril de 2022

Buenos días lo primero

Todos hemos tenido a alguien que nos lo ha dicho: nuestros padres, nuestra abuela paterna o nuestra tía Herminia. Entrábamos corriendo, urgidos por una novedad o un hallazgo, donde estaban reunidos nuestros familiares, lo proclamábamos con entusiasmo y en vez de pasmarse ante nuestros asertos nos recriminaban: "Buenos días lo primero". No entendíamos nada: Lo que estábamos contando era emocionante, importante, divertido, y nos cortaban para exigirnos que cerráramos el chorro y diéramos los buenos días. ¿A quiénes les podían importar los buenos días? No obstante, al parecer era obligatorio darlos.

Imaginaos a Hitler o a Rommel mandando callar al espía que traía los datos del lugar y el momento exactos en que se iba a producir el desembarco en Normandía y gritándole: "¡Buenos días lo primero!" Imaginaos al excitadísimo espía intentando pese a todo decir cuántas tropas, cuántos barcos y con qué armamento iban a desembarcar y a sus superiores arrestándolo e incluso mandándolo fusilar por cabezota e indisciplinado, y no haciéndole caso por no haber dado los buenos días. (¿Os imagináis?)

Pues con lo de Normandía es casi seguro que no ocurrió, pero con la arquitectura ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo. Nos hemos creído portadores de nuevos conceptos de espacio, de nuevas y mejores eficiencias, de mayor lógica constructiva y de más avanzado régimen de confort, pero nos obstinamos en proclamarlo sin dar los buenos días (o, mejor dicho, los damos de una manera muy rara) y nos mandan al cuarto de los ratones sin escuchar ni apreciar nuestra buena nueva.

Vamos a hacer una prueba. Proponédsela a vuestros amigos cultos pero no en arquitectura ni especialmente interesados en ella. Mostradles estas cuatro parejas de edificios y pedidles que elijan el que más les guste de cada una.




(Se pueden clicar para verlas más grandes)

Yo lo he hecho y los resultados son prácticamente unánimes: derecha, izquierda, izquierda e izquierda.

lunes, 4 de abril de 2022

Las botas de goma

A Emilio. (Esta historia me la ha contado él).


A raíz de mi antepenúltima entrada ("Mucho hierro") mi amigo Emilio me llamó y estuvimos un rato charlando sobre tanta gente que interviene en las obras y sabe tanto de estructuras que nos dejan en mal lugar, siempre sospechosos y a menudo desautorizados, puesto que aseguran que llevan toda la vida haciendo eso y que saben más que nosotros.

Aprovecho para decir que siempre he aprendido de quienes hacen las obras y que, efectivamente, saben muchas cosas que yo ignoro. Pero también he de decir que ellos ignoran algunas cosas que yo sé, y que estaría bien que también me hicieran caso de vez en cuando, como se lo hago yo siempre, pues a menudo he asistido y sigo asistiendo a obras en las que hay operarios que tienen toda la experiencia práctica que se pueda tener, y realizan su trabajo con una habilidad manifiesta, pero ignoran cualquier fundamento básico teórico sobre lo que están haciendo.

Para iluminarme sobre este asunto, Emilio me dijo una anécdota que Ricardo Aroca contaba a menudo en sus clases.

Decía que hizo una vivienda unifamiliar con una considerable losa de hormigón armado en voladizo. En una visita de obra supervisó el encofrado y dio instrucciones sobre la armadura, que estaban empezando a colocar.