jueves, 28 de noviembre de 2013

Gallinas en Seseña (y II)

No lo dije en la primera parte, pero creo que es obvio que este relato
se lo dedico a Juan Carlos Castillo Ochandiano (por supuesto) y
(también por supuesto) a Juan Daniel Fullaondo, in memoriam.

Ya conté que pasé esa noche inquieto. Por la mañana fue una gran alegría recibir en mi pueblo a tanta gente querida: Juan Daniel Fullaondo y su mujer, Paloma; Maite MuñozJuan Carlos Castillo y su mujer, Blanca; Darío Gazapo y Conchita Lapayese (no sé si ya estaban casados o aún eran novios); Diego Fullaondo (hijo de Juan Daniel y Paloma), que por entonces estudiaba arquitectura, y unos compañeros suyos de clase a quienes yo no conocía. No recuerdo cuántos eran; digamos cuatro o cinco.
O sea, que, con los mencionados más mi mujer y yo, los miembros del nuevo grupo vanguardista sin nombre éramos catorce o quince.
Cuando entramos en la nave vimos el ruedo vacío. Las gallinas estaban por ahí, campando a su gusto. Se habían escapado todas del minirredil que con tanto entusiasmo (él) y tanto escepticismo (yo) habíamos construido Juan Carlos (él) y yo (yo). Esa vaga sensación de "ya te lo decía" no me tranquilizó en absoluto.
Bueno. Al menos no se habían escapado de la nave.
Sin guión previo, sin plan alguno, sin criterio de ninguna clase, cada uno hizo lo que traía pensado de casa o lo que se le acababa de ocurrir, y con lo que pretendía sorprender, o experimentar, o qué sé yo.
Alguien (¿Juan Carlos?) puso en la pared un póster de Beuys con el coyote, con un innegable afán de ligar ambas experiencias: la de Nueva York y la de Seseña, como si ésta fuera una especie de continuación de aquélla.
Uno de los amigos de Diego, tranquilamente, como si tal cosa, se puso unas gafas de buceo y se echó una manta de cuadros al hombro.

En primer plano, a la derecha, yo con una cámara de fotos. ¿Dónde están las fotos que hice?
En el centro de la imagen, el pasmoso hombre rana de secano.
Al fondo, a la izquierda, el inútil ruedo de papel.
Fila de ventanas abiertas por las que las gallinas (aves de vuelo muy corto, ciertamente) no habían escapado.
Foto cortesía de Juan Carlos Castillo.

No sé qué pasaba. Cada uno hacía la tontería que se le ocurría. Algunos hacíamos fotos (no conservo ninguna), e incluso vídeos.
Uno toreaba a una gallina, otro conversaba con otra, otro perseguía a otra más, otro se encerraba audazmente con dos en el ruedo de papel... Juan Carlos persistía en su propósito de hipnotizar a una. Darío quería pintar a una con un espray que afortunadamente no funcionó.
Juan Daniel se reía. Disfrutaba como un niño ante la algarabía, y, sobre todo, ante las ocurrencias estúpidas pero divertidas de tanta gente joven a la que él siempre -tan disparatadamente generoso- le había supuesto algún tipo de talento.

En primer plano Juan Carlos Castillo, en uno de sus numerosos e infructuosos intentos 
de hipnotizar a una gallina. (Siempre se ha sabido que la gallina seseñera es muy suya, y muy dura de hipnotizar).
Al fondo Juan Daniel Fullaondo, fumando y riéndose ante algo que le está contando Maite Muñoz.
Foto cortesía de Juan Carlos Castillo.

Estuvimos no sé cuánto tiempo. Tal vez dos horas. Hicimos el ganso (hoy diríamos que interactuamos con las gallinas), y finalmente llegó la hora de comer.
¿Qué hacíamos con las gallinas? Me las habían regalado. No podía (no debía) devolverlas. Tampoco las quería nadie para adoptarlas y llevárselas a Madrid. Y tampoco las podíamos dejar en la nave. Me la habían prestado sin ellas y yo la quería devolver tal cual.
Por cierto, ¿quitamos el póster de Beuys o se quedó puesto?. Veintiún años después de aquello me acaba de asaltar esa duda.
Lo recogimos todo (el ruedo de papel) y dejamos a las gallinas en libertad. ¡Pitas, pitas, pitas! ¡Eh! ¡Eh! En fila india se alejaron de la nave por el prao, hacia el arroyo, y desaparecieron en lontananza.
Juan Daniel las miró alejarse y suspiró.
-Qué bien me lo he pasado. No os podéis imaginar cuánto había deseado todo esto.
A mí me pareció exagerado, pero verdaderamente se le veía feliz. Me alegré. Yo, que no le había visto mayor interés a todo eso, me quedé muy impresionado y muy emocionado al ver a mi maestro tan lleno de alegría. Indudablemente, había merecido la pena.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Gallinas en Seseña (I)

