viernes, 31 de diciembre de 2021

Balance

Escribo esto el último día del año 2021 con esa sensación de balance propia de estos momentos. Pero unos pensamientos me han llevado a otros y se me ha hecho un buen revoltijo en la cabeza, por lo que pretendo ir más allá, casi a un balance global de vida, cosa que juzgo muy apropiada, pues con sesenta y un años cumplidos ya puedo decir que cruzo la línea del ecuador y podría escribir el primero de los dos tomos de mis memorias.

Todo ha empezado ayer, día 30 de diciembre, cuando en la tele han anunciado "la buena noticia" de que en Valencia tenían 24 ºC, y hoy esperaban 25 ºC en Granada. Hace años mi abuelo contestaba al locutor cuando no estaba de acuerdo, pero yo ahora tengo Twitter y me suelo desahogar por esa vía:

(Nota de servicio público, por si os pasa lo mismo que a mí hasta que me he documentado: No se debe dejar espacio entre el cerito y la ce mayúscula, sino entre la cifra y el cerito. O sea: Lo he hecho bien en el párrafo anterior, pero no en el tuit).

Mis tuits, no sé por qué, tienen una repercusión que no consigo explicarme, y este ha suscitado muchas respuestas: La mayoría de aquiescencia, pero algunas también de crítica y de burla. Unos, los más, han dicho que están desconcertados con estas cosas, e incluso han manifestado que están viendo floraciones anacrónicas en sus jardines y huertos, pero otros me han llamado alarmista, aguafiestas, negativo y cascarrabias, que no quiero que la gente disfrute de la playa durante estas fiestas.

Entre estos últimos ha habido uno que me ha dicho que los yayos somos ridículos y estamos cagados de miedo con las paparruchas que nos meten. También que solo queremos que cunda el pánico y el terror infundado.

Pues bien: Ese último comentario suscita esta entrada. Porque he pensado sinceramente que ni tengo pánico ni quiero que se extienda. No creo que esté en juego la supervivencia de la humanidad ni nada parecido, pero sí pienso que habrá grandes problemas y catástrofes que harán muy dura la vida para ciertas poblaciones y ciertos grupos humanos. Los ha habido otras veces y siempre hemos sobrevivido como especie, aunque muchos individuos (a menudo millones) hayan caído por el camino.

Pero, sobre todo, esos pensamientos negros (o al menos grises muy oscuros) no los tengo para mí. No soy un yayo cagado de miedo egoísta. En los (espero que suficientes) años que me quedan de vida creo que no experimentaré cambios trágicos. Es posible que ni siquiera mis hijos los conozcan en su peor manifestación. En todo caso es algo que precisamente a los viejos es a quienes menos nos debería preocupar. Podríamos hacer el bestia y el besugo desaforadamente, darle a tope al acelerador y al termostato y decir con todo descaro aquello tan grosero de "para lo que me queda en el convento..."; así que si algunos jóvenes quieren playa pues allá ellos. Que lo disfruten y que con su pan se lo coman.

Es cierto que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, los viejos han sido, en general, pesimistas, y los jóvenes, también en general, despreocupados cuando no inconscientes. Pero repito que si intento ser cívico clasificando los desperdicios de mi casa o me preocupo por el cambio climático es con un afán ciceroniano, pensando en quienes vengan detrás y no en mí, que, al fin y al cabo, lo tengo todo resuelto.

Me miro el ombligo y creo que he vivido y vivo en el mejor de los tiempos y de los lugares posibles. Descendiente de agricultores sin apenas propiedades y de barberos, un siglo antes habría sido un iletrado, un siervo, un ignorante, un trabajador en condiciones muy duras y en un ambiente rural muy primitivo. Afortunadamente vine al mundo cuando al menos dos generaciones anteriores a la mía habían intentado prosperar, y llegué para encontrármelo todo hecho y arreglado. Y si naciera un siglo después... Uf, ya digo que un siglo después se adivinan muchos problemas en el horizonte.

Soy de las pocas generaciones españolas que no han vivido una guerra. Supongo que habrá habido más, pero al menos en la historia (que desconozco concienzudamente, y de ahí mi atrevimiento en decir esto) casi siempre ha habido tomate y terror. Mis padres lo sufrieron de niños y mis abuelos de adultos.

En todo caso yo he tenido mucha suerte. Soy de la generación del desarrollismo, de la vespa y el seiscientos (mi padre se sacó el carnet de conducir teniendo yo ya unos nueve o diez años, y mi madre muy poco después, aunque apenas lo utilizó), de la televisión (mi padre hacía las de toda la familia), con los Chiripitifláuticos, Bonanza, Félix Rodríguez de la Fuente, Superagente 86 y años después el Un, dos, tres, con Kiko Ledgard.

martes, 28 de diciembre de 2021

El Quijote peludo

A lo mejor publicar esto un 28 de diciembre os hace pensar que es una broma y no os creéis nada, pero os aseguro que esta historia es real. Es tan real como pueden serlo las cosas reales, las manías de la gente, sus decisiones incomprensibles, sus rasgos morbosos de mal gusto y de sentimentalismo más kitsch y más siniestro.

(Si no os fiáis de mí os invito a navegar por internet y, sobre todo, a leer el artículo que enlazo en la nota final. Hay muchos testimonios de lo que sigue).

Le Corbusier tenía un perro al que llamó Pinceau (que podríamos traducir como "Pincel", "Brocha", o algo así, y que desde luego tiene relación con su pelaje).

Hay fotos en las que se le ve en actitud cariñosa con su perro, al que le tenía mucho cariño.



Aquí también está Yvonne, la esposa del arquitecto

Parece que hay un tipo bastante recurrente en la historia de la literatura que es el de "escritor con gato", y que no sé si implicará algún estilo o querencia en concreto. También podríamos establecer la de "arquitecto con perro", pero no es esta mi intención, al menos en este momento. Baste saber que Le Corbusier tenía perro y lo quería mucho.

De lo que va esta entrada es de que tal vez lo quería demasiado, o al menos de una forma desaforada.

Los perros viven bastante menos que las personas, y en este caso también fue así y el cariñoso Pinceau falleció el día 6 de noviembre de 1945. Père Corbu se sumió en la angustia y en la desesperación y no se resignó a separarse de él del todo y para siempre, así que se quedó con un recuerdo.

martes, 21 de diciembre de 2021

Pastelería y bellas artes

A M. Carmen Montolío Burgués,
seguidora generosa de Twitter, que
me ha hecho el regalo que cuento aquí.


No me atrevo a decirlo, pero creo que ya soy un influencer, o al menos un poquito influencer, una especie de influencer but not too. (En español decimos ma non troppo). Un influens minor, obviamente, pero que se está decantando hacia la especie influens gorronis, o algo así.

En definitiva: Soy un mierdecilla, poco más que un cero a la izquierda, pero me regalan cosas. A mí con eso me vale. Me planto ahí. Yo ya lo firmo.

Me encanta. Yo, que fui educado en la austeridad y que siempre he vivido de una manera comedida y ordenada, ahora me estoy convirtiendo en un caprichoso. Y todo es por las redes: Mis seguidores me miman y yo ya he perdido el pudor: Pido cosas. Y lo malo es que me las dan. Y a menudo aunque no las pida. ¿Qué locura es esta?

