sábado, 12 de julio de 2025

Con mi banjo y mi caballo

Un escritor español a quien nunca he soportado escribió el prólogo de un libro que me interesaba mucho, y, no sé si por morbo, lo leí en vez de saltármelo. Craso error. Contaba que él había escrito un libro sobre el mismo tema, y a partir de esa declaración se ponía a hablar de su libro y no del que estaba prologando. Me pareció una desfachatez que acrecentó mi atragantamiento hacia ese mamarracho, y a partir de entonces lo soporté aún menos.

Pues bien, ahora estoy a punto de hacer lo mismo, y no quisiera, pero lo voy a hacer (un poco), porque esto no es una crítica ni una reseña de un libro, sino -ya que este es mi blog, pañuelo de todas mis lágrimas y foro de todas mis alegrías, preocupaciones, opiniones y desvíos- un rápido relato de lo que he sentido al leerlo. Así que no tengo más remedio que contar algunas cosas mías.

El libro se titula ¡Oh, Susana!(1), es del arquitecto Manuel Ocaña y lo edita Plasson & Bartleboom. Es, como dice la portada, "una novela técnica".

Tengo sensaciones confusas y contradictorias al hablar de Manuel Ocaña. Entre ellas siento que prevalece la vergüenza. Dejadme un momentito que os lo explique y luego me pongo con el libro.

[corregido] He estado un rato escribiendo una evocación de mi relación con Manuel Ocaña en el curso 1989-1990 y me he visto como aquel escritor odioso para mí. Yo, yo y yo. Lo borro todo. Solo menciono que durante ese curso fui profesor suyo de proyectos y estoy tan seguro de que no le aporté nada y no le serví para nada que espero de corazón que me tenga olvidado, porque si me recuerda será para mal.

Me comprometo a hablar de esto dentro de poco tiempo, pero hoy no es el momento. Hablemos del libro. Un libro que me ha sacudido, e incluso que me ha emocionado. Me ha hecho reconciliarme no solo con Manuel (con quien, por otra parte, no tenía nada por lo que reconciliarme), sino con la pasión de construir. No; con la pasión no (si hay pasión aquí está soterrada e intelectualizada): con la perseverancia, la limpieza y la técnica correcta aplicada al propósito de construir.

Manuel Ocaña

La cardióloga de Manuel Ocaña le habló de una casa de campo a dos horas de Madrid: una finca familiar que ella quería adaptar para pasar las vacaciones y para que fuera un lugar idílico de llamada y de encuentro al que acudieran todos los miembros a convivir durante unos días. La casa estaba razonablemente bien y no necesitaba de las ideas del arquitecto: se podía utilizar tal como estaba. Pero la doctora pensaba en una antigua pocilga, ahora sin uso, que en principio no tenía nada especial: una pequeña construcción exenta, de planta rectangular y tejado de teja a dos aguas sobre techumbre de madera. La propietaria quería convertirla en algo especial: una sala de juegos, de reunión, de conversación. Y ese fue el encargo que le hizo a Manuel Ocaña. Él aceptó, en principio, visitar la finca.

Van un día allí la cardióloga y el arquitecto. Ella le muestra la finca, la casa, los patios, los corrales... y la pocilga. En efecto, es un espacio incluso trivial, pero tiene algo. Tiene, sobre todo, un aspecto muy atractivo: la dueña confía en el arquitecto, dice que no tiene prisa y que está abierta a lo que a su paciente (ahora la paciente va a empezar a ser ella) se le ocurra como bueno.

En otra zona de la finca, la dueña le muestra una barbacoa de ladrillo visto con una larga encimera que ha construido Susana, un personaje que se va a revelar como extraordinario; una mujer encargada de todo, que alimenta a las gallinas, cuida el jardín, hace pequeños (o grandes) arreglos e incluso se ha atrevido a hacer, y muy bien, esa barbacoa. Susana es una mujer admirable que desde el primer momento, incluso antes de que Manuel la conozca personalmente, se gana los signos de exclamación y la interjección: ¡Oh, Susana! En principio es una broma tonta, una asociación inmediata del nombre de la factótum con la famosa cancioncilla, pero poco a poco se va viendo lo apropiado de la expresión.

El arquitecto y su cliente quedan de acuerdo en que aquel podrá diseñar lo que mejor le parezca y como mejor le parezca (en esto la propietaria va a ser muy comprensiva y muy permisiva), pero con la condición de que la obra completa la realice Susana en solitario y que todos los materiales y herramientas se puedan conseguir muy cerca(2). Y aquí se inicia una experiencia arquitectónica no solo muy interesante, sino básica y esencial. La envergadura económica de la operación es tan pequeña que no tiene sentido que el arquitecto viaje dos horas de ida y dos de vuelta, con su banjo y su caballo(3), cada vez que haya que decidir algo o resolver alguna duda. Todo eso acarrearía un coste desproporcionado respecto al de la ejecución. Así que deciden que el arquitecto y la constructora se comunicarán exclusivamente por WhatsApp.