Me cuesta mucho escribir esta entrada, porque, aunque estuve en primera fila y no me perdí detalle, no terminé de entender todo lo que pasó. Me ha costado años comprender que todo el secreto consistía en que no había nada que comprender; que la cosa era así, y es así, y fue así; y punto.
Pero ahora, al tratar de contarlo, necesito ordenar las ideas, y no sé qué ideas ordenar.

Contábamos con estos antecedentes o puntos de partida:

1.- El espíritu de las gallinas, que sufrí al comenzar la carrera y del que escribí hace poco.
2.- Tauromaquias e interacciones diversas entre artista y animal.
3.- Oteiza y su elogio al avestruz (en oposición al toro).
4.- Otra vez Oteiza, y el moneador andino.
5.- Mi amigo y compañero Juan Carlos Castillo Ochandiano y su tesis sobre la prehistoria (en la que aparecen animales totémicos y mágicos).
6.- Juan Daniel Fullaondo, mi maestro y el de Juan Carlos Castillo. Su obsesión por un gesto conceptual y metafísico.
7.- Joseph Beuys, y su happening Coyote (que, naturalmente, desconocíamos minuciosamente, y fue Juan Daniel Fullaondo quien nos lo explicó).

Joseph Beuys, Coyote 
Galería René Block, Nueva York, 1974

8.- Instrucciones para hipnotizar una gallina.
9.- Recomendaciones para domesticar un avestruz.

Menudo lío. A ver cómo explico esto. Bueno, no; qué narices. No lo explico.

Juan Daniel Fullaondo llevaba mucho tiempo queriendo hacer un homenaje a Beuys. Pero quería que fuera algo colectivo: una acción de GRUPO. (Además, si éramos varios alguno podría salvarse). Teníamos que encerrarnos con un coyote. Pero a ver quién encontraba un coyote. No: Teníamos que encerrarnos con un meta-coyote, con un ultra-coyote. Juan Carlos Castillo, obsesionado con las cuevas prehistóricas, decía de encerrarnos con un oso. ¡Sí, hombre! O, en su defecto, con monos (el famoso moneador andino precolombino de Jorge Oteiza), con toros o con leones. Muy bien, machote. Naturalmente.

En algún momento salió a colación el avestruz de Oteiza, y, cómo no, las recomendaciones para domesticar un avestruz, de Gabino Alejandro Carriedo; y de ahí, sin solución de continuidad, diversas habilidades de ilusionista de pueblo hipnotizando una gallina. Juan Carlos dijo que él sabía hipnotizar una gallina: Había que trazar una línea con tiza en el suelo y ahí se quedaba clavado el animalito.
Risas y más risas, semanas de risas. Fullaondo leyendo poemas sobre gallinas o avestruces (al fin y al cabo un avestruz viene a ser una gallina grande) publicados en Nueva Forma, Juan Carlos depurando su técnica de hipnosis (en un solitario y concienzudo toreo de salón, sin bicho) y yo asumiendo que el proyecto iba tomando forma de verdad y no me iba a poder escaquear.

Consideramos que nuestra integridad física era vital para el desarrollo de todo el potencial artístico del GRUPO y no podíamos (NO DEBÍAMOS) morir en nuestra primera actuación (SE LO DEBÍAMOS A LA HUMANIDAD), así que descartamos definitivamente coyotes, osos, monos, toros, leones e incluso avestruces, y, con una encomiable modestia que iba a caracterizar ya todos nuestros actos artísticos, elegimos la gallina.
Y decidimos (decidieron) que yo, que vivía en Seseña (Toledo), tenía mucha mayor facilidad que ellos para alquilar, comprar o robar una nave más o menos abandonada y unas cuantas gallinas más o menos sanas.
No, si ya sabía yo que mucho jijijí jajajá, pero al final me tocaba a mí la china.