Me han mandado, así que yo recuerde a bote pronto, ejemplares de la revista Nueva Forma, tortas, aceite de oliva, bizcochos, una réplica de una placa de la casa Ennis, libros... yo qué sé. Un montón de regalos que no merezco y que no entiendo, pero que me hacen muy feliz(1).

Y todo porque soy un bocazas impúdico. La última ha sido porque alguien ha juntado dos tuits que he lanzado: uno al salir de mi exitosa revisión de oncología, en la que no solo me han dicho que lo tengo todo en su sitio y en correcto estado de revista, sino que además me han aflojado la cuerda citándome para dentro de cuatro meses y no de tres, y el otro sentado en el sofá de mi casa, comiendo frutas de Aragón, que me encantan a pesar del odio que suscita la fruta confitada en mucha gente.

Pues eso: que por un lado digo que qué suerte tengo de pasar mi revisión con éxito y por otro cuánto me gusta el dulce, y recibo un mensaje de una seguidora anunciándome el envío de una caja de la prestigiosa pastelería Fantoba, de Zaragoza, experta en estos cacharritos de fruta y chocolate, para que lo celebre a gusto.

"¿Pero yo qué he hecho?" "No me lo merezco", decimos cuando nos cae una bofetada inesperada e injusta. Sin embargo, lo que es una maravilla es recibir de una manera igualmente inesperada e injusta no una bofetada, sino un beso, un piropo, un regalo. Qué enorme placer es recibir algo bueno que se merece, pero qué placer muchísimo mayor es recibirlo cuando no se merece. Qué feroz alegría disfrutar de una injusticia que te beneficia. Vivan esas arbitrariedades. Vengan dulces, que aquí estoy yo agradecido y emocionado

mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente.
Y ríase la gente.

Con esa emoción he ido a ver la web de tan prestigiosa pastelería y lo que he leído en ella me ha terminado de enamorar:


En 1660 «LA MOLINA» preparaba el chocolate para la Infanta María Teresa de España y Luis XIV, rey de Francia.
Antonin Carême (1784-1833) fue el más grande de los cocinautores, rey de cocineros y cocinero de reyes, arquitecto, pastelero y un extraordinario grafómano. Inventor del vol-au-vent, cocinero de Talleyrand, del Zar Alejandro, del barón de Rothschild…

La pastelería Fantoba ilustra a la perfección esta frase de Antonin Carême: «Las bellas artes son cinco, a saber: la pintura, la escultura, la poesía, la música y la arquitectura, la cual tiene como rama principalísima la pastelería». Lástima que el ilustre cocinero muriera 33 años antes de 1856, año de su fundación, porque, de no ser así, con seguridad Carême mismo hubiera hablado de Fantoba.


¿Pero qué maravilla es esta? ¿Pero quién fue este cocinero-arquitecto francés llamado Antonin Carême que vivió a finales del siglo XVIII y a principios del XIX y que dijo que la arquitectura tiene como rama principalísima la pastelería?

A mí, desde luego, ya me ha ganado para siempre, y desde ahora mismo lo añado a mi altarcito particular de grandes personajes de la humanidad.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Malas notas

A mi compañero y amigo Ignacio Vicente-Sandoval, como sólido
y brillante docente que es, comprometido con que la enseñanza de
la arquitectura tenga sentido (y también, ya de paso, porque fue un
excelente maquetista en el estudio de Richard Rogers). 


Ha muerto Richard Rogers(1), uno de los más brillantes arquitectos de las últimas décadas. Y todos, naturalmente, nos hemos puesto a glosar y celebrar sus magníficas obras. Pero alguien, muy oportuno, ha sacado un interesante documento: sus penosas calificaciones del cuarto curso de arquitectura:

Solo aprobó una asignatura (services, que sería algo así como "instalaciones"). En el informe que acompañaba a esas notas se decía que el chico tenía un genuino interés y sentimiento por la arquitectura, pero no estaba intelectualmente equipado para canalizarlos, y también que tenía un método de trabajo caótico y un juicio crítico inarticulado. Vamos, que sus profesores tenían lo que viene llamándose "ojo clínico". Y, claro, de ahí muchos tuiteros han inferido que la enseñanza es y ha sido siempre un desastre y nos han pedido a los docentes que nos lo miremos (o que dimitamos, o que nos demos un tripazo).

Bien: Aparte de que siempre es conveniente hacer examen de conciencia y de que me aterroriza ser injusto con alguien (llevo tres días pasándolo mal por una corrección que le hice a una alumna, e incluso le he escrito un correo para intentar puntualizar y suavizar algo), creo que no se puede achacar a fallos del sistema lo que pueden ser problemas de adaptación, de velocidad de maduración, de adiestramiento en rutinas, etc.

Rogers era disléxico, si bien en cuarto curso de arquitectura ya debía estar más o menos adiestrado en torear estas cosas. Pero, en efecto, hay gente que se desenvuelve muy bien durante sus estudios y que luego no tiene una gran carrera profesional, o científica, o artística, y otra a la que la etapa académica se le hace una árida, insoportable y dificilísima cuesta arriba, que salen de la facultad de perfil y por la puerta chica, pero que luego explotan con todo su brillo y su fulgor en el "mundo real", que es el que importa.

Creo que quienes deducen de las malas notas de Richard Rogers que el sistema falla, que siempre ha fallado y que los profesores somos nefastos seguro que aciertan en algún caso (ojalá no en demasiados), pero no deberían generalizar. A veces se hace el razonamiento al revés, y hay quien llega a considerar que fallar en las pruebas escolares es garantía de ser bueno. Según eso yo soy un magnífico pintor y un músico genial.


Los estudios académicos están pensados para dar una formación estándar a unos alumnos estándar, y a veces fallan con los muy geniales o con los muy no-geniales. Pero he tenido la oportunidad de poder asomarme un poco a la trastienda de quienes organizan los programas, las asignaturas, los créditos y las pruebas, y no hacen más que pensar e imaginar cómo pueden ser útiles. Cada uno desde nuestro puesto estamos dándole vueltas y vueltas a cómo exponer y proponer, cómo entusiasmar, cómo evaluar, de qué forma obtener los mejores resultados ayudando a la madurez y a la plenitud de los estudiantes.

Richard Rogers, como tantos grandísimos artistas, técnicos, filósofos y científicos, demostró que el sistema educativo a veces no se adapta a las personalidades "especiales" y "desequilibrantes", pero también supo hacer el esfuerzo de tragar ricino, pasar por el aro y salir -aparentemente- con una formación endeble y cogida con alfileres, con un título de mírame y no me toques, pero lo suficiente como para empezar a hacer lo que quería y podía, para crear y para asociarse con gente brillante que también tenía esa formación incipiente e incompleta que no sirve para solucionarte la vida, ni mucho menos, sino para ayudarte a formular preguntas y a tener dudas. Y luego, a partir de ahí, ojalá tengas suerte.



