lunes, 25 de diciembre de 2017

Funiculì, funiculà

Todos los arquitectos hemos puesto cara de ajáquéingenioso cuando nos han contado el sistema de "cálculo" de Gaudí con sus funiculares.
Lo primero que hay que decir es que no es de cálculo, sino de diseño, y lo segundo que no es un sistema, sino un buenoyatúsabeh.

Voy a explicarlo muy someramente, ya que este blog tiene lectores legos en estructuras y la verdad es que el tema es bonito y merece ser contado. (Yo no soy ningún experto, pero me siento capaz de hacerlo).

Para empezar diremos que la piedra tiene una considerable resistencia a compresión pero muy poca a tracción. Y esto si hablamos de un bloque monolítico de piedra, porque si hablamos de una fábrica (es decir, de bloques unidos por algún conglomerante o meramente superpuestos) no tiene ninguna resistencia a tracción.
Con las fábricas de ladrillo ocurre lo mismo: Una interesante resistencia a compresión y una nula (o casi nula) resistencia a tracción.

Las estructuras se suelen comportar de forma compleja y confusa: Una misma viga tiene zonas comprimidas y zonas traccionadas por efecto de la flexión, y también sufre esfuerzos cortantes y a menudo torsiones.
Para que una estructura de piedra o de ladrillo trabajara de manera óptima cada una de sus piezas debería estar comprimida en cada una de sus secciones, sin "contaminarse" con flexiones, torsiones ni cizalladuras. Por todo ello, es muy interesante darle a esa estructura una forma tal que todas las fuerzas que actúan sobre ella se vayan descargando, desplazando y descomponiendo en compresiones puras.
¿Y eso cómo se puede saber? ¿Cómo podemos estar seguros de que la forma de tal arco o la inclinación de tal pilar es la correcta para que sólo sufra compresión?

Pues hay una forma muy ingeniosa: A una cuerda, a un hilo, a un cable o a una tela le pasa lo contrario que a la piedra: sólo tienen resistencia a tracción. Si tiramos para intentar estirar se resistirán, pero si empujamos se arrugan. (Imaginaos un juego de la soga en el que los dos equipos en vez de tirar empujen).
Con esa tontería, a alguien se le ocurrió que podría hacer una estructura de hilos y telas a la que aplicara cargas (pesos). Las cuerdas adquirirían unas formas para resistir esas cargas, o, dicho de otro modo, esas cargas deformarían las cuerdas y las telas de una manera natural, de la única manera que estas podían admitir.
No sé si me estoy explicando bien. Veamos un ejemplo:


Lo que aparece en esa imagen es una maqueta de una estructura que cuelga de un techo. A los centenares y centenares de hilos se les han aplicado centenares y centenares de saquitos con peso (arena, por ejemplo) y esos pesos aplicados han deformado esos hilos. El peso propio de la tela también la ha deformado.

(En este ejemplo no hay tela, sino sólo la estructura "de alambre", "en esqueleto")

Lo que tenemos con estos juegos son estructuras que trabajan a tracción pura (ya que los hilos y las telas no admiten otra cosa). Si les diéramos la vuelta tendríamos esto:



Es decir: Tendríamos maquetas de edificios cuyas líneas y superficies trabajarían todas a compresión. (Es decir: en la maqueta tengo materiales que sólo trabajan a tracción, pero al invertirla los pesos "caen" hacia arriba. O sea, cambio de signo las cargas y por lo tanto los resultados en tracciones son los mismos, pero en compresiones. Ya que tracción y compresión son efectos de signo contrario).

Fijaos no sólo en los hilos de la foto en color, qué familias de arcos van formando, sino también en los pliegues de la sábana de la foto en blanco y negro: qué arcos y bóvedas.

Solucionado: Copiemos esas formas y tendremos una estructura que trabajará a compresión pura.

