sábado, 16 de noviembre de 2024

Una sola casa

Soy un pésimo lector de poesía. Mi mente me castiga a no alimentar evocaciones, a no dejarme llevar, a no disfrutar de la mera sugerencia, de la mera ensoñación, del mero estímulo. Mi mente quiere comprender, hacer un esquema, una estructura, un argumento. Estoy mucho más cómodo, mucho más en mi ambiente con la narrativa que con la poesía. En la narrativa sí admito, e incluso disfruto, saltos en el tiempo y en el espacio, tramas divergentes, voces variadas e incluso contradictorias: Las intento encajar en una estructura y a menudo lo logro. Pero con la poesía no suelo entender nada. O, mejor dicho, nunca lo entiendo todo.

Me intento convencer a mí mismo de que en la poesía no hay que entender. Hay que percibir y sentir. Hay que disfrutar de la belleza y de la sorpresa. Hay que tener el valor de asomarse a la maravilla y de dejarse atravesar por ella. Sí. Lo sé. Pero mi yo mezquino, mi yo racionalista (y funcionalista) se pregunta: "¿y entonces qué?", "¿y esto qué significa?", "¿y por qué?", y se queda insatisfecho.

Si frecuentáis este blog os habréis dado cuenta de que me gusta explicar tanto lo que muestro como lo que pienso, a veces incluso con alguna pesada prolijidad. De la misma manera me gusta que me expliquen las cosas, y la poesía no suele explicar nunca nada. 

Aun así leo poesía; no tanto como leo novela, ni mucho menos, pero la leo. (Algo. Poco). Y la subrayo. La subrayo pensando con arrogancia que señalo lo más evocador y fantástico, pero me temo que lo que señalo es lo que entiendo, que no solo no es lo mismo sino que seguramente sea lo contrario. Lo evocador y lo fantástico debe de ser lo que no entiendo, y precisamente porque no lo entiendo.

Ilustración de Pere Joan

Dicho lo cual, estoy leyendo poesía de Agustín Fernández Mallo, ahora concretamente su libro Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus(1), y me encuentro esta bomba:

una sola casa agota todos los mapas

Esto me sacude. No sé lo que quiere decir, pero me conmueve. (Iba a escribir: "no sé exactamente lo que quiere decir", pero en realidad no lo sé ni exacta ni aproximadamente).

Como no sé qué significa, pero -no entiendo por qué- me ha conmovido, os pongo aquí el poema completo y luego os cuento dos o tres cosas que se me ocurren, y que aunque no sean las que el poeta haya querido decir son las que a mí me salen. (Al fin y al cabo la poesía, como toda obra, es un estímulo que el autor lanza y que cada lector recibe como puede):

Si, como dice María Zambrano, "toda belleza tiende a la esfericidad", esta casa ya no contiene esferas, hasta la imagen de tu recuerdo va aristándose, hasta la mía cuando me miro en los espejos [que por los pasos saben muy bien qué peripecia ha conducido hasta allí a quien se les aproxima]. ¿Por qué no me dijiste que sus pulmones se estaban desinflando? ¿Por qué no me dijiste que en otro mapa estabas inflando otra casa? Me hubiera gustado vivirla una noche contigo, viciarle el aire hasta lo irrespirable, derrotar sus tabiques, ensuciar sus colchones, prepararte el desayuno mientras te desperezaras, vestirnos de blanco y mirarnos en el espejo de la entrada para reconocernos esféricamente exactos antes de salir y pincharla [tras cerrar, eso sí, la puerta con especial cuidado]. Enseñarte lo inútil de la huida; enseñarte que una sola casa agota todos los mapas.

(Al pie del poema está la ilustración de Pere Joan que he puesto antes).

Sé, leyendo el libro desde el principio, que el "narrador" (o más bien el "personaje poético") se encuentra solo en casa después de que su pareja le haya abandonado. La echa de menos y la evoca con la amargura que podemos imaginar. En este poema llora la pérdida de belleza, o más bien de felicidad. "Esta casa ya no contiene esferas". Los pulmones de la casa se estaban desinflando porque ella ya pensaba en marcharse, y él no lo sabía. Ella ya estaba "inflando" otra casa en otro mapa sin que él lo supiera. ¿Con otro hombre? ¿Sola? En todo caso no parece que estuviera dispuesta a que él la viviera con ella ni a que le preparara el desayuno para volver a ser esféricos y felices. Y añade que la huida es inútil, la mudanza a otra casa no sirve de nada porque una sola casa agota todos los mapas. Y eso último, que veo que es la frase más fuerte y rotunda de todo el poema, no lo entiendo.

