lunes, 16 de septiembre de 2024

Melancolía III

Una tarde Fullaondo nos habló en clase del Poliedro de la Melancolía de Durero, y lo hizo como si ya lo conociéramos. Yo conocía a Durero, claro, pero jamás había visto ese grabado ni ese poliedro. Lo proyectó en la pantalla y nos explicó un problema proyectual muy interesante.

Su amigo Antonio Fernández Alba estaba haciendo el Tanatorio de la M30 de Madrid y le encargó un diseño para el patio central que actuaba como lugar de encuentro y distribuidor a las distintas salas.

Antonio Fernández Alba. Tanatorio de la M30, Madrid
Patio distribuidor central a las salas

Le pidió que diseñara algún símbolo que evocara la muerte y pudiera servir de consuelo, de motivo de reflexión, de punto de atención, etcétera. Pero había una condición importante: el tanatorio era aconfesional y el símbolo o la alegoría que diseñara no podía formar parte del imaginario de ninguna religión.

Yo creo que era un problema pintiparado para Fullaondo, o que Fullaondo era el arquitecto pintiparado para ese problema. ¿Cómo evocar pensamientos y sentimientos relacionados con la muerte sin acudir a ninguna religión? Su solución fue: "Desde la cultura". Se le ocurrió hacer del patio del tanatorio un espacio cromlech oteiziano, en el que las distintas piedras que lo configuraran fueran objetos mágicos, sensibles, cultos, melancólicos... La "piedra" principal, la llave, sería el poliedro de la melancolía, y entre él y las demás piezas se generaría un "espacio vacío espiritual", un "Cabo Kennedy"(1) desde el que despegar a la eternidad.

Fullaondo nos dijo en clase que el poliedro era una figura compleja, que había fascinado a Oteiza y que a él lo traía loco. Vino a decirnos que se le resistía, y yo entendí (a mi aire) que le costaba reconstruirla. También nos contó que Oiza decía que era un cubo truncado: mentira cochina cuando Panofsky decía claramente que era un romboedro.

Jorge Oteiza. Homenaje al poliedro de la melancolía de Durero, 1974

Con la inocencia y la ignorancia propias de un joven atolondrado, llegué a casa con la intención de construir el poliedro, cosa que se me antojaba sencilla. Como en aquella época no había internet y yo solo tenía el Espasa y algún libro de arte muy generalista, fui a la biblioteca de mi barrio, siempre socorredora, y saqué un tomo sobre Durero (precisamente el famoso Panofsky) en el que venía el grabado.

En casa tomé una cartulina negra, lápiz, escuadra y cartabón, tijeras y pegamento. Dibujar el desarrollo de un tetraedro truncado era cosa fácil, ¿pero qué proporción podría darles a los rombos? Incapaz de hacer una restauración perspectiva mínimamente fiable, tiré a sentimiento de lo primero que se me ocurrió: un rombo compuesto por cuatro triángulos rectángulos pitagóricos (3-4-5).

Dibujé un rombo con esa condición y a partir de él hice el desarrollo. (No recuerdo qué criterio seguí para el truncamiento, pero también fue algo inventado con cualquier tipo de argumento). Corté la cartulina dejando pestañas para pegar como hacíamos de niños en el colegio y armé un poliedro melancólico con cartulina negra. Me pareció muy cutre y me disgustaron los chafarrinones de pegamento que habían rebosado en algunos sitios, así que hice otro tan solo un poco más esmerado.

Al día siguiente llevé los dos poliedros a clase, con mucho cuidado de que no se aplastaran. No eran grandes: su altura total podía ser de ocho o diez centímetros.

En el aula los puse encima de una mesa y se los enseñé a Fullaondo. Se puso como loco. Se entusiasmó. Jugaba con ellos, ponía uno de pie y otro tumbado a su lado; luego los dos de pie, luego los dos tumbados. Los aproximaba, los alejaba, estudiaba sus relaciones.

Yo intentaba disculparme por lo descuidado de su ejecución. Dije que solo los había hecho como primera prueba, como tanteo. También me disculpé porque me habían quedado mucho más alargados que el del grabado. No me escuchaba: Jugaba y jugaba con ellos.

A mí me llamaba la atención que ni a él ni a ninguno de sus acompañantes en el proceso poliédrico melancólico se les hubiera ocurrido esa chorrada para empezar: hacer un modelo de cartulina o de papel.

Al cabo de un rato, casi sin atreverse, me preguntó si se los podía quedar; si se los regalaba. Le dije que por supuesto, y volví a disculparme porque me hubieran quedado tan sucios y tan deslucidos.

Ese primer modelo mío rompió el hielo para que ya Fullaondo lo hiciera reproducir, aumentar de tamaño y utilizar con entusiasmo. Tiempo después vi en un libro suyo(2) esta ilustración del poliedro en -supongo- metacrilato. (Ay, con las estiradas proporciones fruto de mi ingenuo voluntarismo). 

A raíz de esto me hice una reflexión (seguramente injusta) que me afectó mucho. Cada vez más avergonzado de la "grequización" de mi poliedro, veía ya el de Durero casi como un cubo, por no decir ya decididamente cúbico. ¿No sería verdaderamente un cubo, como decía Oiza, y eran el ángulo y la fuga los que lo distorsionaban solo un poquito? Pensé entonces que Oiza miraba con los ojos, mientras que Fullaondo y yo mirábamos por los ojos de otros y nos dejábamos llevar por otras cosas: él por la autoridad de Panofsky, y yo por la suya y por necesidad de buscar referentes simbólicos (el triángulo pitagórico), aunque no se parecieran nada a la verdad ni a la realidad.

¿Por qué Fullaondo había acogido con tanto fervor mi interpretación, absolutamente caprichosa e infundada, sin querer ver que no se parecía nada a la de Durero? Me arrepentí mucho de mi estúpida versión, pero ahora reconozco -como ya digo- que sirvió para desencadenar el proyecto, y me alegro: No fue el de Durero, pero algo fue.

(Muchos años después vi la prueba de que Panofsky tenía razón con lo de los rombos y Oiza no, pero por muy poquito. Por lo tanto Fullaondo había acertado siguiendo a Panofsky).

En cuanto a lo del tanatorio, salió mal. Por supuesto. Estas cosas siempre salen mal. Podéis ir a visitarlo y no encontraréis ningún poliedro melancólico por ningún sitio, lo que, curiosamente, a mí me pone más melancólico, y por tanto, en mi caso, su ausencia es una especie de presencia oteizesca, una presencia a la contra.

Pero todo esto está quedando muy largo. Corto por hoy. Ya seguiré con ello.



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(1).- Esta visión de un Cabo Kennedy espiritual desde el que despegar hacia el más allá fue de Jorge Oteiza cuando se presentó con Fullaondo y con Marta Maíz y Enrique Herrada, exalumnos de este, al concurso del cementerio de Ametzagaña, en San Sebastián.

(2).- Fullaondo, Juan Daniel, Arte, proyecto y todo lo demás 2. (O antídoto para gallináceas y carneros), Kain editorial, Madrid, 1991, pp. 334. Esa foto está en la página 65. (Para más inri al lado del grabado de Durero, para que se vea que ambos poliedros son de proporciones muy diferentes).

1 comentario:

  1. ¡Qué hermosa esta entrada de hoy! Habla de vocación, habla de devoción, habla de maestros, habla de esa Academia (la ETSA) que tanta gente ama porque está llena de griegos y de musas. Supongo que todavía es así. Emocionante entrada.

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