Dedicado a mi (ex) socio Tomás Saura
He puesto el título en latín, socius, porque significa algo más que socio.
Según mi modesto diccionario Vox, socius se puede traducir por: asociado, en común, cómplice, aliado, compañero, socio y pariente.
Todo eso ha sido Tomás para mí (y yo para él). Incluso parientes, porque a su vez el diccionario embebe ese término en el concepto de ser de la misma traza, condición, etc.
Y sin embargo somos completamente diferentes.
He hablado aquí de él alguna vez, pero muy de pasada, y creo que ya es hora de dedicarle una entrada.
Los dos somos muy púdicos anímicamente, y muy poco dados a moñeces, carantoñas y demás expresiones de ese tipo. Me resulta raro hablar aquí de él y decir cuánto le aprecio.
Tomás y yo nos conocimos en Seseña (Toledo), mi pueblo, y durante una temporada competimos lealmente. (Ya sabéis en qué consiste esa lealtad: "Este cabronazo se ha llevado el encargo"). La verdad es que yo tenía más encargos que él, pero los suyos, aunque algo menos numerosos, eran bastante más suculentos.
Una virtud de Tomás es que va al grano y no se anda con tonterías. Un buen día, en 1990, me propuso que nos uniéramos. A mí me pareció bien. Uno de Seseña me vaticinó que no íbamos a resistir juntos ni un año. Resistimos veinte, y aún nos llevamos muy bien.
Él vivía en Madrid y yo en Seseña. ¿Dónde montar el estudio? Por aquella época en Seseña no había ni una mala papelería, y no digamos una casa de copias. Tampoco era fácil conseguir que viniera un delineante. Aquí era todo muy difícil.
Así que decidimos montar el chiringuito en Madrid (también con la secreta ambición de que allí nos saliera algo, cosa que no ocurrió), y nos instalamos en la calle del General Arrando, número 36, en un apartamento pequeñísimo, pero en un entorno muy agradable. Su suegro tuvo que avalarnos ante la inmobiliaria para que nos lo alquilara.
Allí empezamos, el uno de marzo de mil novecientos noventa, en esa lata de sardinas. Al año siguiente nos mudamos a uno más grande y a partir de ahí todo fue crecer.
Hemos trabajado muchísimo, y esa era la gran virtud de nuestro estudio: que tenía muchísimo trabajo. Tomás ha sido siempre muy 'echao p'alante', y conseguía muy buenos encargos, y se metía en los charcos, y yo le apoyaba. A veces le he dicho con toda sinceridad que he sido un privilegiado teniéndole al lado, porque gracias a él he hecho trabajos (y he ganado dinero) que por mí mismo ni habría soñado. Él me ha dicho (generosamente) que también estaba muy contento conmigo, porque mientras él se lanzaba a picotearlo todo, le era de gran ayuda ver que yo le apoyaba y era un sólido compañero. Bueno, vale, dejémoslo así.
Aunque compartíamos el trabajo, él cada vez estaba más volcado con las relaciones públicas y yo más metido en el estudio. Pero él en el estudio también estaba en su salsa. Dibuja muy bien y, sobre todo, le encanta planificar. No puede vivir sin un gran panel de corcho donde clavar cosas, esquemas, programas, lo que sea. Y es el número uno haciendo tablas larguíííííísimas en papeles larguíííííísimos (papel continuo, A3 empalmados, papel de plotter...) con plannings, desarrollos de dinero, de tiempo, de partes de un trabajo... de lo que sea. Dadle a Tomás un papel muy largo -pero muy largo- y muchos rotuladores de colores -pero muchos- y os arregla lo del cambio climático, los horarios de autobuses de la EMT y los calendarios de vacunación de las diecisiete comunidades autónomas.
El estudio se fue dividiendo cada vez más nítidamente en dos secciones: urbanismo y edificación, que casi llegaron a formar dos departamentos estancos. Él es un gran urbanista, y a mí me gusta calcular estructuras y tal. De modo que en la época de mayor boom y desmadre cada uno nos dedicábamos a trabajos y clientes diferentes.
Pero también hubo mucho trabajo en común, que todavía no sé cómo pudimos hacer, porque los dos somos bastante cabezotas y testarudos, y, después de haber hecho tantos, aún sigo sin saber cómo se hace un proyecto a medias. Pero, como fuera, los hacíamos; al menos en las fases de planteamiento. Luego cada uno desarrollaba una cosa.
Los dos hemos sido siempre leales y generosos. Hemos discutido mucho, lo normal. Yo soy muy cabezota, y justo en el momento más inoportuno tengo un punto socarrón-pesimista-sarcástico para darme dos tortas. Y él es muy metomentodo y 'dispón' y a veces también las pedía. Pero por encima de todo estaba nuestro aprecio mutuo y nuestra amistad.