Añadido en frío al día siguiente: 20-12-2021
Lo que queda escrito más arriba no excluye la posibilidad de que los tutores tuvieran razón. Todos hemos conocido la obra de Rogers... después de haber salido de la escuela con su título bajo el brazo. A quien no hemos conocido es al Richard Rogers que cursaba penosamente el cuarto curso de la carrera de arquitectura suspendiéndolo casi todo.
Es obvio que tarde o temprano terminó por aprobar. A ver si fue eso. A ver si verdaderamente tenía muy buenas cualidades natas pero desordenadas y poco maduradas, y los estudios (y sus profesores) lo ayudaron a centrar y orientar sus aptitudes.
A ver si al final los estudios de arquitectura le sirvieron para algo.


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(1).- En el nombre de Richard Rogers he enlazado un estupendo artículo de Anatxu Zabalbeascoa que os pido que leáis.

jueves, 9 de diciembre de 2021

El verdadero lujo

Los flamantes arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, lanzados a la carrera del éxito, de quienes casi todos sus compañeros hablan (hablamos) muy bien por su "apenas hacer nada" y últimos ganadores del premio Pritzker, tienen exposición en el Museo ICO hasta el 16 de enero.

La he visto hace un par de y yo solo y hace unos días con mi compañero y sin embargo amigo Ekain Jiménez, que me ha enriquecido lo que vi antes y me ha suscitado una o dos reflexiones que intentaré exponer a continuación.

Empecé a oír hablar de ellos con el ya famoso comentario de: "Reforman sin destruir, y haciendo lo mínimo". Muy conscientes de la huella del carbono y del nefasto impacto de la arquitectura reconstructora (a menudo tan destructora), han abordado enormes proyectos de rehabilitación arquitectónica, urbana y social sin demoler lo que había, sino añadiéndole algún elemento o algún gesto que, siendo relativamente modestos, han revitalizado y cambiado de una forma muy importante lo preexistente.

La exposición comienza por la planta baja y hace el recorrido de siempre, terminando arriba, pero esta vez ha habido algo especial que merece la pena comentar.

Empieza con láminas, y láminas, y láminas impresas y pegadas en las paredes (y dibujadas para la ocasión), que muestran su trayectoria profesional en un montón de proyectos. En todas prevalece el mismo código: Un fondo blanco para el "espacio programado" y un fondo azul claro para el "espacio libre". La cosa tiene algo de truco: Viene a significar que lo blanco es lo que responde a "intervención arquitectónica" y "cumplimiento de programa" y lo azul claro es "la propina". (Pero en algunos proyectos de reformas de edificios públicos no es exactamente lo mismo, ya que lo blanco son zonas más tocadas, más intervenidas, y lo azul las más dejadas como estaban).

En todo caso es clara su voluntad de mostrar qué poco hacen, y cuánto renta ese poco.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Reconstruir

Hace unos días hablaba con unos amigos sobre la conveniencia o no de reconstruir las obras perdidas de la arquitectura.

¿Sería bueno reconstruir "La Pagoda" de Madrid o el Hotel Imperial de Tokio? Yo creo que no. Habría sido necesario haberlos preservado y defendido, pero una vez que dejaron de existir no tiene sentido volver a hacerlos. ¿Serían iguales? ¿Dirían lo mismo? Sin sus autores dirigiendo la obra, sin los clientes originales opinando e interviniendo, sin los métodos constructivos ni las demás circunstancias de su época sería imposible. Cada obra, como cada persona, es fruto de su circunstancia, y los clones póstumos no son la obra.

Sobre el pabellón alemán de la exposición de Barcelona de 1929 y su reconstrucción de 1986 han corrido ríos de tinta y miríadas de píxeles, y lo seguirán haciendo. La operación, nostálgica y evocadora, hermosa y reconfortante, nos alivia y nos anima, pero tiene mucho de discutible, algo de traidora y todo de imposible.

En otros sitios no se hacen reconstrucciones in situ de obras perdidas, sino meras réplicas injustificables y absurdas: En Zhengzhou (China) construyeron una de la iglesia de Notre Dame du Haut, de Ronchamp (Francia). Era igual pero al mismo tiempo no era ni parecida.

Tenemos más ejemplos de sitios pintorescos (en el peor sentido de la palabra), turísticos (en el peor sentido de la palabra) y simpáticos (en el peor sentido de la palabra):



El Parque de Europa, en Torrejón de Ardoz (Madrid)
El horror. El horror.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Chusma

No somos la chusma. Somos lo mejor y lo hacemos gratis.
Ernest Hemingway, Islas a la deriva(1)


Hace muchos años leí Islas a la deriva, de Hemingway, y me gustó. No la recuerdo muy bien, pero la frase que he puesto arriba no se me olvida. Esa escena me impresionó. Es al final (penúltima o antepenúltima página). El protagonista, Thomas Hudson, está en una situación muy difícil, tal vez definitiva, y se define: "No somos la chusma. Somos lo mejor y lo hacemos gratis". La frase me gustó muchísimo. Tiene orgullo, honradez, desfachatez y algo así como la conciencia limpia. (Me gustó tanto que ya digo que es prácticamente de lo único que me acuerdo de esa novela tantos años después).

Debía de estar muy tonto con esa frase porque, en pleno frenesí de un proyecto se la dije a Tomás, mi socio: "Somos lo mejor y lo hacemos gratis". Me miró con una expresión inolvidable. Creo que no hace falta que os la describa: Tenía, como siempre, toda la razón. Menos mal que trabajaba con él y que él tenía las ideas mucho más claras que yo. No somos estúpidos románticos ni soñadores melifluos: Somos profesionales y nuestro trabajo vale mucho. (Ah: Y vivimos de él).

Vuelve la frase a mi memoria porque acabo de ver algo que no debería haber visto y que me ha perturbado mucho: He tenido acceso a un proyecto de una vivienda redactado por un arquitecto de un pueblo cercano a quien conozco de referencia y de rebote. En su interior había (por error e indiscreción) la hoja de comunicación de encargo del arquitecto técnico a su colegio, con mención de sus honorarios como director de la ejecución de la obra y coordinador en materia de seguridad y salud.

El doble de esa cantidad me habría parecido aceptable con muchas objeciones: Baja, pero podría haberlo comprendido. Ojo: que estoy hablando del doble. Esto era la mitad.

¿Pero cómo es posible? ¿Pero dónde hemos ido a caer y cómo es que hemos caído tan bajo? La casa tiene garaje y piscina, y todo ello suma trescientos cincuenta metros cuadrados construidos. Es un verdadero casoplón, y el aparejador de la obra, el encargado de supervisar las certificaciones, velar porque sus clientes no paguen ni un céntimo más de lo justo, comprobar las calidades de los materiales y su correcta ejecución, y responsabilizarse (civil e incluso penalmente) de la seguridad de la obra, echándose a sus espaldas los accidentes que ocurran y los desperfectos de acabados, remates, piezas, etc., es quien menos va a cobrar de todos los que intervengan allí. Hasta el antenista, el instalador del wifi y el del videoportero van a cobrar más que él.

Este arquitecto técnico trabaja con el arquitecto; son equipo, y sé que el arquitecto va del mismo palo. No he visto sus honorarios, pero sé que también son ridículos. Menos que ridículos. Inconcebibles.

viernes, 12 de noviembre de 2021

675

Estoy trabajando en el estudio, voy a echar mano a mi calculadora y me doy cuenta de que no la tengo. Esta mañana la he echado a mi mochila y mi mochila está ahora en casa.

