Si yo le tuviera el más mínimo respeto a mi cuerpo muerto y se me ocurriera disponer alguna cosa para su entierro, y si me encontrara por ello en la tesitura de tener que elegir un epitafio para mí, creo que el mejor que se me podría ocurrir sería: "¡HA PRESCRITO!", entre signos de exclamación, o de admiración, o de celebración, o de salvaje y pura alegría.
¿Arquitectamos locos?
Quien sólo sabe de arquitectura no sabe de nada, ni siquiera de arquitectura.
domingo, 29 de diciembre de 2024
viernes, 20 de diciembre de 2024
Pianos y vigas
Acabo de enterarme del problema de Fermi y es como si hubiera conocido de repente a un alma gemela, a un amigo íntimo a quien hace cinco minutos no conocía.
(Por favor, aunque he puesto el enlace no lo cliquéis todavía. No busquéis el dato. Hacedme el favor de jugar conmigo).
Espero que la muchachada a quien doy clase no lea mi blog, porque les pienso plantear ese problema en cuanto volvamos (solo como curiosidad y para ver qué pasa) y no querría hacerles espóiler aquí (ahora que la RAE ha aprobado la palabra).
El físico italiano Enrico Fermi planteó la siguiente pregunta (y yo os la planteo ahora): "Sin buscar datos, sin conocer nada, solo guiándote por las estimaciones que mejor te parezcan: ¿Cuántos afinadores de piano crees que hay en Chicago?"
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Ricardo Aroca
Cuando hice la carrera de arquitectura en la ETSAM Ricardo Aroca era un catedrático atípico. Mejor dicho: era EL catedrático atípico. Hacía ya muchos años que se había acabado la obligación de que los alumnos fueran a clase con chaqueta y corbata, e incluso los profesores jóvenes ya iban vestidos como nosotros: camisa (o incluso camiseta) y vaqueros en verano y jersey y vaqueros o pantalón de pana en invierno. Los profesores de más veteranía o enjundia seguían vistiendo rigurosamente. Algunos se permitían chaqueta y pantalón de sport, e incluso, ay, corbata de punto, pero por supuesto los catedráticos seguían aferrados al traje más convencional.
Contra todo ello, Aroca, el catedrático de estructuras, llegaba a la escuela en su moto (no entiendo de motos y no sé decir la marca, pero era de esas grandes), con la melena y la barba ondeando al viento y con un pantalón vaquero de peto.
Recuerdo que el peto tenía un bolsillo que lo cruzaba de lado a lado, y que iba completamente lleno de útiles de escritura y dibujo: portaminas, lápices, bolígrafos, plumas, rotuladores. Podía llevar encima varias docenas, enganchadas por su clip y asomando bajo su barba.
lunes, 2 de diciembre de 2024
Contenido adulto
El otro día quise poner en Bluesky una foto de la reproducción de la estatua La Mañana, de Georg Kolbe, que está en la reproducción del pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe, y no me fue posible. Me salió un mensaje diciéndome que la imagen tenía "contenido adulto" y no podía mostrarse.
¿Contenido adulto?, me pregunté. Sí, claro, es una importante obra de arte que fue catapultada a la historia de la arquitectura por formar parte de una de sus obras maestras inmortales. Infantil propiamente no es, aunque hay gente muy lúcida y muy creativa que les hace llegar a los niños el amor y el conocimiento por la arquitectura(1). Bueno, es discutible, pero digamos que sí, que el contenido es adulto. (Incluso tomando el adjetivo adulto como sinónimo de maduro, serio, importante, desarrollado, responsable, etc. De acuerdo). ¿Y por eso no la puedo poner? Ojalá lo que publico tuviera de verdad contenido adulto.
¡Ah, no, acabáramos! No se trataba de una disquisición "adulta" conceptual, sino zafiamente torrentera. El robot programado a tal efecto no vio en esa estatua nada más que vulva y tetas, y le debió de salir del alma (o de los microprocesadores) lo de "¿y si nos hacemos unas pajillas?" Hice la prueba y, en efecto, con esos rayajos rojos el robot la admitió sin problemas. O sea, que el contenido adulto era lo que queda tapado.
martes, 26 de noviembre de 2024
Cuernos
Ya lo he asumido y se me está pasando un poco, pero qué disgusto y qué ofensa más grande.