El famoso ejemplo que se pone siempre: La iglesia de la Colonia Güell,
de la que sólo se construyó la cripta, está diseñada con funiculares.

Maqueta de la iglesia de la Colonia Güell.

Pues hala. Ya os he contado el asunto. ¿A que es bonito?

Pero...

jueves, 21 de diciembre de 2017

Corbata y casco

En el primer comentario a mi anterior entrada la lectora Carmen Azcoitia dice que el cliente siempre pregunta: "¿Y esto del certificado para qué sirve? ¿Para daros trabajo a los arquitectos ahora con la crisis?"
Es cierto. A mí me lo preguntan siempre. Y suelen añadir: "¡Vaya sacacuartos!".

Lo más llamativo es el tono con que nos lo dicen. Ya nadie se corta un pelo. Además, por la zona en la que trabajo la gente acostumbra a hablar muy fuerte, y me lo dicen gritando: ¿QUÉ? ¿Y ESTE SACACUARTOS D'ANDE LO HAIS SACAOOO? Te lo sueltan así, sin ninguna vergüenza.

Precisamente les hacemos ese certificado de eficiencia energética porque son los notarios quienes se lo exigen para que puedan vender su vivienda. Pero a los notarios (fijarze bien) no se lo gritan.
¿QUÉ? ¿Y ESTE SACACUARTOS D'ANDE LO HAIS SACAOOO?
No. A ellos no se lo dicen.
A ellos no.
Es más: A veces, por extraños avatares de la vida, alguien tiene que ir a un notario para que le certifique que está vivo. "Fe de vida" se llama la bromita. El notario le pide el documento de identidad, le oye respirar si tiene ganas y tiempo, o incluso, si está de humor, cruza un par de palabras con él y certifica que sí, que está vivo. Y le cobra una pasta.
Y a callar. Nadie osa decirle: "¡PERO BUENO! ¿Y ESOS COJONAZOS?"
Porque la verdad es que hay que tenerlos bastante gordos para decir que "quien dice llamarse x me muestra el que dice ser su documento -podría ser el de un hermano gemelo, o podría ser arduo relacionar la pésima foto con el careto sudoroso y carnal del interesado allí presente- y yo veo que está vivo, o al menos que lo parece".
Pero nadie se lo dice. Y, lo que es más sorprendente, nadie regatea sus honorarios.
Yo he ido hace poco a un notario a que legitimara mi firma. Y sin ser perito calígrafo ni nada miró la de mi DNI y la que acababa de estampar en un documento y dijo que sí, que tacatá. (Aquí "tacatá" significa equis -suficientes, bastantes- euros). Los pagué religiosamente y no dije ni mu. Ni se me ocurrió decirle: "Me parece a mí que tenéis un cuajo..." 

Porque, hay que decirlo claramente, lo del certificado energético puede que sea una filfa, pero no es un sacacuartos. Y no lo es a la vista de la feroz carrera que hacemos unos contra otros para ver quién lo hace más barato. Desde luego cuartos no sacamos.
Los clientes saben ya esto y se chotean de nosotros, y nos echan a la arena a que nos peleemos por unas migajas. Por unos céntimos.

Pues bien; hay que decirlo ya: Eso se ha acabado.

Primero. Queridos compañeros: Dejemos de hacer el imbécil y de tirar nuestros honorarios por los suelos.
Segundo. Pongámonos corbata y casco hasta para meternos en la cama.


(Lo de "corbata y casco" es más para chicos. Para chicas también puede valer, pero luego diré algunas variantes).

¿Por qué nadie le tose a un notario? ¿Por qué se le llama de usted y se le trata con respeto? Pues porque se hace respetar. ¿Y cómo lo consigue, si no sabe recitar más novelistas decimonónicos rusos que nosotros ni juega mejor al ajedrez? Pues por varios motivos: El principal es porque va con riguroso traje y corbata hasta en la playa.