Me apaño con la calculadora del teléfono; es mucho peor y me vale para un momento, pero no para estar mucho tiempo trabajando con ella. Es desesperante.

Valoro la pereza de subir a casa a por mi calculadora y la de seguir con la del teléfono y no sé cuál es peor. Entonces me viene a la cabeza que en el estudio hay otra calculadora que no he usado nunca y que lleva once años sin que nadie lo haga.

"Estará buena", me digo. "La pila se habrá descompuesto y todo".

Era la calculadora de Adeli, mi brazo derecho en el estudio. Cuando cerramos me traje a casa lo que pude. Ofrecimos material a quien lo quisiera, incluso tiramos cosas que no podíamos traernos, pero los pequeños objetos sí que nos los trajimos a casa mi socio (Tomás) y yo. No sé por qué no se quedó Adeli su calculadora como recuerdo. Seguramente ni se la ofrecimos, y desde luego ella era incapaz de tomar nada que no fuera suyo. (O tal vez no quiso quedársela. En aquellos días aciagos del cierre todo recuerdo era un mal recuerdo).

Yo me traje tres mesas, cinco sillas, estanterías, cuatro cajoneras, dos vitrinas, tres ordenadores, el plotter, la fotocopiadora y material de todo tipo. Cosas tan tontas como mi caja de compases desaparecieron. Seguramente fueron al contenedor de basura en un arranque irreflexivo. (También tiramos revistas que ahora echo de menos: Fueron días de desalojar el estudio con desesperación, con saña, y de no saber dónde meter tantas cosas ni, sobre todo, tampoco quererlas).

En la que fue la cajonera de Adeli hay también un escalímetro, una grapadora y alguna cosa similar que no he tocado en estos once años. Y su calculadora.

La encendí y funcionaba. ¡Qué barbaridad de pilas! Apareció el cero y también el simbolito de la memoria. Pulsé la tecla MR y salió en la pantalla el número 675.


Me quedé impresionado y le tomé una foto para subirla a Twitter: La calculadora llevaba once años apagada y atesorando esa cifra en su memoria.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Un dineral

En este mundillo nuestro de la arquitectura parece que siempre nos estamos mirando el ombligo y hablando de nuestras cosas, que no le interesan a nadie más. Esta semana el bombazo (o uno de los bombazos) ha sido el diseño de una residencia de estudiantes para la Universidad de California, Santa Bárbara (UCSB).

Y es que tal diseño lo ha hecho un multimillonario de 97 años que no tiene ni idea de arquitectura pero a quien le hace ilusión diseñar. (Vamos, como un cliente cualquiera).

El insigne benefactor (porque, obviamente, va a construir y regalar esa residencia que ha diseñado) se llama Charlie Munger, y tiene un alto historial de acciones filantrópicas y de otras con las que se ha enriquecido más allá de lo concebible. Se ve que va alternando las unas con las otras.

Por aquello de retornar parte de su inmensa fortuna a la sociedad, pretende agasajar a la universidad con una fastuosa residencia para casi cuatro mil quinientos estudiantes(1).

Planta tipo de habitaciones

Una maravilla que ha emocionado a los miembros del patronato de la universidad. Entre ellos había un arquitecto, que se indignó mucho haciéndoles notar a sus compañeros de institución que las habitaciones no tenían ventanas y que todo aquello era una ratonera que no cumplía las normas de habitabilidad, de salubridad ni de evacuación en caso de emergencia.

Pero sus compañeros no le escuchaban, y solo hablaban con fascinación del acto generoso del millonario, y hacían cuentas de cuánto se podía cobrar a cada estudiante por el alojamiento. Multiplicaban por cuatro mil quinientos y se entusiasmaban. Sí: se habló también de un porcentaje de alumnos becados, pero aun así los ingresos eran considerables, y además el servicio que se ofrecía era buenísimo.

La residencia ofrecía no solo esos dormitorios infectos, sino grandes salas de recepción, trabajo y reunión, biblioteca, cafetería... De todo, y todo ello renderizado sin escatimar.



Hay que reconocer que un render a última hora de la tarde, con el cielo violeta y las luces ya encendidas, y además enmarcado por unos árboles frondosos, derrite a cualquiera, y este comité babeaba sin escuchar al pesado del arquitecto, que no hacía más que molestar.

El susodicho no se podía creer que sus compañeros no repararan en tantas cosas tan obvias. Siguió argumentando sin que nadie le hiciera caso y terminó amenazando con su dimisión. Le dijeron que sí, que muy bien, que estupendo, y que cerrara la puerta al salir.

sábado, 30 de octubre de 2021

Empanados

A mi compañero Miguel y a toda la clase de
Introducción a Proyectos del Grado de Fundamentos
de la Arquitectura del Campus de Aranjuez de la URJC.
(Y a los empanados en general, sean de donde sean).
Con todo mi cariño y mi comprensión.



El viernes pasado ha sido, por fin, el primer día en que se hacía "en carne y hueso" la entrega de un ejercicio de la asignatura Introducción a Proyectos en el campus de Aranjuez de la URJC. Era el 1_B.

El 1_A, como todos los del curso pasado, se había hecho solamente en digital, a través del aula virtual.

Así que mi compañero Miguel Barahona y yo estábamos muy ilusionados y también teníamos un alto sentimiento de responsabilidad ante la ocasión: El archivo aún presentaba algunos problemas de intendencia como para que irrumpiéramos en él con este nuevo ejercicio, así que teníamos que ir antes de clase a resolverlo. 

Cada estudiante tenía que traer una carpeta con las láminas en A2: plano de situación, plantas, alzados, secciones, perspectivas axonométricas, fotografías de la maqueta y, además, todo lo que quisiera incluir. Las maquetas no se entregan, ni se han entregado nunca, porque en el archivo no hay suficiente espacio para ellas. Pero se traen a clase para comentarlas y celebrarlas.

Miguel y yo llevábamos más de un mes anunciándoles que el viernes sería el gran día de estrenar las entregas presenciales y el archivo, y les dimos instrucciones muy precisas (y machaconamente repetidas) de qué y cómo lo tenían que traer:

1.- Una carpeta de cartón de 70 x 50 cm2 (A2 extendido), de gomas, sin solapas. El modelo más sencillo y barato que encontraran. Esa sería su carpeta para todo el curso.

2.- A esa carpeta se le debía pegar por el exterior una ficha cuyo modelo habíamos colgado en el aula virtual hacía más de un mes. Tenían que descargarla, imprimirla, pegar una foto (o insertarla digitalmente antes de imprimirla) y cumplimentar los datos que pedía.

3.- La ficha se debía pegar, colocada la carpeta en horizontal y con su abertura hacia arriba(1), en la esquina superior izquierda. ¿Por qué ahí? Porque las íbamos a colocar todas en una estantería, con la pared a la derecha y el acceso por la izquierda, y así, pasando una a una con los apellidos por orden alfabético, encontraríamos rápidamente el trabajo de cada estudiante.

4.- ¿Está claro? Vamos a repasar: Compráis una carpeta sencilla de 70 x 50 cm2, imprimís la ficha, la rellenáis y la pegáis en la esquina superior izquierda. Repetimos: superior izquierda. Otra vez: superior izquierda.

