lunes, 4 de abril de 2022

Las botas de goma

A Emilio. (Esta historia me la ha contado él).


A raíz de mi antepenúltima entrada ("Mucho hierro") mi amigo Emilio me llamó y estuvimos un rato charlando sobre tanta gente que interviene en las obras y sabe tanto de estructuras que nos dejan en mal lugar, siempre sospechosos y a menudo desautorizados, puesto que aseguran que llevan toda la vida haciendo eso y que saben más que nosotros.

Aprovecho para decir que siempre he aprendido de quienes hacen las obras y que, efectivamente, saben muchas cosas que yo ignoro. Pero también he de decir que ellos ignoran algunas cosas que yo sé, y que estaría bien que también me hicieran caso de vez en cuando, como se lo hago yo siempre, pues a menudo he asistido y sigo asistiendo a obras en las que hay operarios que tienen toda la experiencia práctica que se pueda tener, y realizan su trabajo con una habilidad manifiesta, pero ignoran cualquier fundamento básico teórico sobre lo que están haciendo.

Para iluminarme sobre este asunto, Emilio me dijo una anécdota que Ricardo Aroca contaba a menudo en sus clases.

Decía que hizo una vivienda unifamiliar con una considerable losa de hormigón armado en voladizo. En una visita de obra supervisó el encofrado y dio instrucciones sobre la armadura, que estaban empezando a colocar.

El encargado le dijo que parecía haber un error en una leyenda de un plano y en el detalle constructivo, puesto que en ambos sitios daba la sensación de que el armado iba arriba.

Aroca le dijo que, en efecto, la armadura iba arriba. El encargado le contestó que eso no podía ser; que él llevaba décadas armando losas y la armadura iba siempre abajo.

El arquitecto le explicó que en las losas apoyadas en los bordes la armadura iba abajo, pero que en los voladizos tenía que ir arriba. Los planos estaban bien.

El encargado, incrédulo, no terminaba de asumir que el arquitecto fuera un incompetente de tal calibre, y este a su vez dudaba que el otro fuera a hacer lo que estaba proyectado, así que pacientemente le intentó describir cómo flectaba una losa apoyada en sus bordes y cómo lo hacía una en voladizo. 

Supongo que utilizaría las manos para hacer flexiones virtuales en un sentido y en otro, cóncavo y convexo, mientras explicaba la naturaleza de cada caso. No lo sé. Yo lo habría hecho. Parece bastante intuitivo: "Mire: Si aprieto así (ñiiic) la losa se dobla así (muuuac). Se estira por abajo y se contrae por arriba. Pero si hago al revés..." [Etcétera]. Bueno, yo al menos lo intentaría explicar así. (Soy muy onomatopéyico).

Lo que me parecería tal vez demasiado pretencioso sería explicarle que en un caso se conviene en que el momento flector es de signo positivo y en el otro negativo. Pero hasta eso debió de hacerlo alguien alguna vez, porque con la tontería de que las armaduras que se ponen en obra sobre las viguetas de los forjados son para resistir "los negativos" se pasó a llamarlas "negativos", y en consecuencia toda barra de acero que se usa para armar hormigón es llamada "negativo", al menos por aquí, sea para momentos negativos, positivos o mediopensionistas.

-Chico, trae acá esos dos negativos del dieciséis.
-Jefe, no nos quedan negativos del diez. ¿Le importa que los pongamos del doce?
Y así todo el tiempo, con los puñeteros negativos.

Esas cosas de la foto en mi pueblo se llaman negativos

Pero vuelvo a Aroca, que me pierdo.

Vio que no estaba convenciendo al encargado, pero ni mucho menos, así que optó por el otro enfoque: "Yo soy el arquitecto, soy el responsable de lo que vaya a ocurrir y por lo tanto usted va a hacer lo que yo le diga".

Así que se apalancó en la obra y comprobó que cada redondo de acero corrugado se colocara exactamente como venía en los planos, arriba, sí, arriba, y no dejó oportunidad al encargado de que lo hiciera a su gusto y criterio.

Al cabo de todo ese tiempo aún esperó a que llegara la cuba de hormigón y rellenara todo aquello con la pastosa y bendita masa gris, y a que se vibrara bien.

Solo entonces se despidió de todos, se subió a su coche y se marchó tranquilo y en paz.

La urbanización en la que estaba esa parcela era una ladera de fuerte pendiente, y Aroca se fue hacia arriba. A medida que se alejaba de la obra la calle iba ascendiendo y haciendo curvas. En una de ellas vio ya su casa muy abajo, y le pareció notar algo raro. Paró el coche y se apeó para asomarse mejor.

Allí abajo, a sus pies, pudo ver al encargado calzado con botas de goma y saltando frenéticamente sobre el hormigón fresco, intentando con toda su alma bajar la armadura al lugar donde debía estar; donde siempre había tenido que estar.




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Addenda 5 de abril

Mi amigo y compañero José-Vidal Sánchez Biezma me señala que la última escena de esta entrada, con Aroca yéndose en coche, es poco creíble, y que lo normal sería que se fuera en su famosa moto BMW.

Es cierto. Emilio me contó la historia, y yo la visualicé y la conté como la veía. Y no sé cómo pude verla así.

Aroca llegaba a la escuela de arquitectura en su moto, con su melena saliéndosele del casco y su barba al viento. Solía llevar un peto vaquero con un bolsillo pectoral corrido de lado a lado lleno de lápices, bolis y rotuladores. La verdad es que lo del coche es poco creíble.

Le tengo que preguntar a Emilio, pero si Aroca no contó expresamente que había ido en coche a esa obra hay que entender que lo hizo en moto.



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