Ahora que lo pienso veo que somos dos personajes bastante testarudos, de muy agradable trato para pasar un rato o tomar unas cañas, pero muy difícil para trabajar de igual a igual. Y sin embargo hemos trabajado con total fluidez durante veinte años, y cuando nos separamos no fue por ningún motivo personal, sino porque sencillamente llevaba ya bastante tiempo sin entrar más trabajo en el estudio y no podíamos seguir. Cada uno hizo lo que pudo, y seguimos viéndonos.
En los veinte años de tan estrecha relación no hemos ido nunca de vacaciones en familia, ni a los cumpleaños, ni esas cosas, y nuestros hijos apenas han coincidido algunas veces. No mezclábamos el trabajo con la relación familiar ni con el ocio, y sin embargo somos muy buenos amigos. Con el paso de los años nos hemos contado de todo y nos hemos apoyado, consolado o celebrado todo lo que nos ha ido pasando en nuestras vidas.
Como suele ocurrir en este tipo de relación, cuando trabajaba con él a menudo estaba saturado de él y de sus cosas, harto. Y él de mí, naturalmente. (Ya he dicho antes que soy bastante jartible a ratos). Ahora le echo mucho de menos.
POSTDATA:
No es que tenga mucho que ver, pero me apetece poner este vídeo. En este caso Count Basie, mayor que Oscar Peterson, hace como de maestro. Pero yo no voy por ahí. En nuestro caso no hubo nada de eso.
Sólo lo pongo porque me apetece ver cómo trabajan juntas dos personas muy individualistas y con mucha personalidad, pero que se compenetran aunque alguna vez se les note un ligero y muy estimulante gesto de pique o de desafío.
Es una colaboración creativa y mutuamente enriquecedora, como creo que fue la nuestra. Por eso lo pongo como colofón y guinda.
(Si te ha gustado esta entrada clica el botón g+1 que encontrarás aquí debajo. Muchas gracias).
Tomás y yo nos conocimos en Seseña (Toledo), mi pueblo, y durante una temporada competimos lealmente. (Ya sabéis en qué consiste esa lealtad: "Este cabronazo se ha llevado el encargo"). La verdad es que yo tenía más encargos que él, pero los suyos, aunque algo menos numerosos, eran bastante más suculentos.
Una virtud de Tomás es que va al grano y no se anda con tonterías. Un buen día, en 1990, me propuso que nos uniéramos. A mí me pareció bien. Uno de Seseña me vaticinó que no íbamos a resistir juntos ni un año. Resistimos veinte, y aún nos llevamos muy bien.
Él vivía en Madrid y yo en Seseña. ¿Dónde montar el estudio? Por aquella época en Seseña no había ni una mala papelería, y no digamos una casa de copias. Tampoco era fácil conseguir que viniera un delineante. Aquí era todo muy difícil.
Así que decidimos montar el chiringuito en Madrid (también con la secreta ambición de que allí nos saliera algo, cosa que no ocurrió), y nos instalamos en la calle del General Arrando, número 36, en un apartamento pequeñísimo, pero en un entorno muy agradable. Su suegro tuvo que avalarnos ante la inmobiliaria para que nos lo alquilara.
Allí empezamos, el uno de marzo de mil novecientos noventa, en esa lata de sardinas. Al año siguiente nos mudamos a uno más grande y a partir de ahí todo fue crecer.
Tomás y yo. Esa foto debe de ser de 1991, en nuestro segundo estudio
Hemos trabajado muchísimo, y esa era la gran virtud de nuestro estudio: que tenía muchísimo trabajo. Tomás ha sido siempre muy 'echao p'alante', y conseguía muy buenos encargos, y se metía en los charcos, y yo le apoyaba. A veces le he dicho con toda sinceridad que he sido un privilegiado teniéndole al lado, porque gracias a él he hecho trabajos (y he ganado dinero) que por mí mismo ni habría soñado. Él me ha dicho (generosamente) que también estaba muy contento conmigo, porque mientras él se lanzaba a picotearlo todo, le era de gran ayuda ver que yo le apoyaba y era un sólido compañero. Bueno, vale, dejémoslo así.
Aunque compartíamos el trabajo, él cada vez estaba más volcado con las relaciones públicas y yo más metido en el estudio. Pero él en el estudio también estaba en su salsa. Dibuja muy bien y, sobre todo, le encanta planificar. No puede vivir sin un gran panel de corcho donde clavar cosas, esquemas, programas, lo que sea. Y es el número uno haciendo tablas larguíííííísimas en papeles larguíííííísimos (papel continuo, A3 empalmados, papel de plotter...) con plannings, desarrollos de dinero, de tiempo, de partes de un trabajo... de lo que sea. Dadle a Tomás un papel muy largo -pero muy largo- y muchos rotuladores de colores -pero muchos- y os arregla lo del cambio climático, los horarios de autobuses de la EMT y los calendarios de vacunación de las diecisiete comunidades autónomas.