No sé si quiere decir que la casa es más fuerte que la pareja, que el amor, que cada uno de ellos, y que se impone a todo. No lo sé. Pero intuyo que la casa tiene una fuerza imparable, e incluso que toda casa manda y toda casa es una casa encantada. También entiendo que una casa viva debe estar inflada, y que montar una casa es inflarla.

Ni sé lo que estoy diciendo, pero pienso cuántas casas he inflado yo, o, mejor dicho, cuántas he ayudado a inflar. (Inflar realmente solo he inflado dos, y las dos con mi mujer: las dos que hemos habitado, y es cierto que esas dos son una, la misma, nosotros). Ni siquiera sé si un arquitecto ayuda a inflar alguna otra. Lo pienso un poco mejor y creo que no. Creo que un arquitecto no pinta nada en el inflado de una casa ajena, por mucho que haya dibujado cuánto miden sus muros y a qué distancias están sus pilares.

He hecho casas para parejas que aspiraban a empezar a vivir juntas. He hecho casas para familias ya constituidas, niños incluidos. He hecho casas para personas solas. Y, sobre todo, he hecho casas para poner, desinfladas, en el mercado y esperar que viniera gente a inflarlas. Estas últimas me demuestran que en una fila de casas idénticas cada quién las infla a su manera. Por lo tanto el arquitecto poco puede inflar.

¿Pero entonces, si la casa es un mero contenedor hecho de muros, losas y tabiques, y no es nada sin sus habitantes, por qué dice el autor-poeta-habitante que una sola casa agota todos los mapas? La casa no es nada, y los habitantes que se mudan a otra llevan consigo todo el aire para inflar. Y la casa abandonada se queda en disposición de recibir a otra gente. ¿Por qué, pues, agota todos los mapas?

Una sola casa. Una sola casa basta. Una sola casa agota ya todas las posibilidades. Y el poeta no habla de la casa como estirpe (la casa de Habsburgo, la casa de Austria, la casa de los Hernández), sino de la casa como lugar, con tabiques, colchones y espejos. No sé muy bien por dónde va. Me quedo enganchado a esa frase: "una sola casa agota todos los mapas".

La casa. Su importancia geográfica. ¿Es verdad la casa? Historia de la casa. La casa en la antigüedad. La casa de los americanos. ¿Cómo hay que tocar la casa? El ruido de la casa. Las casas más famosas. La casa y la literatura. Un kilo de casa. La casa de los niños. La casa y la cabeza: relación si la hubiera. La casa en Andalucía. Y el clavel. Teoría general del estado y la casa. La casa negra. ¿Hay una casa o hay muchas casas? Las casas de los actores. La casa y Dios. No ha nacido todavía la casa que me domine. Las casas descabaladas: su porqué. Las casas putas. Dibujo a mano de la casa. ¿Es carne la casa? El jaque a la casa. ¿Satisface hoy en día una casa? ¿Qué casa?(2) 

He hecho muchas casas. Seguramente demasiadas. No he rozado ni de lejos la excelencia en su condición arquitectónica. ¿La habré rozado en su condición de ente inflable? Seguramente muchas (espero que casi todas) hayan sido infladas con éxito, pero repito que yo no he tenido nada que ver en ello.

Sin embargo, qué misterio tiene una casa, qué potencia, qué rotundidad. La peor casa del mundo es un gesto en la trama urbana o en el paisaje, y, sobre todo, es una madriguera, un lugar en el que las personas pueden sentir plenitud, pueden derrotar sus tabiques y ensuciar sus colchones, vestirse de blanco y mirarse en sus espejos. Pueden tener hijos. Pueden ser infinitamente desdichadas, pueden reír y soñar, pueden irse deteriorando (incluso ensuciando los colchones de otra manera) y pueden morir.

Y la casa sigue. La casa permanece y desafía al tiempo. Y sí: agota todos los mapas.


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(1).- El tomo que estoy leyendo (no de un tirón, como una novela, sino poco a poco y libro a libro) es el de su poesía reunida, que contiene seis libros: Ya nadie se llamará como yo, Creta Lateral Travelling, Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, Joan Fontaine Odisea, Carne de píxel y Antibiótico. (Seix Barral, Barcelona, 2015, pp. 615).

(2).- No he podido evitarlo.

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