lunes, 7 de abril de 2025

Nuevos tiempos

He visto en Facebook estas cosas que me chiflan:

Los tres tenores. Y aunque ya quiero irme retirando de estas frivolidades y adaptarme a mi nueva situación no solo económica, sino sobre todo anímica, no he podido resistir la tentación de buscar cuánto costaban.

Sé por experiencia que estas cosas suelen ser carísimas -y hasta me parece bien: que quien tenga un capricho tan tonto como este se lo pague-, pero, ay, la tentación. Ese sempiterno "no,  si no lo voy a comprar; si es solo ver cuánto cuesta; pero tranquilo, que no lo voy a comprar".

El aviso de Facebook traía diez. Estos eran los otros siete.

Los he buscado insistentemente y nada, no venían en ninguna web. Imposible saber su precio y cómo se podía hacer un pedido. (Socorro, ya empezamos. Pero no; no me los quiero comprar).

Mirando la marca he entrado en la página de esa gente y he visto las cosas que hacen. Y no, no se dedican a hacer figuras ni juguetes, sino, entre otras cosas, a hacer modelados 3D y a la inteligencia artificial.

¡Acabáramos! Esas figuritas no existen. Quiero decir que no existen tangiblemente, en el universo material, sino tan solo en la imaginación de los algoritmos (o los dígitos, o las subrutinas, o lo que sea) que las han creado.

Me lo he vuelto a tragar. Y por lo que veo me seguiré tragando este tipo de cosas sin aprender jamás.

Qué manera de caerme del guindo. Para colmo se lo cuento a un amigo y me dice que sí, que este mundo va hacia nadie sabe dónde, y que la IA por ahora es muy fácilmente desmontable y descubrible, pero que en poco tiempo no vamos a saber distinguir la realidad de la ficción. Un momento: será muy fácilmente desmontable y descubrible para él y para quienes estén acostumbrados y bien adiestrados como él, pero yo ya estoy sumido en la confusión y en el engaño permanentes.

Me engañan las imágenes, los titulares de los periódicos, los vídeos, las declaraciones, todo. Me engaña todo. Me lo trago todo. Seguramente porque soy especialmente imbécil. O también porque tengo arraigada en mi conciencia la costumbre de creer lo que veo y lo que escucho, la costumbre de fiarme del suelo que piso y del espacio que veo y siento.

Sé que a los viejos nunca les ha gustado el tiempo de su vejez, y siempre han añorado el de su juventud, y sé que yo ya estoy en esa fase. Por lo tanto no debería preocuparme demasiado. Soy consciente de que ya soy lo que por aquí siempre se ha llamado un "viejo pestoso", y que estoy, de hoz y coz, en el papel de despotricar de todo, de protestar, de gimotear y de exigir casito.

Lo sé. Y me resisto tanto como puedo. No quiero ser el eterno aguafiestas a quien no paran de decirle que estos son nuevos tiempos y que hay que saber adaptarse a ellos.

Pero no. ¿Nuevos tiempos? En la tecnología sí, pero en las intenciones no. Mentir, engañar, aprovecharse de los desprevenidos, estafar, burlarse de los descuidados... Son los tiempos de siempre, pero con armas más agresivas y potentes.

Porque hasta ahora nos han hecho mucha gracia las curiosidades y las habilidades de la IA, encaminadas a menudo al humor y a la simpatía, y sin más malicia que la de robar y esquilmar a los creadores humanos para entrenarse, y a partir de ahí suplantarlos y eliminarlos.

"Sinceramente creo que es un insulto a la vida misma"

Ahora es más que una simple (¿e inocente?) diversión. Ya podemos, por ejemplo, hacer una película porno poniendo como protagonistas a quienes queramos, o sacar al presidente del gobierno haciendo y diciendo lo que nos dé la gana. Ya podemos falsificar y engañar con herramientas nunca antes vistas. Ya no es solo que demos una noticia falsa y un argumento falaz: es que podemos hacer que tú lo veas con tus propios ojos y lo escuches con tus propios oídos.

Como dijo Hannah Arendt, "mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada". Al final estamos consiguiendo la monstruosidad de que la verdad y la mentira sean dos opciones igualmente válidas. O igualmente inválidas.

Esto nos puede llevar a lo que decía el otro día sobre vivir en un "no lugar", en un sórdido trastero, pero gozando de todo tipo de estímulos virtuales con los que ni nos demos cuenta de nuestra intolerable realidad. Y también puede llevarnos a que un día, yo qué sé, gobierne el país más poderoso de la Tierra la persona más imbécil del mundo.

Pero adáptate, bro. Son nuevos tiempos.

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