(Nota previa nº1: Escribo los post en word, y estoy harto de sus correcciones automáticas y estúpidas. No es mi culpa que este programa presuntuoso y chulesco no tenga ni idea de cine ni de nada, y que sólo conozca balances contables, pero el Valance de Liberty Valance es con uve. ¡Con uve! Me lo cambia sin pedirme permiso y tengo que ir luego yo por detrás, a escondidas, volviéndolo a cambiar sin que se entere. Y las veces que se me pasa algo por alto, ¿qué? Estoy harto).
(Nota previa nº 2: No me gusta destripar las películas. Ni siquiera Psicosis –alguien habrá que aún no la haya visto todavía-. Ésta la voy a contar muy por encima, pero si no la habéis visto preferiría que no leyerais lo que sigue. Id corriendo a verla, en vez de perder el tiempo aquí).
El Hombre que Mató a Liberty Valance es una de mis diez películas favoritas, y también de mis cinco, y también de mis tres. Pero como las otras dos cambian según el momento y el estado de ánimo, y ésta permanece siempre en mi Olimpo particular, creo que puedo afirmar que es mi película favorita. La he visto más de cinco veces y menos de cincuenta, y siempre encuentro algún detalle nuevo, o, lo que es mucho mejor, me emociono confirmando los que ya me sé de memoria. Los comento siempre con mi amigo Emilio (ya hablé de él), y nos emocionamos los dos.
Tantas cosas, tantos años, tanta tiernísima desolación, tanto amoroso desamparo, no se pueden resumir en un folio, así que elijo un solo asunto.
La película es de 1962, y es de la última época de Ford. John Ford realizó los westerns más memorables, cantando la fuerza y celebrando la tosquedad de los pioneros. John Ford nos hizo reír con las meras borracheras burras de gente como Victor McLaglen (qué tío), y luego nos hacía llorar con uno de estos tipos llevando un manojo de flores secas a la tumba de su esposa, y hablando con ella de las trivialidades del día. Dos recursos muy facilones: la risa tonta causada por una pelea de borrachos y la lagrimita fácil por un contraluz y una música de fondo. Pero, amigos, eso es el cine; y Ford lo sabía controlar con mano admirable.
Y, de repente, esta película nostálgica y dulce: Los buenos tiempos se terminan, y están naciendo otros que a John Ford no le gustan, pero sabe que son más justos, y hace una película que lo muestra.
Aparece un pobre patán, Ransom Stoddard (James Stewart), que acaba de terminar la carrera de Derecho y pretende establecerse en el Oeste sin ley. (El actor tenía 53 años, y hacía el papel de un jovencito, pero era el cine de las estrellas. Entonces nadie veía extraño que un Gary Cooper sesentón hiciera de galán. Toda esa gente eran, además de estrellas, tan buenos actores que yo me los creo). Es un pardillo que roza el ridículo, pero le anima el ideal de la ley y de la civilización, y es tan cabezota como un héroe griego.
Este pardillo aterriza en Shinbone, recién atracado y apalizado por Liberty Valance (Lee Marvin) y sus hombres, y solicita la actuación de la justicia. ¿Qué justicia? El sheriff es como para salir corriendo, pero tranquilos: ya lo hace él (lo de salir corriendo).
El contrahéroe del abogadillo es Tom Doniphon (John Wayne), un hombre del lugar: fuerte, buen tirador, buen jinete, etc. Conoce perfectamente el ambiente salvaje. Es el mejor hombre de por allí. Está ampliando su casa, en su granja, porque va a casarse con la chica del mesón (Vera Miles).
Poco a poco a Tom Doniphon todo empieza a salirle mal: Su novia se interesa mucho por el recién llegado, que muestra una educación, unos modos y unos ideales que allí nunca se vieron. Por otra parte, a su pesar, él se va dando cuenta de que lo que trae Ransom Stoddard es inevitable, y además es bueno para la colectividad, aunque entonces él dejará de ser el hombre que domina la situación.
