sábado, 13 de septiembre de 2025

Natalia

En septiembre de 2017, sin ser yo aún docente ni nada de eso, la Escuela de Arquitectura de Toledo me invitó a formar parte del tribunal de proyectos de fin de carrera de aquella convocatoria. Aparte de los profesores correspondientes, tenía que haber un arquitecto "de la calle" (iba a decir seglar), y se ve que como en Toledo tampoco somos tantos, era cuestión de tiempo que me tocara. Además yo tengo allí amigos y también se me conocía un poco porque hacía unos años había estado en la directiva del colegio de arquitectos. Aunque, por lo que me dijeron después, la circunstancia que les había decidido a invitarme había sido este blog. Ya veis qué tontería.

Cartel de la convocatoria

Me gustó mucho la experiencia. Echamos el día entero. Todos los proyectos eran de una calidad media bastante alta, y algunos eran verdaderamente buenos, y estaban trabajadísimos. Además yo, como no era docente, no tenía ninguna obligación de ponerme exquisito ni de hacer sesudas disquisiciones, ni ninguna responsabilidad de tipo ejemplarizante, así que me replegué en una postura inamovible: hacer elogios y celebrar el brillante final de carrera de todos los participantes en la fiesta. El ambiente fue excelente porque los profesores responsables también estaban con ánimo celebrativo(1).

Cada estudiante mostraba su proyecto y lo explicaba, y luego cada miembro del tribunal le hacía comentarios y preguntas. Yo los felicitaba, les comentaba algo que me había gustado especialmente y les sacaba temas muy atractivos de sus proyectos para que se lucieran explicándomelos.

Me lo pasé en grande. Era todo excelente. Pero de entre todos los estudiantes hubo una chica que me sorprendió de una manera muy profunda y me entusiasmó: Natalia Mora Priego. Su proyecto era un formidable disparate, brillantísimo. De la propuesta de irse a Brno (Chequia) y de hacer algo -lo que les pareciera- bajo la influencia y en el entorno (lejano o cercano, amplio o muy reducido) de la Villa Tugendhat de Mies, ella colonizó toda la red de tranvías de la ciudad y la utilizó como soporte de una trama de alojamientos de urgencia que eran como cápsulas o como nidos de pájaro. Su razonamiento político y social era muy ambicioso, muy descarado, muy "echao p'alante" y muy creativo. Su manera de desarrollar aquella fantasía, de dibujarla, de definirla y de concebirla era para quitarse el sombrero (quien lo usara) y de aplaudir a rabiar(2).

Natalia Mora Priego

Y solo oyendo a Natalia cómo explicaba su proyecto tan magníficamente definido, con esa seguridad y esa elocuencia a tan tierna edad, si yo llego a ser el alcalde de Brno la invito allí mismo a que se venga a contárselo a toda la corporación municipal. Es más, recuerdo que como miembro del tribunal la invité (una broma, una boutade, pero enardecida) a que pidiera cita con el ayuntamiento y se fuera con sus paneles y maquetas a contárselo.

Ya digo que me gustó mucho la experiencia, pero Natalia me impresionó profundamente. Tenemos que mimar el talento, qué escaso y qué frágil es, rodeado siempre de zafiedad y aburrimiento que suelen pisotearlo, desanimarlo y salirse con la suya. Hay que celebrarlo a la menor oportunidad. Hay que darle alas como se pueda.

Cuatro o cinco años después de aquello, me llamó una amiga para pedirme un favor delegado. Un organismo(3) estaba buscando arquitectos para tenerlos en una especie de lista de espera o bolsa para irles encargando proyectos de hasta cierta envergadura, y una conocida suya, muy joven, muy buena, se quería presentar. Pero no llegaba al límite de solvencia técnica-económica, que consistía en demostrar que había facturado como mínimo equis euros en los últimos tres años. Ella acababa de empezar y apenas tenía "historial", y mi amiga había pensado que si nos presentábamos juntos yo supliría lo que a aquella le faltaba.

Yo había tenido un estudio muy activo y muy solvente, pero mis últimos años eran lamentables. En todo caso, lo que pedían era poco y llegaba por los pelos. De todas formas empecé a ponerle excusas y disculpas a mi amiga: "Yo ya estoy muy cansado", "soy ya muy mayor para estas cosas", "me estoy retirando"..., etcétera. Ella me insistía. Me decía que su amiga era buenísima, y que si nos presentábamos juntos íbamos a hacer algo realmente estupendo. Me empezó a dar datos de esta chica y de pronto hubo uno que asocié a algo, o que me disparó alguna intuición. "¿Cómo se llama?", pregunté. "Natalia. Natalia Mora". "¡La conozco!" Después de esos cuatro o cinco años seguía recordando perfectamente su nombre. "¡Vale! Sí, sí. Si ella quiere, yo encantado. Nos presentamos juntos".

