miércoles, 31 de agosto de 2022

No seáis tan buenos, que os pilla Richelieu

Dadme dos líneas escritas de su puño y letra
por el hombre más honrado y encontraré en
ellas motivo suficiente para hacerlo encarcelar.
                                         Cardenal Richelieu


Creo que para mí es cómodo ahora escribir lo que voy a escribir, pero es algo que llevo creyendo desde hace mucho tiempo, y poniendo en práctica en la medida de lo posible. Voy a ver si soy capaz de decirlo sin demasiado cinismo. (Ya lo he hecho en alguna otra entrada y me voy a repetir).

Algo que no puedo soportar es que un proyecto de ejecución de una vivienda unifamiliar de unos 150 m2 construidos tenga quinientas páginas. Eso no puede ser y no debe ser. Y anuncio orgulloso que los míos no las tienen. Tienen bastantes más de las que yo quisiera, pero menos que la media de lo que se suele visar en los colegios.

Siempre me pregunto (y os invito a que os lo preguntéis conmigo) que si el cardenal Richelieu era capaz de encarcelar al hombre más honrado por dos líneas escritas, qué sería capaz de hacer con nosotros por quinientas páginas (o por ciento cincuenta, como puede ser mi caso). Estamos perdidos.

Cuando yo empecé -ya está el viejo contando batallitas- un proyecto llevaba memoria, pliego de condiciones, mediciones y presupuesto y planos. En una vivienda unifamiliar estándar eso podía suponer unas cincuenta páginas (más o menos la mitad era presupuesto) y unos quince planos.

Ahora a eso hay que añadirle el estudio básico de seguridad y salud, el estudio de gestión de residuos, el certificado de eficiencia energética, el plan de control de calidad, el plan de uso y mantenimiento y algún que otro anexo según colegios y comunidades autónomas o ayuntamientos. (Por ejemplo, en alguno me obligan a hacer un certificado con las coordenadas de georreferenciación, pero en otros no). (Ah, y ahora cobramos al cambio bastante menos de la mitad que entonces).

Estos son nuevos documentos respecto a los que había en mis comienzos, pero los de siempre también han crecido de una manera atroz. La memoria que antes se resolvía en unas diez páginas ahora es una abrumadora sucesión de ellas con justificaciones del Código Técnico de la Edificación (con medidas de protección contra el gas radón, entre otras mil cosas) y llega a las ciento y pico (en mi caso treinta y tantas).

jueves, 25 de agosto de 2022

Criticones aficionados

Sigo de vacaciones, así que perdonadme esta entrada frívola y facilona sobre esta época del año en que casi todos viajamos y casi todos, arquitectos o no, acabamos viendo arquitectura. Y, naturalmente, opinamos, que para eso pagamos, y, a lo que se ve, demasiado dinero.

Estamos en una época en la que gracias a internet y a las redes nos podemos sentir importantes. Hace décadas podías enfadarte con un presentador de televisión y ladrarle desde el sofá de tu casa; muy poquísima gente se tomaba la molestia de escribirle una carta y dirigirla a la sede de la televisión. En general la protesta se quedaba en el cuello de tu camisa. Pero ahora se lo puedes decir en Twitter, e incluso puedes conseguir, para tu orgullo, que te acabe bloqueando por pesado. "Ja. Le he dicho cuatro cosas a Fulano de tal. Se ha cabreado conmigo y todo. Me ha bloqueado". Con el mismo descaro y la misma seguridad podemos decir en internet que tal obra, maestra para todo el mundo, es una porquería. No nos callamos. No le debemos nada a nadie y somos insobornables. Y nos sentimos estupendos.

Pero ya no son solo las obras de arte: En internet hay reseñas de cárceles, de misas, de todo.

