jueves, 26 de agosto de 2010
Vértigo horizontal
Transcribo un fragmento de la página 82 del libro Borges y la Arquitectura, de Cristina Grau (Cátedra, Madrid, 1989):
BORGES: Creo que Frank Lloyd Wright era un arquitecto admirable, un gran inventor de espacios, ¿no es cierto? Yo estuve, hace ya muchos años, en un museo de Nueva York que recién habían inaugurado.
GRAU: ¿El Museo Guggenheim?
BORGES: Sí, eso, el arquitecto fue Frank Lloyd Wright, ¿no?
GRAU: Efectivamente. ¿Y qué recuerda de su recorrido?
BORGES: Yo, por aquel entonces, estaba casi ciego, pero un ciego también ve.
GRAU: ¡…!
BORGES: Sí, yo recuerdo cuando estuve en el desierto. Yo sentía la enormidad de la extensión de arena, sentía el calor, el sol sobre mi cabeza, el aire seco, el viento que circulaba sin obstáculos, la ausencia de sonidos, todo eso… y sentí… ¿cómo le diría?... un vértigo horizontal.
GRAU: ¿Y en el Museo Guggenheim?
BORGES: Recuerdo su circularidad. Verá, yo no podía distinguir los objetos, pero sí la luz y yo notaba que el recorrido no era en línea recta, …íbamos bajando (con mi madre), en círculos, porque la luz siempre estaba a la derecha, una luz que provenía de una cúpula de cristal, me dijeron, y que yo notaba sobre mi cabeza, como si no estuviéramos en un edificio, sino al aire libre, y yo me preguntaba angustiado si todo acabaría abruptamente, en el vacío y me despeñaría…
La primera vez que leí esto fue en casa de Juan Daniel Fullaondo (tengo que hablar de él muy pronto). Lo leí apresuradamente mientras hablábamos, discutíamos, nos reíamos y todo eso (qué bien lo pasábamos), sin prestar la atención debida. La expresión “vértigo horizontal” me sacudió. Qué buena. Pero estaba pensando en el Guggenheim y ni reparé en lo del desierto. Relacioné la genial contradicción vértigo + horizontal con el museo de Wright. Había estado allí unos años antes y había sentido vértigos diversos. Me pareció que ese le iba como un guante al edificio de Wright (y a casi toda su arquitectura).
El vértigo vertical descendente es el que uno esperaría tener, y allí se siente (no demasiado) al asomarse desde arriba al vacío interior.
Luego hay un vértigo horizontal cuando uno desciende lentamente la rampa (que no describe una hélice inscrita en un cilindro, sino en un cono invertido). La sección de la rampa no tiene pendiente transversal, pero yo la sentía.
Y luego está el vértigo vertical ascendente, también asomándose al vacío central, pero hacia arriba, hacia la cúpula de luz que le impresionó tanto a Borges.
Wright en el Guggenheim es un maestro de vértigos.
Otro tema que apunta Borges es su temor a que la rampa termine abruptamente. Nada de eso. El maestro hace un remate final, un pespunte. Da la vuelta, vuelve la rampa sobre sí misma y soluciona el difícil asunto del fragmento de un infinito (asunto que también fascinaba a Borges). La rampa del Guggenheim no es un trozo de infinito cogido al azar, sino un ente completo y terminado, rematado y resuelto.
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