Un notario es una persona que sabe que su vestimenta es su carta de presentación y también su barrera de defensa que marca distancias, mientras que un arquitecto es un bobalicón que se viste como un adolescente o como un actor cómico de zarzuela.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Vida perra

Sé que algunos leéis lo que escribo y pensáis que me dedico a mi blog con la tranquilidad de quien tiene la vida resuelta con las pingües rentas que le proporcionan sus cientos de rebaños de ovejas merinas, sus docenas de cotos de caza, sus miles de vacas tudancas, sus minas de tungsteno y todas sus regalías y privilegios.
Pero no es así. Aunque no lo creáis yo vivo de (iba a decir "la arquitectura"; falso) la explotación profesional, sea del modo que sea, del título de arquitecto que obtuve después de años de hacer el ridículo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Y así sigo: haciendo el ridículo.

Por eso hace ya demasiados días que no escribo aquí, porque tengo que dedicarme a hacer cosas raras por las que intento cobrar algún dinero con el que mantener mi oronda silueta.

El otro día me llamó una mujer para pedirme un certificado energético de su casa, otro descriptivo y una georre... georre...
-Georreferenciación.
-Eso.
de una casa que:
-Hicimos mi marido y yo en la calle xxxxxx número trece pero que no es el trece es el cuatro pero está detrás del seis no se ve desde la calle es que mi suegro tenía una casa y en su patio nos hicimos dos casas una para mi cuñado y otra para mi marido y para mí pero no tenemos escrituras porque claro como no da a la calle porque se entra por el garaje de mi suegro pues nos ha dicho el notario bueno me ha dicho a mí porque mi cuñado ya no.
-De acuerdo -dije sin enterarme de casi nada-, ¿cuándo le parece bien que nos veamos?
-¿Tiene usted que venir por aquí?
-Sí, claro.
-Ah... ¿Le viene bien mañana a eso de las diez de la mañana?
-Sí. Muy bien.
-Pues deje el coche en el número seis que hay como una explanada con una panadería y vaya hacia el número cuatro pero no es el número cuatro en el cuatro hay una casa de ladrillo visto no es esa y al lado hay una puerta bueno una puerta sí vamos de hierro como de chapa negra... Y si no atina cuando esté allí me llama.
-De acuerdo. Mañana nos vemos.
Al día siguiente llegué con facilidad a la panadería, aparqué allí y anduve hasta el número cuatro, vi la casa de ladrillo visto y nada más. La puerta que no era una puerta, vamos, sí, una puerta de hierro como de chapa negra... no la veía.
Anduve arriba y abajo y entonces reparé en que lo que había tomado por una medianera ciega hacía un pequeño remetido y detrás había una puerta de hierro como de chapa negra.
Me acerqué a la puerta y llamé a un timbre que colgaba de la pared.
En ese momento escuché un rugido sobrecogedor que venía in crescendo
brrraaaauuummmmgrrrrrrraaaauuuuummgrrr
y me quedé aterrorizado: Algo que yo no podía ver se acercaba a mí a espantosa velocidad. Esa cosa se estampó contra la puerta por el otro lado de donde yo estaba: Booooom. La puerta se estremeció con el golpe, y yo casi me desmayé del susto.
Después del golpetazo el rugido se convirtió en una ráfaga larguísima de ladridos feroces. 


Oí la voz apurada de una mujer: "Calla, Hitler, calla". Oí cómo manipulaban la cerradura y la puerta se abrió. La mujer, bastante avergonzada por Hitler, me preguntó: "¿Es usted el arquitecto?", y sin dejarme contestar me pidió: "Pase, pase". Yo me aseguré de que el perro fuera recluido en otro sector del patio y entonces pasé. El perro me ladraba y me hacía señas como de "me he quedado con tu cara y tarde o temprano te mataré".
-Vaya con el perro -dije con un hilo de voz.
-No es mío. Es de... "la vecina".
O sea, que la casa original y las dos "casas raras" compartían patio y perro.