5.- En esa carpeta irán todos los ejercicios del curso. Para cada uno de ellos haréis una subcarpeta consistente en una hoja de papel 100x70 doblada por la mitad y con vuestro nombre y el número del ejercicio escritos en el exterior.

6.- El viernes 29 entregaréis el ejercicio 1_B. El 1_A, que entregasteis en el aula virtual, también debéis imprimirlo y ponerlo en la carpeta, pero no es necesario que sea ese mismo día. Puede ser más tarde.

-¿Alguna duda?
Ninguna.
Y así en cuatro clases. Repetición de los puntos señalados y:
-¿Alguna duda?
Ninguna.

sábado, 23 de octubre de 2021

Madre de Dios

A David García-Asenjo y a todos los
que tienen su constructiva paciencia.


He visto en twitter este clip de vídeo (clicad aquí) y después este otro (aquí) y me he quedado bastante desazonado.

Por si no se ven los enlaces que acabo de poner, o se pierden, os cuento lo que dicen:

Un simpático presentador de televisión (de la televisión pública del estado español, que gozosa y orgullosamente sostenemos con nuestros impuestos), ataviado de camisa cocheada de colores y de sonrisa irresistible, guapo y potente él, pone una foto de un edificio estrafalario -una iglesia- y se escandaliza con sus alegres contertulios de semejante insulto a la inteligencia y a la sensibilidad humanas.

Y, como debe ser en todo programa televisivo desenfadado que se precie, hay un descojone cruzado, total, exuberante, ante semejante despropósito.

Primer clip:

-Vamos a Francia. Atentos a esta "capillita" de territorio francés. El arquitecto dijo: "Yo quiero diseñar algo que no haya diseñado nadie", y, oye, ha triunfado, porque nadie ha diseñado algo tan feo como eso.

Así dice el presentador, y su gallinero cacarea de risas y de comentarios sobreabundantes. (Uno protesta tímidamente y dice que no es feo, pero se queda solo). Se escuchan risas.

El líder, crecidito, añade:

-Yo creo que el cura cuando (no entiendo el verbo, porque le pisan) la iglesia dijo: "Al arquitecto esto no se lo perdona Dios ni con sesenta padrenuestros ni con ochenta avemarías".

Segundo clip:

-...el arquitecto que ha hecho esto, porque Madre de Dios.

domingo, 17 de octubre de 2021

Lo justo y necesario

Hace unos años, cuando empecé con esto de las redes, descubrí y me hice seguidor de unos cuantos arquitectos y estudios de arquitectura, y desde entonces sigo con interés lo que tienen a bien publicar.

Uno de los primeros que seguí, y ni recuerdo cómo di con ellos, fue el estudio DG de Valencia. Y hoy quiero contar aquí algo de lo que veo y de lo que siento con ellos. (No he querido contactar, ni que me explicaran nada, sino lanzar mi opinión y mi lectura espontáneamente. Supongo que se llevarán una sorpresa, espero que no desagradable. Si me equivoco en algo aquí les dejo esta tribuna para que puntualicen y corrijan lo que sea preciso).

El estudio está formado por los arquitectos valencianos Isabel Roger Sánchez y Daniel González López, titulados en 2005 por la ETSAV y, creo, pareja vital tanto como profesional.

En su web tienen algunas obras de nueva planta, pero el grueso de su producción creo que son las reformas, principalmente de viviendas, en Valencia. Esta faceta suya es la que primero conocí, la que me interesó mucho y la que más me sigue interesando. Sus obras nuevas son muy buenas, pero de lo que quiero escribir aquí hoy es de las reformas.

Les encargan echarse sobre las espaldas alguna vivienda antigua, obsoleta, algo oscura y con una distribución incómoda y liosa y ellos la llenan de luz y de paz. Lo que me resulta más curioso es que eso no lo logran a base de vaciarla y volverla a hacer, sino con pocos gestos muy sutiles. En casi todos sus proyectos publican la distribución de antes y después y la diferencia no es nada traumática ni espectacular: Tiran un tabique para hacer de dos cuchitriles una buena habitación, mueven un poco el baño, organizan levemente las circulaciones y ya está: el milagro. Hacen apenas lo justo. Que coincide, claro está, con lo necesario.

sábado, 9 de octubre de 2021

La huella y la memoria

El arquitecto pontanés Francisco Gómez de Tejada, muy vinculado a su ciudad -Puente Genil (Córdoba)- y muy interesado por su historia, pasaba a menudo por la plaza en la que hacía muchos años había estado la ermita de Santa Catalina. Un mural de azulejos ("retablo cerámico" lo llaman allí) era lo único que quedaba como recuerdo y homenaje a aquella ermita, cuyo emplazamiento se había convertido en una placita tranquila.

La placita donde estuvo la ermita.
Imagen del Google Street (que aún muestra así ese lugar)

Detalle de la foto anterior. En la medianería
hay un mural de azulejos

Ese mural representa una vista de la ermita que estuvo allí:



El arquitecto pensaba si podría haber alguna manera más potente de recordarla que la de ese mural, y, dándole vueltas, acudió al proyecto de Robert Venturi y Denise Scott Brown para el Franklin Court de Filadelfia, que consistía en un recuerdo a Benjamin Franklin mediante la ejecución de museos y de tratamiento del paisaje, y, entre todo ello, la recreación volumétrica de las que llamaron gost structures (estructuras fantasma), que reproducían pabellones y elementos de la casa en la que el prohombre había vivido.

Venturi y Scott Brown. Gost structures en el Franklin Court, Filadelfia.

Siguiendo la misma idea, Francisco Gómez de Tejada planteó reproducir el volumen construido de la ermita de Santa Catalina.

lunes, 4 de octubre de 2021

La venganza

En el delicioso, divertido y aleccionador libro Tendencias Compulsivas, José María Echarte nos cuenta, entre otros episodios delirantes, el del contrato de Norman Foster con la Comunidad de Madrid para aportar su grano de arena a la Ciudad de la Justicia, por el que cobró una cantidad impresionante de dinero a cambio de unos meros dibujos iniciales que finalmente no cuajaron en nada(1).

El autor del libro, visiblemente emocionado por semejante heroicidad escribe: "Norman, eres mi ídolo". Yo añado: "Gracias, Norman. Nos has vengado a todos. Nos has vengado, además, ante una política que nos odia. Y, de entre todos nosotros, has vengado especialmente a Ventura Rodríguez. Solo por eso me descubro ante ti".

Ventura Rodríguez fue un arquitecto importantísimo: Lo pintó Goya, tiene sello de correos y tiene estación de metro en Madrid. Esas son tres señales inequívocas de haber triunfado en la vida. Y sin embargo... 

Sin embargo siempre me queda la sensación de que anduvo a salto de mata, tapando agujeros, poniendo parches a encargos urgentes y mucho más tontos y anodinos de lo que su enorme talento merecía. Poco más y me lo imagino proyectando la reparación de un canalón, urgido a ello por el poder, que le negaba proyectos mucho más importantes y lucidos para que no le distrajeran de estas cagadas siempre perentorias.

