sábado, 25 de mayo de 2019

Tres abuelas y un tío

Maria Antónia Marinho Leite nació el 25 de mayo de 1940 en una familia burguesa y conservadora. Tuvo una educación religiosa que -como la burguesía y el conservadurismo- la llenó de contradicciones y de inquietudes.
En 1957, con diecisiete años de edad, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Oporto, donde en seguida destacó como una de las mejores alumnas, si no la mejor, y una de las más díscolas, si no la más. Tenía un talento indiscutible que pasmó a sus profesores desde el primer momento, pero no se dejaba aconsejar ni guiar por ellos, ni se plegaba a las enseñanzas regladas. Al tercer año dejó la carrera, como estaba cantado.


Álvaro Siza Vieira nació también en el seno de una familia burguesa y religiosa, siete años menos un mes antes que Maria Antonia: el 25 de junio de 1933. Su padre era ingeniero y en principio parecía natural que él también acabara estudiando ingeniería.
No obstante, de niño padeció "una primera infección", una amenaza terrible que anunciaba un principio (o al menos un cierto atisbo) de tuberculosis. Así que sus padres lo mandaron al campo, a casa de su abuela, para que respirase aire puro y, más que curarse, no permitiese la entrada a la entonces terrible enfermedad.
En casa de su abuela, por mor de la protección, vivió dos meses prácticamente encerrado en su cuarto, mirando el campo a través de una ventana cuadrada y dejando pasar las horas y los días.
Un tío suyo, soltero y que vivía con los abuelos, le puso a dibujar para matar el tiempo.
En una deliciosa entrevista (aquí la tenéis) se lo cuenta a Anatxu Zabalbeascoa. Ella deduce: "O sea, que fue su tío quien le enseñó a dibujar", y Siza le dice que no, que su tío no tenía ni idea de dibujo, que era un negado absoluto, pero que le puso a echar horas por buscarle alguna distracción, y él acabó aprendiendo a dibujar.
El caso es que esa "primera infección", esa estancia con su abuela y ese tío pesado y férreo hicieron nacer en él la pasión por el dibujo, de manera que años después, cuando le tocó elegir carrera, Siza estaba loco por ser escultor, pero como con eso nadie podía ganarse la vida, y además su padre era muy buena persona y él no quería darle un disgusto, eligió estudiar arquitectura. (En aquella época estudiar arquitectura era algo digno y respetable; casi tanto como estudiar ingeniería).
La opción por la arquitectura fue porque le dejaba una puerta abierta para "contaminarse" de bellas artes y tal vez (solo tal vez) asistir también a alguna clase de dibujo y de escultura.

Allí, en la universidad y en el ambiente estudiantil con inquietudes artísticas, conoció a Maria Antónia (los más próximos la llamaban Totó). Le impresionó mucho su talento indiscutible y brillante, y también su alegría de vivir, su fuerza y su optimismo. Se enamoraron, y en 1961 se casaron.


Totó mostraba una gran libertad personal en una época dictatorial muy dura y muy gris. Dibujaba brillantemente y a la primera, a primer trazo. Empezaba por un extremo del papel y terminaba por el otro, de una vez, a pluma, sin encajar ni planificar. Enlazaba figuras humanas retorcidas que llenaban el espacio y lo hacían bailar y retorcerse. Sus dibujos eran atormentados, tensos, a menudo trágicos.


Totó tenía dos caras contrarias: la luminosa y la oscura, la alegría y el dolor, el optimismo y el pesimismo, la explosión de júbilo y el silencio reconcentrado. Una personalidad bipolar muy compleja.


martes, 21 de mayo de 2019

La chorraera

(NOTA.- En Málaga a los toboganes se les llama chorraeras, un nombre muy gráfico, especialmente en este caso).


El genial alcalde de Estepona es abogado del estado, notario y registrador de la propiedad. Quizá sea el único español que haya alcanzado esos tres ochomiles. (Unos me dicen que es el único y otros que ya hubo uno antes. En todo caso, es un personaje de récord). Un talento inconmensurable.

¿Se puede ser una persona inteligentísima y preparadísima y al mismo tiempo un papafrita? Es obvio que sí. Lo estamos viendo cada día. Pero en este caso, dada la excelencia inalcanzable, la sublimidad olímpica del personaje, también su papafritismo es inconmensurable. Estamos ante un ser extremo, mitológico, legendario.


Y es que al giligenio se le ocurrió instalar una chorraera para salvar el enorme desnivel(1) que hay entre dos calles de Estepona, y que obliga a un largo camino para salvarlo. ¿Por qué no tirar por la chorraera de en medio? Y así lo hizo. Apenas veintiocho mil euros resolverían un problema urbano y además le darían vidilla y cachondeo a la población. La genial idea lo tenía todo.

