Ya lo he asumido y se me está pasando un poco, pero qué disgusto y qué ofensa más grande.
Sí, en ese sillón de mi estudio se sentó una chica muy joven (conozco a sus padres, y a ella la he visto corretear de niña) para pedirme que le hiciera el proyecto de su casa. Venía con el típico papel cuadriculado en el que, como tantos clientes, había dibujado en planta el croquis de su casa. Pero en este caso, a diferencia de los demás, tenía bastante buen criterio arquitectónico y además ella buscaba una "estética moderna".
Me puse muy contento ante esa rareza tan estupenda. Hablamos un rato con entusiasmo. La verdad es que esa casa tenía muchas posibilidades. Le dije que en ese momento no podía darle un presupuesto exacto, que me comprometía a cerrar en una próxima reunión, pero sí que le avancé una cifra aproximada de lo que podrían suponer los honorarios del arquitecto y del arquitecto técnico, y le insistí en que era una cosa muy grosera que habría que afinar, seguramente a la baja.
Aceptó lo que le dije y quedamos en que nos veríamos en seguida. Nunca más volvió a aparecer.