Tras unos inicios muy prometedores, los reyes lo apartaron de las mejores obras para dárselas a algún arquitecto francés y a alguno siciliano. Pero, eso sí, él hacía un vallado, una puerta, una isleta para plantar en ella a La Cibeles... En mi opinión, chorradas indignas de él.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Muy verde

A ver: ¿Qué preferís: el hormigón o el césped; el asfalto o las flores? Creo que no necesito leer vuestras respuestas. Me las imagino unánimes. Pero como casi nunca hay unanimidad en nada, yo, como aquel dentista de cada diez que sí recomendaba chicles con azúcar, voy a pronunciarme hoy por el hormigón y por el asfalto y en contra de los vegetales.

Y es que el ABC nos cuenta con gozo la gran noticia de que la primera fábrica de FIAT, en Turín, se convierte en el jardín colgante más grande de Europa. ¡Bravo! (Si no te dicen nada más).

Ponen esta ilustración con algunas plantas en la cubierta

Pero para muchos de nosotros esa fábrica de la FIAT no es solo un mamotreto de hormigón con una capa de asfalto en la cubierta, al que hay que dignificar y suavizar con verde. Para muchos de nosotros ese mamotreto es una obra maestra de la arquitectura, de la tecnología y del espíritu humano de todos los tiempos.

En 1926 la casa FIAT creó en el barrio de Lingotto, de Turín, su primera fábrica. Era fábrica, eran oficinas y era ¡circuito de pruebas en la azotea!

El ingeniero Giacomo Mattè-Truco, empleado de la casa en la sección de talleres mecánicos y fundiciones, diseñó un edificio larguísimo con una pista de carreras de mil doscientos metros en la azotea.



jueves, 16 de septiembre de 2021

Hoy no me puedo levantar

Hoy es un día especial, uno de esos raros en los que una historia que venía fraguándose desde hacía tiempo cierra con una guinda, con un perfect. Hoy es un día de alegría para la arquitectura, porque es precisamente ella la que engarza ese broche de oro.

Todo encaja como en una  trama de una novela policíaca, y se resuelve con una solución tan inesperada como coherentísima que nos deja con la boca abierta, pasmados, admirados.

La historia empieza hace ya un par de décadas: El ayuntamiento de Madrid le cedió una parcela en el distrito de Hortaleza al gran emprendedor José Luis Moreno para que construyera en ella el fantástico proyecto empresarial del Coliseo de las Tres Culturas. (Perdonad: No sé qué tres culturas. Supongo que la del pelotazo, la del mamoneo y la del abuso). Parece ser que el ayuntamiento le dijo: "Toma, Moreno", y ya.

El insigne empresario presentó su proyecto y todo parecía ir bien (aunque despacio) hasta que de repente, vaya usted a saber por qué, el gran hombre cayó en desgracia. Ya sabéis cómo va esto: Eres una persona encantadora y en un momento, porque haces negocios con la mafia o porque tú eres la mafia(1), te empiezan a mirar mal y te hacen de lado. Tiquismiquis.

El caso es que la parcela de patrimonio público que el ayuntamiento de Madrid le había puesto a su disposición se quedó sola y abandonada, con toda su pública patrimonialidad desatendida.

Acaso la asociación de vecinos de Hortaleza pudo llegar a pensar que con esa parcela hicieran algo infame como un edificio público: un centro social, un centro de salud, una biblioteca... Esas estupideces.

Pero menos mal que otro prohombre se prestó a recibir ese suelo y rescatarlo de la mediocridad de lo público-vecinal. Un héroe: "Si no puede ser para Don José Luis Moreno yo mismo me puedo hacer cargo de él". Benefactor.

lunes, 30 de agosto de 2021

Dámaso Alonso y el hurbanismo

Para el concepto de "hurbanismo" véanse las
dos entradas dedicadas a él en este blog:
"Hurbanismo (I)" y "Hurbanismo (y II)"


Me acaban de llamar para hacer un certificado de una casa. Al preguntar la dirección me han dicho que es la calle de Dámaso Alonso. "Dámaso Alonso", he pensado, y se me han venido a la mente las tres experiencias que tengo del poeta, que son:

1.- Durante mi infancia, adolescencia y primera juventud (desde mis ocho a mis veintidós años) fue el director de la Real Academia de la Lengua. En aquella época todos los cargos parecían eternos. Salía de vez en cuando en la tele y era un hombre pequeño, calvo, casi insignificante. Un vejete inofensivo.

2.- Hacia mis veinte o veinticinco años leí el Retrato del artista adolescente de Joyce traducido por él. Lo leí, cómo no, instado por la cita tan repetida por Oiza de que el artista permanece fuera de su obra, despreocupado, cortándose las uñas. Y me pareció que el vejete inofensivo había estado muy atento a la vanguardia en su juventud.

3.- Finalmente, entre mis veinticinco y mis treinta años leí su Hijos de la ira (que era el típico libro que tienes que citar en el bachillerato y que ni se te pasa por la cabeza que algún día vayas a acabar leyendo). ¡Joder con el vejete inofensivo! ¡Qué pedazo de libro! ¡Qué pegada!

domingo, 22 de agosto de 2021

Friki, maniático y a lo mejor un poco tonto

(Entrada agosteña: Muy ligerita y vacacional).


Me gustan mucho muchos objetos relacionados con la arquitectura. Me gusta incluso, en la medida de lo posible, atesorarlos.

Ya os he contado alguna vez que colecciono sellos de arquitectura moderna, pero también me fascinan las monedas, las medallas y todo tipo de chorradillas no solo como objeto de conocimiento, sino más bien de veneración. [El síndrome del coleccionista está ampliamente descrito en la bibliografía psiquiátrica, pero ya he dicho que esta es una entrada vacacional y no quiero entrar en honduras].

Teniendo esta manía, cuando tengo una tarde tonta soy un peligro, porque me pongo a buscar por internet libros dedicados, pisapapeles, vitolas de puros... y siempre acaba cayendo algo. Menos mal que propendo a la tacañería y que esta expansión no supone una merma en los medios de supervivencia de mi familia.

Bueno, pues el otro día vi que la compañía de jabones Larkin, de Buffalo, NY, Estados Unidos, emitió una medalla en 1925 para conmemorar su 50º aniversario, y venía esta imagen de un ejemplar en venta:

El retrato del fundador de la empresa: El señor John D. [Durrant] Larkin, quien además de eso, y sobre todo, fue pionero en la venta por correo con entrega a domicilio, lo que la hizo crecer y prosperar muchísimo.

Lo que no venía de una forma inmediata era el reverso. Tuve que abrir dos o tres pestañas para verlo. ¿Y qué esperaba ver en esos segundos que tardé? Bueno, yo creo que a cualquier arquitecto le hablas de la fábrica Larkin en Buffalo y piensa en lo mismo: Frank Lloyd Wright.

martes, 17 de agosto de 2021

Razón de ser

El otro día el siempre atento David García-Asenjo, arquitecto, profesor y comunicador de la arquitectura, se hizo eco de este tuit:

Quien lo publicó tiene un perfil cuyo nombre completo es Architects Against Humanity (Arquitectos contra la Humanidad) y cuyo nick es @arch_crimes (@arqui_crímenes: crímenes de los arquitectos, o de la arquitectura).

El tuit muestra una imagen de Nueva York de un tiempo pasado y, a lo que se ve, añorado por el autor, en el que aparecen las sedes de tres periódicos: The New York World, The New York Times y The New York Tribune. Y el texto que acompaña a dicha imagen dice algo así como: "Una época en la que (aparentemente) solo sabían construir de manera bella en la ciudad de Nueva York". 

