Ya lo he asumido y se me está pasando un poco, pero qué disgusto y qué ofensa más grande.
Sí, en ese sillón de mi estudio se sentó una chica muy joven (conozco a sus padres, y a ella la he visto corretear de niña) para pedirme que le hiciera el proyecto de su casa. Venía con el típico papel cuadriculado en el que, como tantos clientes, había dibujado en planta el croquis de su casa. Pero en este caso, a diferencia de los demás, tenía bastante buen criterio arquitectónico y además ella buscaba una "estética moderna".
Me puse muy contento ante esa rareza tan estupenda. Hablamos un rato con entusiasmo. La verdad es que esa casa tenía muchas posibilidades. Le dije que en ese momento no podía darle un presupuesto exacto, que me comprometía a cerrar en una próxima reunión, pero sí que le avancé una cifra aproximada de lo que podrían suponer los honorarios del arquitecto y del arquitecto técnico, y le insistí en que era una cosa muy grosera que habría que afinar, seguramente a la baja.
Aceptó lo que le dije y quedamos en que nos veríamos en seguida. Nunca más volvió a aparecer.
A los pocos meses vi que las máquinas estaban desbrozando la parcela (que para más inri está muy cerca de mi casa y por cuyo frente paso casi a diario), y ya sin parar hicieron las zanjas de cimentación, las hormigonaron, pim pam, pim pam, hasta rematar la cubierta.
En la valla de obra leí el nombre del arquitecto, con quien me he cruzado en varios pueblos de la provincia y sé que es bastante más barato que yo, así que supongo que cuando ella fue a verle y él le dio precio no esperó a que yo le afinara el que le había dado porque era incomparable. Yo me tengo por muy barato, incluso por indecorosamente barato, pero este puede llegar a cobrar, en algunos casos, incluso la mitad que yo. Lo he comprobado en otros sitios y me ha dado la sensación de que somos como dos pistoleros del oeste que se van cruzando aquí y allá. que se enfrentan a menudo y siempre gana el mismo.
Lo que más me duele es que esa chica tan maja y tan simpática (conozco a sus padres, y a ella la he visto corretear de niña) no viniera una segunda vez, no me diera la oportunidad de explicarme. Me descartó en cuanto el delincuente (a quien Dios confunda) la sedujo con sus honorarios ridículos.
Además tengo la parcela al lado, y el inmundo es de otro pueblo. ¿Quién iba a dirigir esa obra mejor que yo? ¿Quién iba a acudir con mayor diligencia ante cualquier duda o cualquier problema?
(Pues resulta que el impresentable, según me dijo un albañil, es de los que van a la obra y actúan con responsabilidad y prontitud. ¡Bah!)
He visto la obra con molestísima asiduidad; ya digo. Y una vez vi un mal enjarje y casi grité: "¡JA! ¡GRIETA SEGURA!" Está muy mal que lo diga, pero casi fui feliz.
La obra se terminó hará como un año, y la grieta no sale. Estoy perdiendo ya la esperanza de que lo haga.
Aparte de este oprobio tengo otro: De vez en cuando me llama alguien que solicita mis servicios. Siempre para algo muy poco apetecible, sobre todo para él: un certificado de eficiencia energética o uno de accesibilidad para abrir un establecimiento. Chorradas obligatorias y desagradables. Sacacuartos. Me llama con resignación y aburrimiento porque alguien le ha dado mi teléfono. Cuando le digo que estoy jubilado y no le puedo hacer ese trabajo se queda muy desanimado. No sabe a quién más recurrir e incluso me pregunta si conozco a alguien.
Entonces yo, con mi mejor educación, le grito: "¿QUE NO ENCUENTRA A NADIE MÁS? ¿QUE NO CONOCE A NINGÚN OTRO ARQUITECTO? ¡PUES SI LE DIJERA QUE SÍ Y LE DIERA UN PRESUPUESTO ENCONTRARÍA A ALGUIEN EN POCOS SEGUNDOS! ¡VÁYASE USTED A ZURRIR MIERDAS CON UN LÁTIGO, SO MAMELUCO!" Y le cuelgo.
Y la grieta de esa casa sigue sin aparecer. Desde luego es que no hay derecho.
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