El estudio se fue dividiendo cada vez más nítidamente en dos secciones: urbanismo y edificación, que casi llegaron a formar dos departamentos estancos. Él es un gran urbanista, y a mí me gusta calcular estructuras y tal. De modo que en la época de mayor boom y desmadre cada uno nos dedicábamos a trabajos y clientes diferentes.
Pero también hubo mucho trabajo en común, que todavía no sé cómo pudimos hacer, porque los dos somos bastante cabezotas y testarudos, y, después de haber hecho tantos, aún sigo sin saber cómo se hace un proyecto a medias. Pero, como fuera, los hacíamos; al menos en las fases de planteamiento. Luego cada uno desarrollaba una cosa.
Los dos hemos sido siempre leales y generosos. Hemos discutido mucho, lo normal. Yo soy muy cabezota, y justo en el momento más inoportuno tengo un punto socarrón-pesimista-sarcástico para darme dos tortas. Y él es muy metomentodo y 'dispón' y a veces también las pedía. Pero por encima de todo estaba nuestro aprecio mutuo y nuestra amistad.
Ahora que lo pienso veo que somos dos personajes bastante testarudos, de muy agradable trato para pasar un rato o tomar unas cañas, pero muy difícil para trabajar de igual a igual. Y sin embargo hemos trabajado con total fluidez durante veinte años, y cuando nos separamos no fue por ningún motivo personal, sino porque sencillamente llevaba ya bastante tiempo sin entrar más trabajo en el estudio y no podíamos seguir. Cada uno hizo lo que pudo, y seguimos viéndonos.
En los veinte años de tan estrecha relación no hemos ido nunca de vacaciones en familia, ni a los cumpleaños, ni esas cosas, y nuestros hijos apenas han coincidido algunas veces. No mezclábamos el trabajo con la relación familiar ni con el ocio, y sin embargo somos muy buenos amigos. Con el paso de los años nos hemos contado de todo y nos hemos apoyado, consolado o celebrado todo lo que nos ha ido pasando en nuestras vidas.
Como suele ocurrir en este tipo de relación, cuando trabajaba con él a menudo estaba saturado de él y de sus cosas, harto. Y él de mí, naturalmente. (Ya he dicho antes que soy bastante jartible a ratos). Ahora le echo mucho de menos.
POSTDATA:
No es que tenga mucho que ver, pero me apetece poner este vídeo. En este caso Count Basie, mayor que Oscar Peterson, hace como de maestro. Pero yo no voy por ahí. En nuestro caso no hubo nada de eso.
Sólo lo pongo porque me apetece ver cómo trabajan juntas dos personas muy individualistas y con mucha personalidad, pero que se compenetran aunque alguna vez se les note un ligero y muy estimulante gesto de pique o de desafío.
Es una colaboración creativa y mutuamente enriquecedora, como creo que fue la nuestra. Por eso lo pongo como colofón y guinda.
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Bonita entrada. Qué difícil es a veces decir las cosas, ¿verdad?.
ResponderEliminarAh, y respecto al vídeo, muy bueno, pero quizá hubiese encajado mejor el de Kiko Veneno que dice "...lo mismo te echo de menos, que antes te echaba de más..." ja, ja!
Sí. Es difícil, porque me cuesta soltarme (soy pudoroso para estas cosas), pero una vez que me suelto me paso, y me puedo poner empalagoso.
EliminarHe intentado ser comedido, pero lo mismo lo lee Tomás y piensa: "Ya está este con sus cosas".
Podría contar mil anécdotas, y casi todas buenas.
Gracias por tu atención y tu comentario.
(Lo de Kiko Veneno igual me lo pienso y lo pongo como addenda).
Tuve una buena experiencia allá por los años de escuela con dos compañeros que compartíamos clase de proyectos.
ResponderEliminarNos juntábamos en una oscura vivienda de por allá General Ricardos y elabprábamos los proyextos a medias. Incluso los presntábamos a medias en clase, contándolos entre los tres, cosa que a los Pina-Miranda les tenía embelesados.
Pasó Nivel II, Nivel III, y al llegar a las presentaciones del fin de carrera la cosa se empezó a poner algo más espesa, que si empezamos hacieno el mío primero, que si me tengo que ir a la mili, que si mi mujer me toca un poquito las narices .... en fín, que aquéllo se quedó ahí y el posible estudio que habíamos mantenido cuando el churro económico no era un problema sino que sólo había el café con leche de la escuela, del pensar, de soñar, de la arquitectura, pues éso.
Que se quedó en nada.
Quién sabe como hubiéramos desarrollado nuestro tema si no se hubiera producido la diáspora.
Fue bonito, fue bueno, mientras duró.