jueves, 17 de julio de 2025

Heliotropos

Introduje mi anterior entrada contando un episodio de un escritor insoportable para mí que escribió un prólogo a un libro sin hablar de ese libro, sino de uno que había escrito él sobre el mismo tema. Pues bien, todos conocemos gente así de toda edad y condición, de todo lugar, profesión y pelaje, pero en la sacrosanta arquitecturidad es algo que se da muy especialmente. Y es que tenemos que tener siempre presente que nuestra profesión es muy de artista y de querer llamar la atención.

Me acaba de volver a pasar: un homenaje a un viejo arquitecto en el cual quienes decían unas palabras no lo hacían en honor del compañero (y en cierto modo maestro), sino en el suyo propio. Hay muchísima gente que solo sabe hacer autohomenajes.

A esa actitud permanente e insufrible de "el guapo soy yo", "el listo soy yo", "quien tiene que destacar a toda costa soy yo" la acompaña, lógicamente, un estilo verborreico pasmoso. Se trata de que nadie entienda nada. Se trata de decir "heliotropo" siempre que se pueda, sea eso lo que sea.

Nota: He buscado una palabra sorprendente en el fondo de mi memoria y me ha salido eso: "heliotropo". No sabía qué podía ser. Me podía sonar más o menos a "bicho vegetal" o algo así. He buscado una imagen en Google y me ha salido esta:

Heliotropo

Hay que decir siempre, venga o no venga a cuento, heliotropo, praxis, dicotomía, interrelación, aféresis, dialéctica... Esto puede hacerse incluso bien, cuando (espóradicamente) se usa una palabra rara porque es "le mot juste", que decía Flaubert, la palabra que significa exactamente lo que se quiere decir. Pero esta gente rimbombante no lo hace nunca bien. Lo hace siempre mal, y de dos maneras diferentes:

a) Entre varias palabras posibles busca siempre la más rara solo porque es la más rara, aunque no se adapte exactamente a lo que se pretende decir. Pero le da al rimbombante un supuesto barniz de cultura y exquisitez. (Y no es ni cultura ni exquisitez, sino solo rimbombancia).

b) Y peor: al fin y al cabo una palabra suelta es solo eso: una palabra. Lo que hace mucho más daño es la construcción de cada frase, el blablabla formado por castillos de naipes, voladizos insostenibles, frases subordinadas de subordinadas de subordinadas, alientos asfixiados, vómitos silábicos sin la menor gracia ni el menor interés.

Qué presente tendríamos que tener siempre a Juan de Mairena y qué poco caso le hacemos:

—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena. —No está mal.(1)

En definitiva, el homenajeado es lo de menos. Quien importa soy yo, mis palabras, mi tono, mi sintaxis, mi exquisitez, mi elegancia, mi talento.

Esa gente nunca hablará claro, nunca escribirá claro. Lo de escribir se agrava aún con unas tipografías muy desagradables, unos sangrados sorprendentes, un color -rosa pálido sobre rosa algo menos pálido, o gris perla sobre gris no del todo perla-, unos márgenes imposibles, una dirección de texto -vertical, inclinado, en espiral...- incomodísima... cualquier cosa con tal de llamar la atención sobre la originalidad del perpetrador y con tal de molestar al sufrido lector u oyente, que no pasa de la tercera línea -o de la segunda vuelta de espiral- si está leyendo un texto, o del primer minuto si está escuchando un discurso.

Siempre me ha llamado la atención que esta panda de mermados mantenga un cierto prestigio y una cierta presencia en las cosas de la pomada (también hay que decir que no son los más prestigiosos: los buenos de verdad hablan y escriben divinamente porque no necesitan pavonearse y porque tienen muy claras sus ideas), y siempre me ha molestado muchísimo que cuando le digo a alguien que soy arquitecto ya piense eso de mí, de toda mi profesión.

Ya me he burlado de esto muchas veces, y no sirve de nada. Estoy muy aburrido y muy harto. No quiero recibir más revistas de glamour arquitectónico, ni más emails invitándome a actos masturbatorios. Nunca he querido ser mamporrero. Quien se apañe y medre con estas cosas, pues muy bien, olé sus santas gónadas, pero yo no quiero estar ahí de mirón. Y, en todo caso, y definitivamente, no pienso aplaudir.

¿Aplaudir qué? ¿Lo tonto que eres? ¿Lo contento que estás de haberte conocido? Anda a zurrir mierdas con un látigo, que aquí hace mucho calor y me canso mucho de verte y de escucharte.

A mí llevadme a sitios donde hable gente inteligente, gente que de verdad tenga cosas que decir y no se preocupe exclusivamente de si puede hacer un juego de palabras verdaderamente bri-llan-te con "heliotropo", que ya nos conocemos y estoy más que cansado de pedantes estúpidos. y, aún más, a mí llevadme a sitios donde me ría de puro gozo. Otra cosa no merece la pena. Sujetarme la frente con el dedo índice estirado o la barbilla con el dorso de la mano, como si estuviera pensando cuando lo que estoy es aburriéndome como una ostra por tanta majadería, no merece la pena.

Busco de nuevo la palabra "heliotropo" y veo que además de ser una planta herbácea de las boragináceas es también un mineral: una variedad de la calcedonia (que a su vez es una mezcla de criptocristalina de cuarzo y moganita polimórfica monoclínica) 

Heliotropo

Y entonces pienso que esa palabra que me ha brotado de repente me viene muy bien, y ejemplariza de tal modo la actitud engreída y ostentosa a la que me refiero que creo que la voy a adoptar para esto de ahora en adelante: Un heliotropo es un conferenciante o un escritor (preferentemente arquitecto) tan petulante y jactancioso que, con tal de retorcer y entorpecer lo que pretende decir, se quiere referir a una flor ornamental y lo hace a un mineral, que encima es polimórfico y monoclínico.

A la próxima conferencia que vaya (que ya he dicho que dudo que vaya a alguna más, porque me pillan ya muy hartito) me levantaré y me dirigiré al orador: "¡Heliotropo, pedazo de heliotropo!" Y cuando me saquen en volandas de la sala seguiré gritando: "¡Boragináceo!" "¡Calcedonio!" "¡Criptocristalino!" "¡Moganito!"

Espero que el aspirante a preboste tome nota e incluya alguno de esos palabros en posteriores conferencias. Me sentiré muy orgulloso de haber contribuido modestísimamente al heliotropismo. 


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(1). Machado, Antonio, Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1936), ed. de Pablo del Barco, Madrid, Alianza Editorial, 2004, p. 53.

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