A su pesar, y lleno de dolor, ayuda a su rival por el bien de la chica. Él la ama a ella, y por eso quiere que ella sea feliz con el abogado. Pero Tom no es un melifluo ni un héroe romántico. Es John Wayne.
Me parece un planteamiento digno de Shakespeare, pero resuelto con mejor pulso, con más mano. El mejor flashback de la historia del cine.
Es una historia desoladora, que habla de buenos tiempos que no volverán, y de ingratitud, y de sacrificio secreto, y de heroísmo incomprendido y no recompensado. Es uno de los mejores trabajos de James Stewart, pero el protagonista, el amo de la historia, su víctima y su razón de ser es John Wayne. Actorazo enorme.
Al final, después de tantas disquisiciones sobre la ley y la fuerza, sobre el contrato social y la ley de la selva, lo que de verdad importa es el hombre que mató a Liberty Valance y, todavía más, el que no lo mató.
(¿Lo he contado bien, Emilio?)
Atención: Este clip es sólo para los que ya sabéis la historia:
Y cuando abres un documento y escribes algo seguido de 2 puntos. ¿No estará escribiendo una carta? Sabré yo lo que estoy escribiendo. A mi el clip me cae mal, muy mal.
ResponderEliminarViene al hilo de aquello de simplificar los planteamientos. Cómo un hombre tan tosco, que anda tan mal, que tiene ese espectacular swing de muñeca cerrando puertas, que se puede guardar cerillas tan grandes, en el bolsillo, sin destrozarse las ingles, que tira rodando el vaso del winkis. que maneja el Winchester-45 como si fuera una escopeta de aire comprimido...Dios mío, que hombre!!!, si, ese hombre abandona el campo y deja que un cagatintas politiquillo le levante a la chica y le joda la reforma de su casa? y todo eso porque la ama: yo quiero andar así de mal y cuando vaya al Amedros pienso tirar el vaso vacío por la barra, Ale!!!, con dos cojones y no pienso arrepentirme por matar malos.
ResponderEliminarMe alegra verte por aquí, Alexandro. Efectivamente, un hombre tosco. En cuanto al actor, se le ha menospreciado a menudo. Yo sostengo que John Wayne podría haber hecho un Hamlet más que aceptable si se lo hubieran propuesto, mientras que Lawrence Oliver nunca podría haber hecho este papel de Tom Doniphon.
ResponderEliminar(Y no digamos, en "La Diligencia", cómo la para, como tú dices, girando el Winchester sobre su dedo como si fuera una escopetilla. Y qué clase tiene. Y cómo se retira, íntimamente derrotado, cuando todos son felices al final en "Centauros del Desierto").
Recuerdo, amigo, una frase de Mick Jagger respondiendo a una critica de Bob Dylan. Estaba el de Minnesota un pelito moscardón porque los Stones habían grabado Like a Rollin' stone y Dylan amenazaba con grabar cosas de los ingleses y Jagger dijo: "Nosotros hemos hecho Like Rolling Stone, y estoy deseando ver a Bob hacer Satisfaction".
ResponderEliminarCiertamente el Craso de Spartacus no tiene nada que ver con el Ethan Edwards de The Searchers.
Nota: no conocí, personalmente, al Duke. No me consta que fuera un hombre tosco. Hizo papeles de hombre tosco y los hizo muy bien, a mí me gustaron mucho.
Acabo de venir de vacaciones. Acabo de leer la entrada. Y aún no acaban de secarse mis ojos. Esa película, y sobre todo las horas que hemos pasado comentándola, forman parte de mi leyenda... y ahora sé que mi leyenda es real (¿verdad?).
ResponderEliminarGracias por la entrada, gracias por todas esas horas, gracias por todo....
Leí esta entrada hace ya días, y anoche me volví a ver la película. Yo no la he visto tantas veces, ayer debió ser la tercera o la cuarta...
ResponderEliminarEs increíble, una película del oeste, de hombres toscos, borrachos, de tiros, de bromas groseras como la de los botes de pintura... tan tierna, tan emotiva y tan íntima.