La chorraera no estaba pensada solo para divertirse, ni solo para los jóvenes intrépidos con muy alta condición física, sino que era una instalación urbana de uso cotidiano apta para todos los públicos y para todas las necesidades: Para ir al mercado con el carrito de la compra, para ir al ambulatorio a lo de las recetas, para comprar una bombilla, para ir al ayuntamiento a las cosas del ayuntamiento (yatúsabeh)... Para todo. Una maravilla.

martes, 14 de mayo de 2019

Tatuajes: El tiro por la culata (y II)

El otro día os dejé con la curiosidad de saber por qué me había hecho tatuajes, cómo eran, dónde los tenía...
(Bueno, dejé con la curiosidad a dos personas. Otra lo acertó desde el primer momento y ahí acabó la intriga. La verdad es que no soy demasiado bueno generando suspense).

En junio de 2016 me diagnosticaron un cáncer colorrectal, en julio me lo operaron con éxito, en agosto estuve de reposo y recuperación y en septiembre empecé con la radioterapia. Me dieron 27 sesiones entre septiembre y octubre. Y después me puse con la quimioterapia.

Todo salió estupendamente bien y aquí estoy: hecho un pimpollo.

Para la radioterapia había zonas sensibles muy próximas a la afectada y era fundamental no tocarlas; es decir: apuntar los haces de rayos con gran precisión.

Dada mi lesión, lo idóneo en mi caso era ponerme en la no muy airosa postura de tumbado boca abajo y con el culo en pompa. (Se ve uno en cada fregado...).

El primer día no hubo sesión de radioterapia, sino solamente trabajos previos de reconocimiento del terreno y replanteo.
Me hicieron pasar a un vestuario en el que me quité todo menos los calcetines y me puse una bata verde cortita con toda la parte trasera abierta. Un paripé para ir desde allí hasta el aparato haciendo el paseíllo, pero nada más, ya que una vez tumbado boca abajo me abrieron y levantaron la batita hasta la espalda.

La foto que sigue me va a ayudar en mi explicación. Este paciente está boca arriba y vestido, y yo estaba boca abajo y casi desnudo (con calcetines, eso sí), pero lo que os voy a contar se ve perfectamente. (Podéis clicar en ella para verla más grande).


Me hicieron ponerme boca abajo, como digo, sobre una pieza que hacía un montículo (esa cuña azul oscuro bajo las piernas del paciente de la foto) para quedar con el culo en pompa.
Esa pieza era estándar. La tenían que suplementar con otra a mi medida. Para ello, entre la cuña y yo metieron una bolsa de plástico (la de color azul claro que se ve en la foto) y la llenaron de una pasta muy fluida de fraguado rápido. Me hicieron moverme un poco hacia delante, apoyarme un pelín en las rodillas para mover un poco las caderas... Me menearon los muslos... Y también las nalgas... (Sí, amigos. Pero yo ya había hecho dejación total de dignidad y de vergüenza) ...hasta dejarme en una postura que les pareció adecuada. Entonces me dijeron que me quedara muy quieto y esperaron a que la pasta fraguara e hiciera el molde duro de mi abdomen y mi pelvis.

jueves, 9 de mayo de 2019

Tatuajes: El tiro por la culata (I)

Antes de entrar en el tema quiero declarar lo siguiente: Acabo de cumplir cincuenta y nueve años. Me crié viendo a Locomotoro, a Matías Prats, a José Bódalo, a John Wayne, al Cordobés, a Mariano Medina, a Tony Leblanc, a Amancio, a Bugs Bunny, a Gila y a Torrebruno, entre otros muchos.
Fui a un colegio de curas. El profesor de gimnasia (educación física) y política (formación del espíritu nacional) era falangista y muchos días iba a clase con la camisa azul y la insignia del yugo y las flechas. Quien no jugaba al fútbol era marica... Si tenéis menos de treinta años dudo que podáis haceros una idea del panorama.
Y sin embargo tuve una infancia feliz y además, para mi suerte, siempre he sido muy curioso, he leído mucho y he tenido la mente muy abierta. Así que poco a poco he ido afinando mis criterios, acaso demasiado simplistas en su origen, y me he ido haciendo a casi todo.
Digo esto como excusa y a modo de justificación de lo que sigue. He evolucionado algo, incluso bastante si nos ponemos como referencia los años sesenta y setenta, pero se me notan los ramalazos de rancio, machista, etc., que aún me quedan y que en esto que cuento se me notan.

Bueno: Vamos con ello.

Una de las entradas más frecuentadas de este blog, con más de quince mil visitas, es la que dediqué a glosar el artículo "Ornamento y delito" de Adolf Loos. Pero tanto a él como a mí nos salió el tiro por la culata.

