El gran escritor Alejandro Dumas (padre) tenía una cara que se la pisaba. Vivía a tope, siempre en la cuerda floja. Ganaba muchísimo dinero y se gastaba todavía más. Era un pinta, un sinvergüenza, un gran amigo.
En cuanto a su trepidante forma de vida, le venía de herencia: Su padre -el Conde Negro- cuando tenía doce o trece años había sido vendido como esclavo por el abuelo, quien con el dinero obtenido viajó a París a recuperar su herencia. Una vez recuperada, el abuelo recompró a su hijo, que se convirtió más tarde en uno de los mejores espadachines de Francia, y llegó a general. El Conde Negro murió muy joven, de cáncer, y dejó huérfano a Alejandro con cuatro años.
Comprenderéis fácilmente que con estos antecedentes personales las novelas de enredo y aventuras salen solas.
Comprenderéis fácilmente que con estos antecedentes personales las novelas de enredo y aventuras salen solas.
Alejandro Dumas, por Nadar
Alejandro Dumas se dedicó frenéticamente a la escritura, frenéticamente al amor, frenéticamente a la caza, a la comida, a la bebida, a la juerga y a la amistad.
Era un hombre apasionado y excesivo.
Era un hombre apasionado y excesivo.
En sus mejores momentos cobraba verdaderas fortunas por sus novelas, y se las gastaba en un abrir y cerrar de ojos. Contraía deudas, huía, todo ello como si él fuera uno de sus inolvidables personajes.
En aquella época causaban sensación las novelas por entregas: Novelas que el escritor empezaba teniendo sólo una vaga idea de cómo iban a seguir, y que en función del éxito que iban teniendo, y a instancias del editor de los folletines, estiraba y ramificaba.
En esas condiciones era muy difícil que cualquier escritor, que iba improvisando cada entrega, siguiera el hilo de sus novelas. Y más si estaba simultaneando cuatro o cinco.
Por ello, Dumas tenía varios "negros". (Se llaman así, sobre todo en el ámbito literario, pero se aplica y extiende a cualquier otro, a los colaboradores anónimos, cuyos nombres no figuran en las obras y cuyos méritos vampiriza el autor "nominal" u "oficial", que se lleva la fama y el dinero mientras los malpaga).
Tan frenética era la producción de Dumas (padre) y tal dependencia llegó a tener de sus negros que al parecer en una ocasión le preguntó a su hijo: "¿Has leído mi nueva novela?"; a lo que el hijo le contestó: "Yo sí. ¿Y tú?"
También se cuenta la anécdota, seguramente falsa pero muy buena a mi juicio, de que uno de los negros de Dumas murió repentinamente, dejando empantanada una novela cuyo esquema y plan de desarrollo no conocía el famoso escritor, que se limitaba a corregir, "adornar" y "meter chicha" a los capítulos que le iba escribiendo su colaborador.
En esa situación, el genial escritor se veía en la necesidad de releer rápidamente todo lo publicado hasta la fecha y pergeñar en un pispás la siguiente entrega del folletín.
Dumas estaba bastante agobiado.
Pero entonces llamaron a su puerta. Era un joven apocado y tímido, que llevaba una carpeta bajo el brazo. Le dijo:
-Señor Dumas, yo le estaba escribiendo esta novela a Fulano (el negro de Dumas), pero como se ha muerto no sé qué hacer con el nuevo capítulo, así que se lo traigo a usted.
Como dice el dicho italiano, se non è vero è ben trovato.
Y así el negro de segunda instancia (negro de negro) pasó a ser negro de primera.
Ya digo que esta anécdota es apócrifa. Así que para compensar, y como no quiero ser tildado de bocazas indocumentado (o sí), os cuento ahora una historia real.
De los negros de Dumas el más conocido fue Auguste Maquet. Colaboró con Dumas en bastantes obras, entre ellas en sus dos novelas más grandes: Los Tres Mosqueteros y El Conde de Montecristo. Maquet se documentaba, hacía el esquema y escribía el borrador de cada entrega, que recibía entonces el "toque mágico" de Dumas.
Obviamente, en el reparto de dinero Maquet salía muy perjudicado; tanto que acabó mal con Dumas, demandándole y separándose airadamente de él.
Maquet se quejaba de que él hacía todo el trabajo, mientras que Dumas se dedicaba a juguetear con el texto metiendo chorradas. Convencido de su mérito, a partir de entonces Maquet escribió sus propias obras de teatro y sus propias novelas: pésimas.
Maquet hacía unas novelas estructuradas y documentadas, pero insípidas, tediosas, malísimas. Dumas agarraba ese bocadillo de pan con pan y le metía carne, pimienta, vinagre... Escribía una divertida descripción por aquí, una ingeniosa respuesta por allá, un gesto pícaro, una pelea, una borrachera... Le insuflaba vida a ese cartonaje mortecino.
El público quería esas pasiones románticas, esos excesos, incluso aunque implicaran incoherencias o "fallos de raccord". Las novelas de Dumas están llenas de vida y de pasión, mientras que las de Maquet son correctos esquemas al alcance de cualquier persona medianamente cuidadosa, pero sin ningún talento.
Cuento todo esto porque los arquitectos también trabajamos en equipo. Hoy es imposible hacer un proyecto mediano en solitario. Tienen que intervenir varias personas. A veces hay técnicos externos, profesionales independientes, pero más frecuentemente son 'el equipo' del estudio del arquitecto, 'equipo' que no suele figurar ni aparecer en los créditos. El arquitecto se lleva todo el mérito y también toda la responsabilidad.