De repente no tenía nada de cansancio, nada de resignación. De repente, a mis sesenta y algún años me volví a apasionar. Me gustó mucho la imagen: el viejo que se despide de esto y la joven que llega. En mi caso, el canto del cisne, en el suyo, su primera obra -o de las primeras obras- de cierta envergadura y cierto alcance. Además, como digo, hay que mimar el talento. Yo no lo tengo, y me entusiasma cuando lo veo. Si por una parte iba a aportar los números de mi anodino pero amplio y sólido historial, cosa que a Natalia le faltaba, por el otro iba a vampirizar su creatividad, de la que andaba sobradísima y yo bastante falto. Me parecía formidable terminar mi vida profesional haciendo, por fin, por una vez, una obra muy buena.

Formamos la obligada UTE y rellenamos en plazo los farragosos papeles, entre los que pesaba especialmente la oferta económica, que era muy extraña porque no se refería a ningún encargo concreto, sino que establecía una especie de tarifa o tabla de honorarios (toda llena de polinomios y coeficientes) a aplicar en lo que quisieran encargarnos.

El organismo seleccionó a cuatro estudios de arquitectura, entre los que Natalia y yo fuimos los más valorados, lamento reconocer que no por nuestras buenas capacidades, sino por ser los más baratos. Me dio mucha vergüenza que hubiéramos sido los más cutres y tirados de todos, y además me preocupó bastante: lo primero que pensé es que nos habíamos equivocado al hacer la tabla de tarifas -que era muy enrevesada-, y que cuando nos encargaran algo íbamos a palmar pasta. Pero no: habíamos sido un poquitín más baratos que el resto, pero dentro de la misma línea. Bueno.

En seguida nos encargaron un trabajo muy bonito. Mejor dicho: nos anunciaron que nos lo iban a encargar. El encargo estaba ahí y solo faltaba ultimar alguna cosilla y firmarlo. Tan seria era la cosa que fuimos ya a medir el lugar y a empezar a dibujar croquis y planos. Nos habían dicho ya hasta el plazo de entrega, y teníamos que trabajar deprisa. Pero el encargo oficial no llegaba y al final no llegó. Nunca llegó. Una de las infinitas decepciones y chapuzas de la vida hizo que los responsables desestimaran ese encargo y nos dijeran que parásemos, que nos iban a encomendar otro proyecto, tan bueno como este o mejor, muy muy pronto. Tampoco ocurrió. Nada.

Yo me había hecho tantas ilusiones como un adolescente. Como si la vida no me hubiera enseñado suficientes veces que siempre gana la entropía de la roña. Se lo había contado a mis amigos. Estaba tan feliz y tan ilusionado que parecía que el joven inexperto y tierno era yo, como si no supiera de sobra que todos los planes y todos los sueños se acaban resolviendo en el desagüe de la Cloaca Máxima.

Sigo echando de menos no haber hecho un buenísimo proyecto con Natalia Mora. No obstante, ella, joven y talentosa como es, ha empezado a hacer cosas. Está haciendo cosas. Está llena de energía y de creatividad, y de espíritu positivo. La sigo creyendo capaz de hacer una red de viviendas-tranvía en Brno o donde se le ponga en el punto de mira o en sus santísimas narices.

Aún es jovencísima, pero ya se puede decir algo de su obra, y algo muy bueno. Lo diré en alguna próxima entrega. Mientras tanto, no olvidéis su nombre. Se llama Natalia Mora Priego y tiene su estudio -Cachivache Atelier- en Toledo. Prestadle atención. Os lo aviso.


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(1).- Aviso para apocalípticos: lo que digo no implica que aquello fuera un coladero y un "todo vale". Repito que los trabajos eran magníficos y que el esfuerzo de aquellas criaturas había sido tremendo. Las notas fueron excelentes, pero nadie regaló nada.

(2).- Nuevo aviso para apocalípticos: Mucha gente opina que los proyectos fin de carrera que proponen y auspician muchas escuelas de arquitectura están tan alejados de la realidad que no solo no sirven para nada, sino que, encima, son altamente perjudiciales porque engañan a las nuevas crías de arquitecto, les llenan las cabezas de fantasías y no les enseñan lo que deberían enseñarles, en vez de esas fantasías estúpidas. Tienen sus razones, que no son despreciables, y los comprendo; pero yo sé que una persona que se titula como arquitecta habiendo hecho un proyecto poco realista, pero imaginativo y ambicioso, bien dibujado, bien medido, bien calculado, bien dimensionado y bien justificado, es sobradamente capaz de hacer en el mundo real su primera casita, la ampliación del porche de sus tíos o lo que le echen a la cara, porque sabe lo más importante: encarar un problema y tirarse a por él, a estudiarlo y a resolverlo.

(3).- No voy a concretar, porque algunos detalles se me escapan y no creáis que entiendo del todo bien la figura jurídica de esta "seudoadjudicación" o "seudolicitación". Tampoco quiero investigar ni preguntar a los implicados, y, en todo caso, aunque lo supiera perfectamente, lo desenfocaría un poco para no dar datos demasiado precisos.

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