De todo ese texto quizá lo más interesante para mí sea ese apparently entre paréntesis, porque de lo que habla, ciertamente, es de apariencia. Vemos mansardas parisinas, torres góticas, arcadas renacentistas, pero lo que más me llama la atención es la cúpula de San Pedro. Nada menos que la miguelangelesca cúpula de San Pedro de Roma en un periódico de Nueva York de finales del siglo XIX (1890). (Por no decir cuánto más me llama la atención que se siga añorando y deseando eso en 2021).

No quiero escribir (una vez más) sobre autenticidad, mentira, ética, adecuación y todas esas cosas, pero es que el ejemplo que esgrime @arch_crimes me parece de lo más aleccionador, pues muestra un momento de especial desorientación y confusión en la arquitectura, y también a la vez de enorme energía y esperanza, y me gustaría decir apenas dos palabras sobre ello. Tengo la gran suerte de que me lean no solo arquitectos, sino también no arquitectos con curiosidades variadas, y pienso especialmente en estos porque el ejemplo es muy interesante para hablar de una cuestión seguramente demasiado trillada por los arquitectos, pero de la que siempre se sacan nuevas reflexiones.

martes, 10 de agosto de 2021

1789

Mil setecientos ochenta y nueve. A lo mejor os pensabais que me refería a un año. ¿Qué pasó en 1789? Obviamente, La Revolución Francesa.


Jacques-Louis David, Le Serment du Jeu de Paume
(El Juramento del Juego de Pelota), 1790-94.

¿Podría escribir en este blog sobre la Revolución Francesa? Hombre, por poder... Sí, aunque no tenga ni idea. (Me paso la vida escribiendo sobre cosas de las que no tengo ni idea, así que, por poder...)

Pero no. No va de eso. Va de algo bastante más anodino. Se trata de que, después de anunciarlo varias veces (y de que siguiéramos a nuestra bola sin querer enterarnos) por fin hoy, 10 de agosto de dos mil veintiuno, se ha publicado en el Boletín Oficial del Estado el Código Estructural. ¡Bien! ¡Bravo! ¡Aleluya! ¡Que suenen las trompetas de Cafarnaúm y que el tío Anselmo se invite a unos tintos!

Este código (podéis consultarlo clicando donde lo acabo de mencionar, en el párrafo anterior a este) sustituye a las Instrucciones sobre el hormigón (EHE) y sobre el acero (EAE) que estábamos manejando mejor o peor.

Es el Real Decreto 470/2021, del 29 de junio de este año, que como se publica hoy entrará en vigor dentro de tres meses; es decir, el 10 de noviembre. Así que tenemos tres meses para estudiárnoslo. Bien. Todo perfecto. Todo controlado.

A mí, además de que soy un arquitecto que siempre se ha calculado las estructuras de sus proyectos (tan solo con puntuales ayudas y colaboraciones de mi amigo Emilio), en estos momentos me pilla (siempre eventualmente, por supuesto) dando clases de estructuras. Así que, por una razón y por la otra, me toca estudiármelo a fondo.

Voy al enlace para descargarme el pdf del BOE. Voy incluso con optimismo y alegría, pero veo que tiene... ¡1789 páginas! No puede ser. Pienso que hay un error, que habrá muchas páginas en blanco, corruptas, gráficos desformateados, tablas rotas, de esas 

q
u
e
s
e
h
a
n
d
e
s
c
o
m
p
u
e
s
t
o

o algo así. Pero cabalgo al galope con el ratón y no. Pasan a toda velocidad decenas, cientos de páginas compactas, llenas, pletóricas de fórmulas y de mala leche.

El Gobierno de España -sí, amigos- ha actuado con vacacionidad y alevosía. Esto es un abuso, un atraco. ¿Cómo se puede dominar una norma fundamental que tiene 1789 páginas? Y necesitamos dominarla. No basta una breve noticia de que eso está ahí y ya lo consultaré cuando quiera algo.

Bah, nos decimos. No es para tanto. Hay mucha paja, muchos anexos, muchas tablas. Ya. Pero va a ser en una de esas pajas, en uno de esos anexos, en una de esas tablas donde se va a agarrar como una lapa y donde se va a hacer fuerte el perito contratado por el abogado de la parte contraria para hundirte a ti en el fango a la primera fisurita que te salga.

"No, si al final es un refundido de las normas anteriores y poco más". De eso nada, monada(1). Para producir 1789 páginas tienes que refundir la EHE con la EAE, con la trilogía del Señor de los Anillos y con la guía telefónica de Soria. Y, lo que es peor: Esto es igual que antes, esto también, y esto, y esto, y esto... pero esto no. Esto no, y ahí camuflado te lo has tragado. El coeficiente de incremento de carga revertida indirecta sustancial no fenoménica (vamos, el ptsí de toda la vida) te lo han cambiado y ni te enteras. Sigues aplicando el de antes y la has cagado. No has tenido en cuenta que ahora han añadido un caso más de mantenimiento de carga insostenible accidental verborreica flatulenta(2) que antes no existía. Un desastre, porque por pereza has seguido usando el programa que tenías y, sobre todo, la mentalidad que tenías y eres reo de lesa tracción. Lo siento, amigo: Has pandeado pero bien.

Échate sal por la cabeza, ponte solo un saco sobre tu trémula desnudez y sal a la calle a mostrar tu vergüenza y tu humillación. Eres un ser despreciable, un profesional nefasto. Porque preferiste pasar el mes de agosto de dos mil veintiuno jugando con tus hijos o (¡qué asco!) leyendo una novela policíaca en la tumbona, con una cerveza fría y unos mejillones al alcance de tu mano en vez de estudiarte a fondo las mil setecientas ochenta y nueve páginas del nuevo y flamante Código Estuctural.

Laus Deo.


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(1).- ¿Cuánto tiempo hacía que no oía eso? Lo debía de tener ahí en el fondo de mi cabeza, anclado con la EH-80 y con las MV.

(2).- Estaréis pensando: "¿Pero de verdad a este tipo le dejan dar clase de estructuras?" "¿Pero de verdad confían tiernas criaturas a su discurso ignorante y disparatado?" Sí. Así están las cosas. Ya lo veis.

martes, 3 de agosto de 2021

Al tren

Hace tiempo que no escribo sobre jazz y hoy toca. Estamos de vacaciones, hace calor y nos apetece salir esta noche a bailar. ¿No es cierto?

Hoy, en vez de un quinteto duro e intelectual (que nos pone la piel de gallina) escogemos una gran orquesta de baile; una de las mejores, y para algunos la mejor: La del Duque Edward Kennedy Ellington.

Llegamos pronto, nos acomodamos en una mesa de las primeras filas, pedimos un par de whiskies, y esperamos a que empiece el show. Vamos a escuchar con alegría las primeras canciones y en seguida iremos a la pista de baile.

Los músicos se colocan en sus puestos ante sus atriles y finalmente entra el líder, que recibe una salva de aplausos, se sienta ante el piano y marca el inicio de su pieza-bandera: Take the A Train (Toma el tren A).