He visto de todo: desde arquitectos minuciosos que se tiran meses resolviendo cada detalle personalmente y que sólo confían a terceros misiones muy secundarias y rutinarias hasta descuidados y caraduras que delegan todo el trabajo y al final tan sólo "echan la firma". (Ahora con la firma digital ya ni eso: Su secretaria tiene las claves para mandar el proyecto a visar). Entre esos extremos lo normal es que el arquitecto esté en alguna situación intermedia: que sea el "motor" del proyecto, que lo dirija y coordine y que le dé "el toque maestro".
En todo caso, un buen arquitecto es un "gestor" de un equipo, un "líder" (en el buen sentido de la palabra) que debe ser capaz de estimular a sus colaboradores, de sacar el mejor partido de ellos y de dar tanto las pautas esquemáticas como el "toque".
Y también, naturalmente, ha de ser capaz de pagarles bien, de reconocer su valía y de agradecerles su trabajo y mencionarlos con satisfacción, orgullo y gratitud cada vez que tenga ocasión.
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Tan frenética era la producción de Dumas (padre) y tal dependencia llegó a tener de sus negros que al parecer en una ocasión le preguntó a su hijo: "¿Has leído mi nueva novela?"; a lo que el hijo le contestó: "Yo sí. ¿Y tú?"
También se cuenta la anécdota, seguramente falsa pero muy buena a mi juicio, de que uno de los negros de Dumas murió repentinamente, dejando empantanada una novela cuyo esquema y plan de desarrollo no conocía el famoso escritor, que se limitaba a corregir, "adornar" y "meter chicha" a los capítulos que le iba escribiendo su colaborador.
En esa situación, el genial escritor se veía en la necesidad de releer rápidamente todo lo publicado hasta la fecha y pergeñar en un pispás la siguiente entrega del folletín.
Dumas estaba bastante agobiado.
Pero entonces llamaron a su puerta. Era un joven apocado y tímido, que llevaba una carpeta bajo el brazo. Le dijo:
-Señor Dumas, yo le estaba escribiendo esta novela a Fulano (el negro de Dumas), pero como se ha muerto no sé qué hacer con el nuevo capítulo, así que se lo traigo a usted.
Como dice el dicho italiano, se non è vero è ben trovato.
Y así el negro de segunda instancia (negro de negro) pasó a ser negro de primera.
Ya digo que esta anécdota es apócrifa. Así que para compensar, y como no quiero ser tildado de bocazas indocumentado (o sí), os cuento ahora una historia real.
De los negros de Dumas el más conocido fue Auguste Maquet. Colaboró con Dumas en bastantes obras, entre ellas en sus dos novelas más grandes: Los Tres Mosqueteros y El Conde de Montecristo. Maquet se documentaba, hacía el esquema y escribía el borrador de cada entrega, que recibía entonces el "toque mágico" de Dumas.
Obviamente, en el reparto de dinero Maquet salía muy perjudicado; tanto que acabó mal con Dumas, demandándole y separándose airadamente de él.
Maquet se quejaba de que él hacía todo el trabajo, mientras que Dumas se dedicaba a juguetear con el texto metiendo chorradas. Convencido de su mérito, a partir de entonces Maquet escribió sus propias obras de teatro y sus propias novelas: pésimas.
Maquet hacía unas novelas estructuradas y documentadas, pero insípidas, tediosas, malísimas. Dumas agarraba ese bocadillo de pan con pan y le metía carne, pimienta, vinagre... Escribía una divertida descripción por aquí, una ingeniosa respuesta por allá, un gesto pícaro, una pelea, una borrachera... Le insuflaba vida a ese cartonaje mortecino.
El público quería esas pasiones románticas, esos excesos, incluso aunque implicaran incoherencias o "fallos de raccord". Las novelas de Dumas están llenas de vida y de pasión, mientras que las de Maquet son correctos esquemas al alcance de cualquier persona medianamente cuidadosa, pero sin ningún talento.
Cuento todo esto porque los arquitectos también trabajamos en equipo. Hoy es imposible hacer un proyecto mediano en solitario. Tienen que intervenir varias personas. A veces hay técnicos externos, profesionales independientes, pero más frecuentemente son 'el equipo' del estudio del arquitecto, 'equipo' que no suele figurar ni aparecer en los créditos. El arquitecto se lleva todo el mérito y también toda la responsabilidad.
He visto de todo: desde arquitectos minuciosos que se tiran meses resolviendo cada detalle personalmente y que sólo confían a terceros misiones muy secundarias y rutinarias hasta descuidados y caraduras que delegan todo el trabajo y al final tan sólo "echan la firma". (Ahora con la firma digital ya ni eso: Su secretaria tiene las claves para mandar el proyecto a visar). Entre esos extremos lo normal es que el arquitecto esté en alguna situación intermedia: que sea el "motor" del proyecto, que lo dirija y coordine y que le dé "el toque maestro".
En todo caso, un buen arquitecto es un "gestor" de un equipo, un "líder" (en el buen sentido de la palabra) que debe ser capaz de estimular a sus colaboradores, de sacar el mejor partido de ellos y de dar tanto las pautas esquemáticas como el "toque".
Y también, naturalmente, ha de ser capaz de pagarles bien, de reconocer su valía y de agradecerles su trabajo y mencionarlos con satisfacción, orgullo y gratitud cada vez que tenga ocasión.
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Solamente en una ocasión me sorprendí cuando el compañero junto con el cual habíamos sido encargados de un proyecto -sustancioso claro, me dejó entrever que mi papel en el proyecto iba a ser de color.
ResponderEliminarLe mandé discretamente a la mierda.
Haré de negro lector: Te comiste la M de "también" en el último párrafo (a no ser que sea un toque maestro para llamar la atención).
ResponderEliminarCorregido. Muchas gracias, Kuto. Que conste aquí públicamente mi agradecimiento. (No quisiera que padecieras el anonimato de la negritud).
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