martes, 5 de noviembre de 2013

Consumidores y consumistas

Ahora que se nos cae la política, que se nos cae la ideología, que se nos cae la cultura, la fe, la estructura... todo, la única certeza que nos queda es que vivimos en una sociedad de consumo y que el consumismo sigue siendo el rey de todo.
No nos damos cuenta, pero nosotros, que ya no somos (o apenas somos) ciudadanos, lo que sí somos es consumidores, que al parecer vale mucho más.
Los consumidores mandamos, y lo hacemos con un poder absoluto. No tenemos que dar cuentas a nadie. Somos soberanos por nuestro capricho, porque sí, porque nos da la gana.
No tenemos que justificar nada, ni explicar nada, ni tener razón. Somos los amos y podemos comportarnos, si queremos, como niños caprichosos. Podemos ser políticamente incorrectos, injustos, lo que queramos. Puedo dejar de comprar un champú porque no me gusta la cancioncilla de fondo del anuncio, y puedo comprar un modelo de zapatilla porque me encanta esa chica que la anuncia. Sí; ya lo sé: Los publicistas saben todo eso y nos manipulan. Ya. Pero démosle la vuelta a la idea.
En los albores de la publicidad se anunciaban las propiedades del producto anunciado. ¡Pardillos! ¿Veis ahora que algún anuncio explique cómo es lo que anuncia?
Just do it. La chispa de la vida. Be water, my friend. I'm lovin' it.
Pues por eso mismo. Saben que consumimos a ciegas, sí, pero también que consumimos a capricho, y temen que nuestro capricho les traicione y les deje con el culo al aire.

Dejemos esa idea ahí, fermentando o madurando, y mientras tanto veamos este fragmento de la planta sótano de un edificio de viviendas. Está sacado de un folleto de una oficina inmobiliaria. Es decir: Es así como pretenden vendernos un piso. Aparece el plano del piso y, al lado, el del sótano con la plaza de aparcamiento y el trastero que le corresponden.
No es un ejemplo especialmente torpe ni especialmente siniestro. Es bastante convencional. Es lo que hay.
¿Podéis mirar durante unos segundos la rampa y la plaza en cuestión? ¿Y el pilar? ¿Podéis imaginaros aparcando ahí?


Pues la gente lo compraba en un pispás en "los buenos tiempos". Siempre he pensado que muchos prestaban más atención a la compra de unos pantalones que a la de su casa.
La gente iba a las oficinas de ventas de las urbanizaciones los sábados o los domingos, cuando no había tráfico en la carretera, y se creían ciegamente lo que se les decía: que ese bloque de pisos en el Km 65 estaba a 15 minutos de Madrid. (Juro que lo he visto en una publicidad inmobiliaria de unos pisos de Ocaña (Toledo): a 15 minutos de Madrid. Ni en el Air Force One). Y se dejaban engañar sabiendo que les estaban engañando.
-A ver: ¿Usted de dónde viene?
-De Madrid.
-¿Y cuánto ha tardado?
-Una hora y cuarto, pero porque era domingo. Seguro que un miércoles a las siete y media de la mañana sí que tardo esos quince minutos.

El resto de su vida en un atasco. Ojos ciegos. Tampoco parecían darse cuenta de las enormes naves industriales que tenían justo enfrente, y que, por ser domingo, estaban cerradas y silenciosas.
De verdad: Un pantalón se lo prueban primero, y miran un par de ellos en un par de tiendas. Pero un chalet no. Ni un piso. El piso a que se refiere el dibujo de arriba ni lo enseño. ¿Para qué? También es muy "convencional". Lo que hay. Lo que se lleva.
(Por cierto: Tiene "cocina americana". Sigo sin saber lo que es eso. Yo he visto en la tele las cocinas de Bill Cosby, del Príncipe de Bel Air, de Las Chicas de Oro, de Los Simpsons, de Padre de Familia, de Dos Hombres y Medio, de Modern Family... ¿Qué es eso de "cocina americana"? Sheldon Cooper y Leonard Hofstadter la tienen integrada en el salón, sí, pero amplia y cómoda, no una especie de minibarra contra la pared y pegada al sofá).
El del edificio que estoy diciendo es un solar en el que hubo una casa "de pueblo" de dos plantas y patio trasero. Una casa. Una sola casa. Se derribó y ahora hay un edificio con sótano, tres plantas y "bajo cubierta", con un total de siete apartamentos. Siete.
Parece mentira que cumpla la normativa sobre pendientes de rampa, radios de giro, dimensiones de la plaza... e incluso parece mentira que los servicios técnicos del ayuntamiento respectivo dieran su informe favorable y los concejales pelaran cigalas a costa de esta promoción. Parece mentira. Pero lo que más mentira parece es que alguien la comprara. Lo más increíble de todo es que estuviéramos todos tan locos que compráramos ese tipo de cosas.