Con estas condiciones se pone en marcha un episodio de arquitectura esencial. (Permitidme que repita este adjetivo, pero no se me ocurre ninguno mejor). Y a lo largo del libro, que nos va dando cuenta detallada de todo el proceso de la obra, somos testigos de cómo el arquitecto piensa y decide cada paso sin renunciar a nada de lo que la arquitectura puede tener de fenómeno intelectual y cultural, y al mismo tiempo adaptando cada una de sus ideas y de sus intenciones a los medios que tiene a su alcance, que son bastante reducidos.

Por ejemplo, la decisión de hacer tres ventanas redondas en una de las fachadas de la pocilga tiene su justificación en la mejor entrada de luz según la orientación, en la simbología del círculo en la historia de la arquitectura, en el ritmo de los tres círculos en secuencia, en la percepción del horizonte (que una vez sentados los habitantes donde ahora diré va a coincidir con el diámetro horizontal de esos círculos), pero, sobre todo, en la posibilidad de ser practicados por una mujer sola. El arquitecto piensa que las ventanas rectangulares necesitan cargaderos, que tienen que ser montados al menos entre dos personas. Por el contrario, una única albañila, picando el muro desde dentro en el centro de cada círculo que ha dibujado en él, va a hacer un agujero que va a ir ampliando hasta llegar al tamaño deseado de tal modo que la fábrica no se va a desmoronar porque estará siempre formando un arco de descarga.

Así todo: ideas simbólicas, cultas, con mucho contenido, y al mismo tiempo un riguroso sometimiento a las capacidades, posibilidades y destrezas de Susana, que día a día se van revelando como inacabables. Nunca ha hecho casi ninguna de las cosas que se le van a pedir, pero tras una explicación por WhatsApp empieza a probar y le va saliendo. Pone mucho esmero en lo que hace y, sobre todo, mucha determinación.

En el centro de la sala Manuel quiere hacer un "pozo de conversación", una depresión circular que va a ir rodeada de un banco corrido (sentada en él, la familia va a ver el horizonte cruzando los tres círculos de fachada por en medio) y sobre cuyo centro va a haber una chimenea colgada del techo. Como ha hecho antes con los agujeros del muro, el arquitecto manda por WhatsApp a Susana explicaciones, dibujos y esquemas precisos y muy claros, que ella entiende a la primera y se pone manos a la obra. Entonces Susana le manda fotos a Manuel Ocaña de lo que está haciendo, y él celebra lo mañosa que es, lo eficientemente que trabaja, lo bien que lo hace.

Una vez hecho el hoyo, viene la decisión de cómo solarlo, y el arquitecto decide hacerlo con ladrillos macizos en gajos radiales, siempre tanteando a Susana para ver si sabrá hacerlo. Y ella, como siempre: "No lo he hecho nunca, pero creo que sabré". Y sabe.

Y así todo. La novela es una precisa bitácora de cómo construir, pero al mismo tiempo es otra igual de precisa sobre cómo comunicar, y cómo elucubrar, y cómo idear. El lector ve en toda su intensidad qué es arquitectura. Ya he citado en este blog una frase de Ricardo Aroca que me llamó la atención por obvia y por perfectamente expresada (es un verdadero arte saber expresar lo obvio). Él habla del "proceso dialéctico entre lo que se quiere hacer (arquitectura) y lo que se sabe hacer (construcción)"(4). Me parece que este libro muestra estupendamente ese proceso dialéctico, con ambos campos interpenetrándose y confluyendo.

Este libro es todo el tiempo ese proceso dialéctico entre la ideación y la ejecución. Es una novela no sé si interesante para todo el mundo; yo diría que sí, porque a todo el mundo le interesa una aventura que llega a buen puerto; pero, desde luego, a quienes hemos construido algo alguna vez y hemos intentado hacer equipo con quienes ejecutaban nuestras ideas (lamentablemente, nunca o casi nunca nos ha salido así de limpiamente) nos resulta apasionante.

El autor tiene una enorme cultura arquitectónica, y menciona sus ideas en relación con diversos hallazgos brillantes de Santa Sofía de Constantinopla, de San Baudelio de Berlanga y de otras muchas obras maestras, que interpreta y entiende nítidamente. En aquella remota pocilga tan pequeña, convertida en sala de juegos y de conversación no sé si está resumida y concentrada toda la historia de la arquitectura (yo diría que no), pero sí sé que está toda la arquitectura.


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(1).- OCAÑA, Manuel, ¡Oh, Susana!, Plasson & Bartleboom, Madrid, 2025, pp. 209.

(2).- Hay un almacén de materiales en el pueblo de al lado. Creo que la única excepción a este pacto es la chimenea exenta y colgada del techo, que no solo es comprada por catálogo a una empresa especializada, sino que es montada in situ por personal de esa empresa. Pero Susana realiza todo lo demás: incluso la instalación eléctrica.

(3).- Regardez la gilipolluá. Perdón; no he podido evitarlo, por seguir con la cancioncilla.

(4).- AROCA, Ricardo, Comprender las estructuras, Ediciones Asimétricas, Madrid, 2024, 5 vol. pp. 123, 119, 107, 107 y 73. Vol 1, ¿Qué es la estructura?, p. 11.

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