Tonteando, se me ha ocurrido fisgar reseñas dadas por visitantes de obras incuestionables de arquitectura. De las que llevan siglos en nuestro acervo y tienen el beneplácito de todos. No me he querido aventurar en edificios polémicos, de gusto más difícil, que necesiten algún entrenamiento previo, sino que me he ido al consenso de los consensos, a lo que sale en cualquier guía turística general (y no las obras que solemos buscar los arquitectos, que no las conocen ni los taxistas de la ciudad). 

Y, en efecto, en estas pocas obras seleccionadas, no ya la mayoría, sino la casi totalidad de las reseñas son muy buenas. (También hay que decir que a estas obras vas con el puro espíritu del turista, que consiste en saber de antemano cuánto te va a gustar y qué cara de delectación vas a poner, y hasta sabes ya qué fotos vas a hacer y desde dónde). Pero me ha picado un poco (bastante) el morbo de ver las poquísimas malas. Siempre hay gente para todo. Incluso de entre estas la mayoría no son achacables a la arquitectura, sino a la mala organización, a la masificación, a los precios caros, a diversos abusos a los turistas etc.

Os pongo algunos comentarios que me han gustado especialmente, y espero que también los apreciéis:

martes, 16 de agosto de 2022

La bomba

Los arquitectos José Manuel Aizpúrua(1) y Joaquín Labayen fueron unos de los pioneros de la arquitectura moderna en España. En 1927 montaron estudio profesional en la calle Prim, nº 32, de San Sebastián, y desde allí hicieron la arquitectura más pasmosa de la ciudad, inscrita en la del grupo GATEPAC, al que pertenecían ambos y que representaba la vanguardia arquitectónica española, y en el Movimiento Moderno que empezaba a brillar en Europa.

Obviamente, dado su estilo arquitectónico, no tenían una clientela convencional ni multitudinaria, pero en su escala minoritaria el estudio se dio a conocer en seguida como uno de los focos de la cultura y de la vanguardia. Y no les faltó trabajo.

Se hace difícil de entender cómo podía estar ahí ese estudio de arquitectura, con esas pintas y esas maneras de hacer, en ese barrio burgués del ensanche de San Sebastián, y en ese edificio tan digno y convencional, proyectado por el arquitecto Lucas Alday y propiedad del abuelo materno de Aizpúrua, Florentino Azqueta(2). Pero el caso es que se hizo su sitio.

Las cosas les iban muy bien. Pero Aizpúrua tenía una irrefrenable pasión política que lo acabó destruyendo todo. En Madrid se había hecho muy amigo de Federico García Lorca y de José Antonio Primo de Rivera. Los tres amigos acabarían fusilados con tres meses de diferencia y con 33, 38 y 33 años de edad.(3)

viernes, 5 de agosto de 2022

Querido maestro:

(Permítame que le siga llamando así, aunque, ya próxima la terminación de mi carrera profesional, no haya realizado jamás un solo trabajo digno de que se me pueda llamar discípulo suyo). 

El año pasado, a mis sesenta y uno de edad (tres más de los que vivió usted), supe con gran alegría que le iban a hacer una exposición en la Delegación de Vizcaya del COAVN. La comisariaba Joaquín Lizasoain, otro arquitecto admirador de usted y de su entorno. (Su tesis doctoral se titula El muro de Oteiza, y seguro que le habría gustado mucho).

Tenía todo preparado para ir a Bilbao a verla con mi mujer (que le manda recuerdos) cuando un problema familiar nos impidió hacer el viaje.

Pero este año (yo ya con sesenta y dos) la ha hecho el Instituto de Arquitectura de Euskadi, y la ha hecho muy bien, con mucho cariño y mucho cuidado, y ahora ya sí que la hemos podido ver.

La sede del instituto es el antiguo convento de Santa Teresa, un lugar estupendo en la zona vieja de San Sebastián, a dos pasos del Museo de San Telmo, en el que han montado una de Oteiza y Chillida. Están ustedes tres casi juntos. (Recuerdo que usted decía que las exposiciones había que verlas de dos en dos. Pues figúrese esta vez).