Sí, en ese sillón de mi estudio se sentó una chica muy joven (conozco a sus padres, y a ella la he visto corretear de niña) para pedirme que le hiciera el proyecto de su casa. Venía con el típico papel cuadriculado en el que, como tantos clientes, había dibujado en planta el croquis de su casa. Pero en este caso, a diferencia de los demás, tenía bastante buen criterio arquitectónico y además ella buscaba una "estética moderna".
Me puse muy contento ante esa rareza tan estupenda. Hablamos un rato con entusiasmo. La verdad es que esa casa tenía muchas posibilidades. Le dije que en ese momento no podía darle un presupuesto exacto, que me comprometía a cerrar en una próxima reunión, pero sí que le avancé una cifra aproximada de lo que podrían suponer los honorarios del arquitecto y del arquitecto técnico, y le insistí en que era una cosa muy grosera que habría que afinar, seguramente a la baja.
Aceptó lo que le dije y quedamos en que nos veríamos en seguida. Nunca más volvió a aparecer.
sábado, 16 de noviembre de 2024
Una sola casa
Soy un pésimo lector de poesía. Mi mente me castiga a no alimentar evocaciones, a no dejarme llevar, a no disfrutar de la mera sugerencia, de la mera ensoñación, del mero estímulo. Mi mente quiere comprender, hacer un esquema, una estructura, un argumento. Estoy mucho más cómodo, mucho más en mi ambiente con la narrativa que con la poesía. En la narrativa sí admito, e incluso disfruto, saltos en el tiempo y en el espacio, tramas divergentes, voces variadas e incluso contradictorias: Las intento encajar en una estructura y a menudo lo logro. Pero con la poesía no suelo entender nada. O, mejor dicho, nunca lo entiendo todo.
Me intento convencer a mí mismo de que en la poesía no hay que entender. Hay que percibir y sentir. Hay que disfrutar de la belleza y de la sorpresa. Hay que tener el valor de asomarse a la maravilla y de dejarse atravesar por ella. Sí. Lo sé. Pero mi yo mezquino, mi yo racionalista (y funcionalista) se pregunta: "¿y entonces qué?", "¿y esto qué significa?", "¿y por qué?", y se queda insatisfecho.
Si frecuentáis este blog os habréis dado cuenta de que me gusta explicar tanto lo que muestro como lo que pienso, a veces incluso con alguna pesada prolijidad. De la misma manera me gusta que me expliquen las cosas, y la poesía no suele explicar nunca nada.
Aun así leo poesía; no tanto como leo novela, ni mucho menos, pero la leo. (Algo. Poco). Y la subrayo. La subrayo pensando con arrogancia que señalo lo más evocador y fantástico, pero me temo que lo que señalo es lo que entiendo, que no solo no es lo mismo sino que seguramente sea lo contrario. Lo evocador y lo fantástico debe de ser lo que no entiendo, y precisamente porque no lo entiendo.
martes, 5 de noviembre de 2024
El becerro de barro
Como todo el mundo, estoy consternado con la catástrofe de Valencia. Como todo el mundo, no puedo quitármela de la cabeza. Pienso que desde aquí podría opinar sobre el cambio climático, sobre el tipo de urbanismo en el que hemos degenerado, sobre infraestructuras... Pero no sé lo suficiente. No me atrevo a opinar. Apenas tengo dos o tres nociones confusas de todo eso. Y no digamos del sistema económico y social que ha generado el tipo de vida que llevamos: de eso no tengo ni idea. Sí que me sorprende que nuestra forma de vida habitual sea, desde hace ya mucho tiempo, trabajar a muchos kilómetros de donde vivimos y necesitar el automóvil constantemente y para todo. Eso genera unos despilfarros de energía y unos colapsos circulatorios inhumanos, pero es lo que hay, y la verdad es que no sé qué decir al respecto.
Por otra parte quiero desahogarme, escribir sobre algo (este blog es la purga de mi corazón), y me viene de forma tangencial y muy casual un tema del que ya escribí muy al principio de este blog: el símbolo del becerro de oro, Moisés y Aarón, y su relación con el diseño arquitectónico. Así que escurro el bulto, soslayo el problema con el que no me atrevo y salgo por peteneras.