El artículo (y mi glosa) trata de que una arquitectura ética y racional no debe llevar adornos. El adorno es un despilfarro de dinero y de diseño, demuestra primitivismo, no sirve para nada, no aporta nada y lastra la obra de arquitectura. El adorno no es ético.

Buscando ejemplos y pruebas de ello, Loos llegó a una que consideró irrefutable: los tatuajes. "¿Quién se hace tatuajes?", se preguntó. "Los primitivos y los delincuentes", se contestó.


Pues ya está: Asunto arreglado. Queda demostrada la tesis. Así como ninguna persona moderna, culta y ética se hace un tatuaje, así la arquitectura moderna, culta y ética no debe llevar adornos. El adorno es un delito.

Durante unas décadas ese ejemplo le sirvió. Pero finalmente le ha salido el tiro por la culata. Ahora todo el mundo, sobre todo la gente moderna, culta y ética, se hace tatuajes.

Y a mí también me salió el tiro por la culata. Hice mi "famosa" entrada glosando el artículo de Loos y desde el primer momento recibí un aluvión de visitas. Eso me tupió de satisfacción. Pero pronto me di cuenta de que tal afluencia no era por lo que yo contaba, sino por todo lo contrario: Había puesto una impactante imagen de un tatuaje que rodeaba el cuello de un hombre como si fuera una horrible raja cosida de mala manera. La gente buscaba tatuajes llamativos y molones en la sección de imágenes de google y le aparecía la de mi blog entre las primeras. (Lo sé porque blogger me brinda una herramienta para que sepa qué busca la gente que da con mi blog).
La imagen que yo puse como ejemplo del sinsentido de los tatuajes pasó a ser el motor por el que los curiosos me visitaban. Vaya fracaso.

Como google es como la máxima del evangelio que dice: "al que tiene se le dará", cuanta más gente entraba a mi blog por ahí, mejor se colocaba mi imagen y más aparecía en las búsquedas, así que cada vez entraba más gente. Era un círculo vicioso.
Supongo que de los quince mil que visitaron esa glosa loosiana apenas doscientos o trescientos la leerían. Los demás buscaban más fotos, veían que no había y se iban.
Así que en unos cuantos meses el flujo fue remitiendo, y, como google sigue aplicando aquella misma sentencia evangélica: "...y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene", la imagen y el enlace a mi blog fueron sumiéndose en la sima infinita de los desterrados y hoy ya puedes teclear "tatuajes impactantes", "tatuajes molones", etc., que mi blog no sale y ya nadie visita aquella vieja entrada. Sic transit gloria mundi.

viernes, 3 de mayo de 2019

La sala de cristal

(De alguna forma, esta entrada continúa la
anterior. ¿Para qué sirve la arquitectura?)



Acabo de terminar de leer la novela La casa de cristal, de Simon Mawer.
(Nota previa: No voy a destripar nada del argumento. Podéis leer esta entrada tranquilamente. Incluso es posible -ojalá- que os anime a meteros con el libro).


Trata sobre la casa Tugendath, de Mies van der Rohe, pero al ser una historia de ficción el autor crea los personajes y sus circunstancias, y por lo tanto cambia los nombres de todos y de todo.

El matrimonio encargante de la casa no son los Tugendhat, sino los Landauer, pero también son judíos ricos (él es judío, ella no, y sus hijos son "mestizos"). No se dedican a la industria textil, sino a la automovilística. El arquitecto de la casa no es Mies, sino Rainer von Abt (que en un momento dado, a modo de guiño y de cameo, menciona a Mies como un gran arquitecto a quien conoce), y la ciudad donde se construye la casa no es Brno, sino la inventada Mêsto(1), también en la recién creada República de Checoslovaquia.

Sin embargo la casa, aunque ahí se llame Landauer, es la Tugendhat: No solo se describe minuciosamente en todo momento y en todos sus detalles, sino que se muestran sus cuatro alzados en las portadillas de cada una de las cuatro primeras partes, y una axonométrica en la de la quinta y última.


(Lo que es una pena es que para la portada hayan escogido otra casa. Incluso se aprecia que el ventanal es en arco. La imagen va muy acorde con una sensación de luz y de dominio de las vistas desde arriba que se menciona y se siente mucho en la novela, pero yo habría buscado una foto de la casa auténtica).

Las fechas de construcción son las mismas, las circunstancias muy parecidas, y la casa es esa. No cabe la más mínima duda: La parcela en pendiente, el jardín, la gran sala dominando desde la altura, con unos cristales que se escamotean en el sótano mediante unos motores, el acceso por arriba, la curva en el porche superior... Todo es igual.