Esta era la pieza con la que abrían todas sus actuaciones y, cosa extraña, teniendo Duke Ellington tantas composiciones buenísimas, adoptó como emblema esta que no era suya. ¿Por qué lo hizo? Pues por líos de derechos y conflictos raros.

La ASCAP, sociedad de autores a la que pertenecía Ellington, mantenía un larguísimo conflicto con las emisoras de radio, de manera que Duke Ellington no podía emitir ninguna de sus composiciones, así que se acostumbró a tocar esta (por otra parte magnífica), y se hizo popularísima. Tanto que incluso cuando tocaba en un local y ya sí podía interpretar las suyas empezaba por esta, que acabó siendo su seña de identidad.

El autor de este exitazo era Billy Strayhorn, uno de los músicos colaboradores de Ellington, quien llevaba años trabajando esa pieza, puliéndola, sin atreverse a enseñársela al maestro, ya que le parecía indigna de su gran orquesta.

El título y la letra están basados en las indicaciones que le dieron cuando, paleto y despistado, fue a Nueva York a encontrase con Ellington, de modo que es un homenaje de admiración al maestro y un emotivo recuerdo a un muchacho lleno de ilusiones que quería triunfar en la música y no sabía ni qué tren tenía que coger ni dónde tenía que ir.

Billy Strayhorn y Duke Ellington

Cuando Ellington vio la composición de su subordinado se quedó estupefacto. Era una maravilla llena de posibilidades. Toda la sonoridad de su orquesta estaba para lucirse ahí. Todo el ritmo, todo el swing, toda la frescura y la potencia del mundo estaba en ese tren A, que había que tomar como fuera.

Él mismo la tocaba a menudo de una forma más íntima y le hacía arreglos y variaciones.

La canción había llamado mucho la atención porque ya en su frase inicial tenía una disonancia llamativa, aterrizando en la quinta bemol, la más moderna e inestable de las blue notes(1). Pero en este nuevo arreglo Duke Ellington se mete en muchas más disonancias. Aparte de que modifica el tempo y le da un swing muy curioso. (Y para colmo el cabrito no remata en la tónica, sino que deja el desequilibrio en el aire para siempre).

martes, 27 de julio de 2021

Otro búnker (y II)

(NOTA PREVIA.- No preveía yo los comentarios de la entrada anterior. Pensé que era bastante suave y nada polémica. Es más, comentando que uno había dicho "es un búnker nuclear" no me puse fanático ni le dije nada feo. Por el contrario, escribí: "Eso es normal y hay que aceptarlo: El hormigón armado es intolerable para muchos". Creo que no me comporté como "un santurrón y sectario de cojones" ni "un sectario meapilas del hamparte". Pero, claro: Yo qué voy a decir sobre mí mismo. En todo caso continúo con lo que pensaba añadir a mi anterior entrada. Tengo las orejas escocidas, sí, pero sigo con lo mío).


Un compañero mío, Holoturio Quesofresco Camonbeibi, tenía un estudio pequeño pero muy efectivo. Hacía un montón de proyectos con solo tres empleados; pero qué tres empleados:

Benigna, la secretaria, le llevaba al día la contabilidad, las relaciones con los bancos, las bases de datos de los clientes y los trabajos realizados, la facturación, las nóminas, las declaraciones fiscales, el material de la oficina... Todo. Gracias a ella la empresa funcionaba como un reloj. Holoturio le podía preguntar por un proyecto que había hecho hacía muchos años, el nombre de cuyo cliente no recordaba, y del que solo podía dar una vaga pista sobre su ubicación, que Benigna le encontraba el expediente en segundos.

Hermógenes, el delineante, era el acróbata del Autocad, el sprinter de la polilínea, el rayo de la acotación. Manejaba simultáneamente el ratón con la mano derecha y el teclado con la izquierda. Se sabía todos los atajos del programa y además dibujaba con tal pulcritud y economía que resolvía los planos con enorme precisión y en un tiempo inconcebiblemente rápido.

Matilde, la aparejadora, que hacía las mediciones al milímetro cúbico, calculaba las ventilaciones, los diámetros de las tuberías, hacía todos los anexos de la memoria, las tablas, los pliegos de condiciones... Y encima conseguía que los distintos documentos fueran coherentes entre sí. Tenía una cabeza calculadora y exacta.

Los tres eran unos portentos. Holoturio tenía mucha suerte. Aunque los pagaba bien, siempre estábamos alguno de nosotros caracoleando por allí para tirarles los tejos como si fueran futbolistas. Quién los tuviera en su equipo.

Solo tenían una pega: Eran feos. No horriblemente feos, pero tenían unas caras y unos cuerpos sin gracia, como de empleados antiguos llenos de polvo y sabañones. Deslucidos. Algo raquíticos, encorvados, con los dientes torcidos, la mirada un tanto legañosa, la ropa descolgada de los hombros, la grupa más bien prominente y renqueante... La verdad es que eran un cuadro.

Pues bien: Holoturio tuvo una vez unos clientes fabulosos, de un grupo hotelero nacional, que le encargaron un proyecto de un hotel que tenía que ser el primero de unos cuantos. Los croquis iniciales les gustaron mucho, el presupuesto de sus honorarios, aunque era alto, les pareció aceptable, y le pidieron ir al estudio para terminar de concretar unos detalles, lanzar el proyecto y firmarle el contrato de un segundo hotel.

Holoturio había recibido a menudo a clientes en su estudio; estaría bueno. Era lo natural. Pero esta vez, con esta gente tan importante, se sintió muy avergonzado de Benigna, de Hermógenes y de Matilde. Estos clientes eran "otra cosa", y si veían a sus colaboradores se iban a desencantar.

Se inventó una excusa absurda y con suficiente antelación anunció a sus empleados que tal día lo tendrían libre, por supuesto que pagado y sin descontarlo de las vacaciones. Con ese mismo tiempo de margen acudió a una agencia de modelos y contrató los servicios de un chico y dos chicas, estipuló el tipo de ropa que debían llevar y los citó en su estudio a primera hora del día D para que se ambientaran y se familiarizaran antes de que vinieran los clientes.

Llegado el día les mostró sus puestos de trabajo, les encendió los ordenadores y les explicó una serie de gestos que tenían que hacer -como si trabajaran- cuando él entrara con los clientes y les enseñara el estudio. El resto del tiempo, cuando él estuviera reunido en la sala de juntas, ellos debían permanecer en sus puestos sin hacer nada y sin hablar, haciendo como si trabajaran. (Podían ir al servicio con naturalidad e incluso levantarse a hacerse un café cuando quisieran. Les enseñó el funcionamiento de la cafetera y les mostró el minifrigorífico).

Hermógenes por un día

Todo salió según lo previsto. Los clientes le encargaron el segundo hotel e incluso le hablaron de un tercero, con los que, a partir del día siguiente, se pondrían a trabajar los auténticos Benigna, Hermógenes y Matilde, quienes nunca supieron nada y, efectivamente, hicieron unos proyectos más que estimables en un tiempo récord.

¿Os ha gustado la historia de Benigna, Hermógenes y Matilde? Pues es la historia del hormigón armado. Tal cual.

(Hay que ver lo que me enrollo en los prólogos. A este paso ni en esta segunda parte termino lo que quería decir).