Qué mal lo pasé cuando mi socio y yo cerramos el estudio y nos fuimos cada uno a nuestra casa: A la angustia de no tener nada de trabajo se sumó el desconcierto de tener que "reinventarme", como me exigía todo el mundo, sin saber hacer nada nuevo ni distinto ni tener ninguna idea de cómo reorientar mi trabajo.
De golpe abrí este blog (para desahogarme), me hice perfil en Facebook y (no tengo la menor idea de cómo) creé en Google el perfil de mi estudio. Vi que estaba asociado al Maps y confié en que cuando alguien buscara arquitecto por la zona me encontraría.
No sé si me encontró alguien, pero si lo hizo tuvo que ser para pedirme un certificado de eficiencia energética u otra chorrada similar (esto merece una entrada aparte), porque los pocos que me han llamado por teléfono desde entonces no me han solido decir cómo me han encontrado. Y, desde luego, las escasísimas casas que he proyectado y dirigido en estos años no me han venido por ahí.
Una cosa que sí he mirado de vez en cuando, con bastante temor, ha sido si alguien me había dejado alguna reseña en ese perfil. Sobre todo clientes antiguos, que sí he tenido bastantes. Tengo la idea de que, a diferencia de con los restaurantes, es difícil que en un trabajo como el mío alguien deje una reseña elogiosa, pues se supone que si todo sale bien era lo esperable y lo obligado, pero que cuando un cliente queda descontento por lo que sea (quizá esto merezca otra entrada) lo expresa por todos los canales posibles.
Además yo soy de los que ante un comentario amable se alegran (como todo el mundo), pero ante una queja se ponen malísimos y pierden el apetito y el sueño. Así que cada vez que veía esto
me quedaba muy tranquilo. Vale; ni para bien ni para mal. Estupendo.
Pero ahora, que, como ya os conté, me jubilo, y no sé cerrar ese perfil, ya me da igual ocho que ochenta (no es cierto: una mala cara me sigue haciendo mucho daño, pero al menos un comentario negativo ya no me va a quitar encargos futuros) y estoy pensando escribírmelas yo mismo desde un perfil ficticio.