lunes, 20 de octubre de 2025

Elogio de la imperfección

El Concierto de Colonia (The Köln Concert), de Keith Jarret, es uno de los discos de jazz más vendidos de la historia, y al mismo tiempo puede ser entendido como el fruto de un fracaso o de un caos.

El productor alemán Manfred Eicher había fundado el sello ECM (Edition of Contemporary Music) con la pretensión de hacer unas grabaciones exquisitas. El lema de ese sello era "el sonido más bello después del silencio", y su pretensión consistía en grabar un sonido que ni siquiera los músicos eran capaces de sentir, un sonido que tuviera alma propia y sentido poético.

Con esta idea convenció al excelso pianista Keith Jarret para grabar unos cuantos conciertos de piano solo, no en estudio, sino en distintos auditorios europeos con público, porque Eicher sostenía que el espacio hacía respirar a la música.

La noche del 24 de enero de 1975, el joven pianista de veintinueve años dio un concierto en el teatro de ópera de Colonia. La cosa no podía empezar peor:

1) En esa gira europea, Keith Jarrett había pedido tocar en días alternos para descansar un día (viaje incluido) entre concierto y concierto, pero el Teatro de Ópera de Colonia no estaba disponible el 25, sino el 24, solo un día después del de Zúrich.
2) Jarrett y Eicher viajaron en el Renault 4 de este, de Zúrich a Colonia, lloviendo, y llegaron agotados.
3) La hora del concierto era horrible porque la programación del teatro no tenía otro hueco y lo colocó a las once de la noche, después de una representación de ópera, y esa hora, que incluso en España es tardía, en Alemania era impensable. De manera que el concierto terminó en la madrugada del día 25.
4) Y lo peor de todo: el piano que había pedido el perfeccionista Keith, un Steinway, no llegó por culpa de una huelga, y se tuvo que conformar con uno más pequeño, de menos sonoridad y de peor calidad.

Keith Jarret en 1975, el año del concierto de Colonia

En principio Keith Jarret se negó a tocar. Eso no era lo acordado y ese piano no tenía las condiciones necesarias. El productor del futuro disco le pidió que al menos hiciera una prueba de sonido, a ver qué pasaba, y la organizadora del concierto le dijo que, a pesar de la hora intempestiva, se habían vendido todas las entradas.

El músico tocó, pero, eso sí, aunque todo el concierto iban a ser improvisaciones, no las llevó por donde él había supuesto que haría, sino que, debido al tipo de piano que tenía, se embarcó en una especie de autoexploración íntima. Nada de grandes sonoridades y potencias, sino una búsqueda tranquila, lenta, minuciosa.

El propio autor probaba a ver cómo sonaba tal armonía o con qué velocidad podía alternar distintas cadenas de acordes, y fue por lo tanto ese piano limitado y modesto quien guio el concierto.

El gran genio de Jarrett consistió en entender el piano, en hacer lo que este le permitía y en exprimir todas sus posibilidades. Sabemos que ese tono y ese ambiente de intimidad y concentración que nos enamora se debe a que el piano no era muy bueno, y por lo tanto a que el concierto no adquirió la perfección necesaria. Y sin embargo no hay concierto mejor de Keith Jarrett, y no sé si lo hay de algún otro pianista.

Elogio de la imperfección. Cuánto deberíamos saber de esto los arquitectos. A menudo nos quejamos del horrible solar, del mal gusto del cliente, de las condiciones urbanísticas, del bajo presupuesto disponible... qué sé yo. Todo está mal casi siempre. Pero la historia está llena de Keiths Jarretts que con todo eso han conseguido hacer una obra sensible, delicada, armoniosa, hermosa y feliz; arquitectos que han sabido entender el piano imperfecto que tenían entre manos y han sabido sacarle música sublime.

Qué difícil es. Loor a ellos por siempre.

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